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De la Fuente acusaba ya los meses de jubilado: panza en aumento, relajo en el rostro y una mirada limpia que sólo pueden tener las personas sin preocupaciones. Esto era así porque él era un “jubilado a la antigua”, con su paga íntegra y suficientemente joven aún como para viajar, pintar o jugar al dominó sin tener que preguntar cada cinco minutos cómo se llama su pareja de juego.
No hacía todavía un año que había dejado de ocupar el cargo
de Comisario de la Alameda y cada vez que entraba en sus dependencias le
asaltaba una nostalgia romántica de los días de tensión, intenso trabajo e
intriga por sus resultados. También recordaba de pronto a todos y cada uno de
sus agentes, “sus compañeros” como gustaba de llamarles: La sargento Rubio,
estricta y formal; el inspector Sonseca, eficaz y meticuloso aunque un poco
pelota; el agente Castillo, un buen confidente para las noches de guardia;
Montilla, el de la centralita, un hábil constructor de lenguajes en clave y
también, por qué no, los agentes Suárez y Sánchez, dos policías de dudosa
reputación que a fuerza de estar allí se habían convertido en entrañables
mascotas.
Siempre que aparecía por la comisaría era agasajado con
un sinfín de saludos amistosos que daban cuenta del buen regusto dejado entre
sus hombres y mujeres. Tras unas breves palabras para dar cuenta de los últimos
acontecimientos, se dirigía siempre al despacho de su sustituto, el Comisario
Gallardo. Un tipo serio y solitario, eficaz hasta la extenuación y con ciertos
gags intuitivos e indisciplinados que entusiasmaban a sus subordinados e
irritaban a sus jefes.
-¿Estás preparado?- Dijo abriendo la puerta del despacho.
-¡Hola! Si, termino esto y salimos. ¿Todo bien?- Gallardo
parecía redactar algún documento en el ordenador.
-Perfecto.- Entró y cerró la puerta.-¿Sabes para qué nos
ha llamado?
-No tengo ni idea, pero me aseguró que sería muy
interesante para nosotros.
-No es normal que hagamos esto. De hecho si nos hubiese
convocado otra persona, habríamos declinado la asistencia. Me refiero a otra
persona de su…
-Clase.
-Eh… no, no me refería a eso.
-Da igual, te entiendo. Sin embargo, Antonia es algo…
-Especial.
-No en el sentido que tú crees.
-Ya, ya. Si yo no digo nada.
Así eran las conversaciones entre De la Fuente y Gallardo,
la mitad en claro y la otra mitad sobreentendiendo. Ellos se comunicaban, pero
de una forma oscura.
Mientras el comisario terminaba lo que estuviera
haciendo, en la acera de enfrente algunos policías tomaban su desayuno en el
Ok-Corral.
Este garito, que ejerció como bar de copas durante las
calurosas noches de verano, había vuelto a recuperar su clientela habitual para
desayunos por la mañana y cervecitas a medio día cerrando de nuevo por las
noches.
No podía ser de otro modo ya que Manolo Gómez había perdido a su
joven camarero francés y no daba para más. Jean Baptiste había encontrado otro
trabajo, ahora era nada más y nada menos que recepcionistalimpiadortécnicodemantenimientogerente,
todo un logro de la reforma laboral impulsada por el FMI y la gramática alemana.
Y todo eso lo desempeñaba en la Pensión Erasmus, recién
abierta por su propietaria, la exbruja y exputa María Machuca, “la Maru”.
Pero si alguien era fiel cliente del Ok-Corral, aunque no
estuviese Jean-Baptiste, ese era sin duda alguna José Antonio Paniagua
Escudero, notario del Ilustre colegio de Madrid conocido simplemente por el Notario.
Hace muchos años que no ejerce como tal, tras una
experiencia traumática con una cadena de desahucios salvajes de la que formó
parte. Ahora lee novelas de Marcial Lafuente Estefanía esperando quizá a que
algún hecho extraordinario le haga salir de ese purgatorio al que se somete de
forma voluntaria.
Su aspecto: muy delgado, vistiendo rancios trajes de tres
o cuatro tallas más no lo convertía en el cincuentón más atractivo del bar,
desde luego, pero sus ojos no perdían puntada y sabía más de la historia del barrio
que ninguna otra persona, lo que hablando de La Alameda era decir mucho.
-¿No te apetece leer o es que ya te las conoces de
memoria?-Manolo limpiaba la barra, someramente, por mor de no quitarle esa
pátina de pringue que garantizaba una duración eterna.
-Estoy esperando a La Peligro. Tenemos una cita.
-¡Dios!- Manolo Gómez dejó caer el trapo con una mezcla
de estupor y tristeza.
-¡No…!- Gritó el Notario –¡No, no, no!
A José Antonio le faltaba pegarse cabezazos contra el
mármol de la mesa.
-Bueno, bueno…¿Qué has querido decir?
-He querido decir que estoy esperando a La Peligro porque
“tenemos una reunión con otras
personas.”
-¡Uf…! Creí que lo de los mojitos del verano te había…
cambiado.
-Muchos mojitos hay que tomar para tener una cita con La
Peligro ¿no crees?
-Por lo que me dijo el francés, te has tomado mojitos
hasta para volar en Ryanair.
-Era por el contexto. Ya lo he dejado.
La figura de una señora gorda y un
joven que podía ser su hijo se recortaron en el dintel de la puerta. Pero como pasa muchas veces en el Ok-Corral, nada
es lo que parece:
La Peligro fue de
joven un delicado muchacho que incluso llegó a hacer sus pinitos en el mundo
del espectáculo, pero la vida es muy larga y dura y ahora se había convertido
en un travelo gordo y ordinario de aspecto amenazante que apenas hacía unos
meses ejercía la prostitución. Como ya he dicho, la vida es larga y dura y, afortunadamente,
le había cambiado de nuevo: Ahora estaba casada con todo un Teniente Coronel
del ejército que presta servicios en el Centro Nacional de Inteligencia. Esa
nueva vida, no obstante, no le impedía recordar la anterior y cada vez que
podía se venía por la ciudad a visitar a sus antiguas compañeras de trabajo.
Esta vez estrenaba la pensión Erasmus de la bruja Maru. Y
y allí estaba, acompañada del conserje-mecánico, etc. etc.: Jean Baptiste
Legrand.
El Notario se levantó.
-¡Llegáis tarde, son las nueve y treinta y cinco!
-Hemos quedado a las nueve y media a doscientos metgos, en
sentido estgicto no llegamos tagde.
-No le hagas caso al lechuguino. Es un triste. ¿No lo
ves?
-Este vegano no se le veía muy tgiste.
-Este verano me va a perseguir toda la vida como una
maldición.
-No te preocupes,- le tranquilizó Manolo,- Dentro de un
par de días sucederá algo escandaloso y todos olvidaremos tus devaneos cubanos.
Tras un breve gesto de despedida, el Notario se adelantó
en la calle al travelo y al francés que se pusieron en marcha corriendo tras
sus pasos.
-No coggas, nuestga amiga lleva tacones muy altos y tiene
el centgo de ggavedad muy aggiba.
-A la altura de la panza.
-¡A la altura de la polla!
-Bueno, bueno,… tengamos la fiesta en paz. No podemos
presentarnos en plena guerra.
-Pues dile al francés que cierre el pico y no hagas
chistes con mis carnes.
A la mitad del camino, la casa número 54 del Paseo de la
Alameda estaba irreconocible. Había sido reformada durante todo el verano, bajo
un sol de justicia, pero ahora lucía como una bella mansión de estilo
modernista con un pequeño y cuidado jardín que la separaba de una verja de falsos
juncos de hierro forjado. Una breve escalinata, bajo un sinuoso porche,
llevaba a una puerta de cristal, también enrejada. En la verja había una
discreta placa que rezaba.
Fundación para la Universalización y el Estudio
de la Gracia y el Arte.
-¡Coño, la Antonia, como se ha montado, tiene hasta una
fundación!
-Si. Es extraño. No hace apenas unos meses que no tenía ni para tomarse un
café.
-La gente pgoggesa. Y eso es bueno.
-Ya, ya. Pero como decía mi madre: trabajando, nadie se
hace rico.
-Los españoles sois muy envidiosos.
-No, lo que no somos es tontos como los franceses.
-Si, pog eso aún mantenéis a un gei y toda su cogte.
-Venga, venga, relajaros. Entremos y veamos que quiere de
nosotros Doña Antonia López.
··
Llamaron al timbre que había en uno de los laterales de
la reja y una campanilla sonó en el interior. Al poco, una asistenta,
pulcramente vestida, abrió la puerta de cristales.
-¡Oh, qué bueno…!- dijo la señora mientras bajaba los
escalones–Ya no falta casi nadie.
Tras abrir la verja, la asistenta se echó a un lado.-Pasen
y síganme, por favor.
-Que lujerío, niño, con cuerpo de casa y todo.
Tras la entrada, un amplio zaguán daba a un pequeño patio
rodeado de plantas frondosas. Al fondo, una escalera de mármol subía a las
plantas superiores y a la derecha de ella, un ascensor. Las ventanas de las
habitaciones daban al patio cuya cubierta estaba formada por una vidriera de motivos
naturales a modo de claraboya. Toda la casa parecía climatizada, por lo que la
temperatura era perfecta.
-Niño, qué lujerío.- dijo La Peligro entrando con extremo
cuidado, como temiendo romper algo. La asistenta sonreía discretamente observándoles
por el rabillo del ojo mientras llamaba al ascensor. Las puertas se abrieron de
inmediato.
-Entren ustedes, el ascensor les llevará al segundo sótano
donde encontrarán una pequeña sala de espera con algunos invitados, tomen
asiento y en un minuto serán recibidos.
-Joder, niño, qué lujerío.- El ascensor se estremeció
bajo el peso de la que hablaba. El Notario se pensó algo entrar pero un ligero
empujón de Jean Baptiste terminó por decidirlo.
Abajo ya estaban Gallardo y De la Fuente más incómodos que
dos policías en las duchas de Alcatraz. De la Fuente miraba a un lado y otro,
como queriendo ver más de lo que se mostraba.
-¿A qué puñetas se dedicará esta fundación?
-No sé, pero el acrónimo es curioso.
De la Fuente pensó un segundo en el nombre: “Fundación
Universal para el Estudio de la Gracia y el Arte” o algo así.
-¿FUEGA?
-Fuega, fuego… La Ninja de los Peines...
-¡Ya estamos otra vez! ¿Cuántas veces vas a repetirme que
Antonia y La Ninja son la misma persona?
-No lo aseguro, sólo es una especulación.
-Esto lo que tiene pinta es de tapadera, quizá no
deberíamos haber venido. ¿Has dicho a alguien a dónde íbamos?
-Lo he dejado puesto en mi agenda, si nos pasa algo nos
encontrarán rápidamente.
Las puertas del ascensor se abrieron.
-¡Uy! Pero si está a la benemérita.
-Discúlpenla, ya saben cómo es.-dijo el Notario dejando
pasar primero a la dama. -Buenos días
señores.
El comisario y su antecesor se miraron atónitos.
-¿También están invitados?
-Me temo que sí.
El extraño trío tomó asiento frente a los policías
mientras las puertas del ascensor volvían a cerrarse. El silencio se hizo tras
el zumbido mecánico, nadie parecía querer decir nada.
Al cabo de unos minutos interminables Jean-Baptiste sacó
su móvil con la intención de whatsappear un rato, pero tuvo que
guardarlo porque no había cobertura. Este hecho hizo que los dos policías
comprobaran su incomunicación telefónica y empezaran a mostrar cierta
inquietud.
-Es raro esto. Ustedes que son policías, ¿sabíais que
habían reformado esta casa?
-Nosotros no vigilamos las obras, señora.
-Bueno, él no, pero usted, ¿no está jubilado?
El Notario pegó un significativo codazo a la Peligro que
ya no volvió a abrir la boca.
Al cabo de un rato se volvieron a abrir las puertas del
ascensor. Dentro de la cabina, Pepo el informático.
José Buendía, un joven gordo, desgreñado y un poco sucio.
El clásico friki apasionado de la ciencia ficción, las novelas de fantasía y
magia y los chismes con botones.
No sólo era pasión, el chaval era realmente bueno. Había inventado
un pequeño software que interesó a la compañía Apple, una pijotada de las que
gustaba a Steve Jobs. Por su patente Pep obtuvo ingresos suficientes para
retirarse, pero la cabra tira al monte, y aún continuaba trabajando en el
Parque Tecnológico mientras colaboraba de vez en cuando con Gallardo en algunas
investigaciones cuando se precisaban conocimientos de tecnología.
-¡Hombre, el que
faltaba!-Gruñó Gallardo.
-¡Amigo Pepo, tu también pog aquí!-El francés se levantó
para saludarlo.
El gordo en cambio se quedó bloqueado en el dintel del
ascensor, dudando si seguir adelante o rezar para que le teletransportaran a
algún planeta lejano.
Allí estaban Gallardo, un poco cabrón aunque correcto, y Jean-Baptiste,
el ligón del Ok-Corral. No podía
soportarlo. Quizá porque le recordaba constantemente que hubiera podido tener
otra juventud más divertida de la que tenía, ¿envidia? El francés en cambio siempre
aparecía amigable, como si no percibiera su animadversión.
···
Se miraron. De la Fuente tomó la palabra.-Creemos que sí.
Una puerta, al otro lado del ascensor se abrió y una
espléndida y relajada Antonia López asomó concentrando las miradas de los
visitantes.
-Disculpad la tardanza, quería que entrarais todos a la
vez pero, aunque falta uno, creo que ya podemos empezar. Si no os importa…- Se
echó a un lado dejando la puerta libre e hizo un gesto de invitación.
Con timidez se fueron levantando uno a uno sin dejar de interrogarse
con la mirada. En el interior de la sala había una mesa ovalara para reuniones con
diez sillas en uno de los lados, lo que dejaba gran parte de la sala despejada.
Las paredes, el techo y el piso eran negros con una discreta iluminación de
procedencia desconocida. El escaso mobiliario parecía flotar en la nada.
-“Coño, qué triste, si parece el tanatorio”- susurró La
Peligro al oído del Notario.
-“¡Shhh!… Calla mujer, que le quitas solemnidad a la
cosa.”
-Tomad asiento donde queráis, empezaremos en un segundo.
-¿Quién falta, Paco el Camboyano?- preguntó Gallardo.
-¿Paco?- Antonia sonrió.-Ya lo veréis, por supuesto que
está en este asunto, no podría ser de otra forma. No, el que falta es un amigo
tuyo, te alegrará verle.
Gallardo se sentó preguntándose quién podía ser, no tenía
muchos amigos por ahí.
Cuando todos habían tomado asiento, Antonia empezó a
hablar pausadamente, casi en un susurro, sus oyentes tuvieron que inclinarse
sobre la mesa para escuchar mejor.
-Hace poco menos de un año, cuando nos fuimos a La
Restinga, en las Islas Canarias, Paco y yo éramos otras personas. Personas…
insignificantes.
-Bueno, mujer, tampoco es para tanto.
-Gracias, Peligro, pero creo que estoy siendo muy
condescendiente, en aquella época hubiera dicho que éramos unos mierdas.
Los asistentes se removieron incómodos.
-En la isla de El Hierro fuimos víctimas de un accidente
tremendo: Nos cayó encima un bólido proveniente del nuevo volcán que se está
formando en su costa.
“De alguna forma inexplicable para mí, tanto Paco, como
yo, como el coche que habíamos alquilado, nos vimos envueltos en una especie de
vórtice termal que unió nuestras naturalezas. Cuando fui consciente de nuevo,
ya no era yo, era una criatura nueva, extraña y poderosa. Decidí llamarla La
Ninja de los Peines, curiosamente el mismo nombre que le puso la prensa cuando
el asunto de Johnny el Penumbra.
Gallardo miró a De la Fuente con una sonrisa de
satisfacción.
-¿Y qué pasó con Paco?- Interrumpió Jean-Baptiste.
-¿Y con el coche?-Se interesó Pepo.
-Todos formábamos parte de la misma entidad. De hecho, yo
podía “hablar” con Paco y el conmigo, estábamos dentro de ella, como dos
personalidades en un mismo cuerpo.
-¡Un trastorno bipolás!- Apuntilló La Peligro.
-No exactamente, ambos estábamos a la vez pero no
confundíamos nuestras personas. Por un lado estaba yo, Paco y, bajo nuestra
dirección, el cuerpo de La Ninja.
-La Ninja es algo así como un exoesqueleto.- Acertó a
decir Pepo con entusiasmo infantil.
-Algo así.-
Antonia sonrió. Parecía dar la razón para no meterse en interminables
explicaciones.
-Entonces, fuiste tú quien acabó con Johnny el Penumbra y
con Ebirah, el monstruo de Fukushima.
-No. Fue La Ninja de los Peines. Yo soy una persona
normal.
-Bueno, mujer, normal, lo que se dice normal...- La
Peligro buscaba apoyo a sus palabras entre los asistentes.
-La normalidad
no existe.- Aclaró De la Fuente.-¿No crees, Miguel?
La travelo le miró defraudada y dolida, sólo su madre
continuaba llamándole Miguel.
-El caso es que La Ninja tiene poderes extraordinarios y
Paco y yo podemos “llamarla” y hacer que aparezca cuando la situación lo
requiere.
-¿Y cómo lo hacéis?
-Nos transformamos.
-¿Los dos?
-Bueno, hay un pequeño problema. Sobre este universo sólo
podemos estar uno de los tres: Paco, La Ninja o yo.
-¿Este universo?- Preguntó el Notario, que no había
abierto la boca hasta entonces.
-En la teoría física sobre universos paralelos o teoría M no existe uno sino infinitos
universos que ocupan cada uno un espacio tridimensional o brana
paralela.- Aclaró Pepo casi de forma automática. Lo podría haber explicado en kilngong,
pero no quiso epatar.
-Si quieres, un día podremos hablar de ello, José.-La
mirada de Antonia transmitía afabilidad.
-El caso es que algunas veces está Antonia, otras Paco y
en caso necesario, La Ninja.
-Hija, que lío.
-Bueno, eso es muy interesante.-De la Fuente no parecía
demasiado convencido.-¿Pero es cierto?
Antonia se levantó de su silla y se situó en el centro
del espacio vacío al otro extremo de la habitación. Miró fijamente al jubilado
y sonrió mientras se ponía en posición firme.
-Observad.
Un tenue fulgor empezó a rodearla recubriéndola de pequeñas
llamas. Los asistentes sintieron el calor en sus rostros pero no se alertaron, tranquilizados
quizá por la actitud de Antonia que era de absoluta normalidad. Cuando las
llamas cesaron la folklórica había desaparecido. En su lugar había una mujer de
unos dos metros de alto y cuerpo espectacular recubierto de una fina malla. En
los pocos sitios donde se veía su piel, esta era de color cárdeno. Unas gafas
de un solo cristal corrido cubrían sus ojos. El pelo negro recogido con
peinecillos del mismo color, como su vestimenta, sus uñas y sus labios.
-La verdad es que por las gafas podías haberte puesto La
Ninja de la Puebla.
-Nunca supe distinguirlas.- contestó una voz gutural,
cavernosa, casi viril que retumbó en las paredes.
Gallardo estaba boquiabierto, De la Fuente en cambio
parecía no haber presenciado ningún prodigio y preguntó con absoluta
tranquilidad.
-¿Por qué?
-Según la teoría M, hay diez dimensiones espaciales y una
temporal que…
-Pepo.- le interrumpió la voz de la criatura.-Creo que
esa pregunta era para mí.
-Perdón…
Todos se quedaron mirando a La Ninja a la espera de una
explicación.
-La verdad es que no tengo ni idea. Algunas veces escucho
una voz que me indica que haga o diga algo, pero no me da explicaciones, como
si confiara en nuestro propio criterio y sólo interviniera en casos extremos.
-Y qué te dice tu criterio.- preguntó Gallardo que
parecía recomponer el tipo.
-Me dice que algo malo se está gestando y que tenemos que
evitarlo.
-¿Algo malo?
-Sí, Notario, algo muy malo. Aquello que me ha dado esta
capacidad parece conjurado contra ese mal, yo, en cierto modo, soy un peón en
sus manos.
-Pero tienes libertad.
-Sí, la tengo, porque probablemente mis intenciones
coincidan con los de la entidad de la que hablamos. La verdad es que es una
situación incómoda.
Gallardo había asimilado toda la información hasta
hacerla formar parte de “la normalidad”, ahora actuaba como un auténtico policía.
-¿Y qué pintamos nosotros aquí?
-Creo que La Ninja os necesita.
-¿A nosotgos?- Jean-Baptiste miraba al personal que le
rodeaba.
-Necesita apoyo en muchos ámbitos, sus poderes están sólo
donde está ella, necesita controlar más cosas, saber lo que pasa en otros
sitios, obtener información.
-Y para eso, qué mejor que unos buenos amigos.- La
Peligro se vio de pronto como una espía rusa, gorda, pero rusa, robando planos
en unas instalaciones de la NATO.
-Creemos que sí. La voz no se ha pronunciado, lo que
indica que no estamos equivocados.
Unos golpecitos en la puerta la interrumpió.
-Adelante.
-El invitado que quedaba.
-Gracias Fernanda, déjele entrar.
La puerta se abrió y un joven japonés, de unos
veintitantos años, apareció quedando boquiabierto, su mirada fija en la figura
de La Ninja de los Peines.
-No te asustes amigo,- dijo Gallardo levantándose y
acercándose a él.-Ya te explicaremos.
El japonés hizo una leve reverencia y sonrió al
Comisario.
-Bienvenido.
-Gracias, muchas gracias. Prosigan, por favor, ardo en deseos.
-Aquí se arde con una mucha facilidad.- dijo De la
Fuente, saludando con la cabeza al recién llegado.-Encantado, mi nombre es Juan
Carlos de la Fuente, soy un amigo de Gallardo.
-Tetsu Watanabe, policía metropolitana de Tokio.
-Ya habrá tiempo para las presentaciones.- Atajó la rotunda
voz de La Ninja.- Prosigamos.
El japonés tomó asiento sin fijar la mirada en nadie en
concreto, intentando situarse de un vistazo.
-El caso es que ha surgido una manifestación de ese mal
que precisa de nuestra participación inmediata, así que tendremos que ponernos
en marcha rapidamente.
-Perdona, ¿qué te hace pensar que vamos a participar?-
Intervino Gallardo.
El resto de los comparecientes, a excepción del todavía
atónito Tetsu, lo miraron sorprendidos.
-¿¡Cómo no vamos a participar!?-Casi grita La Peligro.
-Míralo desde esta perspectiva, con la ayuda de La Ninja
podrás realmente hacer lo que te gusta hacer, coger a los malos y defender a
los buenos.- Aclaró De la Fuente.
-Qué bonito suena eso.- dijo el Notario con mucha sorna.
-Y tú,- intervino de nuevo De la Fuente.-¿No estabas
esperando la ocasión para deshacer el daño que hiciste?
El Notario guardó silencio y se echó hacia atrás.
-Pego, apagte de que pueda seg más o menos integesante,
yo no sé en qué puedo ayudag.
-Pues yo si.- dijo Pepo con la cabeza al dos mil por
cien.
-No debéis preocuparos, ahora hablaremos de la
manifestación que hemos detectado y veremos qué se puede hacer y en qué podemos
ayudar cada uno.
-Supongo que habla usted de un peligro importante.-Intervino
por fin Tetsu.
-Creo que es un peligro que no solo nos acecha a
nosotros, sino a todos los universos.
1 comentario:
A mí cada vez me gusta más.
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