05.79: La nueva Sibila


Su mirada se había tornado fría. Sus ojos seguían calmados pero no transmitían ya ninguna emoción. Nada de afecto. Nada de humanidad. Quizá había sido siempre así y fuera ella la que proyectó en él todo lo que quería ver.

—¿Qué es lo que no existe?

Estaba allí, quieto, sin atreverse a dar ni un solo paso, como si oliera algo que no le gustara. Sabía que a sus espaldas, tras la rejilla de ventilación, los ojos de Bruno contemplaban la escena. Entre ella y su marido en cambio apenas había un par de metros.

 ¿Temblaba? No podía saberlo. Su estómago se había reducido al mínimo, su boca reseca apretaba los labios convirtiéndolos en una línea invisible, su frente se cubría de un ligero sudor frío. Probablemente estaría temblando y él lo estaría notando.

—¿Me escuchas?—Pareció impacientarse.—¿Con quién hablabas?

—Sola.—Su voz salió como un chirrido apagado.—Estoy sola, con quién quieres que hable.

—Ha desaparecido.

—Quién.

—Tu amigo Bruno.—Había un ligero tono de reproche en aquella frase.—El que ha querido matarte. Ha desaparecido.

—Su… supongo que le estarán buscando.

—Con todos los hombres disponibles. Puede cometer una locura, ya ha matado a dos guardias a sangre fría.

“A sangre fría… de eso tienes que saber mucho.”

—Aquí estoy segura.

—Desde luego, he ordenado reforzar tu guardia. Hay un par de hombres tras cada esquina hasta estos aposentos.—Aquello pareció tranquilizarlo a él más que a ella. Empezó a aproximarse.—¿Quieres que hablemos?

—Estoy cansada. Me gustaría estar a solas.¬—Se mostraba demasiado cortante pero no podía evitarlo. Aquel hombre le daba escalofríos.

—Tenías muchas ganas de saber. ¿Ya no tienes nada que preguntar?

—Estoy cansada.

—Me han dicho que has decidido no someterte al tratamiento.

—No tengo ganas de discutir ahora.

—Está bien. De todas formas he ordenado que las enfermeras estén dispuestas, por si cambias de opinión. Iré a ver cómo va la operación de búsqueda. ¿Necesitas algo?

—Descansar.

—Ok.

Se dio la vuelta con dificultad, como si estuviera pegado al suelo, pero logró marcharse sin pronunciar ni una palabra más.

La estancia permaneció en silencio durante un buen rato. Ella, obviando los ojos que la observaban desde la oscuridad, se quitó el hábito y quedó desnuda ante el espejo. Pudo oír cómo la respiración de Bruno se agitaba.

—¿Por qué me haces esto?—Dijo ella.

Tardó en responder. Jadeaba de forma casi imperceptible. No quiso imaginar qué podría estar sucediendo tras la rejilla. Por fin oyó un suspiro de resignación.

—¿Qué he hecho ahora?

—¿Por qué apareces de repente?


—Seguimos sin noticias. ¿Alguna novedad?—El joven Múgica le estaba esperando con expectación.

—No ha querido hablar.¬—Auger estaba inquieto.—Esta situación se está envenenando.

—Sigues pensando que ella es imprescindible.

—Sin duda. Acabo de presenciar cómo los guaridas la obedecen a ella antes que a mí. Para la gente yo no soy nada sin ella. La necesitamos.

—Pues ponla al tanto de todo. Si vamos a tener que trabajar juntos lo mejor es que sepa toda la verdad. Es eso o que crea las teorías de un loco paranoico.

—Estaba hablando con alguien.

—¿Bruno?

—No lo sé.

—Pediré que rastreen sus llanadas.

—No me has entendido, hablaba con alguien en persona.

—Pero eso es imposible, sólo ella ha entrado a través de la única puerta de su alcoba.

—El contable llegó al punto de encuentro por pasadizos secretos, igual hay uno que le lleva hasta ella.

—Sólo hay una cosa que lleva a todas las estancias de…—Los ojos de Mújica se dilataron—¡Dios mío. Los conductos de ventilación…!

—Sánchez de Gandarilla tenía unos planos pero no creo que quiera colaborar.

—Quizá en comandancia tengan una copia.

—Intenta localizar por dónde van esos conductos. Deja que yo me encargue de la reina.

El secretario del General se perdió en el primer recodo. Auger regresó por el corredor que conducía de nuevo a las estancias reales. Las patrullas de guardias se iban desplegando poco a poco, pudo captar en alguna conversación algo sobre el “asesino de las cámaras reales”, la información estaba siendo distribuida de forma inmediata. Todo el mundo en Nueva Toledo sabía ya que un peligroso asesino andaba suelto. Eso era bueno. Hacía que la gente se quitara de en medio y les permitía trabajar sin demasiados testigos.

Llegó junto a la alcoba real. Los soldados estaban a cierta distancia, quietos como estatuas. Se acercó a la puerta y tocó el pomo. Se escuchaban voces que salían del interior.

—Siempre he estado aquí.—Tosió y gimió de dolor.—Siempre he querido estar aquí.

—Pero yo ya no te quiero a mi lado.

—Eso me quedó claro cuando fui detenido. Sólo esperaba una ocasión para que cambiaras de opinión.

—Ese momento no llegará nunca.

De nuevo, el silencio se adueñó de la alcoba real. Bruno volvió a quejarse. Debía estar mal herido, pero eso no le hacía perder ni un ápice de su nuevo orgullo.

—Siempre fuiste una cobarde.

—No tuve más remedio, me debía a…

—¡Y una mierda!—Gritar le dolía, volvió a gemir.—No me hables de “tu reino” ni de “tu pueblo”, nunca has pensado más que en ti. Te he estado observando durante muchas noches desde este conducto. Enhorabuena, te has convertido en toda una real zorra.

—¿Disfrutaste?

—No estuviste mal, aunque reconozco que algunas veces casi me haces vomitar. Últimamente me aburres.

—Sabes que no vas a salir vivo de ahí, ¿verdad?

—No me importa. Mi vida ya no vale la pena.

—¿Lo valió alguna vez?

—Hubo un tiempo en que fui feliz.

La reina acarició la idea y quiso confirmarla.

—¿Junto a mí?

—No. Eso sólo fue una imitación de la felicidad. Mírate, eres un monstruo enfermo que utiliza su posición para abusar de jóvenes atemorizados. Tu vida es aún más triste que la mía.

—Pero yo seguiré viva.

Se oyeron ruidos. Voces procedentes de la rejilla. Un grito. Un disparo como un trueno. Olor de pólvora. Ella, tranquilamente, se echó el hábito de nuevo sobre los hombros. Las voces bajaron de tono. Escuchó cuchichear. La voz y los gemidos de Bruno se habían perdido para siempre. Lo sabía.

A los pocos minutos su puerta se abrió de golpe. Entró John seguido de Múgica. Estaban alterados, sobre todo el segundo.

—¿Estás bien?

—Si. ¿Qué ha sido eso?—Agachó la cabeza para que el secretario del General no le viese la cara.—¿Habéis detenido a Bruno?

—Hemos acabado con él. No te vas a creer dónde le hemos encontrado.

—¿En las Cámaras del Tesoro?

—No. Ahí detrás, en el conducto de ventilación. Al parecer hay más pasadizos secretos de los que tú conocías.¬

—Perfecto.—Inspiró profundamente.—Lo he pensado mejor. Me someteré al tratamiento.—“Yo seguiré viva”

Auger fue a continuar describiendo cómo habían encontrado el pasadizo pero quedó mudo un instante, sorprendido por lo que acababa de escuchar. De repente se volvió hacia el joven secretario.

—Avisa a las enfermeras, que vengan rápidamente.—Se giró de nuevo hacia la reina.—Antes de que “su majestad” vuelva a cambiar de opinión.

Ella levantó la cabeza y le sonrió inocente, como si realmente fuera una tonta indecisa.  Su mirada parecía querer pedirle perdón por dudar de él. Y él captó el mensaje. Se acercó y la besó.


El tratamiento tuvo a la reina fuera de combate más tiempo del necesario, pero los planes de Auger necesitaban que su convalecencia fuese alargada hasta casi un mes. En ese tiempo cambiaron muchas cosas en Nueva Toledo. Su esposo eliminó algunos cargos, creó otros, cambió protocolos y ordenanzas, reorganizó la Guardia Real y desplegó una legión de emisarios hacia las colonias cargados con un sinnúmero de edictos.

Mientras tanto las Cámaras del Tesoro fueron vaciadas con un transporte ininterrumpido de cobre hacia el sur y el este. Todo aquél que protestó o pidió esperar a que la reina estuviera consciente fue eliminado, deportado o nombrado explorador para que buscara más cobre. El rumor de la desaparición de la reina y el miedo a la nueva cúpula dirigente se extendieron como la pólvora. La capital se vació de cortesanos que prefirieron partir con sus familiares y amigos a las colonias, lejos del largo brazo del americano.

Los cargamentos de medicina empezaron a llegar desde el Xin Shi Hai. Algunos médicos y enfermeros de confianza fueron adiestrados en su aplicación y ésta empezó a suministrarse a grupos de guardias de élite, gente leal a Múgica y Mendiola.

Para cuando la reina fue sacada del coma inducido, media Guardia Real era ya un ejército saludable y preparándose para la acción. La Corte, notablemente mermada, también empezó a ser tratada.

—¡Buenos días!¬—Dijo un rostro borroso ante ella. Volvió a cerrar los ojos.

—Voy a avisar a su marido Majestad. Está deseando verla.

“¿Mi marido?”

El rostro de su primer marido, cuando era un joven divertido y ardiente, le vino a la memoria. Se acercó para besarle, pero cambió. Era Bruno y no era bello, sólo un despojo humano tendido en un charco de sangre.

Volvió a abrir los ojos. El techo, débilmente iluminado le resultó familiar.  Le dolía la cabeza, como si algo la oprimiera. Estaba en su alcoba, bajo tierra. La Guerra había acabado con todo. Tuvieron que huir de la capital. Se refugiaron en las entrañas de Toledo. Organizaron la supervivencia de un grupo, el general Mata lo llevaba todo atado, el invierno se retiró hacia el Norte, empezaron a salir. Llegaba cada vez más gente. Algunos, los más jóvenes y saludables engrosaron su Guardia. Se recuperaron armas, vehículos, helicópteros. Se empezaron a construir los muros de la ciudad que ya no podía albergar a más personas. Los campamentos de refugiados crecieron como setas alrededor de los muros.

Un cara pálida apareció ante ella.

—¿Me reconoces?

Era John Auger. Su marido. No podía verle bien pero su olor era inconfundible.

—Creo que sí, amor mío.—Por lo menos seguía viva. Al menos en eso había cumplido su palabra.

—Trae un espejo.

Alguien le dio un espejo a él. Su visión era más nítida ahora. John estaba cansado, un poco más viejo, pero igualmente bello. Alargó la mano para tocar la de él. Era cálida, grande, protectora.

—Ahora cierra los ojos y no los abras hasta que no te lo diga.

Ella le hizo caso.

—Ahora.

Abrió los ojos. Un rostro familiar la miraba. Era ella misma, como antes, como antes de la Guerra. Sólo algunas pequeñas cicatrices le recordaban su pasado reciente. Se podría decir que de nuevo era ella.

—¿Qué?

—Amor mío… esto es…

—¿Un milagro?—Su rostro fue sustituido por el de él.—No cariño, esto es Ciencia. Tu cuerpo ha eliminado todo vestigio de radioactividad. Todas tus células son nuevas y sanas.

Intentó incorporarse pero perdió el equilibrio.

—No, aún no.—Oyó decir a su ayuda de cámara.—Debe tener paciencia, lleva un mes tendida.

—¿Un mes?—El calor le subió por el cuello. —Cómo…

—No te preocupes del cómo, ahora estás sana y despierta. Según las enfermeras en unas horas podrás levantarte y caminar. Te tienes que poner al día, han pasado muchas cosas interesantes que te gustará conocer.

—¿Qué cosas?

El rostro de Auger desapareció de su vista. —Esté atenta a sus necesidades y avíseme cuando se haya restablecido por completo. Voy a por la televisión, esto lo tiene que saber todo el país.

Sintió un beso en la mejilla pero ya había cerrado los ojos. Claro que lo sabría todo el país, pensó, todo el país.

No hay comentarios: