05.68: El retorno de la luz
Alejarse de los iluminados que caminaban a miles en dirección al sur fue más difícil que incorporarse a ellos.
Por algún motivo que desconocían, no estaba permitido.
Tampoco habían visto a nadie que lo hubiera intentado aunque sí notaron que cualquier cambio involuntario de rumbo era rápidamente interceptado por los vigilantes de se paseaban por entre los peregrinos.
Así que, en un primer intento, casi los vuelven a detener.
—¡Eh…!—Les había gritado uno de los integrantes de una de las parejas más cercana.—No podéis abandonar el grupo sin el permiso del cabildo… ¿A dónde creéis que vais?
—Tenemos una emergencia “femenina”.—Dijo la Peligro haciendo gestos hacia la pequeña Tsetsuko.
—¿¡Tú? ¡Lo dudo!—Los dos vigilante rieron.—La chinita a lo mejor. Pero ya es lo bastante grande para saber limpiarse el coño ella sola.
—La acompaño yo, que soy su madre.—Dijo Hana sonrojada.
—Y yo, que soy su tía.—Intervino de nuevo la Peligro.
—Y yo, que soy su…—El Cucharilla no encontraba las palabras.
—Tú eres el que le calienta las noches, que te hemos visto ladrón. Te quedas con nosotros, no vaya a ser que veas más de lo que te conviene.
—Sobre a “su tía”—Volvieron a reír.
En aquella ocasión no tuvieron más remedio que fingir pero aquél intento fallido les sirvió de aprendizaje. En el siguiente se aseguraron de que los vigilantes no estaban al acecho.
Tuvieron que esperar al descanso para comer, a pesar de la insistencia de Tsetsuko por separarse del grupo.
Mientras devoraban su ración, Hana observó a los que les rodeaban.
Era curioso, pensó. Algunos de los caminantes llevaban restos de provisiones, frutas o bayas que recogían por el camino, conejos o pajaritos que cazaban al vuelo, pero la mayoría, la inmensa mayoría, no llevaba absolutamente nada, simplemente esperaban a que llegarán las repartidoras y les dieran su sobre con la tableta de alimento preparado.
Cómo iban a abandonar el grupo aquellos que no sabían dónde iban y cuál sería la siguiente comida.
Esa comida que repartían aquellas mujeres cargadas con enormes cestos de plástico y que era una especie de masa harinosa, seca y salada, de sabor fuerte pero indescifrable, que se dejaba comer siempre que se la regara de abundante agua.
Era un alimento frugal, apenas duraba un par de minutos, cuatro o cinco bocados. Pero en el estómago, junto al agua, debía de crecer de forma considerable porque al cabo de otro par de minutos los que la habían ingerido apenas si podían moverse.
—Joder, la mierda esta me deja reventá.
—A saber con qué estará hecha.
—Hemos comido tantas cosas ya que a mi hasta me gusta.
Después de ese almuerzo tan rápido, que no ligero, los peregrinos solían echarse unos minutos de siesta mientras murmuraban algunos rezos entonados entre dientes con la cansina cadencia de un mantra. Los guardias eran de los primeros en hacerlo, y ese fue el momento en que El Cucharilla hizo un gesto a Tsetsuko.
—Ahora. Acercaros de una en una a aquella grieta y colaros dentro, yo voy detrás de vosotras.
Y así fue como dejaron de caminar con aquella masa de borregos mal alimentados. Y fue justo a tiempo.
No había pasado ni una hora, cuando ya apenas podían ver la polvareda que levantaban al caminar y sus rezos y letanías no suponían más que un lejano murmullo en el horizonte, cuando apareció una formación de aviones. Sus motores rugieron feroces antes de que pudieran ver las estelas de sus reactores.
Dieron varias pasadas sobre la multitud, algunas tan bajas que hicieron correr a la gente. La nube de polvo se abrió y se extendió a todo lo que alcanzaba la vista.
