05.74: Amanecer robado


La luz lechosa de la mañana se colaba entre las ramas como jirones sueltos de bruma. El silencio, intenso y húmedo, empezaba a romperse con los primeros silbidos de los pájaros.

Una cúpula de pinos piñoneros impedía ver cómo el cielo pasaba del negro al blanco a cambio de protegerles de miradas indiscretas, como el cercado de arbustos que les rodeaba.

Abajo, en la bahía de Ben-Almadina, todo parecía tranquilo. Quizá la luz no fuera la suficiente pero podía apreciarse que la intensidad de los combates de la noche pasada apenas había dejado huellas. El pueblo dormía en paz, a pesar del circular nervioso de algunos vehículos.

La silueta clara del Sin Xhi Hai en el mar, con su enorme estrella roja iluminada por el sol naciente, señalaba a la costa como una flecha. En el cielo, los vuelos de los drones se habían ido espaciando hasta prácticamente desaparecer. La batalla había concluido.

El grupo que ahora descansaba en silencio esperando el desarrollo de nuevos acontecimientos había caminado toda la noche.

Poco tiempo tuvo La Peligro de disfrutar del mullido asiento del SUV de la policía local de Ben-Almadina con el que Gallardo y sus guardaespaldas habían ido a recogerles. Un oportuno aviso de Tsetsu desde el Xhinshi les puso al corriente de cuál era su posición y, de paso, de cuán sencillo era para los drones acabar con ellos.

No bastaba con apagar las luces o esconder el coche bajo los árboles. Sus sistemas de detección continuaban posicionándolos y sólo la existencia de objetivos más interesantes les había librado por ahora de sus atenciones.

Así que tuvieron que buscar un lugar más seguro para guardar un vehículo que aunque ahora estorbara podría ser vital más adelante. Y lo hallaron. Un viejo almacén abandonado en el sótano de una casa en la ladera sur, frente a la bahía.

Después de comprobar que el coche era indetectable, reemprendieron la escalada para alejarse lo más posible de las explosiones y escaramuzas de la costa. Fueron horas de esfuerzo y miedo. Ahora todo parecía tranquilo.

La Peligro se había quedado dormida contra un árbol. Roncaba, pese a la insistencia de Larisa para que guardara silencio.

Las dos guardaespaldas comprobaban ojeando por encima de los arbustos el estado de las casas y calles de su ciudad.

—No parece haber sufrido demasiado.

—Curioso. A pesar de todo ese bombardeo.

—Han hecho como con los peregrinos.

Sobre las cabezas rubias de Larisa y Katerina colgaban los pies de Tsetsuko y el Cucharilla que encaramados a una gruesa rama, miraban en la misma dirección.

—¿Los peregrinos?

—Es largo de contar, quizá cuando tengamos más tiempo…—Tsetsuko parecía más interesada ahora en algo que estaba más allá de las casas.

—El caso es que realmente no atacan, sólo asustan.—Aclaró incómodo el Cucharilla.

—Ah.

Separados de ellos, Gallardo y Hana conversaban sin perder de vista los movimientos de los vehículos que recorrían la ciudad. Los prismáticos empezaban a servir para algo aunque la luz era todavía demasiado escasa.

—Parece mentira que Tsetsu esté allí, en aquél barco, casi a nuestro lado.

—Aún falta lo más difícil. Apoderarse de él.

—¿Crees que podrán conseguirlo?

—No.

Hana se giró asustada. —Pero… tú…

—Siempre he creído que esa idea de apropiarse del barco era demasiado arriesgada, incluso loca. Pero Tsetsu parecía seguro y en su plan hay demasiados datos que yo no controlo. Pero ahora, viendo este despliegue, no sé cómo podríamos arrebatarles el barco sin tener que enfrentarnos a soldados y aviones. No. No lo veo claro.

—Cuándo es el próximo contacto.

—A las ocho. Faltan veinte minutos.

—Quizá él tenga más información y pueda convencerte.

—¿Convencerme?—Gallardo movió los prismáticos para mirar hacia abajo, al pié de la montaña.—No se trata de eso. Sería posible arrebatarles el barco si acabamos antes con su capacidad… Un momento.—Con cuidado sacó el cuerpo hacia afuera sin importarle clavarse algunas ramas.—Sube un coche. Viene hacia aquí.


Hicieron el amor, pero no hubo amor.

En las últimas horas habían pasado tantas cosas que cuando volvieron a la Garganta no quería nada más que descansar. Solo. Pero Estrella estaba especialmente contenta, como si la muerte de Willy le hubiese quitado un peso de encima.

Al atardecer, poco después de que llegaran, hubo una reunión de la Gran Comunidad. Se celebraban muy de vez en cuando y recibían ese nombre porque en ellas se tomaban decisiones muy importantes y era obligatoria la asistencia de todos.

Una galaxia de velas se extendía por toda la pared que rodeaba a Estrella y algunos otros. Por el número podría decirse que había quórum. Y la reunión dio comienzo.

Pepo oyó hablar a Estrella, contando lo sucedido arriba en los aerogeneradores, cómo murió Willy y cómo apresaron a los que le acompañaban. En general fue bastante precisa y fidedigna. No obvió ningún detalle, por escabroso que fuera, aunque si matizó algunos sentimientos y explicó algunos comportamientos según su propio punto de vista.

El Notario, que había recibido a Pepo con auténtica alegría, escuchaba el relato de la mujer con indisimulada admiración. El joven no quiso chafarle el momento diciéndole que aquella mujer no era lo que parecía.

Cuando acabaron las intervenciones empezaron las propuestas: por una parte había quien quería acabar con cualquier apertura de la Garganta a otros grupos mientras que otros proponían una estrecha colaboración con la gente del Diablo para iniciar una nueva etapa. Nadie se cuestionó ya si era o no oportuno que la Cueva del Diablo recibiera electricidad de la Garganta. Después de lo de Willy no.

Al final, casi a las cinco de la madrugada, se suspendió la reunión sin haber llegado a un acuerdo. A la tarde siguiente continuarían pero Pepo y El Notario ya no estarían allí. Las noticias que llegaban desde Ben-Almadina eran preocupantes. Si bien las chicas y el Cucharilla habían logrado reunirse con Gallardo el desembarco de los chinos había sido cualquier cosa menos pacífico. Tenían la necesidad de estar juntos y a él allí no le quedaba nada.

Pero Estrella estaba contenta. No podía saber por qué. Empezó a bromear con él y terminaron haciendo el amor sin amor.

Las primeras luces le sorprendieron haciendo su equipaje. El Notario, previsor como pocos, dormía plácidamente sobre el suyo y Estrella roncaba estirada sobre la cama como si fuera la dueña del Mundo.

—¿Nos vamos ya?

—Buenos días José Antonio.—Lo miró sonriendo.—Cuando quieras.

El Notario se levantó, estiró sus escuálidas extremidades y se echó el talego a la espalda. Pepo ya estaba en la puerta de la cueva, esperándole. Él se giró para mirar hacia el fondo. Detrás de una ligera cortina dormía Estrella.

—¿No te vas a despedir?

Pepo empezó a caminar loma abajo como si no hubiera escuchado la pregunta. El Notario aceleró el paso para alcanzarle.

—Que si no te vas a despedir.

—No.

—En cualquier caso, deberías dejarles tu teléfono.

Pepo se detuvo.

—¿Mi teléfono?¿Estás loco o qué?

—No. En absoluto. Cuando estemos juntos tendremos cuatro teléfonos, si no he contado mal: los de Gallardo, la Peligro, Tsetsu y Jotabé. El Diablo tiene el mío y Estrella debe tener el tuyo.

—Pero. ¿Cómo nos vamos a comunicar con el grupo?

—No hace falta comunicarse. Solo saber que nos esperan y en qué punto, nada más. Como antes. Pero que Estrella tenga un teléfono es fundamental.

—¿Tú crees?—De nuevo se puso en marcha.

—Si le das el teléfono podrá hablar con el Diablo siempre que lo desee, eso une mucho. Y esta gente necesita unirse. Además, el teléfono le dará mucho poder frente al grupo.

—Y a mí qué. Son todos iguales. Unas hienas.

—Las cosas están muy difíciles, es preciso relajar ciertos principios morales con objeto de sobrevivir.

—Joder Notario, no me des la chapa.

—Bueno, no te doy la chapa. Míralo desde este punto de vista: Qué nos garantizará que no desconectan la matriz de partículas en cuanto se le inflen las pelotas a cualquiera de estos.—Señaló hacia los ojos negros que formaban las cuevas en la ladera de la garganta.— Ya has visto que las cosas no están claras.

—Ya lo había pensado. Deberíamos llevarnos la matriz y buscar dónde conectarla.

—¿En el barco chino?

—Por ejemplo.

—Si vamos a capturar un barco las comunicaciones serán imprescindibles. Dónde la conectamos mientras tanto.

—¿Y crees que si le dejamos el teléfono no desconectará la matriz?

—No, puede que de vez en cuando el teléfono cambie de propietario, pero su ventaja estratégica la va a apreciar sea quien sea que gobierne.

Pepo se volvió a detener.

—Mierda. Qué hacemos.

—Llama a Gallardo. Queda en un lugar con él y déjale el teléfono a Estrella. Te lo agradecerá.

—Está bien

Se descolgó la mochila y empezó a buscar el teléfono.


La tanqueta del Xinshi subía con fuerza por la carretera casi oculta entre las ramas. Larisa ya había despertado a la Peligro y Tsetsuko y el Cucharilla se habían bajado de la rama para reunirse. Las bocas calladas, las miradas nerviosas.

—De algún modo.—Explicaba Gallardo,—alguien ha detectado nuestra posición o la del coche y ahora que parece todo más calmado viene una patrulla. Si permanecemos quietos y en silencio es muy probable que no nos encuentren, al fin y al cabo no pueden jurar que estamos aquí o allí, los aviones no nos seguían a nosotros, puede que tengan una posición errónea.—Hana hizo señas de que se callasen.

El sonido del motor eléctrico de la tanqueta se hacía cada vez más fuerte, podía estar prácticamente a su altura cuando cesó. Se oyó el sonido metálico y seco de una escotilla al abrirse. Ruido de ropa y entrechocar metálicos. Parecían estar bajo ellos, a pocos metros.

— Ta shi zai zheli. Ni qu na bian, ni qilai!

Tsetsuko hizo señas de que alguien venía hacia arriba. Sin darse cuenta, todos se apretaban contra todos. Efectivamente unos pasos se aproximaban. Quizá estuviesen al otro lado de los setos.


—¿Vas a llamar o qué?

—Es que… ¿Estás seguro?

Pepo tenía el teléfono en la mano, el pulgar sobre el botón de llamada.


— Zheli de jiaobu!—La voz sonaba efectivamente al otro lado de los setos.


—No me vuelvas a preguntar. Ya te he dicho lo que pienso. Y creo que te he dado razones más que suficientes.

—Tienes razón.—El dedo pulsó el botón de llamada.


— You che de henji!—Gritaron desde abajo.— Tamen chao zhege fangxiang zou!

— Youyi suo fangzi, wo keyi kan dao!

La Peligro temblaba como un flan. Tsetsuko le hacía señas de que estuviera tranquila. Se las hacía a todo el mundo, como si ella entendiera lo que estaban hablando. De repente.

—Bleeep! Bleeep! Bleeep!—Todas las miradas se volvieron hacia Gallardo que intentaba tapar con las manos el bolsillo donde su móvil no dejada de sonar.—Bleeep! Bleeep! Bleeep!










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