05.58: Sombras en la noche
Las figuras se movían aprovechando la fría luz de la luna. Apenas un resplandor fantasmal entre las sombras de las rocas.
—¿Vas bien cariño?
—Si mamá.—Dijo agarrando con fuerza la mano de él.
—No te preocupes. Ya vuela libre.
—¿Qué quieres decir?
—Nada mamá. No le hagas caso.
Cuando salieron de la cueva tuvieron que distraer a los dos hombres que habían quedado de guardia. No fue demasiado difícil. El Cucharilla sabía más trucos de los que correspondían a su edad y había conseguido producir ruido a más de cien metros de distancia gracias a su onda.
Despejado el camino, sólo tuvieron que deslizarse hacia la izquierda por el terraplén de rocas que ya habían utilizado cuando llegaron. Pero ahora, en medio de la llanura, parecían perdidos.
—Hay que caminar en aquella dirección, ese es el sur.
—¿Cómo lo sabes pollo?
—Porque a ese otro lado está la Estrella Polar.
—Caminemos entonces hacia donde dices. ¿Cuánto tardaremos?
—¿Hasta quedar fuera del alcance de la banda? Unas tres o cuatro horas. En aquellas montañas podremos ocultar nuestros pasos.
—No me gusta.—Hana intentó agarrar la otra mano de Tsetsuko, pero no lograba encontrarla.—Deberíamos haber hablado con El Diablo. Lo hubiera entendido.
—Claro, claro.—La peligro jadeaba al caminar al ritmo que le imponían los otros.—“Mira, tú, que nos vamos a ir… si ya sabemos que nos necesitas como rehenes, pero como ya tienes el teléfono pues nada, que ahí te quedas.”
—Qué es eso de rehenes…
—Créeme, eso es lo que éramos. Lo sé.
—Bueno señoras, dejen de discutir y concéntrense en la caminata, aún nos queda un largo trecho para estar a cubierto.
El Cucharilla apretó el paso para alejarse de las dos mujeres tirando de su amiga Tsetsuko. Había accedido a aquella locura de escaparse de El Diablo con el único propósito de volverla a ver. Eran dos niños, apenas quince y trece años, pero en aquél tiempo que les había tocado vivir ya podían considerarse adultos, aunque lo mayores, provenientes de otro tiempo, aún los vieran como un par de chiquillos inmaduros.
—Qué pesada es tu madre, Tse.
—Es muy… legal. No le gusta hacer cosas que no están bien.
—Pues ésta es de las gordas. Como no lleguemos a tiempo a las montañas cualquiera con un catalejo podrá vernos en esta enorme llanura. Prefiero que no nos pillen, la verdad.
Tsetsuko agarró con fuerza la mano de su amigo, como buscando la seguridad que sus palabras no le daban.
—Pero tienes que reconocer que podíamos haber esperado a que volviese Pepo y el Notario, así habrían traído la corriente eléctrica a la cueva y nosotros podríamos haber salido todos juntos con la cabeza bien alta.
—¿No escuchaste lo que habló con tu madre y La Peligro? Hay importantes tramos de tendido eléctrico cortado en la catenaria del tren, tardarán semanas en traer el suministro y tu padre y sus amigo piensan zarpar de Benalmádena en menos de una semana. Tenéis que llegar antes o volveríais a separaros.
—Me da pena del tío Noti. Estoy segura de que le hubiera gustado venir con nosotros.
—No se puede tener todo. A propósito… ¿qué pinto yo en todo esto?
—Eres nuestro guía.
—¿Sólo eso?
—Bueno… y…—La chica se sonrojó en la oscuridad.—A mi padre le gustaría conocerte.
—Ya, pero no sé si a mí me gustaría conocerle a él. Me has hablado tantas veces de su fuerza y voluntad.
—No seas tonto Cucharilla. Yo en realidad no lo conozco. Tenía muy pocos años cuando se fue.
—Entonces, ¿por qué no nos largamos tú y yo?
—¿Y dejar a mi madre sola?¡Ni loca!
—No estaría sola, iría con…—El Cucharilla hizo un gesto de broma imitando el exagerado andar de La Peligro. Los dos rieron.
—¡Eh tú… niñato!—A pesar de los jadeos, la travelo tenía un buen torrente de voz.—No creas que no te veo.
—¿Ves?—Hizo un ojigi hacia las montañas a modo de disculpa.—Es buena, sabe cómo buscarse la vida.
—Ni una palabra más. Mi madre viene con nosotros. Y La Peligro también.
El chico resopló vencido por la determinación de Tsetsuko pero no dijo ni una palabra más. Creía ver cómo el cielo se iba aclarando a su izquierda y volvió a apretar el paso.
—Deberías limpiar todo esto un poco.—Dijo el coronel mirando con aprensión la suciedad de la sala de control.—He pensado en trasladar aquí a un par de hombres para que te ayuden. En este momento todas las miradas son pocas.
Wei miró un instante hacia donde lo hacía Haipeng y tardó un par de minutos en comprender a qué se refería con limpiar.
—Sí, coronel, no se preocupe. Es que como estaba sólo.
—Una situación que, afortunadamente, ha llegado a su fin.—El militar, pertrechado con todo el equipo de combate, le recordaba a un personaje de videojuegos. Su voz era cálida y segura y su mirada dura y distante. De algún modo le hizo sentir miedo.
—¿Cu… cuándo vendrán los refuerzos?
—Están desentumeciéndose en la bodega. En media hora estarán aquí, no pierdas el tiempo.
—Chang… el… el general está al corriente.
—El general es el que ha dado la orden. Bien, nos vemos en unos minutos. Prepara todo lo necesario para que los míos puedan sentarse y empezar a operar sobre esas dos consolas.
—No sé si sabrán.
—Sabrán, te lo puedo asegurar. En cualquier caso para eso estás tú aquí, para enseñarles.
—Dor… dormirán también aquí.
—Al menos uno sí. No quiero que estés solo ni un minuto más.—Wei no pudo evitar un gesto de contrariedad que no escapó a la atención del coronel.—Por tu seguridad, claro.
Sin esperar más respuesta, el coronel se dio la vuelta y salió por la rampa en dirección al exterior de la sala de control. Wei se quedó un segundo quieto, sin mover un músculo, seguro de que mil ojos habrían estado observando el encuentro entre el soldado y el técnico. Pensó ir al excusado para hablar con Tsetsu o Pepo. Cuando aquello estuviese “lleno” de soldados hablar por teléfono le sería prácticamente imposible. Por otra parte debía atender las órdenes del coronel para no levantar su suspicacias.
Dejar todo limpio.
"Como si eso fuese sencillo", se dijo mirando la basura que había ido acumulando durante semanas de viaje. Suspiró y se dirigió al almacén para sacar el material de limpieza. Debía darse prisa porque además de limpiar tenía que avisar a los demás de cómo y con qué rapidez estaban cambiando las cosas.
—¿De veras te da miedo mi padre?
—¿Miedo?—El Cucharilla hinchó el pecho en una larga bocanada de aire.—¿Si vivo con El Diablo crees que podría tenerle miedo a tu padre?
—No sé, es lo que he entendido antes.
—Digamos que no me siento a gusto teniendo que estar contigo y con tu padre.
—¿Y cómo crees que me sentiré yo?—Volvió a apretar su mano.—No le conozco, sólo lo que mi madre me ha contado. Un relato casi increíble. De pequeña me gustaba escuchar las aventuras y proezas de mi padre, pero hace tiempo que no me las creo. De hecho había empezado a pensar que mi madre no estaba bien de la chota.
—¡Je, je!—El chico echó un brazo sobre los hombros de la muchacha. La luna sacaba reflejos plateados de su pelo negro azabache.—Todo el mundo pensaba que estaba un poco loca. La verdad es que a todos nos ha sorprendido la llamada de tu padre.
—¡Eh…!—De nuevo la voz de la Peligro resonó en el silencio de la noche.—No te tomes demasiadas confianzas pollo.—El Cucharilla retiró la mano como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Tsetsuko lo agarró por la cintura y lo atrajo hacia sí.
—No te preocupes. Aunque no lo parezca, la Peligro no tiene peligro ninguno. Échame el brazo, tengo un poco de frío.
El chico hizo lo que le había pedido y volvió a hinchar el pecho de aire freso y aparentemente limpio. Debía ser aquello que sentía lo que los hombres llamaban “enamoriscarse”. Era bonito pero a la vez inquietante.
—Pero mira el ladrón hijo de…
—Déjalo Peligro, guarda las fuerzas para la subida, parece que nos van a hacer falta.
—No si yo lo decía por ti. A mí me parece que hacen buena pareja.
—No digas tonterías mujer.—Era difícil irritar a Hana, pero ahora lo había conseguido.—¡Cómo van a ser pareja sin son dos niños!
“Si, si… pues menudas miradas se echan los niños”, pensó en silencio.
—Juana… Juana… despierta.
—¿Qué pasa?
—Es la china, se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido?
—Si, con la niña.
—¿Dónde se va a ir?—La mujer se intentaba sentar sobre la roca en la que estaba tendida.—Habrá ido a ver a su amiga… esa "cosa" que adora a las muñecas.
—No está tampoco.
—¡Cojones!—Se apoyó en la que le hablaba para ponerse de pié.—Preguntadle al Cucharilla, me temo que estén en algún lío.
—También ha desaparecido. Los guardias de la puerta dicen que no los han visto salir, pero se miraban de forma extraña. Yo creo que se han fugado.
—¿Lo sabe el Diablo?
—Aún no. Es mejor que…
—Que se lo diga yo. Ya. Pues dame esa antorcha, vamos a tocarle las pelotas al jefe. ¡Me cago en la leche que mamaron los chinos!
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