06.14: Kabilah


La confusión, lejos de disiparse se había acrecentado. Las palabras de Jumla incitando a tomar medidas drásticas para convertir Kabilah en una máquina de guerra que pudiera enfrentarse a inciertos enemigos se encontraron con el alegato del Gran Chaga en el que se mostraban las actuales, y para él suficientes, habilidades defensivas de los watupya.

Los watupya no sólo eran capaces de comunicarse entre ellos mediante gestos o sonidos comúnmente imperceptibles. También habían aprendido a comunicarse con la mayoría de especies animales.

Gran parte del mérito se encontraba en el laboratorio de mawasiliano y su directora, la chaga Nathari, que sonreía satisfecha tras la innovadora intervención de dos garzas en la sesión el Mlinzi Elimu.

Pero aquello no hizo dudar a Jumla y sus partidarios, para quien las “palabras” pronunciadas por aquellas dos aves no eran más que mensajes confusos, imprecisos, en los que no se identificaba bien a los actores de la escena descrita por la propia imposibilidad de los animales de hacerlo.

Las intervenciones se sucedían, unas a favor de Jumla, otras a favor de Jela, que había tomado el liderazgo contrario. Azana, en su palanquín junto al sillón del orador, mostraba claros indicios de cansancio y los naibu hacía tiempo que habían perdido el control de las intervenciones.

Ya nadie hablaba desde el sillón del orador, todos hablaban desde su lugar en la grada, a gritos, en múltiples discusiones entrecruzadas en un caótico rugido de amenazas, insultos y quejas.

La anciana intentaba en vano captar la atención de Jela y Jumla. Por fin decidió echar mano de los naibu. Uno de sus escoltas se acercó al más próximo y le indicó que Azana le reclamaba.

—¿Qué desea, consejera?—El naibu, un hombre de unos treinta años, parecía aturdido.

—Necesitaría que los chaga Jela y Jumla se acercaran aquí, creo que hay que reconducir esto o nos volveremos locos.

Haciendo suya la idea, el naibu mandó mensajes a dos de sus compañeros para que avisaran a los que lideraban la discusión. Les costó trabajo captar su atención pero al fin los dos chaga se encaminaron hacia el lugar donde les esperaba la consejera.

—[Venid aquí, no puedo chillar.]

Los dos consejeros, acompañados por el naibu, se aproximaron hasta quedar al alcance de su mano.

—¿Qué quieres?—La actitud de Jumla era de prepotencia, aquel desbarajuste parecía ser beneficioso para sus propuestas radicales.

—Hagamos una pausa.

—¿¡Cómo!?—Jumla casi gritó su pregunta.

—Hagamos una pausa. Comamos algo y pongámonos de acuerdo formando dos grupos, uno de tu parte.¬—Su pequeño y retorcido dedo señaló al líder de los Sujhaawetu.¬—Y el otro de la tuya.

—¿Y eso para qué?

—Para que podamos llegar a un acuerdo. Chillando todos a la vez no conseguiremos nada. De aquí debe salir nuestra estrategia para los próximos años y no podemos decidirla presos de la ira o el miedo. Hay que pensar.
   
—Yo estoy de acuerdo.—Dijo el naibu. Jumla fue a contradecirle pero la mirada del responsable del orden no dejó lugar a respuesta alguna. Se giró y empezó a hacer señales a sus homólogos. Los tamboriles atronaron el espacio ya saturado de gritos. Los naibu golpeaban con una furia que no estaba exenta de un cierto espíritu de castigo a la indisciplina. Cuando cesaron los tambores todo quedó en silencio.

—Se va a hacer una pausa.—La voz del naibu sonaba clara.¬—Les va a ser servida la cena en el comedor del palacio. La sesión se volverá a reunir a partir de la media noche. Hagan sus alianzas, establezcan sus estrategias y nombren a sus portavoces, sólo ellos podrán tomar la palabra.

Las puertas se abrieron ante las miradas de sorpresa de los mlinzi. La sesión había concluido.

Azana tomó de la mano a Jumla y Jela justo en el momento en que se iban a retirar.

—Nosotros vamos a hablar un momento, si me lo permitís.

Con la aprobación de mala gana del naibu, la sala quedó vacía a excepción de los tres chaga. Los soldados que servían de escolta a la anciana también fueron invitados a salir. Las puertas se cerraron, el silencio ocupó el lugar del fragor de la disputa.

—Di lo que tengas que decir, debo hacer lo que nos has propuesto y formar mi grupo.—La vanidad se escapó del rostro de Jumla.

—¿Crees que somos pacifistas?

—¿Quién, vosotros?—Jumla se puso a la defensiva—La verdad es que…

—Me refiero a los watupya.

Jumla apretó los labios. Podía ser una pregunta trampa. Si contestaba que sí, quedaría descalificado como líder de Kabilah por no representar el sentimiento común. Si contestaba que no, sin duda, estaría faltando a la toda verdad.

—¿Y bien?

—Yo creo que…

—No te he hecho esa pregunta a ti, Jela, es de Jumla de quien quiero escuchar la respuesta.

El líder de los partidarios de la guerra no era tonto. De hecho era un miembro del Mlinzi Elimu, un guardián del conocimiento. Había pasado por todas las etapas de formación posibles en Kabilah y había llegado a ser chaga, eso no se conseguía por otro medio que por el de poseer una inteligencia fuera de lo común.

—Digamos que no nos gusta el enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

Azana sonrió y se volvió hacia Jela.

—Crees que nuestra supervivencia está garantizada.

Jela sabía la respuesta. O creía saberla. Pero los pequeños ojillos de la anciana avisaban de que tenía que meditarla. A Jumla, el guerrero, le había preguntado sobre un aspecto del comportamiento de los watupya, pero a él le estaba preguntando otra cosa. Se podía referir a la especie, como ente biológico o a la cultura, como construcción humana. En cada caso la respuesta era diferente.

—A nivel biológico, si.—Dijo guardándose las cartas.

Azana descubrió su juego de inmediato.

—¿Tenemos nosotros, como seres conscientes, que ayudar a nuestra biología a conseguir su objetivo, o es irrelevante lo que hagamos?

Jela quería responder con prudencia, porque dependiendo de lo que dijera podría darle la razón a su adversario sin desearlo.

—Existen watupya en otros lugares, lejos de Kabilah y sus normas. Se desenvuelven ventajosamente entre los ukale. Por lo tanto, es irrelevante lo que hagamos para que nuestra especie se extienda y termine siendo la especie dominante.

Azana sonrió de nuevo y se volvió hacia Jumla.

—¿Estás de acuerdo con él?

El belicista congeló su rostro para ocultar lo que su mente empezaba a descubrir de las intenciones de aquella vieja zorra.

—No sólo se trata de la especie. También queremos [conquistar] mejorar el mundo con una nueva cultura. Es el mandato de tu padre.

—No sólo de él sino de todo el Tisukale.—Corrigió Azana.

—Decía Mwanga,—intervino Jela,—que no somos más que el vehículo biológico que transporta nuestros genes. Son ellos los que luchan modificándonos para ser más eficientes. Si aciertan, la mutación progresa, si no, la mutación se extingue.

—En sentido biológico podríamos concluir entonces que lo han conseguido. ¿No creéis?

—Es evidente.—Dijo Jela satisfecho.

—Pero no sólo estamos hablando de la supervivencia biológica, como dice Jumla.

El aludido miró con desconfianza a la anciana.

—Claro. [Tu tramas algo]—Se le escapó.

—Si la supervivencia biológica de nuestra especie está garantizada, como dirían Wavu y sus Damuyetu, ¿para qué luchar?

Los dos consejeros se miraron. Azana había citado a Wavu, probablemente el watupya más indolente y desprestigiado de todo el Mlinzi Elimu. A dónde quería ir.

Ahora no sólo Jumla, también Jela desconfiaba de ella.

—Esa pregunta es para los dos.

—Para defender nuestra civilización.—Dijeron casi al unísono.

—¿Es nuestra civilización fruto de nuestra genética?

Aquella pregunta era especialmente difícil. Era una vieja discusión que entretenía a los mlinzi desde hacía lustros: Qué parte del comportamiento se debe a la genética y cuál a la cultura.

Pero Azana no preguntaba aquello para iniciar un juego dialéctico. Ella quería una respuesta.

—Los textos hablan de que fueron los Tisukale los que nos enseñaron nuestra cultura. Ellos eran ukale, por lo tanto, no, no es nuestra cultura fruto de nuestra genética.

—Sin embargo,—Jumla parecía haber descubierto un argumento nuevo para apoyar su propuesta de cambio radical en Kabilah pero no estaba dispuesto a lanzarlo allí. Sólo tenía que tantear para ver la reacción que produciría en Jela y Azana.—Nosotros hemos mejorado esa cultura inicial gracias a nuestra organización y nuestra capacidad.

Los ojos de la anciana brillaron.

—Hemos mejorado a los Tisukale. Interesante. Herético pero interesante.

—¡No tenemos que defendernos a nosotros, sino a nuestra cultura!—Jela parecía haber encontrado la respuesta.

—En cualquier caso, debemos defender algo.—A Jumla eso le bastaba.

—Bien. Ya podéis retiraros a formar vuestros grupos.

No hay comentarios: