05.91: Escudo
La noche estaba siendo larga sin ningún género de dudas.
Entre otras cosas porque apenas si disponían de equipaje que tuviesen que preparar y, afectivamente, dejaban bien poco.
Por un lado estaban los restos de la Alianza Inverosímil. Por primera vez en siete años iban al completo. Sólo faltaban aquellos que tenían la excusa perfecta: o habían fallecido o se encontraban presos en a saber qué dimensión desconocida.
Los otros, los estibadores, tenderas o los sujetos de pasado inconfesable del viejo Rio Grande que habían embarcado primero para huir de sus antiguas vidas y les seguían ahora para huir de las nuevas no habían dejado nada detrás antes y tampoco lo dejaban ahora.
Hecho el exiguo equipaje y sin asuntos que resolver, sólo les quedaba esperar a que llegara la hora de embarcar en el Constante, el dirigible Real que les transportaría a su nuevo y desconocido destino.
Pero no era la falta de actividad lo que hacía que las horas pareciesen eternas. Era la hiperactividad que llegaba a sus oídos a través de los mamparos.
Desde la sala de ocio, donde habían decidido reunirse para no perturbar el descanso del resto de los trabajadores, escuchaban el trajín de la marinería y la soldadesca de un lado para otro. También escuchaban el murmullo de los motores y sentían el casi imperceptible balanceo de la nave al surcar las olas. El Xin Shi se movía. Sabían, porque así se lo había dicho Watanabe, que se iba a producir un enfrentamiento, y era esa incertidumbre la que les hacía contar los segundos como si fuesen minutos.
¿Y si al final terminaba todo en un fatídico y cruel naufragio?
Los rostros demudados se miraban en silencio atentos a cualquier chasquido. Cualquier susurro les hacía girar la cabeza. Cualquier golpe les sobresaltaba. La noche estaba siendo muy larga.
A eso de las cuatro de la madrugada un par de soldados dejaron en la puerta de la sala a un joven chino cargado con una pequeña mochila. El chico, de cabeza redonda y cuerpo escuálido, vestía el uniforme de la Armada pero de una forma un tanto extraña. Watanabe se levantó al verle.
—¡Wei, te han dejado salir!—Le dijo en su idioma.
—Sí. Aún no sé muy bien por qué.
Tsetsu, que había dejado de ser el “japo alimonado” desde que su esposa y su hija llegaran al Xin Shi para convertirse en el “japo feliz” hizo las veces de anfitrión. Con pulcritud nipona inició las presentaciones.
—Este es Jotabé, mi amigo, ya lo conoces. Este es Wei Shou, ya sabes.
—Nin hao.
La sonrisa diáfana de Jean-Baptiste iluminó la sala.
—Mi esposa, Hana, y mi hija, Tsetsuko.
Ambas inclinaron la cabeza levemente.
—Alfonso Gallardo, el auténtico jefe, y José Antonio “El Notario”, el sabio.
Ambos no entendieron su presentación pero inclinaron la cabeza sonrientes.
—La Peligro.—Dijo en español.—Ya la conocerás.
—¿Y este chino quién coño es?—Contestó ella examinándole de arriba abajo.
—Larisa y Katerina.—Las chicas se miraron y sonrieron.—Si tienes algún problema de seguridad, ellas son las indicadas.
—Nin hao.
—A este lo tienes que conocer desde hace tiempo.—Cambió de idioma.— Pepo, este es Wei Shou aunque es posible que tu lo conocieras por Goku.
—Hola amigo.—Le tendió la mano. Contra todo protocolo, Pepo tiró de la mano de Wei y le dio un fuerte abrazo, contento de encontrarse por fin con un friki a su altura.
—Ho… hola Peter Parker.—Logró decir en español.
Tsetsu Watanabe continuó presentando al resto de los que formarían la comitiva: Martín Ríos, el descreído joven que siempre parece haberse quedado detrás pero invariablemente te lo encuentras delante. Pablo Agüero, dominante pero eficaz y resolutivo. Tomás Mendoza, juicioso y leal colaborador y Lautaro Sosa, no tan sumiso como pudiera parecer a primera vista.
—Y este es José Velencoso. No te fíes demasiado de él.
—Nin hao.
—Te he entendido, japo. Ya hablaremos.
Aunque el resto deseaba ser presentado personalmente a la única persona que decía conocer su destino Tsetsu decidió que el pobre Wei ya tenía bastante y los presentó de forma colectiva.
—Nin hao—Dijo él de todos modos.
Tsetsu estaba equivocado. Lo que en cualquier circunstancia habría sido un batiburrillo de nombres, en su caso sólo se trataba de un divertido juego. En realidad ya los conocía a todos. Sabía a qué se dedicaban, cuáles eran sus aficiones y sus amistades. Incluso sabía quién se acostaba con quién después de observarles con paciencia oriental durante semanas y semanas a través del circuito cerrado de cámaras de seguridad del Xin Shi Hai.
—Bueno, deja eso allí con el resto del equipaje y siéntate con nosotros. ¿Ha habido algún problema?
Wei Shou hizo lo que le dijo y se sentó con él en la misma mesa en la que estaban Gallardo, el Notario y Pepo. Jotabé se había levantado hacía tiempo y tonteaba con Larisa y Katerina que admiraban su forma física con estudiada sobreactuación.
—Les he tenido que ayudar en eso de acabar con el Loussiana, pero ahora me estoy arrepintiendo de lo que les he aconsejado.
—¿Crees que estamos en peligro?
—Me temo que sí.
Watanabe empleó un rato en traducir lo hablado a sus compañeros.
—¿Qué les has dicho exactamente?—Preguntó Gallardo.
Después de varias traducciones y bastantes explicaciones el grupo ya sabía que el Alto Mando utilizaría el escudo subsónico como arma ofensiva con intención de minar de vías de agua el casco del Louissiana.
—Lo malo,—había explicado Wei,—es que deben acercar el barco a menos de medio kilómetro y no creo que el capitán del submarino se deje atrapar tan fácilmente. En cuanto vean acercarse al Xin Shi Hai iniciarán una discreta maniobra evasiva y entonces lo que podría haberse interpretado como un acercamiento involuntario se convertirá en una persecución en toda regla. No quiero pensar cómo se lo tomarán los americanos.
—¿Tan torpes consideras al Alto Estado Mayor chino?—Preguntó con sorna el Notario.
—Más aún. China está donde está porque ha sido la única potencia que ha sobrevivido. No somos demasiado listos planteando estrategias militares.
—Creo que te equivocas. Sois los creadores del Arte de la Guerra. Yo lo leí en su momento,—continuó explicanto el viejo,—Sun Tzu ha sido el autor más leído entre los grandes estrategas mundiales. De hecho, creo recordar que la estrategia MAD (Mutually Assured Destruction), origen de la Guerra y de este calvario postapocaliptico, es una prueba evidente de lo que puede ocurrir si no se siguen las enseñanzas de Tzu.
—Gracias por lo que nos toca. Sin embargo, los estrategas actuales no son precisamente lo más granado del ejército popular chino, son más bien lo más afortunado. No son los mejores sino los que en el momento en que estalló la Guerra estaban en lugares más seguros.
—¿Podemos ayudar en algo?
—Lo dudo. Sólo nos queda esperar a que los americanos sean más tontos que nosotros.
—Pruebas han dado desde...
De repente todo se estremeció. Las luces se apagaron, algunos cayeron al suelo, el equipaje salió despedido contra uno de los mamparos. De nuevo un estremedimiento. Los que se estaban intentando incorporar volvieron a caer junto con los que aún no lo habían hecho.
Los gritos se extendieron por toda la cubierta, la confusión se adueñó de la sala de juegos. Watanabe paso a hipervelocidad casi involuntariamente. Con la luz de emergencia era aún más difícil ver por donde se movía pero consiguió acercarse hasta donde creía se podrían encontrar su esposa y su hija. Pasó a velocidad normal para comprobar que estaban bien, asustadas como todos pero bien.
—¿¡Qué ha pasado!?—Gritó alguien desde un extremo de la sala.
—El escudo subsónico,—respondió Pepo como si realmente estuviera seguro de lo que decía,—no hay de qué preocuparse.
Para darle la razón se volvieron a encender las luces. Cada uno de los dos pulsos había agitado el barco como si se tratara de una coctelera. En la sala de juegos podía comprobarse perfectamente el resultado. Todo estaba patas arriba.
—Un poco bestia este escudo de los cojones.—Se quejó La Peligro ayudando a algunas personas.
De inmediato se volvieron a encender las luces de emergencia. Una molesta sirena atronó las cubiertas.
—¡Joder!—Exclamó Pepo.
—Algo pasa. Esto no ha ido bien.—Dijo Wei a Watanabe antes de que desapareciera.
—¿Qué ha sido eso?—Preguntó Velencoso.—Dónde se ha metido el japo.
—Es largo de contar,—comentó Jotabé,—tú espera.
Watanabe apareció de nuevo en la puerta de la sala de juegos.
—Se han puesto en alerta, pero creo que es por seguridad. El mar se está cubierto de restos. Creo que han logrado acabar con el submarino.
—¡Bendita sea la Negra Señora!—Dijo La Peligro llevándose las manos al pecho.
—Recoged vuestros equipajes. Nos vamos a la cubierta cero.
—¿Es la hora?
—No. Pero si el momento. Rápido.
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