05.60: La Llegada


Mientras se enjuagaba la espuma en la ducha, Alfonso Gallardo volvió a certificar la milagrosa recuperación física propiciada por las nanomedicina.

Su piel estaba tersa y sus músculos de nuevo volvían a dar forma a sus extremidades. Una incipiente barriga apuntaba a una recuperación quizá demasiado rápida.

Inspiró con fuerza al recordar el cuerpo machacado a palos del agente Daniel García postrado en la cama del hospital bajo la indiferente mirada del doctor Wuan.

“Aún tardará en poder moverse, pero se recuperará”, le había dicho. Los ojos de Dani casi no se le veían, enterrados en dos gruesos párpados de un llamativo color violeta. La nariz estaba rota, aunque tras la venda no se pudiera apreciar. Le faltaban dos dientes y los labios parecían dos morcillas sanguinolentas. El resto del cuerpo estaba vendado o escayolado en distintas partes, las rodillas, los brazos, una mano.

—Lo siento, Dani, no sabía que…
—No es culpa suya—Respondió con dificultad—Fui yo quién se metió en el lío, quería comprar hachís y al vendedor no le caí demasiado bien.

Exactamente eso era lo que le habían dicho en la Policía de Ben Al Madina que había pasado, aunque no era ese el encargo que había recibido aquella tarde. Acercó su rostro al del herido y le susurró:—“Estás seguro”

“No”, respondió el otro moviendo los labios sin hablar.

—Bueno,—El excomisario se levantó.—Es hora de que me vaya. Aquí estarás bien atendido y mejor te dejo descansar.

Y salió del hospital, saludó a la recepcionista y se despidió de los dos agentes que se ofrecieron amables para acercarlo a donde quisiera ir. Les dijo que prefería andar y así fue como volvieron a aparecer Larisa y Katerina, fieles acompañantes a su pesar.

Ese día había sido de locos.
Primero la desaparición de Dani y el descubrimiento, tras su reaparición, de que aquél paraíso estaba lleno de peligros. Luego el increíble momento en que sonó su teléfono Quantum.

Hacía siete años que habían dejado de funcionar aunque para todos eran una especie de pesado amuleto que gustaban consultar de vez en cuando: “Sin conexión” decían. Un mensaje que lejos de ser deprimente querían imaginar incompleto: “por ahora”.  Y aquella mañana había sonado.

Era Pepo, había logrado conectar la matriz de partículas en el aerogenerador de la Garganta de los Jipis. Esa fue una gran alegría. Luego, allí en su habitación, había logrado hablar de nuevo con El Notario que le había puesto al día de todo:

“Hemos localizado a Watanabe y Jotabé. Viajan en un barco chino que se dirige hacia aquí en aparente viaje comercial aunque, en realidad, es un barco de guerra cuya misión es apoyar militarmente el establecimiento de una colonia por aquí cerca."

La extraordinaria capacidad de síntesis de José Antonio se puso a prueba al reportar información sobre los demás: "Un amigo chino de Pepo tiene un plan para llevarse el barco a no se sabe dónde. Las chicas están bien, algo asustadas, pero a buen recaudo en la cueva de El Diablo. Tsetsuko ha conocido a un chico, ella dice que no, pero yo creo que le hace tilín. Está nerviosa por ver a su padre…”

A pesar de todo, El Notario estuvo contando historias durante horas, charlando de lo que habían visto, de lo que iban a ver, de cómo volverían a encontrarse todos.

“No puedes hablar con Watanabe ni con Jotabé. Están rodeados de gente que no son de confianza. Mejor espera a que ellos te llamen.”

Y justo cuando creía que aquél día no podía dar más de sí, aparecieron los imponentes cazas chinos sobrevolando Ben Al Madina casi entre las casas.

La gente corrió asustada a esconderse, gritando a los niños para que dejaran de mirar al cielo y les siguieran. La policía miraba los aparatos pasar una y otra vez sobre sus cabezas sin saber qué hacer.

Su puerta sonó como si quisieran derribarla.

—Señor Gallardo, el gobernador quiere verle ahora mismo.

En realidad, quien deseaba verlo era la plana mayor de la ciudad autónoma, incluido, cómo no, aquél “camarero” que en esas circunstancias ya no disimulaba su posición. Ben-Hassan estaba sentado junto a Al-Bakri, Emilio Falcón y la gorda Martina Schultz que también parecía ahora mucho más poderosa que durante la bienvenida.

—¿Ha visto eso?

—¿Se refiere a los aviones?—Tomó asiento en la misma mesa que ellos mientras sus acompañantes femeninas salían de la sala.—Todo el mundo los ha visto. ¿De dónde han salido?

—Esperaba que fuera usted quien nos diese esa información.

—¿Yo?—Alfonso parecía totalmente sincero.—¿Y qué les hace pensar que yo pudiera saber nada al respecto?

—Usted es el enviado de la Corona, dudo yo que allá arriba no supieran nada.

—¡Ja!—Aquello si le había hecho gracia de veras.—Arriba no tienen ni idea de cómo vivís aquí, cómo va a saber nada de ningún avión chino.

—Pero si conosian las comprisas de nanomidisina.—La mirada de Ben-Hassan era dura. Gallardo se la devolvió con mayor dureza aún, recordando al pobre Dani.

—Eso ha sido iniciativa mía. La Reina aún no ha opinado del asunto. Estoy convencido de que ella querrá comprar decenas de miles de esas en cuanto conozca de su existencia y tomé la decisión de iniciar los contactos para establecer un acuerdo comercial.

—Debería haber hablado con nosotros.—Dijo Emilio arrellanándose en su sillón.

—Hablé con quien yo creía que podía solucionármelo.—Dijo mirando de nuevo a Ben-Hassan.—Aunque veo que no es la persona que yo creía.

Eso tuvo que molestar al marroquí que hizo un gesto de desprecio cargado de odio.

—Bueno, bueno. Ya hablaremos de esos asuntos. Ahora queremos saber de dónde han salido esos aviones y qué intenciones tienen. ¿Creemos al enviado de “su majestad”?—dijo interrogando a sus camaradas.

—Está mintiendo. No cabe duda.

Gallardo ignoró la acusación y empezó a hacer lo que mejor se le daba, organizar.

—Piense lo que quiera. Yo creo que si queréis saber algo de alguien lo mejor es preguntárselo.

—Cómo.

—¿Cuánto tiempo hace que no utilizan la radio?

—Usamos la radio, la policía usa la radio y los… algunos más usan la radio.

—Unas bandas concretas, con emisoras de corto alcance. Me refiero a la radio en todo el ancho de banda. Por qué no localizamos un aparato de radio para localizar las conversaciones entre esos aparatos y su base, si triangulamos podremos poner el punto exacto donde se encuentra el origen de los aviones.

—No son aviones, son drones.

La voz de Schultz sonó ronca.

—¿Drones?—Emilio miró extrañado.—Son demasiado grandes los drones son más…

—Son drones chinos, no de aquí. Tienen la envergadura casi de un auténtico caza, pero su cabina está teñida de negro, nadie podría lunas tintadas a un piloto de caza.

—Bueno y qué.—Ben-Hassan estaba inquieto.—Aún así se tendrán que comunicar con su base. La idea de Gallardo puede resultar.

—¿Ahora te fías de él?—Al-Bakri no había abierto la boca hasta entonces.—Dudo que podamos sacar algo de esos trastos, pero podemos intentarlo. En cuanto a usted, me gustaría que estuviese localizable por si le necesitamos, ¿no crees Emilio?

—Eh. Si, si. Katerina y Larisa te acompañarán a tu habitación. Es mejor que no salgas por ahí hasta que sepamos algo más de los extraños visitantes.

—¿Me estáis deteniendo?

—Nos preocupamos por tu seguridad, amigo. Sólo eso.—Respondió sin disimular el cinismo.

Y así fue como volvió a la habitación, como siguió en contacto con El Notario aunque los preparativos de un tendido eléctrico les habían obligado a acostarse demasiado pronto. Y así fue cómo aquella madrugada, volvió a sonar su teléfono.

—¿Gallardo?

—¿Jotabé?

—¡Comisario! ¡Qué alegría escucharle! ¿Cómo se encuentra?

—Ahora enclaustrado, y dormido. ¿Cómo estáis vosotros?

—También encerrados. En un barco de trescientos metros de largo cargado de soldados zombis y máquinas de guerra.

—Hemos visto varios aviones sobrevolando Ben Al Madina… eh, el pueblo en el que me encuentro.

—Creo que es donde vamos precisamente, aunque los chinos han detectado una marea humana que se dirige también hacia allí desde el norte.

—¿Una marea humana?

—Miles de personas. Caminando, sin armas, al menos sin armas a la vista. Están calibrando qué hacer.

—Aquí no saben nada de nada. Ni de la marea humana ni de vosotros.

—Estamos a medio día de la costa. Hoy fondearemos a cierta distancia pero creo que ya nos podréis ver desde allí. Espérate que te paso con Watanabe que tiene más datos.


Y así fue como Watanabe le contó todo lo que tenían previsto, el cambio de planes, los mil soldados zombis pertrechados para la guerra, los aviones, los satélites, el gobierno de la Nueva China, los planes de Wei Wong  para secuestrar el Xin Shi Hai. Y así fue cómo deseo estar en el barco para no vivir todo como un simple espectador.

Terminó de secarse mientras imaginaba cómo sería manejar todo un portaaviones de guerra en este mundo medieval. Vibró el teléfono.

Al cogerlo pensó que quizá todas sus conversaciones habían sido escuchadas por Al-Bakri y los suyos pero descolgó.

—¿Si?

—¿Comisario?—La voz ronca fue reconocida de inmediato.—Soy la Peligro… creo que no le va a gustar lo que le voy a contar.

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