05.52: El nuevo presidente


El presidente observó cómo la reina entraba en la sala del Diván, ya reunido, y se sentaba justo al otro extremo de la mesa. No llevaba puesta la capucha, como le había aconsejado, y su rostro, destrozado por mil cicatrices, sonreía forzadamente mientras tomaba asiento.

—Majestad…
—Continúe, señor presidente.
—Bien. Como estábamos contando, la operación Éxodo continúa en los términos en que fue diseñada. A continuación, el ministro de Gobierno y Logística nos pondrá al día sobre los últimos acontecimientos ocurridos al respecto.

La Reina observó a su flamante nuevo presidente del gobierno. La responsabilidad del poder aún no había tenido tiempo para dejar huella en su cuidado rostro. Su sonrisa continuaba iluminando desde su extremo la sala del Diván y ella aún no conseguía casar en su cabeza las decisiones que los últimos acontecimientod le habían hecho tomar en menos de cuarenta y ocho horas.

Cuando ya había abandonado toda posibilidad de conservar a su único amor junto a ella entregándolo a la voracidad estratégica del General Mata, cuando ya había confiado su futuro a una vida sin poder, sin voluntad y sin amor, la intervención del Secretario del militar, un chico demasiado joven para ser sospechoso de nada, cambió la situación dándole la vuelta delante de toda la corte y de todo el reino, que contempló por televisión cómo las aspiraciones políticas de Mata se deshacían en sus jóvenes y cuidadas manos.

Luego vino la detención del General, la del ingeniero Sánchez de Gandarilla y la de algunos de sus cargos de confianza así como el interrogatorio del coronel Robledano, del propio John Auger y de su valido Martín Barbosa y el de algunos más para delimitar el alcance de las intrigas habidas en los últimos meses.

Quedó sorprendida del entramado que había montado Mata para acabar con ella. Todo un golpe de estado perfectamente urdido entre las sombras de los pasadizos de la Nueva Toledo.

Afortunadamente, gente como Mendiola, Barbosa, Múgica y Auger habían descubierto la confabulación y habían logrado desactivarla en el último instante.

Ahora ellos formaban parte de su nuevo Diván en el que aún conservaba un puesto Íñigo Robledano, ascendido a General Jefe del Estado Mayor y Eusebio Veneroso aún como ministro de Salud e Higiene. El Obispo de Toledo, Bermúdez de Castro, había sido rebajado al rango de simple Asesor de Religiones y no formaba parte ya de la élite de poder de la Corona.

John Auger se había convertido en el nuevo Presidente del Gobierno de Su Majestad y próximamente se convertiría en el Rey Consorte.

Todo ello debería hacer más feliz a la reina, sin embargo, un poso de sutil amargura se deslizaba por su garganta a cada inspiración. Una sensación de que algo no estaba bien, de que lo que veía no era lo que realmente estaba ocurriendo, como si aún la confabulación de Mata sobrevolara aquella sala o como si otra nueva mantuviera en el aire espadas amenazadoras.

Quizá el shock que le produjo saber que durante meses decenas de cortesanos, incluidos su Presidente y algunos miembros de su Diván, habían estado trabajando en la sombra para acabar con ella aún le produjera temores y siniestras pesadillas.

Toda la vida, desde que decidiera dar el paso de convertirse en la futura reina, había sido un camino duro en el que ni los criados peor pagados la consideraron digna de tal posición. Cuando estalló la Guerra y toda la familia real desapareció ante sus ojos dejándola como única representante de la Corona, la Guardia Real en pleno se puso de su lado. Fue una sensación nueva, gratificante, motivadora. Se hicieron muchas cosas entonces.

Se buscó un lugar para trasladar las instituciones de gobierno, por localizar a personas que pudieran conformar un nuevo núcleo de poder. Fue entonces cuando apareció Mata, Sánchez de Gandarilla, Veneroso, Robledano… ellos contribuyeron de forma notable al éxito de la nueva capitalidad subterránea de Toledo.

Ellos localizaron el material militar necesario, diseñaron las instalaciones, trabajaron para la organización del nuevo estado. Siempre bajo su dirección.

Qué diablos había hecho ella para hacerla perder el liderazgo de aquél grupo de pioneros de postguerra.

Y ahora, mirando la encantadora sonrisa del Presidente del Gobierno se preguntaba qué veía en ella ese hombre. Y nuevamente la amargura rozaba su garganta.

—Martín, cuando quieras…
—Bien. Como ya sabéis, hemos logrado salvar el proyecto Éxodo reponiendo las vituallas de los peregrinos de forma urgente. Para ello activamos la división de zepelines que el General había paralizado por motivos que aún nos son desconocidos.

«La utilización de globos para el transporte de las provisiones hace éste mucho más lento pero infinitamente más económico, aún más teniendo en cuenta que las columnas de peregrinos ya han alcanzado el borde sur de la Meseta y se adentran en territorio montañoso a pocas jornadas de su destino.

«La división original en distintas columnas, idea que pretendía dividir a los antiguos refugiados y debilitar así su capacidad ofensiva, a esta distancia ya no tiene sentido y de hecho todas las columnas se han unificado en una sola.

—¿Ha habido algún problema de liderazgo?—Preguntó Robledano con su nuevo aire mucho más “noble”.

—En absoluto. Si bien al iniciarse el éxodo hubo enfrentamientos, en la actualidad sólo uno de los misioneros acapara todo el poder, un tal Juan Cruces. Nuestras fuentes nos indican que está decidido a continuar con el peregrinaje hasta llegar a las mismas puertas de Benalmádena, como estaba previsto. La gente le sigue enfervorizada y no se aprecian riesgos de insubordinación.

—Perfecto. No obstante, sería conveniente vigilar de cerca a ese tal Cruces,—continuó Robledano.—Una dirección unipersonal es más imprevisible que una dirección colegiada, como bien dice nuestro presidente.

—Muy bien Robledano. Veo que atiendes en clase.—Sonrió John—Efectivamente. ¿Son fiables nuestras fuentes, Barbosa?

—Fiable en este contexto es mucho decir. Digamos que mi confianza en ellas es del cincuenta por ciento, aunque hasta ahora nunca nos han proporcionado información que pudiésemos considerar falsa.

—Bien. Siguiente punto, la reeducación.
—Antes de empezar,—Intervino el ministro de Salud e Higiene,—me gustaría hacer hincapié en algunos aspectos de ese proyecto.
—Tienes la palabra Velencoso.

El médico empezó a desgranar un montón de inquietudes y miedos expresados de la forma más científica posible para darle a sus palabra visos de precaución racional despojándolas de cualquier connotación emocional, pero su rostro visto desde el extremo en el que se encontraba la reina reflejaba más miedo que otra cosa.

—No negaré las ventajas que supone un cambio de actitud de la Corte respecto de nuestras posibilidades de futuro. Llevamos demasiados meses ya en los que todo parece estancado. La estrategia de las colonias no está dando los resultados previstos y eso ha causado un cierto desánimo. Pero para resolver ese aspecto sólo hay que revisar la estrategia, esa y alguna otra, y modificar aquellos aspectos que pudiéramos considerar mejorables. No veo la razón por la cual haya que cambiar todo de arriba abajo.

“La razón es que ya no gobierna Mata sino John, estúpido”. El pensamiento surgió en la mente de la reina como un latigazo que producía dolor.

—Creo que es la enésima vez que propones cambios suaves en vez de cambios radicales,—dijo Auger casi sin animadversión.—De todas formas, Múgica no tendrá ningún inconveniente en ilustrarnos de nuevo, ¿verdad?

—Por supuesto presidente. Majestad…

La reina observó al joven nuevamente. Era atractivo aunque demasiado niño para pensar en él como en un amante. Elegante, pulcro, de movimientos fluidos y contenidos, manos grandes pero estilizadas, voz grave y aterciopelada, ojos grandes y vivos. Junto con John parecía de una nueva especie, distinta a la de ellos, más rotos, ajados y cansados.

—Hasta ahora lo que ha movido la expansión de la Corona por el país ha sido la unidad territorial. Así la iniciativa de las colonias no dejaba de ser un reguero de pequeñas nuevas Toledo diseminado de forma continua desde la capital hacia el exterior.

«Pero eso sólo favorece la unidad, no la viabilidad. La mayoría de las colonias se han establecido en lugares de escaso valor estratégico.

«Desde el nuevo gobierno consideramos esta estrategia como improductiva y queremos concentrar nuestros esfuerzos en situar colonias sólo en aquellos lugares en los que los recursos naturales o geoestratégicos lo aconsejen.

«Por lo tanto, el programa de colonias, tal y como está planteado debe ser desechado, los enclaves carentes de valor olvidados o abandonados y la inversión concentrada en una expansión discontinua, tomando puntos que procuren nuevos recursos al reino.

«Esta expansión no tiene ya el carácter reunificador del antiguo territorio sino el de fortalecimiento de la metrópolis, Nueva Toledo, gracias a la aportación de las colonias creadas ad-hoc.

—Sigo viendo un riesgo en esa división territorial. No me parece demasiado inteligente disponer enclaves separados por territorio salvaje… el transporte de esos recursos…

—El transporte se realizará mediante la división de zepelines—Interrumpió Auger,—Ya hemos comentado eso. El objetivo, debes verlo así, es fortalecer a la capital. Mucho. Lo suficiente como para que empecemos a verla como un pequeño y poderoso estado. No necesitamos territorio sino recursos.

—Sin embargo…

—Perdona Eusebio.—Interrumpió inesperadamente la reina.—Hay una cosa que me inquieta, presidente.

Nadie esperaba que Su Majestad tomara la palabra. De hecho, en las últimas reuniones, desde que John fuera nombrado, no había abierto la boca más que para saludar o para dar por finalizada la sesión del Diván. Su mente parecía en otro sitio mientras jugueteaba con el lápiz sobre alguna hoja en blanco. Los allí reunidos se envararon de forma inmediata, extrañados y alertados por el inusitado comportamiento real.

—¿Dónde ha quedado el fin último de esta Corona de reunificar y refundar nuestra Nación?

John no parecía sorprendido, pero lo estaba. Normalmente estas dudas las aclaraba con ella en la alcoba, antes o después de proporcionarle su ración de afecto. En ese entorno todo era mucho más suave y fácil de manejar. Aún no había tenido tiempo (¿o eran ganas?) de poner al corriente a Su Majestad sobre la presencia de una organización secreta de la que él era el máximo responsable. Una organización que tenía un fin mucho más elevado que el simple de refundar un pequeño país sin importancia. Ahora ella había formulado aquella pregunta delante de todos y él tendría que contestarla sin echar manos de arrumacos ni caricias. Debía pensar rápidamente una respuesta que consiguiera deshacer cualquier temor, al menos a corto plazo, ya tendría tiempo de “completar el razonamiento” entre las sábanas.

—Majestad, la… forma de ocupar un territorio no tiene por qué ser lineal.—Los pensamientos empezaron a fluir.—Es mejor ocupar los enclaves más productivos, los que aportan recursos y por lo tanto herramientas de poder, y desde todos ellos empezar una expansión multifocal hasta completar la ocupación total.

—Pero la ocupación total es el fin último, ¿no es así?

—Por supuesto Majestad.—No pudo evitar cruzar una mirada de complicidad con Mendiola, Múgica y Barbosa.—Esas fueron sus directivas.

La reina asintió y se echó hacia atrás. No es que la explicación la hubiera dejado satisfecha, pero sí las miradas. Efectivamente, algo estaba pasando a sus espaldas, pero, fuera lo que fuera, estaba dispuesta a enterarse.

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