05.89: El último día


Estaba cansada.

Había estado todo el día remendando uniformes. Unos uniformes parecidos a los de los bandoleros, que estos a su vez habían robados a los guardias reales, aunque los de los chinos eran algo distintos. El material parecía neopreno pero de consistencia más densa y pesada y estaban recubiertos de placas de plástico ligero a modo de grandes escamas de colores: azul, verde y gris.

Recubriendo los cuerpos de los soldados les conferían un aspecto temible, como supuso que harían las armaduras al ser vestidas por los caballeros de la edad media, pero allí, bajo la máquina reparadora no dejaban de ser un trapo pesado y rígido difícil de trabajar.

Los brazos le pedían a gritos que les dejara parar pero el reloj de la pared era inflexible, y los chinos también. Aún le faltaban cuarenta y cinco minutos para terminar la jornada. Suspiró.

—De todas las facetas de ser mujer, esta es la que menos me gusta.

—Hay otras muchas muy gratificantes, aunque tú…

—Ya, ya.—Arrancó con rabia el traje de las fauces de la máquina.—Tampoco fue nunca mi deseo. Yo me “hice” mujer porque me gustaban mucho los tíos. De hecho me hice puta.

Hana se sonrojó. A pesar de los años que había pasado junto a La Peligro no se terminaba de acostumbrar a su desvergonzada vehemencia.

—Luego llegó La Ninja, los poderes y toda esa mierda. Estuve casada, con un hijo de puta, pero qué podía esperar, tampoco yo soy Bo Derek.

—¿Quién?

—¡Oh! No importa.—Volvió a meter la tela bajo las presillas de la reparadora.—El caso es que luego vino la puta Guerra y todo se fue al carajo y ahora, mírame. Soy una costurera esclava de los chinos.

—Bueno mujer, esclava no sería la palabra. Trabajamos ocho horas, tenemos nuestros momentos de diversión y, en general, nos respetan bastante. Justo lo que nosotros no hicimos con ellos.

—Te refieres a los japoneses.

—Y a los europeos, que en eso tanto monta…

—¡Qué lista eres jodía!—Sintió una punzada en la base del cráneo.--¡Ay!

—Llevas mucho tiempo inclinada, cambia de postura.

—No importa. Ya no vamos a remendar más.

—¿Nos vamos a rebelar?—El sarcasmo de Hana era sutil, pero ya estaban acostumbrados a él.

—No.—Los ojos de La Peligro centellearon.—Van a venir a buscarnos y nos vamos a ir de aquí.

—No cuentes con ello.

—El teniente quiere veros.—Dijo la encargada desde la puerta del taller.

—¡Ah! —Levantó la vista. Hana estaba a su izquierda ayudada por la pequeña Tsetsuko,  Larisa y Katerina enfrente. Todas haciendo labores “femeninas”. —Pues vamos, no hagamos esperar al coronel. ¿Están los chicos preparados?

—Os esperan en el pasillo. Dejad lo que estéis haciendo.

Hana la miró alarmada. Tsetsuko simplemente dejó lo que estaba haciendo y se levantó.

—Es el teniente, Peligro, el te-nien-te.

—¡Tsetsuko!

—El teniente es un chino cabezón que no sabe ni para donde mea. El que nos espera de verdad es el coronel. ¡Si lo sabré yo!

—¿Y cómo sabes eso?

—¡Dios Peligro, tanta costura te está dejando tonta!

Salieron del taller y caminaron detrás de la encargada hasta un punto del corredor donde un soldado con una cabeza de considerables proporciones les estaba esperando.

Se despidieron de la mujer y continuaron tras el soldado sin pronunciar palabra hasta que divisaron al grupo de hombres. Allí estaba El Cucharilla, Gallardo, Tsetsu y Jotabé, y también algunos hombres de Río Grande. Jotabé ya estaba totalmente recuperado de las heridas sufridas en el combate de hacía tres semanas, aunque aún exhibía algunos vendajes.

—¡Papá! —Dijo Tsetsuko abandonándolas para correr hacia él.

—Konnichiwa, anata. —Se agachó para ponerse a su altura. —¿Sabes a dónde nos llevan?

—No. La Peligro dice que a ver al coronel, que nos vamos de aquí.

—Ya. Esto no me huele bien.

Lo habían hablado durante aquellas semanas. El coronel Haipong había acordado con Tsetsuko que un mes después de la llegada a Benalmádena les sería facilitado un transporte aéreo para que pudieran irse. El destino les era desconocido, excepto para el pobre operador Wei Shu, incomunicado desde hacía treinta días. Era posible que Haipong cumpliera con su palabra, pero sin el operador de nada serviría. También era posible que Wei se hubiese ido de la lengua y aquello no fuera más que una detención masiva. Haipong había dado sobradas muestras de inflexibilidad.

Atravesaron las puertas que separaban la cubierta de los trabajadores de las dependencias militares. Desde allí les escoltaron dos inquietantes parejas de soldados, armados y en alerta.

—¿Y Pepo y El Notario? —Murmuró Gallardo al oído de Jotabé.

—No tengo ni idea, pero sin ellos no nos movemos de aquí.

—Esperemos que todo vaya bien. Tengo un extraño presentimiento. ¿Te has fijado en Tsetsuko?

—No parece que esté…

—No, no lo parece.

—No os preocupéis por ellos.—Dijo la niña.—Mirad.

En medio de la bifurcación que llevaba al despacho de Haipong, otro par de soldados les esperaban con Pepo y El Notario.

—¡Lechuguino! —Gritó la Peligro sin pensarlo. —¡Pero si tienes hasta buena color y todo!

Los dos exhibieron una amplia sonrisa.

—Nos han tratado bien estos señores.

—Y sus compresas de nanomedicina.

Los soldados se mostraron impacientes ante el repentino cruce de besos, abrazos y chascarrillos. Al fin y al cabo no habían logrado verse en todo ese tiempo.  Por fin, uno de los militares dijo una de esas pequeñas frases imperativas que ya todos conocían.

—Vengan con nosotros.

En la puerta de su despacho, el coronel les esperaba en solitario. Los soldados se pusieron rígidos como palos al verle pero continuaron caminando hacia él con decisión.

—Shibing liu zai zheer. Wo hen danxin wo. —Dijo abriendo la puerta sin dejar de sonreír.

—Tamen de mingling shi falu. —Contestó uno de los soldados mientras sus compañeros se situaban a ambos lados de la puerta.

—Pasen por favor.

El coronel mostraba una seguridad que rallaba en la osadía, dado que se estaba encerrando a solas con una veintena de personas algunas de las cuales, como Jotabé o Larisa y Katerina, podían resultar cuando menos incómodas en un hipotético enfrentamiento. Pero el coronel era un soldado experto, seguro que tenía preparadas las suficientes herramientas para cualquier contingencia.

Cuando el último atravesó la puerta del despacho de Haipong la cerró a indicación suya.

Aunque amplio, aquella multitud tuvo que distribuirse por las cuatro esquinas para dejar el hueco suficiente en torno a la mesa del coronel. Éste se sentó y puso ambas manos sobre el tablero, mostrando así que no escondía nada.

—Ha llegado el momento. Ustedes han cumplido con su palabra y con creces.—Hizo un gesto hacia Jotabé.—Así que yo estoy dispuesto a cumplir con la mía. ¿Estás de acuerdo pequeña?

Tsetsuko se sonrojó un instante. Ya le habían contado lo que pasó en la anterior entrevista, cómo parecía haber sido poseída por algo, probablemente La Ninja. Ella no recordaba nada y continuaba sin recordarlo.

—Eh… si, si… por supuesto.

—En cubierta está amarrado el Constante, uno de los dirigibles de la Corona, con su imprescindible tripulación de cuatro aeronautas al mando del capitán Mendiola, un buen navegante. Está aprovisionado para una travesía de quince días, a falta de saber su destino. Mañana a primera hora podrán zarpar. Sólo queda una cosa.

Los invitados se miraron unos a otros.

—Me prometiste darme una información estratégica fundamental para nuestra misión.

Tsetsuko se quedó en blanco. Era imposible que pudiese facilitarle información alguna, él sabía más de aquella promesa que ella. Miró con desasosiego a su madre. El gesto era claro. La preocupación cayó sobre los invitados.

—Y bien, estoy esperando.

—Yo… no… recuerdo.

Del rostro del coronel desapareció de repente la sonrisa. Sus manos también se escabulleron de la vista.

—Pues es importante que hagas memoria pequeña. Sin esa información tendría que considerar como incumplido el acuerdo. No sé si entendéis las implicaciones que tiene eso.

Jotabé se puso rígido y empezó a enrojecer, aquello había derivado de repente y estaba claro que en la cabeza de Tsetsuko sólo estaba la pequeña hija de su amigo. Watanabe se pegó a él para tranquilizarle.

—Yo tengo esa información. —Intervino La Peligro de repente. Todos se giraron hacia ella, el propio coronel la miró por encima, como si realmente no creyera sus palabras.

—Me da igual quién la tenga, siempre que sea cierta y relevante.

La mujer se separó del grupo y en un par de zancadas se colocó a espaldas del coronel, obligándole a girar su silla dejando ver el arma que empuñaba. Con una agilidad impropia de una persona que pasaba sobradamente de los cincuenta se puso de pié y se retiró hacia un lado desde el que podía controlar los movimientos de todos ellos. Su mano armada no encañonó a nadie en particular, pero la tensión de sus músculos anunciaba que podría hacerlo a cualquiera de ellos en una décima de segundo.

Sin prestar atención a toda aquella demostración de agilidad, el grueso y feo dedo índice de la mano de La Peligro se posó sobre un punto de la costa en el mapa que había tras la mesa.

—Hay un submarino nuclear norteamericano fondeado aquí, a unas cuarenta millas en dirección este-noreste. Se encuentra a la espera del momento preciso para presentarse ante vosotros. Sus intenciones son apoderarse del Xin Shi Hai bajo amenaza de destrucción nuclear de todo este cuadrante.

Aquello, evidentemente no lo había dicho La Peligro. Nunca había conseguido pronunciar correctamente Xin Shi Hai. A lo máximo que llegaba era a decir Chinchi, aunque generalmente no pasaba de Chichi. La Ninja estaba con ellos. Todos entendieron eso y se volvieron hacia el coronel a la espera de una respuesta.

—Un submarino americano. Interesante. No tenemos constancia de que exista ningún submarino en servicio, la Guerra fue especialmente cuidadosa en su eliminación.

—Este se encontraba en tareas de mantenimiento en una base militar,—el dedo se movió hacia el noreste.—Cuando recibió la orden de inmersión urgente apenas si tuvieron tiempo de cerrar las escotillas, una detonación borró del mapa la base y sesenta kilómetros a la redonda. La tripulación del submarino logró ponerlo de nuevo a flote después de días tapando grietas y escapes. Cuando volvió a salir a la superficie todo había acabado.

—Un relato interesante. ¿Y a qué se han dedicado desde entonces?

—A sobrevivir. Algunos oficiales lograron levantar una colonia en el levante,—el dedo se movió con precisión un poco más al norte,—una colonia americana se entiende. De ahí sus planes fueron creciendo en ambición.—De nuevo la mano se trasladó, ahora hacia el oeste. Se detuvo encima de las palabras “Nueva Toledo” escritas en Han.—De hecho, uno de esos oficiales es actualmente el esposo de la Reina.

—Quieres decir que este país está en manos de esos americanos.

—No de forma consciente ni voluntaria. El oficial, capitán John Auger, ha logrado hasta ahora evitar ser descubierto. No debes culpar a la Corona de esta pequeña traición.

—Conozco a John Auger, siempre me ha parecido…

—¿Amable? —La Peligro dio un paso hacia el coronel. —Es un buen estratega. De hecho ha conseguido más de lo que se podía proponer haciendo uso de sus cualidades “físicas” para atrapar la voluntad de la Reina.

—Sexo por poder. Un clásico. Pero…—El coronel enfundó su arma, lo que todos interpretaron como un gesto de confianza. La sensación de alivio sonó como un leve suspiro coral.—Por qué ha continuado con el plan de material por territorios, por qué no nos atacó desde el principio.

—No desea acabar con el Xin Shi Hai, desea apropiárselo. Saben que este barco es un arma poderosa, mucho más de lo que vosotros mismos estimáis. Está esperando a que terminéis el despliegue, a que disperséis vuestras fuerzas para poder negociar con más posibilidades.

—Jamás le entregaríamos este barco.

—Pero ellos no lo saben. Los americanos siempre han tenido un punto de mesiánicos. Se creen bendecidos por Dios. Pero yo si se que el movimiento de Auger y sus hombres es inútil y altamente perturbador, por eso os doy esta información.

—¿Acaso estáis de nuestra parte?

—Bueno. Podría entenderse así. Vuestros planes parecen más viables que los de ellos. Los americanos siguen pensando en las armas nucleares como una opción. Al parecer no han aprendido nada. Vosotros tenéis una aptitud más creativa.

—¿Debo sentirme alagado?

—Yo lo haría. En estos tiempos ser creativo es auténticamente heroico.

—Bien, qué nos aconsejas.

—Tú eres el estratega. Yo sólo te he puesto sobre aviso. Sé que en breve habréis localizado el submarino y que sabréis que hacer con él. Sin esa arma, Auger no tiene nada que hacer y todo volverá a ser como teníais previsto.

—¿Sabes algo más de los americanos o los rusos?

—Sólo que sus naciones están aniquiladas y sus gobiernos bajo tierra envueltos en discusiones sobre planes extravagantes. Si te sirve de indicador, sufren del mismo mal que Hitler en sus últimos días. Cuando logren ponerse de acuerdo para salir ya el mundo habrá cambiado tanto que no habrá lugar para ellos. No tenéis nada que temer.

—Podrías decirnos a dónde os dirigís.

La Peligro se tambaleó un segundo.

—Te… —La mujer cayó al suelo como un títere al que le hubieran cortado las cuerdas. Jotabé dio un salto para evitarle un golpe. Casi lo consigue.

—Creo que es todo lo que vamos a saber por hoy.—Apuntilló Tsetsu.

—Está bien. Mañana a primera hora partirán. Esta noche será larga, pero espero que confirmemos todo lo que nos ha dicho.

—Una última cosa. —Tsetsu había aparecido de la nada junto al coronel, que dio otro respingo echándose la mano a la pistola.

—De… de…

—Wei Shou viene con nosotros.

—¿El operador de la sala de control? —Se alejó del japonés con sigilo.—Es el único operador de la sala de control. En caso de avería estaríamos indefensos. No puedo concederos eso.

—Tengo entendido que ya tenía previsto deshacerse de él, al menos como operador principal, por eso ha estado enseñando a un par de soldados en qué consiste su trabajo. Lo único que tiene que hacer es dejar que se venga con nosotros.

—¿Pero… cómo saben todo eso?

—Tenemos ciertas… “habilidades”

El coronel suspiró.—Es una pena que se vayan, pero no veo forma de conseguir que se queden voluntariamente y algo me hace pensar que si no los dejo partir las cosas se me van a complicar. ¿Me equivoco?

—Creo que no.

—Está bien. Wei Shou se va mañana con vosotros.—Haipong miró el mapa.— Si aparece el submarino.

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