05.93: Amanece


—En 1974, en el Triángulo de Afar, a ciento cincuenta kilómetros de Addis Abeba, una expedición antropológica del Museo de Historia Natural de Cleveland descubrió lo que con el tiempo fue identificado como el esqueleto completo de un australopitecus de más de tres millones de años de antigüedad.

«El hallazgo, que culminó la búsqueda de años de lo que se denominaba entonces “el eslabón perdido”, fue de una importancia tal para la antropología que cambió la forma de ver la historia de la Humanidad. Después vendrían muchos más descubrimientos, las migraciones desde África, los asentamientos al Este y al Norte, las distintas subespecies de homínidos, etc. 

«Nada volvió a ser lo mismo desde entonces y por fin, la idea de que todas las especies provienen de un tronco común, incluida la Humanidad, se asentó firmemente en la comunidad científica.

La escasa luz en la bodega del Constante sólo permitía intuir cómo los rostros de todos permanecían atentos escuchando el largo relato de Wei Shou convenientemente traducido por Tsetsu Wanatabe. Navegaban hacia el Sureste, rumbo a un lugar que el propio Shou había señalado en la carta de navegación del puente al capitán Mendiola y cuyo sentido estaba siendo explicado a aquellas mujeres y hombres que habían decidido seguirlos en su salida del Xin Shi Hai.

—No fue aquél el único descubrimiento de aquella famosa expedición. Una joven que trabajaba en el equipo, Bárbara Sutherland, creyó encontrar algo en aquellas tierras que, de confirmarse, ensombrecería cualquier otro hallazgo, incluido el de Lucy, que es como se denominó a la hembra australopitecus a quién correspondía el esqueleto encontrado.

«El Doctor Johansson, que comandaba la expedición, hizo lo que cualquier científico  hubiera hecho en su lugar: quitarse de en medio a cualquiera que pudiera  entorpecer su  carrera. Nombró a la estudiante Sutherland enviada especial del Museo de Cleveland a Zhoukoudian donde unos recientes afloramientos volvían a poner de actualidad al Hombre de Pekín. 

«Lo que Sutherland encontró en Etiopía se fue con ella y Lucy brilló en el universo de la antropología durante decenas de años, junto con Donald Johansson, naturalmente.

«Aquellos años las relaciones entre la República Popular China y Estados Unidos no pasaban por su mejor momento. He de reconocer que entonces las relaciones de China con el resto del Mundo no eran lo que se dice cordiales. Pero Barbara Sutherland hizo buenos amigos en la universidad de la capital y pudo explicar sus teorías a algunos de los más importantes antropólogos chinos de la época.

«Lejos de favorecerla, la colaboración con la China comunista le valió a Sutherland el calificativo de espía o colaboracionista, o como quiera que las leyes americanas denominaran a aquellos que compartían conocimientos con el régimen del Gran Timonel, Mao Tse Tung.

«En una de sus visitas a América, Barbara Sutherland desapareció sin dejar rastro.

«Con el tiempo (pasaron demasiadas cosas desde finales de los setenta hasta principios del siglo XXI), los colegas chinos de Bárbara terminaron por guardar en un cajón aquellas teorías de juventud porque China estaba enfrascada en otro gran descubrimiento: la dictadura capitalista. Todo un éxito que empezaba a ser importado por los países occidentales.

«El éxito del nuevo modelo económico chino permitió a algunas empresas el lujo de pagar a grupos de investigadores en los más variadas e inútiles proyectos uno de los cuales se formó en torno a aquellos apuntes escondidos durante años. China se abría al mundo, fueron los años de crecimiento económico, de la recuperación de Macao y Hong Kong, de la explosión de Shanghái. Había dinero incluso para investigar cosas que no tuviesen que ver con las armas o la producción industrial y en 2003 un equipo de antropólogos chinos consiguió fondos para continuar sus investigaciones en el lugar que hacía décadas dejara la pobre Bárbara Sutherland. En abril de ese año llegaron a Etiopía.

«No fueron pocos los inconvenientes, Etiopía con el tiempo devino en un estado fallido dominado por la piratería y la pobreza más absoluta y el trabajo de aquellos científicos tuvo que enfrentarse a unas condiciones penosas, casi imposibles. El equipo fue reduciéndose hasta quedar en sólo un par de investigadores, los profesores Huai y Jianyi. Algunas personas, gente de las riveras oscuras de la Red, nos prestamos a ayudarles, consiguiéndoles recursos, enlaces e información. Fue entonces cuando les conocí.

«La primera fase de sus trabajos estaban casi concluidas a pocas semanas de que estallara la Guerra, faltaban algunos análisis de ADN. No conseguimos hacerselos llegar a tiempo, pero a mí no se me han olvidado.

—¿Y todo este follón que hemos liado es para que tú te encuentres con dos amigos?

La voz de la peligro sonó ronca y dura. Y seguro que expresaba lo que a más de uno le pasaba por la cabeza. Tsetsu tradujo con palabras más elegantes la pregunta de su compañera. Wei sonrió.

—No estamos buscándolos a ellos, sino a lo que descubrieron. Podemos ser testigos del descubrimiento más grande de la Historia.

El Notario, desde algún rincón oscuro también quiso participar.

—Apasionante. Pero, ¿podrías adelantarnos algo, podrías decirnos de una puñetera vez en qué consiste ese descubrimiento? Me estoy comiendo las uñas.

—Durante las excavaciones que el equipo de Daniel Johansson efectuó en 1974 tuvieron que contar con la colaboración de habitantes del valle, obreros que se encargaban de las tareas más penosas y menos delicadas por unos cuantos dólares. A Bárbara le llamó la atención la complexión de aquella gente, delgada, ágil, vivaz. Es el tipo que cualquiera de nosotros reconocería en una maratón olímpica caminando kilómetros y kilómetros como si el cansancio no fuera con ellos.

«Bárbara vio algo más. Algunos de los trabajadores eran algo distintos. No podía precisar en qué pero parecía como si fueran de otra tribu o etnia. Johansson no se tomaba en serio sus teorías de que ante sus ojos se estaba produciendo una especiación, es decir, la aparición de una nueva especie como fruto de la mutación de otra. 

Se escucharon algunos murmullos que obligaron a Wei a explicarse mejor.

—No es una cosa extraña. Pasa constantemente en la Naturaleza. Normalmente en los organismos más simples se aprecia mejor y sólo puede verificarse cuando esa mutación progresa exitosamente y los nuevos individuos conviven o sustituyen a los antiguos. Nunca se había producido una especiación en la raza humana, al menos ante nuestros propios ojos,  pero estaban allí, en la cuna de la Humanidad. A nadie se le podía ocurrir un lugar mejor.

«Más estaba todo tan contaminado con el hallazgo de Lucy que las investigaciones de la joven e inexperta estudiante cayeron en saco roto. En China parecieron escucharla pero cuando ella desapareció aquella locura quedó olvidada. 

—Hasta el año 2003.—Dijo el Notario con la intención de que la historia continuara.

—Un poco más tarde. En 2007  Huai y Jianyi tenían casi fijadas las características que compartían algunos individuos identificados como pertenecientes a la nueva especie, a la que dieron en llamar Homo Sensibilis, u Hombres Sensitivos, las cuales podrían resumirse en cierta capacidad extrasensorial, especialmente con las personas.

—¿Tenían poderes?—Tsetsu creyó reconocer la voz del Cucharilla.

—Bueno, de eso se trataba, de ver cómo era posible que los sensitivos entendieran lo que las personas que tenían cerca deseaban, pensaban o necesitaban sin siquiera intercambiar una sola palabra. 

—¡Telepatía!

—Eso creía Jianyí, pero Huai no encontraba explicación científica a la telepatía. En uno de los intercambios con Pekín lograron llevarse a un par de espécimenes, un hombre y una mujer, para someterlos a resonancias magnéticas y tomografías cerebrales. Sus cráneos tenían lo mismo que los nuestros, su proporción, su peso y naturaleza eran esencialmente idénticos a la de los Homo Sapiens, así que a falta de un órgano emisor/receptor, la hipótesis de la telepatía fue desechada.

—Pero tú has dicho que las conclusiones de los trabajos estaban a punto de publicarse cuando estalló la Guerra.—El Notario seguía insistiendo.—O sea que nos vas a decir dónde radicaba esa capacidad.

Wei volvió a sonreír.

—Según las conclusiones de los cientos de  pruebas realizadas por el equipo chino, la nueva capacidad de aquellos hombres tenía más que ver con la forma en que procesaban lo que veían, oían y olían que con la existencia de órganos nuevos.

—¡Una actualización del software!—Dijo con asombro la voz de Pepo.

—¡Ja, ja!—Rió Wei sin necesidad de que Watanabe le tradujera sus palabras.—En cierto modo sí. La mutación tenía que ver con eso, con cómo se movían los pensamientos aquí adentro.—Se tocó la cabeza con el dedo índice.—Los sensitivos tienen mejor percepción de ciertos indicadores que para nosotros pasan desapercibidos. Además, durante su infancia, refinan esa capacidad asociando sensaciones con razonamientos graciasa a sus experiencias. Un sensitivo es capaz de saber en qué estás pensando, si vienes con buenas o malas intenciones o si lo que dices es importante o no con sólo ver tu rostro o escuchar tu voz.

—Vamos, que son muy largos.—Watanabe necesitó la pretraducción de Gallardo para entender lo que quería decir la que había hecho el comentario.

—La Maru era muy larga, larguísima, y no era nada sensible, era gitana de pura cepa.

—Es posible que algunos Homo Sapiens tengan esas cualidades en mayor o menor medida, pero hay dos hechos más que hacen este hallazgo distinto: Los genes de los sensitivos son dominantes frente a los de los humanos que podíamos llamar normales. Los hijos de matrimonios mixtos son también, en su mayoría, Homo Sensibilis. Por otra parte, y creo que esto no es menor, han desarrollado además una capacidad extra para comunicarse  entre ellos información compleja mediante microgestos o semitonos.

El Notario se levantó al fondo. Su rostro quedó levemente iluminado por la luz que empezaba a  penetrar por los ventanos de la bodega.

—Pero eso les daría una ventaja impresionante en todos los ámbitos de la convivencia. En cualquier sociedad los sensitivos jugarían con ventaja.

—Huai llegaba a afirmar en sus conclusiones que la subespecie Sapiens ante la Sensibilis tenía sus días contados como los tuvo en su momento la Neandertal frente a la Cromañón.

Un ruido en las escaleras llamó la atención de todos. Era Jotabé.

—¡Mirad, por las ventanas!

La gente se levantó al unísono, después de la larga noche escuchando los relatos de Watanabe, El Cucharilla, Gallardo o Velencoso y por último la explicación del sentido de su viaje. Ahora amanecía y volaban sobre África.

—Vosotros venid a cubierta. Es impresionante.

Subieron dejando atrás un coro de admiraciones. Mendiola, la tripulación  e incluso los soldados chinos miraban por los ventanales sin reparar en su presencia. Al salir de la cabina el viento frío del amanecer les hizo tensar los músculos. A penas lo notaron, sobrecogidos ante el grandioso espectáculo.

Hasta donde alcanzaba la vista una inmensa pradera se extendía alrededor del Constante. El verde de la yerba contrastaba con el azul de los lagos que la salpicaban, el malva casi blanco del cielo y el ocre intenso de las montañas. 

A pesar de la altura podían distinguir algunas manadas de animales. Los árboles eran escasos, pero por doquier se veían retazos de verdes más oscuros que indicaban la presencia de plantas, quizá arbustos. 

Lenguas de fina plata recorrían toda la llanura entre las montañas y los lagos bajo la sombra moteada de las bandadas de pájaros. Si alguna vez alguien hubiera imaginado el paraíso no debería haber sido algo muy distinto de aquello. El aire olía a vida.

—Amateratsu!—Exclamó Hana—¿Es aquí a dónde venimos?

—No. Todavía no.—La voz de Mendiola resonó en la puerta de la cabina mientras salía.— Aún quedan algunos cientos de millas. 

—¿Dónde estamos?

—Sobrevolamos el sur de Libia.

—Pero… ¡Esto debería ser pleno desierto!

—El invierno nuclear no le ha sentado mal, ¿verdad?

Aún permanecieron casi una hora mientras la luz del levante iba sacando relieves al terreno. Algunos de los compañeros de la bodega subieron para contemplar el paisaje con mayor claridad y otros volvieron a la calidez del interior huyendo del fuerte viento.

—¿Sabes una cosa, Gallardo? —El notario tenía que gritar al oído del excomisario.—Este es un nuevo mundo, con una nueva humanidad, qué pintamos nosotros en él.

—Yo no sé tú José Antonio, pero después de todo lo que hemos pasado, creo que nos merecemos un final como éste. Y por nada del mundo me perdería esta nueva aventura, aunque sólo sea un instante.

El sol despuntó por el borde en sierra del horizonte obligándoles a cerrar los ojos durante unos segundos. Su calor se hizo notar casi de inmediato.

—¿Crees que esta “Nueva Humanidad” será mejor que la nuestra?

Gallardo tardó en contestar. No había una respuesta sencilla para aquella pregunta. Cómo saber qué más novedades se escondían en los genes de los sensitivos. Podían leerse la mente con sólo tener contacto visual, podían comunicarse sin que los “hombres sabios” se enteraran de nada. Pero una vez entendido esto, entre ellos, cómo se comportarían.

—Supongo que habrá de todo, José Antonio, gente buena y gente menos buena, supongo que los cambios afectarán a más cosas pero no logro imaginarme. No creó que todo, todo sea mejor. De todas formas, es difícil hacerlo peor que nosotros, ¿no crees?

—Tienes razón. Empieza una nueva aventura.

 F I N

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