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El
cielo estaba totalmente negro, quizá clareaba por el este pero bien podía ser
el reflejo de los indicadores del cuadro sobre la ventana del helicóptero
Chinook de las Reales Fuerzas Aéreas Marroquíes.
El
aparato, junto con otro gemelo, dejaba atrás las planicies áridas del Ugseimir,
en el sureste de Marruecos, y se adentraba en el mar de dunas de Azalaï, el
desierto de los espíritus.
Ninguno
de los ocho hombres que tripulaban las dos cabinas había abierto el pico desde que,
unas cuantas horas antes, presenciaran cómo cargaban los aparatos en el pequeño
aeródromo de Seluán, al norte, cerca de la frontera de Melilla.
Cuando
te presentas a piloto de combate estás dispuesto a perder la vida disparando
contra el enemigo, de eso no hay duda. Y si la hay, la instrucción militar
acaba con ella. Pero ver cómo cargan casi ciento veinte personas drogadas en tu
helicóptero y te envían hacia el sur sin más instrucciones, para eso, no hay
entrenamiento. Así que los militares permanecían en silencio, sin atreverse a
hablar.
Sólo
el piloto de uno de los aparatos, el teniente Makine Kettlum, parecía conocer el
rumbo que debían seguir y, cuando lo consideraba oportuno, daba orden de
corregirlo.
Aunque
poco hablador, Kettlum solía ser un buen compañero. Hasta aquella noche. Estaba
malhumorado y especialmente reservado. Tampoco a él le debía gustar la misión.
-¡Bueno,
qué, Makine, vas o no vas a decirnos a dónde llevamos a estos desgraciados!-
sonó la voz del otro piloto por el intercomunicador.-Estoy harto de seguir tu
cola.
-Te
he dicho que no lo sé.
-Entonces
qué te hace cambiar de rumbo, ¿a dónde vamos Makine?
El
piloto guardó silencio. Efectivamente, la luz del amanecer empezaba a brotar por el horizonte ondulado
del desierto manchándolo con una apretada e infinita gama de púrpuras. El frío
aire nocturno traspasaba el desnudo fuselaje colándose hasta al interior de los
aparatos lo cual hacía que algunos de los pasajeros empezaran a tiritar,
especialmente los niños. Los militares, mejor pertrechados, apenas si lo
notaban.
Kettlum
habló al cabo de un buen rato.
-
Faguibine.
-¿Qué…dónde
está eso?
-Creo
que se refiere al Lago. El Lago Faguibine, al noroeste de Mali.
-¿Nos
vamos a adentrar en territorio extranjero?
-Ya
estamos en territorio extranjero, sobrevolamos Mauritania.
-¡Mierda,
sí! ¿Por qué no nos han dicho nada?
-Es
una misión encubierta. No tenemos permiso para volar.
-Eso
ya lo sabía. Volamos muy bajo. Y además ningún país deja entrar aviación
militar en su espacio aéreo sin tener el control de misión. En este caso, parece
que sólo nos controlas tú.
-¡Yo
también sigo órdenes!-respondió enojado.-Y ya hemos hablado demasiado.-Cortó la
comunicación.
De
nuevo se hizo el silencio en las cabinas y en la radio. Sólo el ruido de los
rotores de proa y popa de los gigantescos Chinook rompía la calma del desierto
levantando pequeñas nubes de polvo que brillaban como constelaciones de finísimos
cristales a la luz tangente del amanecer.
“Réveillez-vous. Viennent à la fondation”
Jotabé
se revolvía con pesadez sobre un charco de sudor. En su sueño, un sueño típico
de jovenzuelo, las dulces voces de sus acompañantes, un par de chicas de origen
y raza indefinida, se mezclaban con una cálida voz familiar: “Réveillez-vous. Viennent à la fondation”. No era su intención despertarse desde luego, prefería seguir
disfrutando de su sueño. Hasta que una de las chicas le cogió la cara, le miró
a con los ojos inyectados en sangre y le gritó con una boca feroz: “Vous devez
réveiller maintenant!”. Y despertó dando un bote que le dejó sentado sobre las
sábanas húmedas.
-Merde!-
murmuró. Se sentía pesado, tenso, como abotagado.
Casi
dormido, se giró en la cama y apoyó los pies sobre el suelo. La habitación
estaba a oscuras, aunque podía ver las sombras de la silla, con su ropa mal
puesta, y la rendija, un poco más clara, de la puerta del baño. Se levantó y se
dirigió hacia él con la intención de echar una buena meada y mirar la hora, en
este orden. Tenía la sensación de que era más temprano de lo habitual y no
pensaba dejar ni un solo minuto de sueño sin consumir.
Sólo
fue dar el primer paso y tirar la silla.
-Merde!
Si
te levantas jodido, y eres francés, lo suyo es decir “merde”. Hasta que te
lavas la cara por lo menos.
Caminaba
con dificultad como otras veces en que se había levantado resacoso, pero hoy no
era el caso. El trabajo en la Pensión Erasmus no le dejaba casi tiempo. Quizá
tenía agujetas de estar tanto tiempo de pié, pero algo le molestaba y no sabía
qué.
Agarró
el pomo de la puerta, que le pareció demasiado pequeño, y la abrió. Su sombra
negra se vio reflejada en el espejo del lavabo a la tenue luz de la calle.
Levantó la tapa del váter, que parecía estar más baja de la cuenta, y empezó a
mear.
Mientras
recomponía el tono y se liberaba del ácido úrico se percató de que su “cosa”
también le parecía más pequeña de lo habitual.
Un
hombre puede despistarse sobre el tamaño del pomo de la puerta, sobre todo si
está jodido, pero nunca, nunca, olvida el tamaño de su cosa.
Alarmado,
cortó el chorro y, dándose un golpe en la espinilla contra la taza del váter,
se acercó gimiendo a la llave de la luz. La encendió y se miró. Aquello tenía el mismo tamaño de siempre.
-¡Uf…!
Qué pesadilla.- Se puso a mear de nuevo. -Entge el sueño de “Despiegta. Vé a la
fundasión” y esto…
Se
quedó mirando a la pared de azulejos cuando descubrió el vago reflejo de un
tipo corpulento que estaba justo detrás de él. Esto era nuevo. Se giró de
golpe, asustado. Allí estaba.
Jean-Baptiste,
tras un primer segundo de sorpresa que le hizo segregar toda la adrenalina del
mundo, quedó atónito contemplando su propia imagen.
-Mon
Dieu!
..
El
Jean-Baptiste Legrand del espejo no era el mismo que él esperaba. Era más alto,
estaba como hinchado, no, estaba musculoso, no demasiado, pero sí bastante más
de lo normal. Sus hombros eran grandes y su pecho prominente. Sus brazos eran
una sucesión de curvas hasta sus manos. Se las miró directamente. Eran más
grandes, más fuertes. Sus piernas eran también más largas y anchas, como sus
pies. Lo único que no había cambiado de tamaño era su cosa.
-“Dios
mío. Estoy hinchado, esto tiene que seg una geacción aléggica que hincha los
músculos. Algún mejunje que la bguja Maru ha pgobado conmigo.”
Decidido
a solventar el asunto de forma inmediata, se la guardó y se dirigió al
dormitorio para vestirse e ir a ver a la bruja.
-Esta
ves se va a entegag, estoy hagto de seg su conejillo de indias.
Intentó
ponerse los pantalones y cayó de bruces haciendo bastante ruido. Era imposible,
no le entraba ni el pié. La camiseta tuvo peor suerte y se rasgó cuando la
abrió para meter los brazos.
-Jodeg…
- Pensó rápido y entró de nuevo en el cuarto de baño para liarse en la toalla.
Le quedaba ridícula, pero le cubría lo suficiente como para moverse por la
pensión.
Salió
de su habitación y una irritante luz le deslumbró.
-¿Quién
cojones eres tú, qué haces ahí…?
-Soy
yo Magu, Jean-Baptiste.
-¡El
coño de mi prima! Si Jotabé es un esmirriao.
-Te
lo jugo, no me ves la caga…
-¿La
caga?- La linterna se aproximó cegándole.
-¡Dios
de mi vida!¿Qué te ha pasao? Si estas… pareces… es como si…
-No
te hagas la nueva, segugo que tu sabes pog qué estoy así.
La
luz del pasillo se encendió. Una de las estudiantes alquiladas estaba en la
puerta de su habitación envuelta en una bata.
-What's
up?
La
cabeza le iba a reventar y el calor casi no le dejaba respirar. Abrió los ojos
y tuvo que esperar un momento a que se adaptasen a la intensidad de la luz del
desierto. Se incorporó. Tenía la cara llena de arena seca, como su boca. No
pensaba con claridad, tenía recuerdos fragmentarios: la detención en la
frontera, la cola en la comisaría, un trapo tapándole la cara…
En
una de las hondonadas que formaban un grupo de dunas, más de cien cuerpos
permanecían inmóviles, excepto él. Miró a su alrededor. Sólo había arena, un
cielo azul que hería los ojos y un sol abrasador justo encima de la duna.
Empezó
a caminar como un borracho, intentando mantener el equilibrio mientras sufría
una dolorosa jaqueca. En uno de los extremos del grupo de cuerpos inertes había
un arcón de color ocre. Parecía militar. Se acercó a él y comprobó la tapa,
estaba abierta. Deslizó la cubierta y miró en su interior: había botellas de
agua, unas cajas que parecían de comida y un mapa con una cruz marcada en el
centro.
Poco
a poco empezó a entender su situación. Les habían abandonado en el desierto,
como hicieron con el hijo de Shahwan hacía diez años lo que significaba que habían
vuelto las deportaciones inhumanas. Dos años ahorrando para llegar a Europa se
habían esfumado en una noche.
Cogió
el mapa.
No
estaba lejos de casa, bueno, teniendo en cuenta que estaba en medio del
desierto, cerca y lejos eran en cualquier caso sinónimo de muerte.
Un gemido
le hizo volverse. Otro de los cuerpos empezaba a dar muestras de actividad, uno
a uno se estaban despertando. Miró de nuevo el arcón. Su mente se activó con
rapidez: No había suficiente agua ni comida para todos.
Sin
esperar un segundo, cogió cuatro botellas de agua, una caja de comida y el mapa
y corrió hacia la loma de arena más cercana para salir de aquella hondonada.
Subir una duna es un trabajo muy duro: los pies se entierran hasta casi la
rodilla, la arena donde están clavados se desliza hacia abajo arrastrándote con
ella. Cuando sacas una pierna para dar un paso, la otra se hunde un poco más y
la arena vuelve a deslizarse, de forma que de cada cuatro zancadas andas apenas
medio metro, y todo ello con un calor insoportable.
-¡Eh!-
Oyó gritar detrás.-¿Dónde… dónde estamos?
No
contestó. Continuaba peleándose con la duna como un poseso, subiendo poco a
poco. Una de las botellas se le escapó de las manos y bajó rodando hasta el
“campamento” pero él no hizo caso. Agarró las que le quedaban con más fuerza y
siguió luchando hasta que por fin llegó al espinazo de la montaña de arena y se
detuvo.
Una
mar amarillo y ocre le rodeaba por todas partes. No había ningún cambio
alrededor, todo era igual. Nada servía de punto de referencia. Estaba
absolutamente perdido.
...
-¿Cgees
que esta gopa me valdgá?
-Es
la única ropa de hombre que tengo, la conservo porque me trae recuerdos.
Jean-Baptiste
se llevó la ropa a la cara.
-Mon
Dieu! ¿A qué huele?
-Eso es lo que me trae recuerdos. Su
olor.
-¡Yo
no me pongo esto!
-Pues
bien. Baja con la toalla puesta, sal a la plaza, crúzala y llama a la puerta de
la casa de Antonia. Aún es temprano, sólo te verán los que van a trabajar, las
abuelas y sus nietos, los empleados de la limpieza…- La Maru, mientras decía
esto, ya estaba volviendo a plegar un viejísimo traje que, efectivamente, olía
a una mezcla de orines, sudor y algo rancio y mohoso de procedencia
desconocida.
-Está
bien… tgáela.
Sin
poder evitar la cara de asco, Jean-Baptiste se empezó a poner el traje que,
probablemente, llevaría doblado cuatro lustros. La bruja también tenía zapatos
de caballero, de charol negro. No le quedaban mal, quizá un poco pequeños, como
el traje, pero era aceptable.
-Bueno.
Me voy ya.
-¿No
vas a peinarte?
-¡Y
qué más da!
El
francés salió de la pensión hecho un fantoche. El traje, un príncipe de gales beige roto, unido a la camisa color verde muy
claro, le tiraba por todas partes. Sin embargo, salió a las ocho de la mañana a
una Alameda que empezaba a llenarse de gente sin mirar hacia ningún lado; la
cruzó hasta detenerse en el edificio de la Fundación de Antonia López y llamó
al timbre.
Varias
veces.
La
cara somnolienta de Fernanda se asomó por el visillo de la ventana de la última
planta y luego volvió a desaparecer sin que Jotabé se percatara. Una voz detrás
suyo le hizo volverse.
-¿Qué
te ha pasado, franchute?-Paco iba muy bien acompañado por una señorita rubia
platino con pinta de tocar la trompeta y otros instrumentos.
-¡Paco…!-Parecía
que había visto a su padre.
-Anda,
monada, otra noche seguimos.
-Cuando
tú quieras, chinito.
La
chica se fue caminando con un pié delante del otro, lo que hacía que moviera
sus caderas de forma ostensible. Paco se la quedó mirando mientras rebuscaba en
su bolsillo.
-¡En
fin…!- suspiró.-¿Y a ti que te ha pasado, te veo más… hecho?
-A
eso venía. Me he despegtado de golpe, con un extgaño sueño que me desía que
viniega aquí y, cuando me he visto en el espejo…
-Eso
es buena señal.
-¿Hinchagme
como un globo?
-No,
hacerte más fuerte. Eso indica que las voces ya os están ayudando.- Abrió por
fin la verja.-Anda, vamos para adentro, te buscaré una ropa decente.
-Espego
que sea de mi talla.
-Tenemos
ropas de todas las tallas, ya sabes que podemos cambiar de aspecto.
-Ah…
-¡Tasnim…
Allí veo a otro!- Uno de los jinetes se levantaba sobre las bridas mientras
miraba con unos prismáticos.
-¿Es
un hombre?
-¡Si…
joven y fuerte!
-Mandaré
a Yuba a por él, debe de haberse separado del grupo.
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