05.80: A bordo del Mensajero


Caminaban por los pulcros pasillos de aquella enorme nave embargados por el miedo y la emoción. Después de años viviendo entre el desastre, de nuevo, un lugar construido para las personas.

El suelo era una lisa pista sobre la que caminar. Tan lisa que mareaba. Sus piernas, acostumbradas a enfrentarse a cada paso con un obstáculo, se movían con torpeza, sin ritmo.

Las paredes también eran lisas, de un apagado azul eléctrico un tono más claro que el del suelo. El techo, casi celeste, estaba salpicado de vez en cuando por un foco de luz blanca. Todo era rectilíneo, exacto, abarcable por la mente. A pesar de ir escoltados por dos parejas de guardias armados, altos, fornidos y aterradores, con sus máscaras y armaduras de extraño plástico verdeazulado se sentían de nuevo en casa.

—Permaneced atentos, dejadme hablar a mí.

Todos asintieron sin rechistar. Nadie dudaba ya de la increíble capacidad de Tsetsuko para llevar las riendas de aquel grupo, ni siquiera su madre. No era más que una niña que aún no había cumplido los catorce. Pero había cambiado. Y ahora se movía por aquellos pasillos como si los conociera. Miraba con seguridad al interior de cada camarote sin curiosidad, reconociendo de forma sorprendente su interior.

—Ni zai nali dai wumen?

Uno de los soldados se volvió.

—Rang wumen lai kan kan laoban, gaosu ta gai zenme zuo.

La Peligro, gracias a su envergadura, caminaba agarrada a Hana como si la llevara en volandas.

—¿Estos tampoco son japoneses, verdad?

—No. También son chinos,

De algún modo la chica había conseguido que aquellos soldados los detuvieran. También consiguió convencer al capitán que impartía órdenes en un puesto de mando en mitad de la playa y al que controlaba el flujo de lanchas neumáticas en el puerto. A todos les había hablado en chino, con seguridad, amabilidad y firmeza y todos habían terminado asintiendo sin apenas oposición.

No estaban esposados, ni los llevaban encañonados, ni con empujones ni con órdenes abruptas, más bien los escoltaban por aquel barco como si fueran los invitados del capitán. Algo que no sólo sorprendía a La Peligro, Hana o Gallardo, sino que también divertía de forma evidente tanto al Cucharilla como a las esculturales Larisa y Katerina que se cruzaban miradas de complicidad cada vez que Tsetsuko increpaba a los soldados con algún comentario indescifrable.

—¿Qué les has preguntado?—Murmuró el Cucharilla a su oído.

—Que dónde vamos.

—¿Y te lo han dicho?

—Si, a ver a su jefe.

La calma del rostro de Tsetsuko contrastaba con la tensión de la mandíbula del operador del centro de control del Xin Shi Hai, Wei Shou.

Wei era las manos que operaban sobre todo aparato cuyo funcionamiento no fuera el esperado. El control real de la nave se ejercía desde más de 6.000 kilómetros de distancia, por eso él sólo era consciente de lo que le demandaban o veía en las pantallas y por eso había tenido conocimiento de que una mujer japonesa, su hija, un señor de edad avanzada, un chico con pinta de salvaje y una mujer que no parecía una mujer habían llegado a bordo cuando desembarcaron en el muelle 3 de estribor, hacía apenas siete minutos.

Algo le decía que aquello no estaba previsto, que los cuatro soldados que les acompañaban en dirección al centro de mando del despliegue militar no estaban obedeciendo órdenes de éste sino que funcionaban por iniciativa propia. En breve, el Alto Mando, al otro lado del globo, se percataría de esa anomalía. Por eso estaba tenso. Tenía la seguridad de que aquellas japonesas eran la familia de Tsetsu y era urgente hacérselo saber antes de que desaparecieran de los corredores del Xin Shi a través de la puerta de alguna sala de interrogatorio o en el interior de algún siniestro calabozo.

Pero el coronel de la unidad de refuerzo de la Fuerza de Despliegue Táctico que ocupaba ahora las calles y los alrededores de la pequeña población frente a la que se hallaban fondeados había tenido la feliz idea de apostar un guardia dentro de la sala de control del Xin Shi para vigilarle.

El hecho de que Liu Haipong fuese coronel y no comandante o capitán daba a la misión de fundar la primera colonia de la Nueva China en Europa una importancia sobresaliente, eso lo sabía hasta el mismísimo Wei. Pero también ponía un poco más difícil alcanzar sus planes de apoderarse del barco y llevárselo a un lugar mucho más interesante para él y sus amigos.

La aparición de dos destacados miembros de la Alianza Inverosímil, Jean Baptiste Legrand y Tsetsu Watanabe, con sus superpoderes intactos en cambio los facilitaba, aunque le había costado bastante convencer al japonés de que sus planes eran viables. Y ahora aparecía en el barco una mujer y una niña de indudables rasgos nipones para alterar de nuevo todo el calendario. Debía avisar a Tsetsu, no le perdonaría que no lo hiciera, pero aquél soldado pétreo de la entrada no le quitaba ojo de encima.

—Voy a mear.—Dijo sin mirarle.

—¿Le ocurre algo?—Dijo la voz seca del soldado—En tres horas ha ido dos veces.

—Cuando me emociono suelo mear mucho, y toda esta operación de desembarco es muy emocionante.

—¿Está seguro de que sólo va a mear?

—Si quieres puedes acompañarme y comprobarlo.

Aquella idea no pareció gustar demasiado al soldado que respondió con un brusco movimiento de cabeza. El joven operador salió de la sala de pantallas en dirección al baño. Llevaba su impagable teléfono Quantum en uno de los bolsillos de la guerrera. Nada más entrar marcó el número del japonés. Mientras sonaba la señal de llamada entró en uno de los escusados. Descolgaron.

—¿Tsetsu?—Susurró.

—No Wei, soy Jotabé. ¿Ocurre algo?

—Creo que su esposa y su hija están abordo. En estos momentos van camino  del centro de mando operativo con cuatro soldados.

—¿Por dónde?

—Por lo pasillos de marinería.—Era un área vetada al personal no militar. Incluso para Tsetsu era difícil atravesar las puertas que les separaban.

—Joder. ¿Están bien?

—Tienen muy buen aspecto,—“para estar irradiadas”, le faltó decir,—pero puede que estén detenidas, no sé si podréis hacer algo.

La puerta del excusado se abrió de golpe. El soldado le encañonaba justo entre las cejas. Wei se le quedó mirando con la boca abierta.

—Dame eso, ahora.

Tsetsu intentaba convencer a algunos de los cabecillas del futuro motín de cómo hacer las cosas de forma suave, con el mínimo riesgo posible. Las respuestas eran para todos los gustos, desde los que creían que era totalmente imposible arrancar el Xin Shi de las garras de los militares chinos hasta los que lo confiaban todo al factor sorpresa y proponían actuar cuanto antes. Cuando vio entrar a su musculado amigo con la cara desencajada se separó de la discusión.

—¿Qué ocurre?

—Es Wei, dice que cree haber visto a tu esposa y tu hija caminando camino de el centro de mando. Parecen haber sido apresadas.

—Pero… ¿Cómo puede ser?

No pudo darle respuesta. Tsetsu ya había desaparecido.

No podía escuchar conjeturas, no había tiempo. Estaba claro que Wei las había visto a través del circuito de cámaras de seguridad, como todo lo que veía. Probablemente estarían caminando por la zona militarizada, detrás de las puertas de seguridad. Allí estaba él. A hipervelocidad. Las puertas estaban abiertas y un grupo de soldados las bloqueaba congelados mientras entraban en el área restringida. Pasó junto a ellos sin rozarles. Sabía dónde habían instalado el centro de mando, así que se dirigió hacia allí con la esperanza de interceptar a su familia, si es que se trataba de ellas, antes de que cayeran en las manos de Haipong.

No necesitó llegar a su destino. Al final del corredor que conducía hasta los camarotes de oficiales pudo ver al grupo acompañado por cuatro soldados. Reconoció al comisario Gallardo, prácticamente igual a cómo lo vio la última vez, La Peligro, mucho más delgada, Hana… Se detuvo. Hana parecía mucho más vieja. Sus ojos habían menguado y un par de abanicos de arrugas los adornaban los extremos. Sus labios también eran mucho más finos, apenas visibles. La comisura de su boca marcaba una pequeña uve. Su pelo carecía del brillo que antes la hacía resplandecer, su cuerpo era más pequeño, encorvado, delgado. Y junto a ella… Su hija.

Tsetsuko había perdido toda señal de inocencia. Su rostro era delgado y puntiagudo, más de lo natural. Su nariz, pequeña como la de su madre, se erguía como un minúsculo índice bajo sus ojos que resplandecían en un extraño color miel. Era tan alta como Hana y caminaba con altivez, segura de sí misma. A pesar de que se movía a hipervelocidad, ella parecía estar viéndole. Él buscó rápidamente un escondite, tras un saliente en uno de los recodos, y pasó a velocidad normal para poder verles en movimiento.

—No te preocupes, todo está bajo control.—Oyó decir a la niña. Se le heló la sangre. ¿Acaso le hablaba a él?

Tomó un papel del taco de su bolsillo y escribió una nota con el pequeño lápiz que llevaba siempre encima. Era un viejo truco de cuando Jotabé y él vivían en Rio Grande para comunicarse en secreto. También valdría para hacerlo con Gallardo. Le sonó extraño. Siempre pensó que el encuentro sería mucho más emotivo, pero ahora no tenía tiempo que perder.

Pasó a hipervelocidad, le metió la nota en la mano cerrada junto con el lápiz y se volvió a esconder tras el saliente.

El excomisario notó cómo había aparecido aquel trozo de papel en su mano, la abrió asustado y el lápiz se soltó. Afortunadamente el Cucharilla lo vio caer y lo atrapó al vuelo.

—Se le ha caído esto.—Dijo con toda la educación de la que era capaz.

—¿Qué es eso?—Respondió el comisario mientras extendía la nota. Los soldados no se estaban dando cuenta de nada, pero Tsetsuko si.

—Es un mensaje de… ¿tu padre?—Miró alrededor buscándolo.

—Está aquí, lo noto.—Dijo la chica. Hana se estremeció. Recordó que su marido era capaz de moverse a tal velocidad que nadie podía verlo.  No le extrañó que su hija su pudiera hacerlo.

—¿Qué dice la nota?—Preguntó la joven. Gallardo se la entregó para que la leyera ella misma.

—¿Tu padre le ha dejado una nota en la mano?¿Pero… cómo?—El Cucharilla se rascó la cabeza con desesperación. —¿Estáis todos locos?

—No. Dame el lápiz. Le tengo que responder.

Tsetsuko garrapateó algunas palabras bajo el mensaje de su padre y la arrugó con su mano izquierda. Cuando la volvió a abrir ya no estaba. Ni el lápiz. El chico, que había sido testigo de todo ese despliegue de trucos se giró para mirar el suelo y ver dónde habían caído los dos. No había rastro.

—No te inquietes, ya te contaré.

“En el siguiente recodo deteneros, os libraré de esos cuatro”, les había escrito Tsetsu. “No papá. Deja que nos lleve con su jefe, necesitamos hablar. Tu puedes acompañarnos.”

Tsetsu miró a su hija marcharse con el grupo. Quién era esa niña para decir lo que había que hacer o no. Cómo le había dado Gallardo la nota a ella. Si sólo era una niña. Y quién era aquél joven que acababa de echarle un brazo por encima a su hija.

Eran demasiadas preguntas. Y el grupo ya doblaba la intersección camino del puesto de mando. Quizá fuera una buena ocasión para entrar en él pero no sabía si una vez dentro podría evitar que les sucediera algo malo. Sin embargo no intentó mandar ningún nuevo mensaje simplemente les siguió.

—Es una vieja grabadora.—Dijo Wei balbuceando.—La uso para escribir mi diario.

El soldado continuaba encañonándole.

—De acuerdo. Entréguemela y se la devolveremos una vez que la hayamos analizado.

—Pero…

El cañón se acercó tanto a su rostro que llegó a tocarle en el entrecejo.

—Tengo orden de disparar ante cualquier sospecha y aquí no hay cámaras, así que, o me entrega la grabadora o se despide de este mundo para siempre.

Como si estuviese poniendo en sus manos su propia alma, Wei le tendió el móvil. El soldado lo atrapó y lo hizo desaparecer en uno de los bolsillos de su pantalón.

—Ahora espera a que reciba órdenes.—Se tocó tras la oreja izquierda.—Siete, siete, cuatro a puesto de mando, necesito confirmen directiva de seguridad.

“Aquí puesto de mando”, escuchó en su cabeza, “¿Qué ocurre, siete, siete, cuatro?”

—Necesito realicen un registro en los dormitorios del personal de la Sala de Control, he encontrado un dispositivo no autorizado.

“Ya hicimos un registro de esos dormitorios, no había nada.”

—Por eso deberíamos repetirlo. Además necesito instrucciones saber qué hacer con el operador infractor.

“Mantenlo bajo vigilancia pero déjalo trabajar, no podemos quedarnos sin él en estos momentos. Supongo que le habrás quitado eso que llevaba.”

—Por supuesto, está a buen recaudo.

El puesto de mando había sido instalado en los alojamientos de los oficiales, que a su vez habían sido trasladados provisionalmente a los dormitorios de marinería hasta que se terminaran los barracones del destacamento militar. En el comedor de oficiales se encontraba el centro de información y combate. Todo estaba lleno de cables por el suelo, cajas de plástico con ordenadores y sillas de distinto tamaño a modo de consolas y los puestos de radio desparramados a lo largo del mostrador de acero de la cocina.

—Está bien, enseguida te mandamos a alguien.

Los soldados parecían moverse entre aquella maraña de objetos desordenados con cierta naturalidad. El operador de radio levantó la mano haciendo que un sargento que permanecía de pié se acercara a él.

—En la sala de control, siete, siete, cuatro ha encontrado un dispositivo no permitido, pide que alguien vaya a hacer un registro.

En ese momento se abrió la puerta. La figura del grupo de Tsetsuko se dibujó contra la luz del pasillo.

—Pero… ¿qué hacéis aquí?—Dijo el capitán.—Los detenidos van directamente a las salas de interrogatorios, sigan por el pasillo… venga…

La chica no hizo caso del comentario y entró en la sala dejando atrás a los soldados.

No hay comentarios: