06.02: Ante el Gran Chaga


El Palacio del Consejo de los Guardianes del Saber, Mlinzi Elimu, era el edificio más emblemático de Kabilah. Pegado a la cima de la montaña, coronaba la ciudad de la que era centro del poder y conocimiento.

De origen centenario, los constantes avances tecnológicos impulsados por el propio Consejo se materializaban aquí en continuas reformas y ampliaciones por lo que el Palacio era símbolo de lo antiguo y de lo nuevo a la vez.

Ayubu paseaba en ese momento por la gran terraza frontal del Palacio mirando distraídamente como la niebla baja ocultaba la ciudad que se extendía hasta el valle. La cita que esperaba con el Gran Chaga Jela, a primera hora de la tarde, se estaba retrasando por culpa de lo que se debatía al otro lado de aquellas enormes puertas de madera de iroko. Una reunión que duraba más de lo normal.

Ayubu desconocía el motivo de una y otra, la del Consejo y la suya con Jela, pero aquella interminable reunión tendría de mal humor al chaga, poco amigo de someter sus decisiones al voto del Consejo; Temía que esto entorpeciera un diálogo reposado con el hombre más poderoso de Kabilah y eso no le dejaba disfrutar del húmedo y perfumado aire de la cumbre.

Un grupo de pequeños rompió el silencio de la explanada con el suave pisar de sus piececillos subiendo por la escalinata de la ciudad.

Un hombre y una mujer les acompañaban, Ayubu supo de inmediato que aquella era “la primera clase de historia” de alguna de las escuelas de la ciudad. Los maalims pidieron a los alumnos que se detuvieran en la balaustrada y éstos obedecieron sin rechistar. Miró a los pequeños y agradeció tener algo con que distraer su mente en espera del encuentro con el Gran Chaga.

La primera clase de historia versaba siempre sobre el origen del pueblo watupya. Todos los habitantes de la ciudad conocían la leyenda, cargada de magia y simbolismo, y también la verdadera historia, mucho menos emocionante, pero aún así sintió deseos de volverla a escuchar.

—¿Dónde estamos?—Preguntó animadamente la mujer.

—¡En Kabilah!—Gritaron todos contentos de saber la respuesta.

—¿Qué es Kabilah?

—¡Nuestro hogar!

—¿Quién vive en Kabilah?

—¡Nosotros!

—¿Quién somos nosotros?

—¡Los watupya!

—¿Quién sabe la historia de los watupya?

Los pequeños se miraron unos a otros. Uno de ellos gritó.

—Ustedes.

Todos rieron.

—Muy listo.—Sonrió también la maalim.—Y tienes razón, nosotros la sabemos. ¿Queréis que os la cuente?

El grito fue unánime: ¡Siiii!

—De acuerdo, sentémonos para que estemos más cómodos.

Los chicos se sentaron en el suelo formando un círculo en torno a los profesores. Ayubu, después de intercambiar con ellos algunos gestos, se sentó entre los pequeños. Sus casi dos metros de pura fibra destacaban por encima de sus cabecitas, sus rizos entrecanos le hacían parecer el abuelo de todos pero su sonrisa reflejaba la misma inocencia infantil que la de sus pequeños compañeros.

—Hace muchos, muchos años, los watupya, nosotros, no sabíamos que existíamos. Vivíamos al norte, entre los ukale y aunque podíamos hacer cosas que ellos no entendían, no sabíamos que éramos una nueva especie, sólo sabíamos que éramos distintos.

—Inferiores, para más señas.¬—Intervino el maalim.—Aún no nos llamaban kibude, como ahora, sino algo mucho más feo: naaadraaasss.
La última palabra fue acompañada de un sonido sibilante, amenazador. Los chicos abuchearon la palabra.

—Todo eso cambió cuando aparecieron los Malaikas, que como ya sabéis fueron dos shetani que decidieron abandonar a su amo, el malvado Gran Ibilisi.
Todos se estremecieron al escuchar aquél nombre.

—El Gran Ibilisi, enfurecido, mandó una lluvia de fuego que lo quemó todo. El humo cubrió los cielos y el mundo se sumió en una larga y fría noche.
La voz se volvió tenebrosa como una noche de tormenta. Una pequeña se agarró a Ayubu atemorizada.

—Pero los Malaikas no habían traicionado al Gran Ibilisi en solitario.—Dijo la mujer.

—Efectivamente.—El rostro del maalim expresó una alegría contagiosa.—Entre las brumas del Norte había un tercer Malaika oculto a los ojos el terrible Demonio.
Los chicos rieron.

—El Tercer Malaika se unió a los otros dos huyendo de la oscuridad. Aunque no llegó sólo, le acompañaba…

—Un batiburrillo de nombres se mezcló en los gritos de los pequeños. Ayubu miró a los maalims para ver cómo conseguían ordenar todo aquel barullo. Los adultos, sabiamente, dejaron que las voces y el ímpetu se fueran sosegando hasta que el silencio volvió a reinar en la explanada.

—Muy bien, habéis acertado, pero hay que llamar a las cosas por su nombre… a ver tú… el alto.¬—Señaló a Ayubu.—¿Quién acompañaba al Tercer Malaika?

El abu se sintió de repente centro de las miradas y no pudo evitar un titubeo inicial.

—Le… le acompañaban los Tisukale.

—Muy bien… ¿Cuál es tu nombre?—Dijo la mujer sin ocultar un interés personal.

—Ayubu, maalim.

—Bien…[me gustas] ¿alguien sabría decirme los nombres de todos los Tisukale?
Una chica se levantó de un salto.

—¡Yo!

—Pues empieza.

—Wakili, el que todo lo recuerda; Ansvar, el que dirige con sabiduría; Tangawizi, fuerte contra los fuertes; Giddy, rápido como un rayo; Umeme, el que inventa cosas; Mwanga, la que trae la paz; Mpenzi, la que nos ama y cuida y Amilifu, el joven guerrero.

—¡Muy bien!

—Eh. Un momento. Creo que falta uno. Los Tisukale son nueve, como su propio nombre indica.

La chica quedó confundida intentando recordar el nombre del noveno.

—¡Falta Mbaya, la que se oculta!—Gritó una vocecilla en alguna parte.

—¡Como no!—Dijo el maalim.—¡Mbaya como siempre, escondida y camuflada! ¡Qué pillina es Mbaya!

Todos los niños rieron la broma, incluso Ayubu agradeció el juego de los maalim con aquella lista que recordaba interminablemente aburrida cuando era pequeño.

De pronto las puertas de la sala del Consejo se abrieron y empezaron a salir sus miembros. Los niños, sabedores de la importancia de éstos se levantaron casi al unísono en señal de respeto y los maalim se giraron para ejecutar una breve inclinación. Ayubu suspiró ante la realidad que se imponía a las leyendas y abandonó al grupo escolar con un saludo agradecido a los dos profesores y uno especial a la profesora:—[Te busco luego]

—[Te esperaré en la escuela de la calle Usawa]

Mientras la clase de “historia” continuaba, él aprovechó que Jela se separaba de la multitud para acercarse.

El Gran Chaga Jela era un hombre menudo, de pelo corto y fina barba de color nieve. Sus ojos eran pequeños pero inquisitivos y, aunque viejo, mantenía recta la espalda y caminaba con agilidad y decisión.

Al verle se disculpó con un par de mlizi que reclamaban su atención y le hizo un gesto para que le acompañara al interior.

—¿Cómo ha ido la asamblea?—Preguntó Ayubu sin ánimo de obtener respuesta alguna porque las deliberaciones del Mlinzi Elimu eran secretas incluso para un abu.

—Mal.—Le sorprendió Jela.—Sabía que este momento tenía que llegar, pero la cobardía de algunos consejeros me saca de quicio. Ven por aquí, vayamos a mis dependencias.

El interior del palacio impresionaba casi más que el exterior. Sus paredes, suelos, pilares y columnas eran de fina arenisca pulida, casi blanca, brillante, única. Los techos artesonados con intricados dibujos geométricos negros, naranjas, rojos, blancos y verdes le prestaban la dignidad y el lujo propios del centro del poder de los watupya.

Caminar por sus corredores provocaba en quien lo hacía una desagradable sensación de pequeñez y a la vez un orgullo como pueblo capaz de realizar aquella obra majestuosa.

Las dependencias del Gran Chaga, en contraste, eran pequeñas y austeras, quizá para que destacara más la figura del hombre que le acompañaba.

—Cierra la puerta.

Ayubu cerró la pequeña puerta de iroko y se volvió hacia Jela. Su rostro era impenetrable. Jela era capaz de ocultar sus pensamientos y sentimientos como ningún otro watupya, era una cualidad sin la que un buen chaga no podría llegar a ser el Gran Chaga. También dominaba el lenguaje del rostro con precisión y claridad.

—[Estoy muy preocupado por uno de tus alumnos]—Dijo sin abrir la boca.

—¿Te refieres a Matata?—Ayubu aún necesitaba de las palabras, sobre todo en su presencia.

—[Ya ha cumplido dieciséis años y creo que no está preparado para convertirse en un askari]

—Es un chico inquieto desde que nació pero es digno descendiente de Amilifu, creo que podrá desempeñar sus obligaciones de hombre adulto como cualquier otro.

—[Yo estimo que no.]

Las opiniones del Gran Chaga siempre eran taxativas a excepción de las que expresaba ante el Consejo aunque, incluso ahí, solía mostrarse bastante categórico. Ayubu no tenía ni la posición ni la preparación suficientes como para cuestionar la opinión del Gran Chaga así que era evidente que Matata no estaba preparado para el rito de iniciación que le daría paso a la edad adulta.

—[He pensado en vosotros para una misión especial que os sirva de redención]

—¿A ambos? [¿A mí también?]—Ayubu no pudo ocultar un sentimiento de indignación que el chaga captó de inmediato. Por qué él.

—[Tú eres más responsable de su inmadurez que él mismo]

Abu agachó la cabeza avergonzado.

—Pero eso no es lo que más nos preocupa.—Continuó el chaga de viva voz, como queriendo suavizar la situación.—Hemos encontrado algo inquietante que lo cambiará todo si no estamos preparados.

La voz sonó como un susurro, una amenaza velada aunque no definitiva. El abu levantó la mirada en busca de respuestas, pero el rostro del anciano se había vuelto inescrutable.

—Quiero que lo veas. [Entra]

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