05.65:Esperando al Mensajero
Gallardo miraba nerviosamente su reloj mientras intentaba no perder la atención de las fuerzas vivas de Benalmadina.
—Es muy sencillo. Teníais un bonito chalé y los vecinos se han encaprichado.
—Pero nosotros somos aliados.
—De la Corona.—Añadió Emilio Falcón como para despejar dudas.
—Bueno, eso sería discutible, pero no me compete a mí determinar el alcance y la firmeza de vuestra lealtad. Está claro que teníais tratos con los chinos a espaldas de la Reina, esto es una prueba irrefutable.—Se tocó en el lateral del vientre, justo donde se encontraba la compresa de nanomedicina.
—Te lo hemos dicho a ti, que en definitiva eres el representante de la Corona. En cierto modo, eres tú el responsable de que ella lo sepa o no.
—Lo sabe, lo sabe.—“Y vosotros creéis que yo sé todo lo que pasa”, volvió a mirar el reloj. Faltaban apenas doce minutos para las diez, lo hora que había convenido para llamar a Hana y tener así la información que le faltaba sobre la naturaleza de la marea humana que bajaba desde el norte en dirección a las puertas de aquél paraíso perdido.
—Y por eso nos ha enviado su infantería, para quedarse con todo y tratar directamente con los chinos.
—¿Tú crees?—Dijo a modo de evasiva. Normalmente este tipo de pregunta doble funcionaba y su interlocutor, o cualquier otra persona que estuviese presente, empezaba a especular por su cuenta brindándole un tiempo precioso.
—No digas tonterías.—Internivo Al-Bakri.—Es imposible movilizar a toda esa gente en dos días, que es el tiempo que hace que la Reina sabe lo de las compresas antiradiación.
—¡Um!—Gallardo seguía alargando los minutos de espera—Y eso lo sabes porque…
—No nos chupemos el dedo amigo mío.—Al-Bakri parecía un buda oscuro y siniestro encima de una montaña de cojines. Olía a perfume, hachis y tajin.—Hasta hace dos días no has podido hacer llegar a Su Majestad ninguno de tus mensajes, la radio no funciona demasiado bien.
—Gracias a vosotros, supongo.—Gallardo tuvo una chispa de lucidez.
—Tenemos que protegernos. Estas tierras están minadas de piratas y bandoleros. No podemos dejar que se comuniquen entre ellos.
—Ya, y las pobres ondas hertzianas no saben discriminar…
—Bueno, di acuerdo.—Ben-Hassan estaba empezando a ponerse nervioso mientras no paraba de mirar a través de la persiana rectilíneo horizonte como si temiera ver aparecer en cualquier momento la silueta de aquel portaaviones chino del que les había hablado el enviado real.—No si han movilisado como consicuencia de un repentino intirés de los de arriba por nuestra localidad.—Se volvió hacia los demás.—Pero no me diréis que ise intirés no ixiste.
El reloj de pared tras la mesa del Gobernador marcaba las diez menos cinco.
—El interés de la corona está representado en mi persona, en el hecho de que esté aquí como representante suyo. No deberíais sorprenderos.
—La gente de los alrededores dice que los que se acercan son miles, ¿cómo piensa la corona que podremos alimentarles?
La verdad es que el propio Gallardo ignoraba la respuesta a esa pregunta. Y estaba convencido de que no era intención de la Corona llevar a aquella gente a Benalmádena. Quizá en cuatro minutos Hana le diría que había hecho que miles de personas se encontraran a menos de un día de camino de donde estaban ellos.
—Se olvidan ustedes de los chinos. ¿Se ve ya el barco, Ben-Hassan?
Pepo se acercó caminando con torpeza sobre el pedregoso suelo de la cima del cerro donde giraban cadenciosos algunos aerogeneradores.
—No te entiendo, Wilhelm Klaus, siempre te has comportado como una persona razonable.—Estaban apenas a cinco metros.
—¿Sabes?—La cara del homeópata parecía extrañamente desencajada.—Creo que hay un momento para todo. Todos estos años hemos vivido bien, haciendo lo que creíamos necesario para que nuestra vida fuese lo mejor posible, para que este fin del mundo nos fuera lo más… ¿divertido? Puede ser.
Los hombres que estaban con el alemán eran de los “chicos del norte”, grupúsculos que no solían participar de la vida de la comuna y que hasta hacía poco apenas si mantenían relaciones con el resto. Fueron gente de estos grupos las que los apresaron cuando regresaron a la Garganta, hacía ya unos cuantos días. Wilhem Klaus, el homeópata alemán que hacía las veces de cuerpo médico de los jipis, conocido como Willy por sus más allegados era un declarado enemigo de esta gente a la que consideraba demasiado violenta.
Según Estrella estos tipos que tanto aborrecía el alemán jugaban un papel importante para la seguridad de la comunidad involuntariamente, defendiendo con su sola presencia las entradas de la garganta. Sin embargo, mientras Pepo había ido a buscar a sus amigos de la ciudad su papel había ganado en importancia y ahora no sólo eran una defensa pasiva sino que también realizaban incursiones de reconocimiento en los alrededores algo que, hasta donde él llegaba, debería irritar bastante al homeópata. Si no no tendría explicación su frase favorita cuando alguien proponía mantener relaciones con comunidades vecinas: “Mejor no llamar la atención”.
—¿Qué se te ha perdido con éstos?—Le dijo a sabiendas de que el fuerte viento no dejaría que sus palabras llegasen a sus oídos.
—Quizá ya no nos quede otra oportunidad. Se lo dije a Estrella: no dejes que este tío entre en nuestra comunidad, pero ella siempre ha sido una inconsciente. Te dejó entrar, te dejó aprender, te dejó meter esa mierda de la electricidad en nuestras cuevas, te dejó irte y te ha dejado volver acompañado por un asesino. Y te ha permitido establecer una comunicación permanente con el exterior. Eres como un tumor que está destruyendo todo nuestro mundo. Y debo extirparlo, ellos son las defensas que necesito para hacerlo.
—Pero tú no eres quien decide qué es bueno y qué es malo para la comunidad, tú no eres la comunidad.
—La comunidad está agotada, moribunda. Es preciso tomar la iniciativa para defenderla, aún a pesar de ella misma.
—Sabes…—Se detuvo a medio metro de él.—Siempre había pensado que las decisiones en comunidad eran inoperantes, lentas, erráticas, poco eficientes. Nunca me creí eso de la ciberdemocracia, y mira que soy un apasionado de la tecnología. Pero ahora, viéndote, entiendo lo importante que es que el poder no esté en manos de una sola persona, que sea una responsabilidad de todos. Porque viéndote veo el fin de este lugar.
—Estás en un error, yo soy el único que sabe qué hay que hacer para preservar este lugar.
—¿De verdad?—Pepo observó cómo los “chicos del norte” se iban moviendo para rodearle y continuó hablando.—Y qué vas a hacer cuando te despiertes y veas el miedo en las miradas de tus vecinos, cuando te tengas que rodear, como lo estás haciendo ahora, de una guardia pretoriana por culpa de tu propio miedo. Qué habrás salvado entonces.
—¡¡Willy!!—La voz de Estrella sonó como un chirrido a sus espaldas.
—¡¡Vete de aquí Estrella!!—En un salto cuatro manos agarraron los brazos de Pepo obligándole a darse la vuelta.--¡¡Tenemos a este imbécil y vamos a librarnos de él!!
—¡¡Me parece estupendo!!—Una joven pareja que acompañaba a Estrella encañonaba a El Gamba que parecía tener atadas las manos a las espaldas.—¡¡Pero eso se avisa, te hubiera contado un par de cosas que te hubieran interesado!!
—¿¡Qué quieres decir!?
Estrella caminaba sin prisa pero a paso constante en dirección al grupo de debajo del aerogenerador. El Gamba, a empujones, iba detrás de ella.
—¡Creo que tienes razón, gilipollas!—Estaban a quince pasos.--¡Pero éste se presentó aquí acompañado por este esqueleto andante y tenía que hacer el papel, porque es importante que los de El Diablo se queden en su cueva, así que lo mejor…—ya estaba casi encima de ellos,—era que tuvieran—se inclinó hacia adelante—electricidad…
Su brazo restalló como un trueno acallado entre las ráfagas de viento.
—…pero eso tú no lo entiendes ¿verdad?
La sangre manaba del correoso vientre del homeópata. El Gamba y los dos jóvenes que le mantenían apresado apuntaban ahora hacia los tres hombres.
—Tú sólo entiendes de tu chiringuito, ¿quién te iba a decir a ti que serías considerado todo un médico?
—¿Qué has hecho?—El alemán se miraba la sangre brotando mientras intentaba inútilmente taponar la herida con sus manos.
—Llega un momento en la vida de una mujer en el que hay que pasar página. Vosotros, desarmad a esos dos imbéciles, tú, arregla el desaguisado de ahí arriba.
Pepo estaba paralizado. No podía entender cómo aquella mujer se había deshecho del médico de la comunidad como si se tratara de una cucaracha. No parecía afectada, ni tenía siquiera una mirada de compasión para el herido que ya clavaba las rodillas sobre las rocas, a punto de caer de bruces.
—Pero…
—Creo que he sido clara ¿no? ¡Arregla las comunicaciones de una puta vez y largaros a revisar la catenaria!
Parecía irritada con él. Pepo esquivó el cadáver de Wilhelm Klaus como pudo y se introdujo por la escotilla del mástil del aerogenerador para volver a conectar la matriz de partículas.
—¡Hana!
La voz de El Cucharilla les sonó a música celestial. Faltaba un minuto para que dieran las diez de la mañana y caminaban como alma que lleva el diablo para esconderse tras una peña, fuera de la vista de la masa caminante.
—¡Shukufuku!
—¿Qué?
—¿Es que no has escuchado nunca una exclamación en japonés?—La Peligro también se alegraba mucho de volver a ver al Cucharilla.—Pues a ver si espabilas, que ya es hora de encandilar a Tsetsuko.
—¡Peligro, por favor!
—No entendiendo nada…—El chico parecía desconcertado aunque sus ojos no se recrearon durante un instante en los de la pequeña.—Da igual, me he enterado por fin del destino de estos desgraciados.
—¿Estás seguro?
—Joder, os seguí cuando os capturaron, se lo he escuchado a la que os ha salvado la vida.
—¿A esa, cómo se llamaba?
—Teresa, Teresa la de Soria. Y camina junto al líder de esta “peregrinación” a la Tierra Prometida, Juan Cruces.
—¿Y te has enterado de dónde coño esta esa tierra?
—Por supuesto. Y tengo un mapa.—Las manos del joven parecieron hacer un juego de magia. Entre sus dedos apareció un mapa del sur.
—¿De dónde has sacado eso?
—Tienen muchas copias, esos que caminan junto a ellos. Seguro que no la echan en falta.
Un zumbido vibró junto al corazón de Hana.
—Shh… es Alfonso.
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