05.64: La marea


La marea humana parecía un gigantesco cienpiés de color pardo arrastrándose por la ladera de la montaña en dirección al sur. Su escaso colorido y la suciedad de sus ropas la confundía con el paisaje haciéndola casi invisible, a excepción de algunas banderas o grupos de personas vestidas con prendas de colores vivos. Cerca de la cabecera, dos vigilantes escoltados por una docena de peregrinos enardecidos, conducían a la Peligro, Hana y Tsetsuko como si fuesen colaboracionistas de un campo de concentración. Los peregrinos que les seguían gritaban insultos y amenazas contra el trío pero, afortunadamente, nadie de los que se encontraban por el camino parecía tentado a sumárseles.

Por fin llegaron a la posición en la que se encontraba el grupo de cabeza, los más jóvenes de los cuales se volvían inquietos ante el jaleo que se les acercaba por detrás.

—¿Qué ocurre?¿Dónde vais?—Dijo uno cerrándoles el paso.

—Hemos encontrado a estas tres. Iban sin equipaje y nadie las recuerda de nada. Ésta es china, y la pequeña también. Ésta es un tío.

—Se equivoca, no somos chinas…—Hana no pudo terminar la frase. Un golpe seco en la espalda con el garrote de uno de los vigilantes la hizo callar.

—¿Y adónde las llevas?

—Teresa nos dijo que si veíamos algo o a alguien extraño se lo dijéramos.

—Está bien. Esperad a que la avise.

El grupo de misioneros que formaba la cabecera de la marcha a los que se les conocía como El Cabildo formaba el órgano de gobierno de la peregrinación aunque en realidad sólo servían para decirle que sí a Juan Cruces, que no toleraba demasiado bien que le llevasen la contraria. Teresa la de Soria parecía contar con cierta capacidad de crítica aunque era más por su insistencia que por un cambio de criterio del líder.

La llegada de los dos vigilantes y aquellas extrañas mujeres había puesto bastante nerviosos a los miembros de aquél falso consejo, acostumbrados a gozar de un espacio de separación de la masa suficientemente amplio como para no tener que preocuparse de ella.

Tanto Hana como Tsetsuko caminaban con la mirada fija en el camino, tras comprobar que cualquier cosa era considerada una provocación. Sin embargo La Peligro miraba de forma descarada a los pocos misioneros que se giraban de vez en cuando para mirarlas.

Por eso fue la primera en ver cómo se acercaba el joven que había estado hablando con los vigilantes acompañado de una mujer andrajosa. Le hizo una seña en dirección a ellas y la mujer le devolvió un gesto para luego continuar caminando sola hasta llegar al lugar donde se encontraban.

—Hola.—Dijo mirándolas a ellas e ignorando a los vigilantes.—¿Hay algún problema?

Hana no se atrevió a abrir la boca, pero La Peligro no se lo pensó.

—Estos dos vainas que les ha parecido extraño ver a dos japonesas caminando con vosotros. Se les ha metido en la pelota que son chinas.

Teresa levantó los rostros de Hana y Tsetsuko con sus manos sucias y encallecidas y se las quedó mirando con expresión ceñuda. Los recuerdos de cuando era Coaching en la capital, antes de la Guerra, y la variedad de clientes a los que entonces entrenaba para enfrentarse al cruel mundo de los negocios así como las reuniones con otros entrenadores personales y algún que otro viaje vinieron a su mente. Retiró su mano y dio un paso atrás.

—No hay duda. Son japonesas.

—Y… ¿Cómo lo sabe, señora?

El grupo de energúmenos que había estado insultándolas aguardaba en silencio agolpados a espaldas de los vigilantes una respuesta a tan extraño enigma.

—Es muy fácil. Los chinos tienen la cabeza más redonda, los ojos más grandes e inclinados y la nariz más chata.

Los dos vigilantes se miraron incrédulos.

—Y además son amarillos, como todo el mundo sabe.

—Pues ellas tienen muy mal color.

—Mírate al espejo a ver qué color tienes tú. De todas formas habéis hecho muy bien en traerlas, nunca se sabe.—Las miró de nuevo.—Ya que estais aquí me gustaría hablar con vosotras, vosotros podéis volver a vuestro lugar.

—De acuerdo señora. Dios la bendiga.

—Dios os bendiga a vosotros.

 Cuando los vigilantes y su troupe de indignados se hubieron perdido, Teresa se acercó a las mujeres mostrando un par de enormes mellas al sonreír.

—Debéis disculparlos, son un poco zoquetes, pero no son malos chicos. La verdad es que no os recuerdo, y yo tengo muy buena memoria.—Se dirigió a Hana de forma instintiva.—¿Cuándo os incorporasteis a la peregrinación?

—Hace dos días.

—¿Dónde?

La pregunta la tomó desprevenida. Tsetsuko se agarró con fuerza  temiendo que aquella espantosa mujer con aspecto de bruja medieval empezara a hacer preguntas que no supiesen contestar.

—La verdad es que no tenemos ni idea. Imagínatelo, allá a donde estuvieseis hace dos días. Venimos huyendo.

—¿Huyendo?

—Parecían bandoleros. Querían…—Hizo un gesto de moviendo la cabeza hacia su hija.—…ya te puedes imaginar. Llevábamos una semana perdidas, estábamos a punto de desfallecer cuando de pronto os vimos. Es como si Dios os hubiese enviado.

La Peligro miró sorprendida a Hana. Ignoraba esa capacidad de improvisación. Hasta ella misma habría creído que aquella milonga era cierta.

—Dios es misericordioso.—Teresa puso una de sus feas manos sobre la cabeza de Tsetsuko.—Pero no tanto como cabría esperar. Cuida de ella y no os separéis, cuando acampemos acercaros a nuestra tienda, me gustaría escuchar toda tu historia.

—Gracias señora.

Teresa inclinó la cabeza y se dio media vuelta para volver al principio de la marcha. Los misioneros cercanos que habían escuchado lo que había dicho cambiaron el gesto hacia ellas y ahora ya no las miraban con temor sino con compasión.

—Vámonos de aquí, tenemos que encontrar al Cucharilla.

—Pero…—La Peligro parecía indecisa—No será mejor que nos quedemos aquí cerquita de esta gente tan… amable.

—No te equivoques Peligro, el fanatismo corre por las venas de todos ellos. Cualquier movimiento en falso y seremos carne de linchamiento. Además, en menos de una hora debería llamarme Gallardo para pedir información sobre esta gente. No me gustaría estar cerca de nadie cundo tenga que contestar el teléfono.

Mientras decía esto había consultado su terminal oculto entre sus ropas. Continuaba con el mensaje de “Sin conexión”, pero ella aún contaba con que se solucionara aquél corte inesperado.

—¡No des un paso más!—Gritó el homeópata apostado junto con tres de sus hombres formando una barrera al pie del aerogenerador.

A veinte metros de ellos, el viento racheado dificultaba el diálogo.

—¿¡Pero qué te pasa Klaus!?¿¡Ha ocurrido algo!?

—¡Ha ocurrido que no vamos a permitir que llenes esto de bandoleros y gentuza, debemos defender nuestra comunidad!

—Serán mierdas.—Intervino El Gamba pero sólo para que le escuchara su compañero.—Como estos tíos no nos den electricidad se va a liar una buena.

—Tú déjame a mí, este lo que tiene es celos.

—Le pica la polla, como a todos.

Pepo no quería decir eso exactamente, pero no le corrigió.

—¡No hay motivo para preocuparse, los bandoleros no saldrían al aire libre ni por todo el oro del mundo. Sólo necesitan un poco de electricidad!

—¡Eso es ahora, pero, ¿y mañana?!

—¡Pero vamos, esto ya lo hemos hablado!¡Y se votó!

—¡La gente no sabía muy bien lo que votaba!

—Ya y tú sí, qué listo.—Murmuró.

—¡Está bien, ¿dónde está Estrella?!

—¡No metas a Estrella en esto, ella tampoco piensa con claridad!

—Joder el pavo…—El Gamba echó mano de su faca de forma instintiva.—Creo que lo mejor será acabar con esta tontería de una vez.

—Ni se te ocurra, es mejor hacerlo a mi modo.—La sola idea de un enfrentamiento a navajazos le puso los pelos de punta.—¡De acuerdo!¡Vamos abajo y lo hablamos!

—¡Aquí está bien, acercaros!

—No te fíes de este tio, los alemanes son unos hijos de la gran puta.

—No, si no me fío. Mira, mientras yo me acerco ve a buscar a Estrella, le cuentas lo que pasa y dónde estamos. Y te la traes rápido.

—Pero Estrella se pondrá de su parte.

—No, esto es cosa de él, ¿no le has escuchado?

—¿Estás seguro?

—No, pero no tenemos otra elección. No tardes, puede que mi cuello dependa de que ella regrese cuanto antes.

—¡Este no viene, lo hablaremos entre tú y yo!—Gritó volviéndose hacia los jipis.

—¡Mejor, no quiero tener nada que ver con asesinos!

—Te vas a llevar dos tajos que te voy a arreglar el cuello, cabrón.—Murmuró El Gamba dando media vuelta para bajar el cerro.—En cuanto vuelva.

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