Los restos de gallina asada, ensalada de kiwano, dátiles con miel, queso de mbuzi y cerveza de mhindi esparcidos sobre la enorme mesa del comedor eran memoria muda de una cena abundante y bien aprovechada.
La gran barriga del chaga Wavu parecía ahora mucho más grande empotrada sobre el borde del tablero. Y no solo lo parecía, es posible que realmente lo fuera. Wavu había comido casi sin respirar, al contrario que las dos madres que le acompañaban y que apenas si habían probado bocado.
Frene a ellos, Jumla, el anfitrión, tampoco se había prodigado en la ingesta habiéndose limitado a observar cómo las manos de su compañero en el Mlinzi Elimu volaban a las cuatro esquinas del banquete sin descanso.
—¿Quieres que salgamos afuera a tomar kahawa?
—Hace un poco de frío.—Giró con dificultad la cabeza hacia su madre más cercana.—¿No crees cariño?
—Si nos lo pudieras evitar, te lo agradeceríamos.
—De todas formas.—Dijo Jumla levantándose.—Será mejor que tú y yo salgamos mientras limpian todo esto. Vosotras podéis pasar a la planta de abajo, decidle a los muchachos que os canten alguna canción.
Aquella idea pareció gustar a las dos mujeres que, tras una mirada de complicidad, asintieron y se levantaron con intención de bajar las escaleras.
—¿Vais a dejar a vuestro hombre a solas?—Dijo Wavu con su más convincente victimismo.
Una de las madres, una joven watupya de apenas veinte años, tomó a la otra por el brazo.—No hagas caso de Wavu. Es un bromista.—Y la acompañó escaleras abajo.
El chaga suspiró y empezó a tomar posición para levantar su enorme cuerpo del confortable sillón en el que había reposado durante la comida.
Wavu era grande, aunque no tan alto como Jumla. Si uno era gordo y redondo como un baobab, el otro era fuerte y fibroso como una acacia. Si uno miraba con ojos bovinos el otro parecía estar siempre acechando a su presa. Pero tratándose de dos chaga del Consejo, lo que se veía podía no tener nada que ver con lo que se contenía.
—[Esto no se hace con los invitados]—Expresó con su rostro.
—No protestes. Necesitas mover esos kilos al menos unos metros para que tu tripa se desenrede y pueda dejar paso a todo lo que te has tragado.
La casa del chaga Jumla estaba situada en la ladera suroeste de la montaña casi a la misma altura que el Palacio de los Mlinzi Elimu aunque más al oeste. Era grande, comparada con la mayoría de las casas de la ciudad, y constaba con una guarnición permanente de askari cosa habitual en las casas de los miembros del Consejo.
Los soldados se alojaban en la planta de abajo, no en un edificio anexo como era costumbre. A Jumla le gustaba el trato con la tropa. Un gusto que arrastraba desde su etapa de abu, cuando dedicó todos sus esfuerzos al estamento militar y no eran pocos los askari que le veneraban como un estratega sin igual.
Cuando las madres aparecieron en el pequeño salón de la planta baja los muchachos se levantaron como pulsados por un rayo.
—Señoras, ¿ocurre algo?
—No, sólo veníamos a escuchar alguna canción.
—[Lo ha dicho Jumla]
—Estábamos jugando al sataranji, si quieren pueden unirse a uno de los grupos.
—Yo no sé jugar—Dijo la madre ukale, una chicha que apenas si habría cumplido los catorce pero que estaba a punto de parir, dadas las proporciones de su barriga.
—Jugaremos las dos con ese mozalbete [no me negarás que te gusta]
La joven asintió sin haber comprendido en absoluto lo que su compañera le había dicho con el rostro. El joven al que se referían en cambio se sonrojó mientras les hacía un hueco junto a él.
—Bien. ¿Quién iba?
La terraza de la planta superior se erigía sobre la niebla baja de la ciudad, visible sólo en las manchas de luz que acompañaban a algunos transeúntes esporádicos. Sobre ella, un cielo limpio, cuajado de estrellas, despejado como si no existiese atmósfera. Tan era así que el calor se escaba de la tierra como absorbido por la oscuridad de la noche haciendo que la temperatura descendiera de forma constante desde la puesta del sol.
—[¿No te importará que tus madres compartan un rato con MIS askari?]—Jumla acentuó el posesivo inconscientemente. Wavu no pareció notarlo.
—[Me da igual, ya están preñadas]
—¿Cuántos hijos tienes ya?
—Hace una semana nació mi número cien.
—¿Viven todos?
—No lo sé. [No es asunto mío] Sus madres sabrán.—El chaga se estremeció.—¡Hace frío!
—No digas tonterías. Este aire estimula.
—La cena ha estado estupenda, pero creo que ya ha llegado el momento de que me digas qué es lo que quieres de mi [sé que no haces nada si no es a cambio de algo].
Jumla tomó asiento en uno de los sillones e invitó a su compañero a que le imitara. Un muchacho, probablemente un alumno de uno de sus pupilos, se acercó con una bandeja con todo lo necesario para tomar un reconfortante kahawa.
—Gracias. Tráele al chaga algo para que no pase frío y retírate, es tarde y mañana tendrás que estudiar.
El muchacho asintió con una sonrisa de agradecimiento y volvió a entrar en la casa. Jumla miró a Wavu con intención de empezar una conversación pero le sorprendió mirando con aprensión la figura del joven alejándose.
—[Siempre está rodeado de jovencitos]—Pensó devolviéndole la mirada.
—[Sabes que aborrezco a los shoga]
—[Eso podría no ser más que un síntoma]
Jumla retiró la mirada para evitarse tener que leerle el rostro. En el cenit una estrella fugaz cruzó el cielo.
—¿No sabes ocultar tus sentimientos?—Dijo al fin.
—No quiero. Es nuestra naturaleza, ya sabes lo que pienso de enseñar a nuestros hijos trucos para que acallen su rostro.
—Viva la sinceridad.—Su voz estaba cargada de sarcasmo.
—O muera la mentira.
—Hablando de sinceridad.—Continuó sin apartar la vista de las estrellas.—¿Qué te ha parecido la reunión de hoy del Consejo?
—Cansina. Este Jela cada vez es más oscuro. ¿A qué venía esa prisa en que Dakátar presente resultados? Llevamos años en que los maabara nos sorprenden muy de cuando en cuando. ¿Por qué ahora?
—Ha sucedido algo.—De nuevo seguro de sí mismo, concentró su mirada en el rostro de su compañero para ver su reacción. No hubo ninguna. “El hombre sincero sabe también usar sus trucos”, pensó sin dejar que se le notara.
—¿A qué te refieres?
—Hace un par de días llegó un comerciante a la ciudad, uno de los nuestros. Acarreaba un gran bulto envuelto en una jarapa. Los soldados del puesto Norte le preguntaron por él.—Volvió a mirar a las estrellas.
—¿Y?
—No quiso mostrarlo, dijo que sólo lo haría ante el Gran Chaga, pero los chicos pudieron notar cómo el miedo le atenazaba.
—¿No es obligatorio inspeccionar todo lo que entra o sale de Kabilah?
—Tenía un salvoconducto de Jela.
—[Jela el oscuro]—Jumla pareció no ver el comentario.
—¿Crees que está relacionado con su insistencia en pedir avances técnicos?
—Sí. [Estoy completamente seguro]
El muchacho volvió a aparecer con una jarapa de lana en sus manos. Wavu le indicó que la dejara a su lado pero no hizo ademán de ponérsela. Cuando el chico se había perdido de vista volvió a hablar.
—¿Por qué? [Sabes algo, dímelo ya]
Jumla sonrió.
—Cuando terminamos la reunión esta tarde me puse en contacto con uno de los soldados que estaban de guardia el día en que llegó el misterioso bulto y conseguí que me facilitara su dirección.
Wavu ni siquiera se molestó en insistir, sabía que Jumla quería contarlo y sólo tuvo que dejar que se regodeara en la intriga.
—Le hice llamar.—Dijo por fin sin ocultar un cierto orgullo de su poder.—Poco antes de que vinieras ha estado aquí.
—¿Y ha contado algo? [Lo dudo, Jela tiene bien atados a los suyos]
Jumla se rascó en un bolsillo de su caftán, sacó un pequeño objeto y se lo ofreció. Wavu alargó la mano y lo acercó a la luz que provenía del interior de la casa.
Era ovalado, del tamaño de su dedo pulgar. Estaba hecho de un material ligero color gris mate. Un pequeño abultamiento en uno de sus extremos dejaba entrever lo que parecía una esfera de vidrio perfectamente pulida y al otro un agujero del que sobresalían unos filamentos de colores.
—Un colgante muy bonito.—Dijo devolviéndoselo colgando de los filamentos.
—Esto no es un colgante [gordo ignorante].
—¿Ahora quién no es capaz de ocultar sus pensamientos?—Echó mano de la jarapa y empezó a desdoblarla para echársela encima.—¡Claro que sé que no es un colgante!
—Pero ¿sabes qué es?
—No. Ni me interesa, seguramente algún trasto antiguo.—Sacudió la mano con desprecio.
—¿Te parece antiguo esto?—Dijo mostrándolo a la luz.—A mi me parece recién hecho.
—Amigo Jumla. Aquellos de nuestros jóvenes que deciden servir a Kabilah como comerciantes disfrutan engañando a la gente, no sólo a los ukale. ¿De veras crees que es un objeto nuevo?
—No tengo la menor duda.
—¿Y quién lo ha fabricado?—Wavu se estaba desesperando.—Nosotros no, desde luego. Eso parece plástico, algo que conocemos sólo de los restos antiguos.
—No, no es nuestro. Ni ukale. [Es shetani]
—¡Oh!—Hizo un ademán tan exagerado que la jarapa se deslizó hasta el suelo.—¡Gran Tisukale! ¿¡Shetani!? [Estás paranoico]
—¿Por qué no?—Jumla se levantó y empezó a gesticular con cierta teatralidad, como si estuviese hablando ante el Consejo.—Piénsalo. Llega un comerciante con algo que no quiere enseñar a nadie nada más que a Jela, el oscuro Jela como tú mismo lo has calificado. Inmediatamente convoca al Mlinzi Elimu para preguntar a Dakátar sobre cómo van un montón de proyectos de investigación y construcción de los que no se había preocupado en años. ¿Qué puede ser si no?
—Pero, [¿tú sabes lo que estás diciendo?] los shetani son una leyenda.
—[Estás loco] ¿Cómo que una leyenda?
—Naturalmente. Es un cuento para asustar a los niños. ¿No te lo dijo tu maestro cuando te preparabas para chaga, o es que sólo os dedicasteis a planificar batallas?
El rostro de Jumla estaba petrificado. Su boca, sin palabras.
—Siempre debe haber un mal terrible contra el que hay que luchar y prepararse. Para tenernos a todos juntos dispuestos a seguir a nuestro líder, algo que [sinceramente] resulta innecesario porque nosotros los watupya somos superiores ge-ne-ti-ca-men-te.—Remarcó muy bien la última palabra y con ello hizo reaccionar a su oponente.
—¡Acabáramos!—Se giró hacia las estrellas y les habló como si pudieran entenderle.—Se me olvidó que estamos ante el líder de los Damuyetu y que para ellos no hay nada de qué preocuparse, los genes los resuelven todo.
—Eso es lo que creemos.
—Está bien. [Reconduzcamos esta discusión] Y si, por si acaso, convocáramos una reunión del Consejo para interrogar a Jela. Entre tu grupo y el mío somos suficientes.
—Eso sería como si convocáramos una reunión para preguntar si el sol es un dios. ¿¡ Cómo vas a pedirle a los Damuyetu que nos preocupemos por tamaña tontería ¡?
—Y si [la gente supiera tu secreto].
—Yo no tengo secretos.
—Entonces ¿por qué has petrificado tu rostro?
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