05.73: La última hora
–Atacados.
–Por un grupo de salvajes.
Pepo miró a sus interlocutores intentando parecer seguro–Se que os sonará a cuento, pero es así.
El Diablo miró de hito en hito a los cuatro que acompañaban a Pepo. Eran de la Garganta, no le cabía la menor duda.
–Y… qué querían esos salvajes.
Pepo se removió inquieto. La mujer que iba con ellos respondió con decisión.
–La verdad es que no tenemos ni idea, simplemente nos atacaron.
–Y acabaron con El Gamba. ¿No?
–Tres compañeros nuestros también cayeron.
–Y la mayoría de ellos, debían ser unos… diez o doce.
–Y no querían nada ¿verdad?
–Bue… bueno. Nada en concreto.
El grupo empezaba a inquietarse. No es que El Diablo no se creyera la truculenta historia que habían inventado para explicar la desaparición del Gamba, es que se estaba burlado de ellos, como un adulto que ha pillado a unos niños mintiendo. Eso les hacía parecer más imbéciles aún.
–La última vez que hablé con El Gamba sólo ibais tú y él. De dónde han salido estos.
–Se incorporaron al poco. Gracias a que éramos más no lograron acabar con nosotros. El Gamba peleó como un león, pero aquellos salvajes llevaban arcos y flechas, no pudimos esquivarlas todas.
–Ya. Arcos y flechas. Como los indios.—Se volvió hacia Pepo.—Y a ti, ¿no te rozó ninguna?
Definitivamente aquello era una pantomima.
–Pero a éste y a mi si.–Contestó otro de los jipis mostrando una herida muy fea que le sangraba en un costado.–Estuvimos a punto de volvernos pero ya estábamos más cerca de aquí que de la Garganta y éste estaba obsesionado por entregaros eso.
El Diablo miró por primera vez los papeles que le había dado Pepo.
Estaban numerados y, uniéndolos, se suponía que se podría formar el croquis del trazado de la vía. Había indicaciones de lugares reconocibles, un depósito, una estación eléctrica, un pozo. En algunos tramos había anotaciones como “faltan 2 metros” o “caído pero llega”.
–Está bien. Tú, Curapupas, a ver qué puedes hacer por estos.–Señaló a los heridos.
–Son heridas superficiales, venid conmigo, la desinfectaremos y pondremos un vendaje.
Los heridos miraron a Pepo inquietos, pero este, visiblemente sorprendido y aliviado, les hizo señas para que siguieran al médico de la Cueva.
–Tú deberías ir con las mujeres, no puedo garantizar tu seguridad aquí.–Dijo el bandolero sin mirar siquiera a la mujer.
–No te preocupes por mí. Preocúpate por tus hombres, si no se portan bien puede que sufran algún daño.
El Diablo se encogió de hombros e hizo una seña a Pepo para que le acompañara hasta donde se alojaba . Los dos empezaron a caminar entre las antorchas bajo la mirada curiosa de decenas de ojos somnolientos.
Bastante más al sur Hana, Tsetuko, La Peligro y El Cucharilla agachaban instintivamente la cabeza ante el paso a ras se varios aviones chinos.
Su llegada a las primeras estribaciones del cinturón montañoso de la costa había coincidido con la aparición de aquellos aparatos y la puesta de sol. Al principio sólo eran un par que sobrevolaba esporádicamente la zona. Luego fueron volviéndose más frecuentes las pasadas. Ahora la presión desde el aire era constante.
Algunas explosiones esporádicas al otro lado de las montañas les hacían titubear, temerosos de encontrarse con el infierno que relampagueaba detrás del horizonte y al que parecían dirigirse.
Los aparatos rozaban casi las copas de los árboles haciendo que éstos se estremecieran como sacudidos por un vendaval. El Cucharilla, asumido su papel de guía, caminaba delante del grupo con determinación, en medio de la oscuridad, por un terreno que tampoco conocía. Los motores de los drones chinos rugían como si el cielo se quisiera desplomar sobre ellos a cada pasada.
–¿Seguro que sabes dónde vamos?
El chico no contestó. La Peligro había formulado la misma pregunta cien veces desde que el sol desapareciera del horizonte. Ahora, en medio del bosque de coníferas de la ladera norte y en plena noche aquella pregunta se había convertido en pura retórica. Ya nadie podía dudar que estaban perdidos.
–¡Niño!–Insistió.–¡Que me duele hasta el alma de andar!¿Sabes dónde cojones estamos?
–Vamos bien.–La voz de Tsetsuko sonó en alguna parte delante de ella.
–¡Y tú qué sabes!
La chica se detuvo un instante.
–Te aseguro que vamos bien. Deja al Cucharilla en paz.
La Peligro jadeaba. Estaba débil, sedienta, cansada. Tsetsuko había insistido en apretar el paso para conseguir llegar al punto de encuentro antes de que cayera la noche. Casi lo habían conseguido, pero aquella última subida la estaba matando.
–Si subimos, vamos bien.–Contestó él chico desde la lejanía.
De nuevo un grupo de aviones. Durante un instante sus oídos quedaron saturados. Al poco volvieron a escuchar, primero lo sonidos más fuertes, luego hasta el más débil crujir de las agujas secas del suelo al ser aplastadas por sus pies. También volvieron a escuchar las explosiones apagadas. Y los suspiros de La Peligro.
Hana apareció de la nada y se colocó a su lado tomándola por el brazo. A pesar de su menor envergadura tenía fuerza para soportar a aquella mujer de estructura mucho mayor.
–Tiene razón el chico, si subimos es que vamos bien.
–¿Y no habría otra manera que no fuera subir y subir?
–Igual sí la hay, pero no para nosotros. Este territorio nos es desconocido, es posible que haya un camino que suba en zig-zag, pero a menos que nos encontremos con él es imposible saber por dónde va.—Hana notaba como La Peligro había dejado caer todo su peso sobre ella.—¿Quieres descansar un poco?
–La verdad es que sí.–La sola oferta de descanso acabó con sus fuerzas. Se detuvo obligando a su acompañante a hacer lo mismo.
–¡Una pausa, por favor!–Alertó Hana a los chicos mientras la ayudaba a sentarse en el suelo.
Se oyó un bufido de protesta pero los pasos volvieron a acercarse.
–¿Estás bien Peligro?
–¡Qué pregunta! Ya ni recuerdo la última vez que estuve medio en condiciones hija mía, pero es que ahora me duelen hasta las cuencas de lo ojos.
–Aguanta un poco más, sólo nos quedan unos metros.
–¿Unos metros? ¿Para qué?
–Para encontrarnos con Gallardo.
–¡Ay!–Suspiró mientras Hana miraba sorprendida a su hija.–¿Y tú cómo sabes eso chiquilla?
–No me preguntes cómo, pero lo sé. Están esperándonos ahí delante, justo detrás de aquellos árboles.
–De qué árboles nos hablas Tsetsuko.–Su madre empezaba a preocuparse de nuevo. La chica llevaba toda la tarde abstraída, diciendo cosas extrañas, con una seguridad impropia y ahora veía árboles donde todos los demás no veían más que la negra noche.
–¿No los veis?–Señaló con la mano.–Están ahí, detrás de esos matorrales.
–Chinita, ahí no se ve ni un carajo.–El Cucharilla también dudaba de la salud mental de su amiga.
–Bueno, da igual. Confiad en mí, sólo son unos metros.
–Yo no doy ni un paso más. Lo siento, no puedo.–Se dejó caer sobre la hojarasca. Tsetsuko se volvió hacia la oscuridad poniéndose las manos junto a la boca para gritar.
–¡Gallardo!
–¿Pero qué haces…?
–¡Gallardo!
–No creas que me he creído tus explicaciones,–Le dijo enrollando los papeles mientras subía por la cuesta de roca en dirección a su cueva.¬¬—Pero de todas formas has cumplido con tu palabra.
Pepo fue a decir algo, pero el bandolero continuó.
—No sé si has sido tú, tus amiguitos piojosos o esos extraños asaltantes pero el caso es que alguien me ha ahorrado tener que tomar una decisión más necesaria que fácil.—El joven no podía imaginar el destino que El Diablo tenía reservado para cualquiera que se saltase el sagrado mandato de no mantener contacto con las mujeres de la Cueva y estuvo a punto de prenguntarle qué decisión era esa, pero la proximidad de algunos bandoleros que les esperaban en la entrada le hizo desistir.
–¿Cuánto tiempo crees que nos llevará recomponer la catenaria?
–Si trabamos a destajo no más de una semana.
–¿Crees que los jipis se echarán atrás?
–Ahora no.–Recordó el desenlace del encuentro con Willy.–De todas formas no sería mala idea que te vieras con Estrella, su…
–Se quien es Estrella.–No levantó la mirada de los papeles. Uno de los suyos estaba intentando casar las anotaciones de Pepo con la cartografía de antes de la Guerra que les había servido para ver el recorrido de la vía.–No tengo ningunas ganas de hablar con esa zorra.
–Pues no te queda más remedio. Ella va a tener siempre la llave de vuestra energía, va siendo hora de que entabléis relaciones.
–Bueno. Ya veremos.–Señalaba a distintos lugares del mapa haciendo indicaciones a los otros.–¿Y tú?
–¿Yo?
–Sí, tú. Supongo que querrás irte con tus mujeres.
–No son mis mujeres… son…
–Ya. Da igual. Si vas a irte hazlo antes de que los hombres se despierten. No tengo ganas de dar explicaciones.
–Pero, necesitarás…
–No. Éste sabe cómo conectar dos cables y éste donde conseguir cobre. No te necesitamos para nada.
–Me sabe mal…
–Sólo quiero que hagas una cosa.–Se giró hacia él. Los ojos le brillaban de una forma extraña.–Dile al Cucharilla que se cuide, donde quiera que esté. Y que recuerde que no debe…
–Estoy seguro que has enseñado a ese chico todo lo que necesita saber. Sabrá cuidarse.
–¡Lárgate!
–Está bien.–Le extendió la mano, pero El Diablo ya no le miraba.
–¡Y llévate a esos piojosos!—Gritó de lejos, cuando ya Pepo bajaba en dirección a la salida.
–¡Gallardo!
–¿Pero qué haces…?
–¡Gallardo!
–Si... aquí…–La voz sonaba lejana pero clara.
–¡Coño!¿¡Cómo...!?
–Arriba. Ya mismo vas a estar sentada en un confortable sillón.
Nadie se atrevió a dudar de sus palabras. El grupo continuó el ascenso. Entre los árboles el tenue resplandor de las luces de un coche les empezó a señalar el camino.
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