05.59: Luces del pasado
En la cueva de Estrella, la luz de los leds era clara y ubicua de tal manera que las paredes parecían más un decorado de televisión que roca de verdad. Porque en la Garganta de los Jipis sobraba la electricidad mientras que para la banda de El Diablo ese tipo de energía desapareció con la Guerra. Al menos a esa escala.
El Gamba, con la mirada perdida sobre la mesa de trabajo, vagaba por el interior de su propia gruta imaginando cómo sería la vida cuando la electricidad del segundo aerogenerador llegase a ella. Pepo hablaba con emoción de cables, tendidos, condensadores y cien cosas más con el esquelético médico alemán de la Garganta y un par de tipos más, pero había problemas, problemas que él entendía sólo a medias.
—Lo primero que vamos a hacer es localizar los puntos donde la catenaria se interrumpe señalando especialmente aquellos en los que falte cable. Creo que en una jornada habremos concluido. Vosotros llevaréis un mapa, un cuaderno y una cinta métrica, y nosotros también. Luego cotejaremos los apuntes de ambos para eliminar errores.
—¿Cómo llevaremos la electricidad a la gente de El Diablo si no tenemos cable suficiente?
—No se va a dar el caso. Cuando vinimos hacia acá ya revisé por encima y no encontré grandes tramos sin cable, pero eso es una percepción, hay que contar y medir. ¿De acuerdo Gamba?—El bandolero no parecía escuchar.—¡Gamba!
—¿Eh?—Meneó la cabeza para sacudirse la zozobra.—Perdón me había despistado un poco.
—Decía que tendremos que contar y medir, ¿vale? Todo esto es por tu gente, presta un poco de atención hombre.
Sonó el zumbido del móvil en el bolsillo de Pepo. Todos le miraron expectantes, como cada vez que sonaba. Era un zumbido mágico, un recuerdo de un pasado mejor, un atisbo de que todo había sido una mala pesadilla. Miraban descolgar la llamada como si esta viniese de ese pasado y trajera buenas noticias.
Pepo vio que era el Diablo quien llamaba. Eran las seis menos cuarto de la madrugada y sintió una punzada de alarma. Descolgó.
—¿Si?
Escuchó con atención observado en silencio por todos los demás. Se quitó el teléfono de la oreja y se lo ofreció a el Gamba.
—Es para ti, necesitan saber no se qué de algo.
El bandolero tomó el móvil como el que coge una cesta de frágiles huevos. Se lo llevó con miedo a la cara y contestó.
—“¿Puedes buscar un sitio alejado para hablar con tranquilidad?”
—Si claro.
Caminó alejándose del grupo hasta salir al exterior. Todos continuaron con sus trabajos y nadie reparó en su ausencia.
—“¿Cómo ves a estos dos? ¿Confías en ellos?”
—Yo no confío ni en mi puta madre, Diablo. ¿qué es lo que pasa?
—“La china y su hija se han escapado, el Cucharilla va con ellas.”
—¡Ostias, qué palo!—El Gamba sabía lo que significaba el chico para él.—¿Cómo es que se ha dejado enredar?
—“Por lo que me cuenta aquí la Juana, el niño debe andar ya con los bajos revueltos. La chinita le ha sorbido el seso”
—Tenía que llegar.
—“Ya. Pero así no se hacen las cosas aquí.”
El Gamba recordaba perfectamente “cómo se hacían las cosas” entre la gente del Diablo. Y le vino a la cabeza lo que le esperaba cuando regresara a la cueva. Igual, si volvía acompañado de la electricidad, el Diablo encontraría una excusa para perdonarle, pero si no, debería castigarlo como a los otros infractores de la prohibición de contacto sexual lo que le llevó a desear fervientemente que todo saliese bien.
—“Pero eso no importa ahora.”—Dijo el Diablo como si estuviese escuchando sus pensamientos.—“He mandado a cuatro grupos de hombres a buscarlos. Van con el travelo, que a duras penas podrá caminar más de un par de horas por los pedregales que nos rodean. En cuanto amanezca podremos localizarlos y capturarlos. Lo que me preocupa es la lealtad de esos dos que están contigo. ¿Cómo los ves?”
—El friki este del teléfono nos ha hecho levantarnos a las cinco de la madrugada para preparar una revisión completa de la catenaria. Hoy por la tarde dormiremos con vosotros, nos acompañarán un par de jipis y a él se le ve muy entusiasmado.
—“Realmente quiere traer la electricidad a la Gran Gruta, quieres decir, ¿no?”
—Yo creo que en realidad no lo hace por nosotros sino por una pava que no para de mirarle la entrepierna.
—“¿Estrella?”
—¿La conoces?—Se removió inquieto. —¡Coño Diablo, conoces a todo el mundo!
—“Nos hemos visto alguna vez. Es una loba. Ten cuidado con ella.”
—¿Crees que pudieran estar tramando algo en contra nuestra, como quedarse con nuestra gruta?
—“No lo sé. Por eso te llamaba.”
—Por qué no llamas a la travelo. Ella tiene también un cacharro de estos.
—“¿Para qué, para preguntarle dónde están? No, mejor estate atento. Si ves que nos la intentan jugar, no dudes en repartir matarile. Déjanos a nosotros el asunto de las mujeres.”
—Me dejas intranquilo, Diablo.
—“Perfecto. Así es como te quiero. Intranquilo.”
El teléfono emitió un pitido indicando el fin de la comunicación.
No era él hombre de medias tintas, ni de diplomacia o espionaje. A él le gustaba más rebanar cuellos y lo que acababa de decirle el Diablo es que a la más mínima le rebanara el cuello a aquél capullo que no paraba de dar instrucciones a diestro y siniestro bajo la atenta mirada de la jefa de toda aquella piara de piojosos.
Y el jefe parecía conocerla. “Es una loba”
Igual se la había tirado. Igual el jefe salía de vez en cuando y se tiraba a todas las tías que se encontraba por el camino mientras les obligaba a ellos a vivir como monjes. Y ahora le pedía que estuviese atento. Atento a qué. Todo le parecía sospechoso.
La sangre empezó a calentársele en las venas. Sabía que si seguía así en menos de media hora estaría degollando a aquél medicucho alemán que lo miraba como si fuese un bicho raro. O violando a Estrella mientras le ponía la hoja de acero en aquél estilizado cuello.
Debía calmarse. El Diablo lo quería intranquilo, pero no loco. Al menos aún.
—Toma.
—Algún problema.
—¿Eh?—Sintió que todos le miraban como si hubiesen escuchado la conversación.—No, no. Eh… que no sabían una cosa.
Mientras se guardaba el teléfono, Pepo y Estrella se cruzaron una mirada de complicidad.
—De acuerdo.
La mente de El Gamba era un mar de conjeturas simples y paranoicas. Apenas pudo balbucear una gruñido cuando se le acercó Estrella.
—¡Ufff…!—Dijo echándose el pelo hacia atrás de esa forma tan sensual.—Estoy harta de tanto cable y tanta hostia. ¿Salimos un rato?
—¿Eh?—Algo en su entrepierna le mandó una señal.—Si.. si…
La madrugada era fresca pero agradable, el cielo estaba lleno de estrellas aunque no se veían tantas como en medio de la llanura. Aquí y allá, en las laderas de la garganta, se podían ver luces eléctricas. El Gamba contempló la silueta insinuante de Estrella.
—Me ha dicho Pepo que tenéis prohibido... “relacionaros con mujeres”
—Eh… bueno, es por el bien de la comunidad. Si no queremos llenar nuestra gruta de niños monstruosos—Se le hizo un nudo en la garganta.
—Nosotros lo resolvimos de forma radical. Nada de niños. Pero todo el sexo del mundo.—Se giró hacia él mientras hablaba obligándole a parar a muy corta distancia de sus senos.
—Cada vez seréis más viejos y un día no quedará nadie.
—¿Y qué?—Se echó la mano al escote—Este mundo es una mierda, no es cuestión de traer criaturas a él, aunque aparentemente estén sanas.
El Gamba se acercó a ella un poco más. De pronto sintió como su mano se deslizaba entre sus piernas.
—Tienes que tener una arma muy grande bandolero.
—¿Eh…?—Con torpeza intentó tocarle un seno, pero ella se escabulló hacia un lado como si quisiera jugar.
—¿Qué quería el Diablo?
El Gamba se vino momentáneamente abajo.
—¿Os conocíais?
—Si. De antes de la Guerra. Él era un tío muy divertido.
—¿Divertido dices?—Soltó una carcajada—¡Divertido dice!
—Si. La Guerra nos ha cambiado a todos. Seguro que tú no parecías un sicópata asesino como ahora.
Aquello no le gustó en absoluto pero estaba pensando en rebanarle el cuello y follársela o al revés y no tenía ganas de protestar. Empezó a salivar.
—No era un angelito, desde luego.
—Mejor. Qué le picaba al Diablo.
—Nada. Preguntaba por esos dos. Que qué tal iba todo. Quédate quieta mujer.
—¿Y ese interés tan de madrugada?
El Gamba estaba cansado de hablar. Habían estado hablando mientras él se intentaba acercar a ella y ella huía en el último instante, pero ahora la tenía contra la pared de su propia cueva y no tenía escapatoria.
—¿Me vas a tocar mucho las pelotas?—Dijo apretándola contra la roca con su propio cuerpo.
—Si es lo que quieres…
—Eres muy puta, ¿verdad?
—Los hombres sois los promiscuos, nosotras somos mucho más selectivas. Lo que pasa es que mis gustos son bastante eclécticos, hasta el punto de hacerme fijar en ti.
La cogió por la nuca y la obligó a agacharse.
—Aquí abajo hay alguien que también se ha fijado en ti.
Estrella cedió sin oposición. Pero justo en el momento en que el Gamba se pensaba que iba a disfrutar de un rato de sexo oral, sintió un fuerte dolor. Estrella se soltó y se escurrió de la pared para poner tierra de por medio mientras él se doblaba gruñendo.
—¡Hija de puta!
—¿No te gusta el juego duro?—Estrella se agarró la falta y se la subió restregándosela por los muslos.—Pues ven aquí, valiente.
—¡Te voy a…!
—¿¡Qué pasa aquí!?
Pepo y un el médico miraban la escena sorprendidos.
—Estábamos jugando. Sois unos aburridos y decidimos salir a tomar el aire. ¿Verdad Gamba?
—Está bien. Es hora de partir. Gamba, toma tu equipaje y vámonos, nosotros salimos primero.
El bandolero, aun dolido, pasó junto la mujer.
—Te debo una.—Murmuró entre dientes.
—Aquí estaré, esperándoos a los tres con los brazos abiertos.
Mientras el Gamba entraba en la cueva a recoger su equipaje, apenas una manta, una cantimplora y algo de comer, Pepo y el alemán se acercaron a ella.
—Un poco puta sí que eres.
—¿Lo habéis escuchado?
—Sólo el final. ¿Le sacaste de qué iba esa llamada?
—Dice que preguntaba por ti y el viejo. ¡A las seis de la madrugada! O el Diablo se ha convertido en un adicto al trabajo o las mujeres de tu grupo se han largado ya y lo ha descubierto.
—¡Mierda…!—Dio una patada a una piedra haciéndola caer por el barranco sobre el que se encontraban.—Les dije que esperaran a que estuviésemos de camino.
—¿Quieres que acabemos esto ya?
—No. Quiero llevarles la energía. Son buena gente aunque tienen muy mala uva. Quizá se deba al fascista del Diablo y sus normas opresivas. Espero que todo mejore si lo hacen sus condiciones de vida.
—Eres un cacho de pan.
—Y tú un cacho de golfa.—Se besaron.
—Sois unos mierdas.—Dijo el alemán volviendo a entrar en la gruta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario