05.82: La extraña negociación.


Gallardo se hallaba ante un reto importante. Por un lado intentaba no perder ni una coma de lo que Haipong y Tsetsuko hablaban y a la par quería descubrir cuál era la causa por la que él había sido invitado a presenciar aquella escena.

De la primera de sus actividades podía resumir que aquello era una negociación en la que Tsetsuko intentaba alcanzar alguna concesión por parte del coronel chino y éste se revolvía incómodo para no dar su brazo a torcer. No cabía duda que estaba ante una negociación. Pero era extraña, porque el objetivo de la chica, al que Haipong se resistía, de momento no había sido revelado, ni siquiera para el propio coronel.

«Si», pensó, «Es una extraña negociación »

—¿A qué te refieres con la vieja raza humana?—El militar se echó hacia delante interesado.—¿Acaso existe una “nueva raza humana”?—Dijo dejando que las últimas palabras fueran exageradamente sarcásticas.

—Quizá no deberíamos derivar la conversación por esos derroteros, al menos en este momento.—La seriedad de la chica cortó cualquier intento de chiste.

«Qué lleva a un hombre curtido en mil lances a permitir que una adolescente le hable así» Pensó Gallardo sin desatender su otra tarea. «Además, quién es una de las partes para imponer a la otra de qué hablar y de qué no. Si no se fija un orden del día, un objetivo o cualquier otro punto de referencia cualquiera tiene derecho a…»

—De acuerdo.—La voz grave de Haipong interrumpió a Gallardo en sus disquisiciones.—Hablemos de lo esencial y dejemos lo accesorio para el final.—«¡Lo esencial, por fin!»—Qué es lo que tú y tus amigos necesitáis.

«Eso, eso… qué es»

—Un medio de transporte para poder salir de aquí.

«¿No iba a ser este barco?»

—¿Hacia dónde?

—Dijimos que no nos apartaríamos de lo esencial.

—Si queréis un medio de transporte sería conveniente saber la ruta para que éste sea el apropiado.

«Si Tsetsuko no ejerciera algún tipo de control sobre su mente ahora estaríamos todos entre rejas, por lo menos. Sin embargo, él parece gozar de demasiada autonomía. O es resistente al control de ella o ella está divirtiéndose con todo esto como quien doma a un potro dejándole cuerda para que crea que es libre.

—Digamos que es una ruta mixta, por tierra y mar, así que un vehículo aéreo nos vendrá bien.

«¿Cómo sabe la ruta?¡Ni su padre sabe la ruta!¿¡Oh, Dios, qué pinto yo aquí!?»

—Me temo que no podremos facilitarte un vehículo aéreo. Los pocos que admiten tripulación son imprescindibles y la mayoría son teledirigidos y en su interior sólo caben proyectiles, bombas y cosas así.

«Y ahora es cuando ella le lanza un rayo desde sus ojos y…». Gallardo pasaba la mirada de uno a otro como si estuviera presenciando un partido de tenis.

—Hemos visto dirigibles, quizá uno de ellos podría ser suficiente.

—Nuevamente me temo que no podremos hacer nada. Esos artefactos no nos pertenecen.

—Como el resto de cosas que pensáis llevaros de aquí. Qué más da una más.

«Vaya por Dios, ya estamos otra vez con las acusaciones. Como al chino se le hinchen los…»

—¿Quién eres?

La pregunta del coronel pilló desprevenido a Gallardo, pero también a su destinataria. Quién era esa chica que se permitía negociar con el gobierno de la Nueva China sin más armas que su mirada. Gallardo ahogó cualquier otro pensamiento y puso toda su atención en la respuesta. Él tenía su propia idea de quién era la que hablaba, sólo necesitaba oírlo de sus labios.

—Ya lo sabes, Tsetsuko Watanabe.

—Hay un japonés entre los trabajadores. Un hombre notable con grandes capacidades organizativas. Creo recordar que su apellido se parece al tuyo. Antes de la guerra fue policía metropolitano de Tokio. ¿Tenéis alguna relación?

—Es mi padre.

«¡Oh, mierda! ¿¡Pero qué haces pequeña!?»

—¿Él te ha mandado?

—Él no tiene nada que ver. Aunque desde luego nos acompañará en nuestro viaje.

—Le he estado observando. Era uno de los encargos que me hizo el general. Tenía que vigilarlo a él y al chico que opera en la sala de control. A éste último lo tengo atado en corto pero a… “tu padre”, no logró verle el interés. Sólo sabemos que debe tener algún tipo de problema intestinal porque se pasa buenos ratos en el retrete. Para mí es uno más, está claro que lo infravaloré.

—Crea lo que dice la chica. Tsetsu Watanabe no sabe nada de esta reunión.—La voz de Gallardo, con un tono inusualmente tímido, sonó poco convincente.

Desde un rincón oscuro del amplio despacho de Haipong, Tsetsu presenciaba incrédulo todo aquello. Así supo que los chinos lo tenían vigilado. Aquello le dejaba en una posición bastante incómoda a pesar de que estaba claro que no habían descubierto su secreto. Por ahora seguía contando con su capacidad para moverse más rápido que el rayo, y el arma del coronel estaba sobre la mesa. Sólo tenía que dar un salto y encañonarle. Tenía todavía un camino, así que dejó que todo transcurriera sin su intervención.

—Y usted es…

—Mi nombre es Alfonso Gallardo, soy un enviado del Reino para la ciudad de Ben-Almadina. Yo…

—Es él quien dirige toda esta operación, digamos que es nuestro capitán.

Gallardo quedó más pálido que el coronel. Ahora ya sabía por qué esta allí. Lo cual volvía todo aún más confuso. «Cómo puede decir que soy “el capitán” si desde que apareció en las montañas que rodean la ensenada de Ben-Almadina no he sido capaz de tomar una puñetera decisión.»

—Entonces deberá ser con él con quien hable, ¿no crees pequeña?

—Yo…—El ex comisario empezaba a no pensar con claridad.

—Él ha depositado en mí toda su confianza para la negociación. Intervendrá cuando lo estime oportuno.

—No hablo con subordinados. Soy el coronel al mando de todo esto.—El desprecio del coronel parecía más un desafío que una auténtica expresión de elitismo.

—Un subordinado, sin duda.

«Pero pequeña, cómo puedes ser tan impertinente. Creo que esto se nos está yendo de las manos.»

—Yo…—Las miradas de Tsetsuko y Gallardo se cruzaron. Una sensación de tranquilidad le invadió cual dosis de morfina, las palabras brotaron solas de su boca:—No puedo estar más de acuerdo.

«Un momento… ¿quién ha dicho eso?», pensó alguna parte de su cerebro,

«Está claro que eres un débil mental, Alfonso. El coronel muestra más resistencia al poder de la Ninj… de Tsetsuk... ¡Oh joder…!»

—Está bien. Un dirigible. ¿Para cuándo?

—Realmente no tenemos demasiada prisa. Estáis en plena operación de desembarco, no quisiéramos meter más presión. Además, necesitáis de la ayuda de estos hombres para montar vuestro destacamento, así que, podemos esperar a que todo esté más tranquilo. ¿Qué le parece dentro de un mes?

—Con esa ayuda ya contábamos. ¿Qué más puedes ofrecernos?

«¡Vamos muñeca! Hazle lo mismo que me acabas de hacer a mí y terminemos con este juego.»

—Cuando nos dejes irnos te proporcionaré información vital para el éxito de vuestro plan.

—Tenemos otros medios para obtener esa información, como podrás imaginar.

«Demasiada cuerda, demasiada cuerda… el potro se desboca.»

—¿A mí me vas a sacar la información contra mi voluntad?

El coronel quedó atrapado un instante. Gallardo vio refulgir los ojos de Tsetsuko. Era cierto, sólo tenía que ejercer control sobre algunos aspectos, el resto lo razonaba “solo” el coronel creyéndose en posesión de sus decisiones. El resultado era mucho mejor así. «Brillante»

—Tienes razón. Os agradezco vuestra buena disposición. Entonces acordamos eso: Después de la instalación del destacamento militar les facilitaremos un dirigible para que puedan iniciar ese viaje al lugar del que no hemos hablado y tú nos dirás eso que nos es tan vital.

—Perfecto. ¿Qué opina capitán?—Se giró hacia Gallardo.

—Yo…—«¡Qué demonios!»—No podía estar más de acuerdo.


—¿Dónde está Tsetsu?—Hana caminaba aún aturdida por el choque emocional de volver a ver a Jean Baptiste, porque hasta ahora no terminaba de creerse que volverían a reunirse, pero viéndolo a él todo parecía mucho más real. Además estaba el extraño cambio de su pequeña, dónde estaría. De pronto, después de años bregando contra mil peligros necesitaba la seguridad que él mostraba ante cualquier dificultad. Sabía que era una pose, pero ahora la necesitaba.—¿Dónde está?

—Ya sabes cómo es. Estará yendo de aquí para allá. Estoy seguro que a menos de cuatro metros de tu hija, que por cierto, será toda una mujercita…

—¡Ja!—Intervino la Peligro camino de la zona de las mujeres.—¿Una mujercita…? Y dos.

—¡No digas tonterías!

Los obreros enrolados en Rio Grande estaban separados por sexo. Los hombres, la inmensa mayoría, ocupaban casi toda la cubierta uno, sólo un pequeño tramo, al final del corredor principal, estaba reservado a las mujeres. No es que no pudieran hablar o relacionarse, pero a la hora de dormir o trabajar, ellas no compartían el espacio con ellos.

Desde luego no eran pocas las escaramuzas desde cualquiera de los dos lados. Los servicios fueron al principio el lugar apropiado para fugaces encuentros ya que no tenían cámaras de vigilancia, pero con el tiempo habían triunfado algunos otros como la lavandería. El operador de la sala de control, Wei Shou, terminó acostumbrándose a la falta de pudor del personal, incluido el de su propio país.

Jotabé, que disfrutaba de bastante popularidad entre las pocas trabajadoras, estaba convencido de que los chinos permitían este tipo de aventuras siempre y cuando no implicaran ningún tipo de relación estable. Alguno de los chicos tuvo que pasar un par de semanas en el calabozo por protagonizar enfrentamientos a causa de los celos pero en ningún momento estuvo en peligro el que las mujeres y los hombres pudiesen tener contacto.

Ahora les acompañaban hacia su zona por indicación de la tripulación. La Peligro, al saber de esta separación sufrió un desengaño momentáneo, pero la alegría de ver volver a estar con sus amigos fue mucho más fuerte.

—No se habrá puesto gorda, ¿no?

—¿Gorda? No, ¿por qué?

—Como dices que se ha hecho dos mujeres y te conozco…

—¡Dejadlo ya, por favor!—Hana levantó su vocecilla en un grito estridente. Estaba muy nerviosa.

—Vale, vale.—La Peligro se agarró a ella con cariño.—No me eches cuenta mujer, ya sabes que estoy medio loca.

Ella y el francés se cruzaron una mirada de complicidad que parecía significar  “luego te lo digo”. Él decidió dejar solas a las dos mujeres y retuvo el paso para ponerse a la altura de aquél muchacho que caminaba mirándolo todo como si acabara de nacer.

—Hola. No hemos hablado. Me llamo Jean Baptiste, aunque todos me conocen por Jotabé o “el forzudo escarlata”—Exageró el acento argentino en esto último. —¿Cómo te llamas tú?

—Mi nombre no lo sé. Todos me conocen por El Cucharilla.

—¿Extraño apodo?

—Es una larga historia. Estás un poco…

—¿Musculado?—El pelirrojo tensó todos sus músculos a la vez convirtiéndose en una masa de bultos irrigada por gruesas venas.—Si, no lo puedo evitar.

—¡Quién querría evitar eso!

—No lo creas, todo tiene sus inconvenientes. Por ejemplo,—Acercó su rostro al oído del chico y le susurró,—No puedo “echarme”  encima de nadie, peso demasiado.

El chico se sonrojó y sonrió a la vez.

—Bueno, pero también tiene sus ventajas. Por ejemplo…—Sin que apenas tuviera tiempo para reaccionar, Jotabé lo tomó por las caderas y lo levantó como una pluma.—Puedo con todo.

—¡Eh… suéltame…!

—Deja al chico, franchute, ya tendrás tiempo de malearlo. Por cierto…—La Peligro se detuvo.—Ya no tienes acento francés.

—No, ahora tengo acento porteño—Se rieron todos, aunque el Cucharilla no sabía muy bien por qué.


El joven marinero que hacía las labores de asistente del coronel, tras llamar a un soldado para que les llevara a la cubierta de los trabajadores, les acompañó hasta la salida del despacho.

Gallardo estaba deseando quedarse a solas con la pequeña Tsetsuko. Tenía muchas preguntas y algún que otro reproche. Ella caminaba delante de ellos sonriente como si no hubiese roto un plato en su vida. En la puerta, un soldado hierático tomó el relevo y el ex comisario creyó ver una oportunidad.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?—Había casi odio en las palabras de Gallardo. Su mano agarraba el brazo de la pequeña con furia.

—¿Yo?—Se giró zafándose de él—Yo…

Los ojos de la muchacha se apagaron, su cuerpo tembló, se puso rígido. Los párpados se cerraron, parecía que iba a desmayarse. El soldado caminaba delante de ellos y no se percató de nada pero Gallardo dio un salto para cogerla en brazos. Y al instante ella desapareció.

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