—¿Qué están haciendo esos cabrones?
—No tengo ni idea, pero no tiene buena pinta.
—Están intentando dividirlos en grupos, ¿veis? Estos aviones pasan de este a oeste y aquellos de norte a sur abriendo brechas en la multitud. La gente, para huir de ellos, corre en direcciones divergentes sureste, suroeste, noreste, noroeste. Es una típica maniobra de dispersión previa a la aniquilación de las fuerzas enemigas. Menos mal que nos hemos ido a tiempo.
—¿Qué forma de hablar es esa niña?—La Peligro se llevó la mano al corazón.—¿Eso es lo que has aprendido del lechuguino y sus viejos libros?
—No, él nunca hablaba de guerra ni batallas.
—¿Entonces cómo sabes esas cosas?
—No sé. Simplemente lo sé.
La extraña respuesta dejó pensativa a La Peligro que intercambió una mirada de extrañeza con Hana. El Cucharilla intentaba orientarse mirando al sol y las montañas para marcar el camino antes de que se hiciera de noche y alejarse lo máximo posible de aquellos terribles aviones, así que no había podido escuchar las explicaciones de su amiga.
—Tenemos que ir hacia allá.—Señaló a la derecha del lugar donde la gente corría y gritaba acosada por los aviones.—Es un rodeo, pero es más seguro que ir rectos.
—Bueno, pues en marcha, me gustaría llegar a Benalmádena antes de que se haga de noche.
La pequeña Tsetsuko empezó a caminar como si estuviera sola. Los demás se quedaron un segundo clavados en el suelo ante la determinación de la chica, pero rápidamente la siguieron dando una pequeña carrera para recuperar el terreno perdido. La Peligro anduvo un poco más rápido para ponerse a la altura de la chica.
—¿Qué te pasa niña?—Le susurraba para que su madre no la escuchara.—¿Te ha picado un bicho?
—No, pero si caminamos a razón de seis kilómetros a la hora podremos llegar a las inmediaciones de nuestro destino hacia las diez de la noche, probablemente Gallardo nos esté esperando con un coche para acercarnos hasta un lugar seguro, creo que podremos conseguirlo.
—Pero… ¿de qué coño hablas?
—De caminar, claro.
—Tsetsuko, ¿te ocurre algo?—Hana se detuvo para mirarla.
—No mamá, nada. ¡Pero no os paréis! Para ir a seis kilómetros por hora hay que caminar más rápido de lo normal… ¡Vamos Cucharilla!
—Ya voy… ya voy.
Una explosión rompió el silencio de la llanura. Otra. Otra más. Columnas de humo se elevaban a su izquierda, justo donde debería estar la peregrinación.
—¡Están bombardeando a la gente!
—¡Hijos de puta!
—Pues tu padre va con esa gente.
—Pero son personas indefensas…
—Una hormiga sola está indefensa. Miles de hormigas son un peligro.
—¿Un proverbio japonés?
—No, lo leí en un cuento. Eso es lo que ven los aviones: miles de hormigas acercarse a donde quieren fijar su hogar, y eso es un peligro. Mejor dispersarlas. No las están matando, las están asustando solamente. Es mejor mil hormigas asustadas que quinientas cabreadas.
—Pero… ¿De dónde coño sacas todas esas cosas?
—Es verdad cariño, estás diciendo cosas muy raras. Es como si no fueras tú.
—Pues ahora que lo dices.—Dijo Tsetsuko sin aflojar el paso ni volver la cara.—Hace un rato que tengo la sensación de que nos acompaña alguien más.
El Cucharilla dio un respingo y empezó a mirar en todas direcciones temiendo que hubieran sido descubiertos por la gente de El Diablo. Pero en aquél llano no había nadie a la vista, ni tampoco donde esconderse.
—No lo busques, Cucharilla.— Testsuko se señaló la cabeza con un dedo.—Quién nos sigue está aquí dentro.
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