06.06: Wavu
Casi todas las mañanas la bruma del valle parecía esponjar hinchándose hasta cubrir el Palacio de los Mlinzi Elimu. Y como todas las mañanas, desde la pequeña ventana de su dormitorio, Jela desayunaba un cuenco de kahawa con trozos de miga de pan de mhindi mientras buscaba entre la niebla el retazo de color de algún claro.
El aire aquél día era frío y húmedo y hacía contraer los músculos del anciano mientras le despertaba. Oyó cómo un grupo de askari subía hacia la puerta Norte coreando “juu juu toka”, el mismo canto marcial que recordaba de su juventud. Era el relevo de la guardia de la noche. De momento, pensó, Kabilah estaba tranquila.
Un par de figuras se abrió paso entre la niebla de la escalinata subiendo también hacia la puerta Norte. Eran Ayubu y Matata. Los reconoció por su envergadura y su forma de caminar. Por su pesada carga significaba que partían como les había pedido el día anterior, y eso también significaba que todo marchaba como esperaba.
Dejó el tazón vacío en la pequeña mesita bajo el alféizar y cerró la ventana abrigándose con su grueso kaftán de lana.
Unos golpes sonaron en la otra habitación.
—¿Sichana?
—No, Gran Chaga, soy Wavu.
Jela se extrañó de aquella visita inesperada. Normalmente Wavu no salía de su casa antes de mediodía.
—Entra, está abierto.—Añadió innecesariamente. Como era costumbre, las dependencias del Gran Chaga siempre estaban abiertas. Si alguien había llegado hasta ellas es porque un sinnúmero de medidas de seguridad se lo habían permitido, incluida la buena de Sichana, siempre despierta.
Jela salió al encuentro del corpulento Wavu en la pequeña sala orillada de sillones que le separaba de la entrada. El líder de los Damuyetu parecía haber pasado una mala noche. Su rostro estaba cansado y sus pieles pesadas y húmedas, como si hubiese estado caminando entre la niebla durante horas. Jela comprobó con alivio que ninguna de sus madres le acompañaba.
—¿A qué debo esta visita? —Dijo sin mover un músculo de su rostro.
—Tu sirvienta me ha retenido en la puerta hasta ahora, hubiera entrado mucho antes.
—¿Ha ocurrido algo?
—No, pero va a ocurrir. Aza me ha aconsejado que viniera a verte antes.
—¿Has ido a ver a Aza? [¿Aza quería que me vieras?]—Se le escapó sin pensarlo.—¿Cómo anda la vieja consejera?
—Bien, teniendo en cuenta que son ciento tres años los que cumple en unos días. [Le gustaría verte]
—Tengo que visitarla un día de estos.—Jela hizo un ademán invitando a Wavu a tomar asiento.—¿Y qué es eso que va a suceder? [y no sabías si contarme]
—Vamos a convocar una reunión urgente del Mlinzi Elimu.
—Muy bien. ¿Para cuando quieres que la convoque? [Quién quiere convocarla]
—No, no me has entendido. La vamos a convocar nosotros, los Damu y los Sujhaa, [no necesitamos tu beneplácito] sumamos los votos suficientes. Queremos que sea esta misma tarde.
—Bien, pues decídselo al Secretario del Consejo y organizadla [por qué has venido a contármelo]
—Sólo quería que lo supieras antes, por lealtad al Gran Chaga.
De repente, el rostro de Wavu dejó escapar mil sentimientos. Fueron apenas unas décimas de segundo. Lo suficiente para que Jela pudiera leerlos y ponerlos en orden.
—¿De qué queréis que se hable?—Dijo como si no hubiera visto nada.
—Jumla tiene alguna pregunta que hacerte, pero me ha dicho que no te adelante nada [¡sí supiera que estoy hablando contigo!].
Jela tenía auténticas ganas de hablar, de decirle que nadie hace el camino desde su casa, en el fondo del valle, hasta allí arriba para decir algo como eso. Que se le notaba atemorizado. Peor aún, que se le veía el pánico en su cara de besugo. Que ocultaba un secreto. Uniendo piezas probablemente estaría bajo amenaza de Jumla porque Wavu no movería un dedo por convocar al Consejo. Pensando, a la velocidad de un joven de veinte años, Jela dedujo que los Sujhaawetu debían saber algo del hallazgo del objeto shetani, pero no todo, y querían obligarle a mostrarlo en asamblea para pedir más armas, más soldados, más vigilancia, quizá batidas por los alrededores para establecer un inútil perímetro de protección. Jela ya había pensado todo eso antes de que Wavu terminara su frase.
Aza sabía lo que hacía cuando envió al zoquete de Wavu a verle con una escusa tan tonta. Probablemente le diría: “Avisa a Jela, pero no le digas nada sobre la naturaleza de la reunión, así quedarás bien con él y con Jumla”. Aza era sabia, eso lo sabía todo Kabilah. Él también lo sabía, debía hacerle una visita de agradecimiento.
—Está bien, estáis en vuestro derecho. ¿Quieres una taza de kahawa?
—¡No por favor!—Dijo incómodo.—Llevo toda la noche en vela. Necesito descansar.
—Bueno, pues si no quieres nada más.—Dijo como si quisiera despedirle para continuar.—Por cierto, ya que estás aquí me gustaría enseñarte algo.
El rostro de Wavu volvió a restallar en sentimientos mal disimulados. Jela se dirigió a su despacho y desapareció tras la puerta. El visitante se quedó sin saber qué hacer, temiendo que el Gran Chaga le hiciera partícipe de ese hallazgo que le había anunciado Jumla cargándole con un conocimiento que tendría que compartir con su indeseado socio en el Consejo.
—Entra, no te quedes ahí.
Como el joven mbogo que bebe por primera vez en la charca, se acercó temeroso de lo que pudiera encontrar tras la puerta. Antes de que la tocara, Jela la abrió de golpe.
—¡Ah! Estás ahí.—Le entregó un papel.—Alguien me hizo llegar esto hace algunos días.
Jela se regodeó viendo como la cara del consejero iba mostrando una a una las palabras que leía.
—¿Qué demonios es esto? [Es mentira] [Lo puedo explicar] [No vayas a contárselo a nadie]
—Sabes cómo es el juego político. Me llegan muchos anónimos con informaciones más o menos comprometedoras de unos y otros. Me imagino que a ti también te llegarán. [No les hago caso nunca]
Wavu intentó contener su rostro.
—Haces bien. Yo tampoco prestaría demasiada atención.
—De todas formas, la mejor forma de acallar rumores es desmentirlos o confirmarlos.—Jela parecía estar pensando en otro asunto, algo rutinario, hablando como si el comentario fuera genérico, no estrictamente dirigido a él.
—Desmentirlos no sirve para nada, pero ¿Confirmarlos?—Wavu estaba intrigado.—¿De qué sirve confirmarlos?
Jela se encogió de hombros mientras preparaba algunas cosas sobre su mesa. Wavu aprovechaba su distracción para rebuscar con los ojos por todo el despacho. Nada parecía fuera de sitio, ni tenía aspecto extraño o estranjero.
—Es mucho mejor que desmentirlo. Un rumor es válido mientras es un rumor. Si se desmiente sirve de bien poco y los cotilleos continúan como el primer día. En cambio, si se confirma, ya no es un rumor sino una noticia. Una noticia de la que tú eres el autor y propietario, por lo tanto, puedes reconducirla hacia el lugar que te interese. ¿No te enseñó eso tu chaga?
—¡Yo no podría confirmar esto! [Los Damuyetu me arrojarían montaña abajo].
—¿Por qué?—Jela continuaba trasteando en sus cajones. Sabía que debía aparentar desinterés por la conversación para conseguir la máxima efectividad.—Tu grupo cree en la supremacía de los genes, pero no de los genes de ningún watupya en concreto, ni siquiera los tuyos. Así que qué más da de quien son los genes si lo que importa es que cada vez haya más watupya en el Mundo.
—¿Se puede ver así?
—En el fondo no es más que un ejercicio de generosidad para con la especie.
—¿Tú crees?
Jela levantó la mirada. Ahora, una vez guardadas las ideas en la caja de aquella cabezota gorda de ojos saltones debía echar la llave.
—Todos en Kabilah lo ven así.
Wavu se despidió con mucho mejor humor del que traía cuando llegó al palacio de los Mlinzi Elimu. No fue a dormir, ya lo haría por la tarde. Durante la mañana desarrolló una actividad frenética. Reunió a su grupo en el Consejo, los Damuyetu, los defensores de la sangre, y convirtió el rumor en noticia.
Y a medio día, uno de los askari de la casa de Jumla se presentó en la planta de arriba solicitando hablar con el chaga.
—¿Qué deseas soldado?
—No sé si sabe la noticia, pensé que le interesaría. Anda volando por toda la ciudad.
—¿Qué noticia?
—Wavu de los Damuyetu ha reconocido que es estéril y que el centenar de hijos de los que alardeaba ser el padre en realidad no son suyos sino de amigos y voluntarios a los que pagaba para que guardasen silencio.
El rostro de Jumla enrojeció, el askari percibió mil improperios en un instante.
—[¡Maldito Jela!]—De un manotazo tiró una preciosa talla de cerámica de un imponente guerrero ukele que se hizo añicos contra el suelo.
Un silencio que siguió al estruendo obligó a hablar al muchacho.
—¿Desea que me retire?
—Sí. Pero también que hagas llegar este mensaje a los Sujhaawetu: "Queda anulada la reunión del Mlinzi Elimu de esta tarde. En su lugar nos reuniremos aquí, en mi casa. Sólo nosotros." [Corre]
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