06.03: Ayubu
El rostro de Jela cambió de repente. —[Ven, mira esto.]—Sabía que el Gran Chaga era capaz de mostrar el estado de ánimo que le viniera en gana pero Ayubu quiso creer que aquél era el auténtico.
En un pequeño despacho junto a su dormitorio, rodeado de decenas de legajos antiguos se encontraba un amasijo de aspecto metálico ocupando casi todo el piso.
—¡Tisukale! ¿Qué demonios es esto?
El chaga se hizo a un lado para que pudiera examinarlo con mayor detenimiento.
Ayubu pudo distinguir un ala, la cola, casi intacta, algunos dispositivos de propósito desconocido y un depósito para fluidos. Mientras se agachaba, el chaga volvió a hablar.
—Lo trajo hace un par de días un mercader que acababa de llegar del Este. Se lo vendieron en un pequeño poblado cerca de la costa. Los que lo habían encontrado dijeron que llegó volando desde el mar, dando tumbos, como perdido, hasta que finalmente cayó a poca distancia de ellos.
—¿Es lo que parece que es?
—Creo que sí.
Ayubu miró consternado al Gran Chaga. Su rostro mostraba todo el terror que podía albergar.
—[Tranquilízate] Es posible que estuviese averiado o fuera de control, no podemos saber cuánto tiempo estuvo volando.
—En cualquier caso no debe ser demasiado, este depósito parece para el combustible y no creo que dé para mucho.
El rostro de Jela se mostraba impenetrable cuando sentenció.
—Estoy contigo. Creo que ya han llegado.
Ayubu comprendió que debían hacer algo y que esa misión de la que la había hablado Jela debía estar relacionada con aquel hallazgo. Lo que acababa de interpretar como un castigo se convertía de repente en una oportunidad. Y en una tremenda responsabilidad.
Jela, por su parte, sabía que él era un hombre de acción dotado de una gran inteligencia y que su pupilo Matata necesitaba de grandes desafíos para poder desplegar todo su potencial y esa era una misión perfecta para ambos.
Evidentemente no tuvieron que abrir la boca para intercambiar aquellas impresiones.
—¿Cuál es tu plan?—Dijo el babu incorporándose.
Jela rodeó los restos y tomó asiento para consultar un mapa que había sobre su escritorio.
—Iréis hacia el Este, hasta el poblado donde el mercader compró este... [avión teledirigido]… artefacto y luego hasta el mar. Indagaréis por el camino todo lo que podáis sobre su procedencia. Luego volveréis para contármelo a mí y, si conviene, al Consejo.
Su nombre real se le había escapado en un descuido. Palabras que hablaban de conocimientos reservados a los Guardianes del Saber, pero Ayubu estaba mirando el mapa y no pudo “oírlas”. Lo que si oyó era que él y su joven pupilo iban a saber cosas que quizá no llegasen a los oídos de esos Mlinzi Elimu, lo que no dejaba de ser una inquietante paradoja.
—¿Cuándo partimos?—Preguntó mirando hacia abajo sin atreverse a mostrar la expresión de sospecha de su rostro.
—Mañana al amanecer. Iréis en punda, como dos mecaderes ukale. Llevaréis algunas baratijas y compraréis algunas cosas para no llamar la atención. Ni que decir tiene que no podéis mostrar vuestra condición de watupya en ningún momento.
—¿El Consejo sabe lo de esta misión?—Se atrevió a preguntar.
—[No]—Respondió en silencio.—El Consejo será informado a vuestro regreso.
—Matata debe de estar a punto de llegar.—Dijo para sacudirse la zozobra.—Ha ido a recoger a su hermana al poblado Makao.
—Lo sé. Al parecer marchó en un pundamilia. Una forma como otra cualquiera de llamar la atención. Es algo que no os podéis permitir de ahora en adelante.
—Hablaré con él.
—No es tiempo de reproches. Matata responde mejor a estímulos positivos. [¿Podrás controlarle?]
—Si. [Creo que sí]
Jela volvió a mostrar su rostro más frío. Pocos watupya podían decir tanto con tan poco. Ayubu entendió que la reunión se había acabado y esperó a que el chaga saliera del despacho para seguirle. En la puerta de sus dependencias se despidieron sin palabras.
El resto del camino hasta la salida del palacio lo hizo en solitario. Cuando salió al aire libre tomó una gran bocanada de aire como si acabara de salir de una inmersión demasiado prolongada. El sol ya tocaba las capas altas de la niebla del valle tiñéndola de naranja.
Debía hacer los preparativos, obtener las monturas, la mercadería ukale que les serviría para engañar a los que se fueran encontrando por el camino e informar al muchacho para que estuviera preparado de madrugada. Decidió dejar las preocupaciones sobre la relación entre el Gran Chaga y el Consejo para más adelante.
Girando a la izquierda empezó a subir la escalinata que llevaba hacia la puerta norte de la ciudad, la que atravesaba la montaña que separaba el valle frondoso de la seca sabana.
La escalera seguía las irregularidades de la empinada pared rocosa dejando abajo las cúpulas del palacio de los Mlinzi Elimu. Sólo se cruzó con un par de muchachos soldado que purgaban algún castigo corriendo sin respiro escaleras arriba con todo el equipo.
Por fin llegó a la puerta. Entró en las entrañas de la montaña, pasó junto a la galería del teleférico y saludó a dos mtetezi que se irguieron sorprendidos. Debían estar haciendo algo prohibido porque sus rostros eran la viva imagen de la culpa.
—¿Han llegado Matata y su hermana?
—No babu. Nuestros vigías informan que lo harán un poco después de caer la noche.
—Está bien. Cuando llegue le decís que vaya a mi casa, que no se entretenga.
—[Algo pasa]—Se atrevió a pensar uno de los guardias.
Ayubu se sorprendió dándose la vuelta para ocultar una respuesta involuntaria a aquella duda.
Mientras bajaba la escalinata una frase del chaga resonaba en su mente: “Debéis ocultar vuestra condición de watupya”. No podía comportarse como lo acababa de hacer allá arriba, era un proceder indigno de un babu. Debía ocultar sus emociones.
Controlar la expresión facial era un asunto innecesario ante la mayoría de los ukale, incapaces de leer las emociones; pero un cierto número de ellos sí que podía notar el uso del lenguaje facial aún sin comprenderlo. Sin contar con aquellos watupya que habían decidido vivir entre los ukale renegando de su propia especie; esos detectaban a un igual inmediatamente a menos que éstos supiesen controlar férreamente su rostro.
Intentó recordar las enseñanzas que había recibido en su época de estudiante para dominar este fino y difícil arte. Le vinieron a la memoria los trucos que se pasaban los alumnos para conseguirlo y recordó que Matata no recibiría esa formación hasta bien pasados los veinticuatro, si es que lograba superar todas las pruebas hasta entonces. Una llama de pánico intentó abrirse paso en su pecho. Tendría que darle al muchacho un “curso acelerado” de trucos para minimizar riesgos. No sabía si aquello sería suficiente pero al menos conjuró su inquietud.
Había rebasado la explanada del palacio y bajaba por las calles hacia los fríos y húmedos barrios que permanecían casi siempre cubiertos por la niebla. Las luces de las calles se iban encendiendo a su paso y los transeúntes se apresuraban para buscar el confort del hogar antes de que la noche cayera definitivamente.
En la calle Usawa, a la altura de la escuela, recordó su cita con la dulce maalim.
Aunque no disponía de tiempo no debía faltar a una cita a la que había respondido con tanta vehemencia. Se obligó a detenerse ante la puerta y llamó.
—¡Voy!—Sonó su voz en el interior.
La figura de Ayubu ante la puerta era fantasmagórica en medio de la niebla teñida por el resplandor amarillento de la luz eléctrica. La puerta se abrió y la mujer, cubierta con un tul casi transparente, se apoyó en el dintel.
—[Estaba esperándote] Hola [qué guapo eres].
—Hola [Me gustas]. Sólo venía a pedir disculpas [me gustaría hacerte el amor]. Ha surgido un contratiempo y no podré entretenerme [no sé cuándo volveré].
—¿No vas a entrar aunque sea un momento? [Al menos un momento de amor]
—¡No! [Quiero entrar] No… no, perdona. Es un asunto importante [si sólo fuera un momento].
—Está bien [te comprendo], otra vez será [lástima].
—Gracias por tu comprensión [si sólo fuera un momento].
La mujer agarró a Ayubu por el caftán y le hizo entrar de un tirón dando un portazo tras él. Mientras era desnudado prometió tomarse más en serio ese propósito de controlar su rostro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario