05.61: Un encuentro inesperado


Gallardo se había levantado con el firme propósito de tomar el control de lo que ya denominaba con bastante sorna el "Consejo de Administración de Ben-Al-Madina".

Aunque desde la agresión al joven guardia real los acontecimientos habían dado mil vueltas, tras un reparador sueño su mente no veía ante sí más que una estupenda oportunidad.

Todo estaba de su parte: la aparición de los drones de guerra chinos había dejado fuera de órbita a Emilio Falcón, el gobernador formal, y Al-Bakri, el que parecía ser el gobernador real.

También se había quedado sin palabras el jefe de los piratas Ben-Hassan. Y es que su temida flota pirata, que hasta hace unas horas todos tenían por terroríficas máquinas de guerra, se había convertido en un montón de madera susceptible de arder de un solo disparo.

En esas circunstancias la información que obtenía a través del móvil de la tripulación del buque de guerra Xin Shi Hai, el "Mensajero" como le llamaban Watanabe y Jotabé, se había convertido en un impagable activo. Eran los ojos que al observar todo desde el aire le convertían en el tuerto del país de los ciegos.

No quería imaginar la cara que pondrían los del Consejo cuando supieran que miles de personas provenientes del norte se acercaban amenazadoramente a los montes que rodeaban la ensenada de Benalmádena. Pero él no podía avisarles. El no sabía nada.

Hasta ahora. Había llegado el momento de descubrir las cartas. Aquél régimen de ciudad-estado con su poder civil, económico y militar representados por Falcón, Al-Bakri y Ben-Hassan, estaba a punto de derrumbarse. Cuando mil soldados zombis tomasen las calles de Ben-Al-Madina fusil en mano todos saldrían corriendo o cambiarían de bando casi a la misma velocidad.

Mientras se duchaba analizaba sus opciones. Si avisaba de la proximidad de las columnas humanas del norte quizá obtuviese una ventaja como miembro honorífico del Consejo. Pero también podría aparecer como un traidor, o más bien, como un agente infiltrado que ejecuta planes de la Corona para arrebatar al Consejo el gobierno.

Su intención no era infiltrarse en el Consejo. Su intención era dar un golpe de estado. No necesitaba más apoyo que su miedo. Y sentirían miedo cuando vieran la llegada de miles de almas por el norte y vieran la amenazadora silueta del portaaviones chino en el horizonte del sur. Debía proceder con extremada cautela y en perfecta coordinación con todos los movimientos para aparecer como el salvador ante el caos y no como el provocador del mismo.

Estaba a la espera de hablar con Watanabe para averiguar cuáles eran los siguientes pasos, y tenía ganas de charlar con el japonés. De todas las personas con las que podía contactar con su teléfono él parecía la mejor opción. Quien tenía ahora al otro lado de la línea era sin duda la peor.

—Habla despacio Peligro, no te estoy entendiendo.

—Que nos hemos escapado.

—¿De la gente de El Diablo?—El excomisario intentaba anudarse la toalla a la cintura sin soltar el teléfono.—¿Pero por qué, estabais en peligro?

—Estábamos hasta el coño.

—Ese no es motivo mujer.—Nada en su mente le decía ya que La Peligro no era exactamente una mujer.—Estamos moviendo un montón de hilos en mil sitios y lo único que nos hacía falta es que vosotras os pusieseis a la fuga. ¿Podéis volver?

—Imposible. Mire comisario. Esa gente era muy siniestra y me habían llegado noticias de que nos usaban como rehenes para asegurarse de que Pepo y el lechuguino cumplían con su promesa de llevar la electricidad a su cueva.

—Bueno mujer, eso es una forma de verlo. En la Edad Media los acuerdo se firmaban dejando familiares de cada casa en las del oponente. Por lo que me has contado esa gente está más en esa edad que en la nuestra. No debes...

—Gallardo. Que estoy vieja y enferma, pero no estoy tonta. Además, el marido de ésta está a medio minuto de aquí y son demasiados años esperando para poder quedarse quieta sin hacer nada.

A Gallardo le vinieron no menos de diez proverbios para apoyar la tesis contraria pero por el tono sabía que La Peligro no estaba en condiciones de razonar.

—Bueno. Habéis tomado vuestra decisión, no podemos estar en la cabeza de todos.—"Aunque nos hubiera gustado"—Supongo que no me llamas para contarme lo que has hecho porque nos conocemos y como tú dices, haces lo que te sale del… ya sabes. ¿Hay algún problema más?

—Hemos aligerado el paso todo lo posible para llegar a los montes del sur antes de que saliera el sol. Pero justo al pie de la montaña nos hemos encontrado con un mar de lona en lo que parece un campamento inmenso lleno de gente.

—De cuánta gente estamos hablando.

—De miles de personas. Y no son aquí. El Cucharilla dice que aquí no vive nadie desde hace años.

—Bien Peligro, estáis en el mejor sitio que podíamos esperar. Después de todo, vuestra tontería nos va a ser más que útil.

—¿¡Ah si!?—Sonaron algunas maldiciones indescifrables—Pues a nosotros no nos lo parece. La gente del campamento parece dormida, pero los guardias que deambulan por entre las tiendas dan más mala espina que los del Diablo, con eso te lo digo todo. No veo cómo podríamos ayudar porque yo a esos pavos no me acerco.

—¿Podemos hablar todos?

—Claro que podemos. Estamos a medio kilómetro de ellos, hemos tenido que volvernos atrás para evitar que nos descubrieran, pero está a punto de amanecer y es posible que los que nos vean sean los bandoleros, y el niño dice que mejor que no nos encuentren, no sé si me entiendes.

—De acuerdo. Pon el manos libres, quiero que todos me escuchen.—“No me fio de ti” le faltó decir.

—Ya está.

Los prófugos se agruparon en torno al teléfono que La Peligro había depositado con exquisito cuidado sobre una roca plana. Otro grupo de rocas y arbustos les protegía de las miradas de los vigilantes del campamento. Gallardo les saludo y estuvo hablando un rato con Hana para oír sus explicaciones sobre la decisión de fugarse. Y según creyó entender no había sido idea suya sino de su hija, aquél chico que les acompañaba y de una histérica Peligro que repetía una y otra vez que la gente de El Diablo no era de fiar.

—Bien. Como decía antes, no importa ya. Necesitáis llegar aquí de manera segura y rápida, evitar que os capturen los hombres de El Diablo y, lo más importante, necesitáis llegar vivos. Según he escuchado no llevabais suficientes provisiones.

—Llevamos agua, pan y tocino.—Intervino ofendido El Cucharilla.—Suficiente. No estamos a más de una jornada de la costa.

—Bueno. Eso si no tenéis que dar un rodeo, y luego otro, y así hasta cansar a los del Diablo. En cualquier caso, tenéis una mejor opción. Uniros a los del campamento.

Se escuchó un murmullo interrumpido por las explicaciones de La Peligro.

—Ya le he dicho que conmigo no cuente. Esa gente me da más miedo que los amigos del niñato.

—¿Los conoces?—Preguntó El Cucharilla acercándose al teléfono.

—No, pero vosotros vais a averiguar quiénes son.

—No se cómo acercarnos. Esos tipos vigilan con antorchas arriba y abajo. No hay forma de acercarse sin que nos vean.

—Esperad a que levanten el campamento. Cuando se pongan en marcha será muy fácil aproximarse sin levantar sospechas.

—¿Y si no levantan el campamento?

Era una posibilidad. Wei Shou, el chico que tenía acceso a las imágenes de las cámaras de los drones desde la sala de control del Mensajero aseguraba que nunca permanecían más de un día en el mismo lugar, pero eso podía cambiar. También aseguraba que se dirigían hacia Benalmádena, y también eso podía no ser exacto. No había duda de que unirse a ese grupo desconocido tenía sus riesgos, pero ellos necesitaban esa información, él necesitaba esa información.

Como siempre, Gallardo tomó la decisión correcta, sin importar ninguna otra cosa.

—Levantarán el campamento. Seguro.

—Está bien.—Dijo el chico como si él fuese el jefe de la expedición.—Iremos con ellos e intentaremos sacar toda la información posible.

—¡Un momento!—La voz de La Peligro sonó absolutamente varonil. —¿Quién coño te has creído que eres?

—El único hombre que hay aquí. Soy el responsable…

—Escucha…—Intervino la voz metálica del excomisario desde el teléfono.—Escucha… no te metas en líos chaval. Es posible que te hayas llevado demasiado tiempo viviendo en esa comunidad y hayas olvidado lo que realmente es una mujer. Creo que debéis organizaros y creo que la persona mejor dotada para llevar vuestra aventura a buen puerto es Hana.

—¡Toma niñato!

—Eh… pero… ella es…

—Una mujer chico. Una mujer con mucha cabeza y sangre fría. Justo lo que necesitamos.

—De acuerdo…—Dijo el chico de mala gana.—Pero el Diablo dice que…

—¡A la mierda con el Diablo!

—Está bien. Haremos lo que dices.—Interrumpió la japonesa.—Nos uniremos a ellos en cuanto levanten el campamento y se pongan en marcha. No nos llames por teléfono, nosotros lo haremos.

—Eso no puede ser. Todos tenemos el mismo problema. Nuestros teléfonos no pueden sonar porque podemos estar en una situación comprometida. Mejor quedamos a una hora concreta para llamarnos.

—De acuerdo.—Hana se asomó a la pantalla y comprobó la hora.—A las diez de la mañana deberíamos tener alguna información importante.

—De acuerdo. Entonces hasta las diez. Ponme al chico, me gustaría hablar con él a solas.

La Peligro hizo lo que le dijo y le entregó el teléfono a El Cucharilla.

—¿Si?

—Mira chico, sé que has vivido muchos años en unas condiciones extremas en las que nada es como debe ser. Pero ahora estás entrando a formar parte de nuestro grupo, aquí las mujeres son exactamente igual que los hombres. Incluso más, si te fijas en La Peligro.

—¡Desde luego!—Dijo sonriendo.

—Pero tú tienes un papel muy importante que hacer. Eres el único que sabe desenvolverse en el campo, ellas necesitan de tus habilidades y de tu fuerza. No les falles, en eso están bajo tu protección.

—No se preocupe señor.—Dijo sintiendo de repente el peso de una enorme responsabilidad.

—Cuando nos veamos tendremos mucho que contarnos. Verás como todo sale bien y, sin esperarlo, empezamos una nueva vida.

—Así sea, señor.

El sonido del teléfono cesó.

—¿Se ha cortado?

—Trae pa’cá niñato. Esto no se corta nunca. Lo habrá cortado el… ¡Coño!¡Se ha cortado!

En la pantalla del teléfono apareció el mensaje que la había llenado durante los últimos años: Sin Conexión.

La cara de todos palideció. Durante unos segundos no se oyó ni una palabra aunque sobre sus cabezas sobrevolaron mil fantasmas.

—No pasa nada.—Dijo Hana.—Será un pequeño contratiempo. Ya sabemos lo que tenemos que hacer. Ahora debemos esperar al amanecer.—Se sentó y apoyó la espalda en una roca.—Si queréis podéis echaros un rato, yo me quedaré de guardia.

Gallardo miró su teléfono. Aquél mensaje no le gustaba nada. Sin conexión. La última vez duró siete años, cuánto duraría ésta.

De todas formas debía ponerse en marcha. Quería visitar a Dani en el hospital antes de que el Consejo le reclamase y eso sería más temprano que tarde. La preocupación intentó hacerse hueco en su mente: sin comunicaciones su plan podía fallar nada más empezar. Volvió a mirar el teléfono y lo dejó sobre el mueble del lavabo para terminar de vestirse.

Caminaban por la vía contando traviesas y haciendo marcas en un mapa que iban dibujando sobre la marcha. Cada una de ellas estaba normalmente 60 centímetros de distancia de la siguiente, así que contándolas habían encontrado un sencillo mecanismo para medir la distancia entre puntos de corte de la catenaria.

La luz de la luna, que ya se marchaba por el oeste, les permitía apenas tomar algunas notas sencillas, pero Pepo había insistido en empezar cuanto antes para poder terminar el trabajo aquél mismo día.

—Tienes mucha prisa, calvorota.—Le había dicho el imprevisible Gamba.

—Las cosas hay que hacerlas rápido porque si no se eternizan.

La auténtica razón estaba al sur, en el mar. Un enorme barco que les llevaría lejos de allí. Quería dejar aquello terminado antes de partir para siempre.

—¿Me dejas el teléfono?—Dijo extendiendo su mano callosa, huesuda y sucia.—Me gustaría preguntarle a El Diablo cómo va todo.

Estuvo a punto de decirle que no. Pero aquella cara no era la de pedir algo sino la de advertir de las consecuencias de negárselo.

—Está bien, pero no te alejes. No me gustaría que se rompiera o se perdiera.
Pepo se puso el lápiz sobre la oreja y sacó el móvil del bolsillo trasero de su pantalón. Lo desbloqueó y se lo entregó.

—Ahí lo tienes. Dale a rellamada, es el botón…

—Ya sé lo que es rellamada, no hace tanto tiempo que tenía mi propio móvil. Toma, desbloquéalo.

Pepo tomó el aparato extrañado.

—Ya lo he hech…¡Mierda!

—¿Qué pasa?¿Yo no he tocado nada?

—Se ha cortado la comunicación.

—Estaremos en un sitio sin cobertura.

—Esto no funciona así Gamba. Estos teléfonos siempre tienen cobertura, si la matriz de partículas está conectada.

—¿Te refieres a esa caja de bolas que conectaste en el molinillo?

—Si… tenemos que regresar.

—¿Cómo? ¿Volver? ¡Estás como una cabra!

—Tengo que averiguar qué ha pasado. No podemos estar sin comunicaciones.

—Joder tío, llevamos siete años sin comunicaciones.

—Por eso. Ya está bien. Volvamos.

—¡Bueno!—Se encogió de hombros recordando que había dejado un asunto inacabado con Estrella.—De acuerdo. Tú eras el que tenía prisa.








No hay comentarios: