Sentía la boca seca, pegada. Los brazos parecían acartonados, las articulaciones soldadas. Su peso. No era capaz de soportar su propio peso. Y la cabeza. Apenas podía pensar. Sabía dónde estaba y qué era lo que tenía que hacer, lo había ensayado cien veces, pero era incapaz de determinar si se encontraba en medio de un nuevo ensayo o en una misión.
Logró zafarse del molde a medida que lo había sujetado durante un tiempo indefinido. Empezó a recuperar el olfato. Olía a medicinas, y a sudor, y a orines. Lo normal. Quizá más intensamente que otras veces. Abrió los ojos. Todo era azul oscuro. Empezó a oír. Primero su propio corazón. Latía pausado y regular, buena señal, luego le llegaron algunos pitidos provenientes de máquinas más o menos cercanas que no lograba distinguir. Algunas luces parpadeaban en sincronía con algunos sonidos.
Sintió algo caliente que llenaba su torrente sanguíneo. Adrenalina. En breves momentos estaría totalmente despierto. Levantó el brazo derecho y se desconectó de la bomba de nutrientes. Desconectó luego la sonda uretral y se alejó de la cápsula. Podía estar de pié, sabía ya donde era arriba y abajo.
Miró alrededor. Un larguísimo corredor a izquierda y derecha mostraba una incontable sucesión de cabinas como la que acababa de dejar. Si aquello era un simulacro era un gran simulacro. Una voz susurró en su cabeza:
“Buenos días coronel Haipong, bienvenido a la consciencia de nuevo”. Era una voz femenina, cálida y evocadora. Entre maternal y sensual. Era la voz de una máquina. “A su derecha puede encontrar un vaso con una bebida isotónica. Intente beberla lentamente antes de continuar.” La voz sonaba en su interior como suena la voz de una cantante cuando escuchamos música con los auriculares. Pero el coronel sabía perfectamente que en este caso era literal, la voz era inducida electrónicamente en la corteza auditiva primaria de su cerebro. No había forma de deshacerse de aquella voz así que hizo lo que le estaba pidiendo. Giró la cabeza hacia la derecha y localizó el vaso con el líquido azul celeste en su interior. Tenía una tapadera con una boquilla. Los diseñadores de todo aquello sabían que después de haber estado en suspensión toda precaución era poca para evitar accidentes. Tomó el vaso y se lo llevó a la boca. Erró en un primer intento, pero al segundo pudo engullir el fresco y dulce néctar del vaso. Su garganta lo agradeció al principio, luego empezó a protestar por el frío. Una fuerte punzada en el centro de su cabeza le obligó a parar.
—¿Don… dónde estoy?—Tosió las palabras.
“Se encuentra en la bodega de suspensión del Mensajero del Mar. Usted es Liu Haipong, coronel de la Fuerza China de Despliegue Táctico y ahora comandante en jefe de la Unidad de Refuerzo de la misión. Estamos a punto de llegar a nuestro destino y ha sido despertado con media hora de anticipación respecto de sus hombres para recibir nuevas órdenes.”
La voz hablaba con acento natural, como si realmente fuese una mujer de carne y hueso. Liu pensó en si aquella "mujer" no leería también sus pensamientos, pero prefirió no seguir por ahí para evitar acercarse a la locura.
—De cuántos hombres estamos hablando.
“Novecientos treinta y ocho, sin contarle a usted.”
—Cuáles son las nuevas órdenes.
“Aún no está totalmente despierto. Por favor, diríjase a una de las cintas de ejercicios y complete un ciclo completo de retonificación.”
El coronel empezó a caminar en dirección a uno de los extremos del ancho corredor donde pudo distinguir el área de ejercicios.
“Olvida su bebida. Es importante que la consuma completamente.”
Se giró para recuperar el vaso. Luego miró alrededor. Habría cámaras pero, ¿quién las estaba usando?, ¿aquella máquina que le hablaba? De nuevo se quitó la idea de la cabeza.
Mientras caminaba por entre los centenares de cabinas pudo apreciar que algunas ya habían iniciado el proceso de reanimación. A modo de ejercicio mental intentó recordar en qué consistía la suspensión anímica.
Era una vieja técnica, de antes de la Guerra. La ensayaba el gobierno chino en el ejército de Corea del Norte, un lugar muy apropiado para ensayar este tipo de cosas.
El cuerpo tenía un ritmo metabólico que podía ser reducido casi hasta parar toda actividad vital. No consistía en congelar al soldado, aunque las cabinas no pasaban de 4 grados de temperatura durante el período de suspensión completa. Los nutrientes se facilitaban a través de unas vías abiertas en el brazo y los deshechos se excretaban a través de una sonda uretral.
Se habían conseguido tiempos de suspensión de casi seis meses y aún mayores con breves períodos intermedios de consciencia y reanimación. Desde la aparición de las Unidades Médicas Personales este tiempo podía incrementarse aún más. Ahora que recordaba, en esta misión no deberían haber superado los cinco meses.
Llegó a la primera unidad de ejercicios. Una pantalla le estaba dando la bienvenida con un frio: Súbase a la cinta y tome los bastones. Apuró el vaso y buscó un sitio donde dejarlo. Una papelera cercana le pareció un lugar apropiado. Se subió a la cinta y empezó a caminar a la vez que movía los bastones alternativamente adelante y atrás.
—Creo que ya estoy lo suficientemente despierto como para escuchar esas órdenes.—Dijo al poco rato.
“Complete su ejercicio coronel. Dispone aún de veinte minutos antes de que sus hombres empiecen a despertar. El proceso durará cinco horas y media en total y usted estará listo en diez minutos.”
Todo aquél control numérico le irritaba, sobre todo porque era tremendamente sencillo de hacer pero ya no le dejaban ni siquiera realizar una división. La cinta empezó a ponerse dura, tuvo que apretar el paso mientras notaba como en su sangre fluía la glucosa.
Durante los siguientes minutos la cinta aflojó y volvió a endurecerse, empezó a correr hasta alcanzar el equivalente a 25 kilómetros por hora durante dos minutos y medio. Su cuerpo sudaba y él jadeaba pero la sangre ya fluía por todos los rincones y cuando la cinta volvió a aflojar lentamente para terminar deteniéndose sabía perfectamente quién era, para qué estaba preparado y qué era el Xin Shi Hai.
—Uf… ya… creo… que…—Intentó decir mientras se apeaba del aparato.
“Diríjase a las duchas. Allí podrá vestirse el uniforme de campaña y deshacerse de lo que lleva puesto. Mientras se ducha recibirá sus nuevas órdenes.”
Eso sí tenía de bueno el tener el sistema de radio incrustado en la cabeza, no tenía porqué sujetar nada ni estar cerca de ningún sitio para poder hablar con aquella máquina. Todo lo demás era malo.
Las duchas de la bodega de suspensión eran un largo y estrecho pasillo de cuyo techo brotaba agua allá a donde hubiera alguien debajo. Había chorros de jabón que salían de las paredes y un tramo final con toberas de aire templado para secarse. Era como un túnel de lavado para personas. Si es que aún a ellos podría llamárseles así.
“¿Qué recuerda de la misión que tenían encomendada?”
—Debíamos servir de fuerza de despliegue y asentamiento de una colonia en el sur de Europa, en una localidad habitada por personas locales, piratas y contrabandistas. Venimos con la autorización del gobierno del país, o lo que queda de él, con el que nuestro propio gobierno ha establecido un acuerdo de colaboración. Hasta aquí lo que todo el mundo sabe. Nuestra intención no es estar aquí de prestados (esto es confidencial). Pasados unos meses tomaremos la riendas del gobierno y fundaremos la primera colonia china en Europa (esto también es confidencial).
“¿Cuál sería su primer paso?”
—Desembarcar y alojarnos en los barracones que ya debería haber construido la tripulación enrolada en Patagonia.
“Bien. Aquí empiezan los cambios. Los barracones aún no han sido construidos. De hecho aún no habéis arribado a vuestro destino, quedan veinticuatro horas”
La voz femenina había sido sustituida por la inconfundible voz del general Changping, Liu, aunque estaba desnudo se cuadró.
“En los primeros vuelos de reconocimiento hemos localizado una inmensa marea humana que se dirige al mismo punto que el Xin Shi.”
—Buenos días general.—Dijo a modo de saludo.--¿Cree que el gobierno del país se ha echado atrás e intenta evitar que nos instalemos?
“Hemos barajado todas las hipótesis y creemos sinceramente que sólo intenta poner una masa humana entre la colonia y el resto del territorio, con lo que no tendríamos de qué preocuparnos.”
—¿Entonces?—Dijo apartando el casco para tomar el mono azul que se encontraba doblado en el mostrador con un papel con su nombre.
“Entonces nada. Que cuatro estúpidos con uniforme piensen que no hay de qué preocuparse no significa que no haya de qué preocuparse. Por eso les hemos reanimado antes de tiempo, quiero que realicen el despliegue nada más atracar. Montarán campamentos en los alrededores de la ciudad formando un perímetro y se quedarán allí a la espera de órdenes.”
—Necesitaremos…
“Dispone de todo lo necesario en el libro electrónico que lleva en su bolsillo: mapas, posibles objetivos, lugares destacados, plan de despliegue y ordenes secretas para casos de emergencia.”
—Perfecto general.—Dijo tocándose el bolsillo del costado del pantalón.—¿Desea alguna cosa más?
“Que dé una vuelta por la sala de control.”
—¿Por la sala de operaciones del Xin Shi?
“Si. En Rio Grande dos de los tres operadores desertaron. Ninguna pérdida irreparable, dejando sólo a un chico algo inestable del que no me fío.”
El general Sun Tzu Ping, o Changping como se le llamaba “cariñosamente”, no confiaba en prácticamente nadie, ni en él mismo, por eso era normal que dudara de la lealtad o capacidad de cualquiera, cuanto más de un chico joven que no era militar antes de que estallase la Guerra. El conocía a los tres que habían reclutado para hacer de soporte técnico in-situ, los tres eran demasiado jóvenes para fiar a ellos tu defensa, pero como bien decía Changping “Están bajo vigilancia mutua”, una vieja táctica que consistía en poner varios recursos para hacer el mismo trabajo. Una manera como otra cualquiera de tener perspectiva desde el puesto de mando. Pero ahora dos de ellos habían desaparecido. Ciertamente existía un riesgo por falta de control.
—¿Qué quiere que haga?
“Obsérvelo. Vigílelo a través de las cámaras de seguridad. Hágale una visita y pregúntele cosas, algo no termina de cuadrar.”
—Quiere que deje a uno de los hombres con él.
“Eso es buena idea. Quizá dos. Por dos hombres no va a menguar su poder, ¿no cree coronel?”
Liu sonrió con sinceridad.
—No, por supuesto mi general. Además creo recordar que tengo a los hombres indicados. Discretos, listos y efectivos, llegado el caso.
“Perfecto. Me informan de que ya está empezando a salir la primera hornada de capitanes, le dejo, tienen mucho trabajo.”
—A sus órdenes general.
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