05.50: Contacto 3


De nuevo se encontraban en la cubierta del Xin Shi Hai escuchando a aquel hombre con cara de viejo filósofo oriental hablarles en chino. Casi igual que el día en que embarcaron.

Entonces era para darles la bienvenida, informarles de su destino y explicarles las maravillas de las compresas Zhiyú.

Ahora ya no había traducción simultánea y aunque la mayoría podía captar el sentido general del discurso, sólo algunos pocos eran capaces de comprenderlo completamente. Uno de ellos era Tsetsu Watanabe, “el japo alimonado” al que su amigo Jean-Baptiste Legrand no paraba de hacerle gestos solicitando la aclaración de uno u otro término.

—Hola a todos, soy Yang Yi y de nuevo nos vemos aquí, en la cubierta cero del Mensajero del Mar para recibir noticias e instrucciones sobre nuestra misión.

Watanabe no sabía si la expresión “xīnwén yǔ dìngdān” significaba noticias e instrucciones o noticias y órdenes, en cualquier caso, la reunión de los marineros en cubierta, tras casi un mes de singladura, demostraba que era más lo segundo que lo primero.

Al contrario que en la primera ocasión en la que los enrolados se apelotonaban de forma desordenada, cada uno con su propia vestimenta, su corte de pelo y su actitud, ahora todo parecía mucho más formal, militar incluso.

Vestían la misma indumentaria, un mono de tejido común azul apagado con un código numérico en la espalda. No había grandes diferencias en el corte de pelo y a nadie se le hubiera ocurrido formar una aglomeración alrededor de la pantalla flotante a través de la cual les hablaba el “jefe de la misión comercial” Yang Yi.
Ahora todos formaban filas más o menos rectas, guardando educadamente una cierta distancia entre ellos.

Watanabe se había dado cuenta nada más subir, sin embargo, lejos de parecerle un signo alarmante de alienación agradeció cierto orden que añoraba desde hacía años.

—Lo primero será agradecerles su paciencia y dedicación al aprendizaje de una de las miles de lenguas que se hablan en la legendaria China, sólo por eso tienen el reconocimiento eterno de nuestro pueblo.

«También les reconocemos su esfuerzo en desempeñar las labores para las que han sido seleccionados y los excelentes resultados en los ejercicios de simulación.

«Pero ha llegado el momento de la verdad. Estamos a un par de jornadas de nuestro destino y nos gustaría compartir con ustedes algunos datos y tareas planificadas para que cuando llegue el momento podamos ejecutar nuestra misión de la forma más eficiente y segura.

—¿Por qué tanta cháchara?—Preguntó el francés a su amigo.

—Para darse importancia. Utiliza un lenguaje intrincado para revestir todo de solemnidad. Las instrucciones reales nos las darán en el libro electrónico, como siempre, pero este acto tiene un fuerte simbolismo que…

—Vale, vale… no te enrolles tú también, cojones.

—Nos dirigimos a una pequeña ensenada situada al otro lado del estrecho de Gibraltar, justo en el lugar que marca el punto rojo que ven en el mapa de la pantalla.

«El lugar alberga ya una población de pescadores y pequeños agricultores que viven de su trabajo. Los lugareños hablan castellano, como ustedes, y por lo tanto entendernos con ellos no debería ser un problema.

«Nuestro cuerpo diplomático ya ha realizado las gestiones pertinentes para asegurar que nuestra llegada no les toma de improviso y por lo tanto vean al Mensajero del Mar no como una amenaza sino como algo esperado e incluso deseado.

«Ustedes deberán mantener con la población local siempre una actitud de invitados que se sienten honrados por compartir con ellos su hogar y sus recursos. En ningún caso serán toleradas actitudes de prepotencia o xenofobia que pudiesen dañar la imagen de la misión que tenemos encomendada.

—¿Ha dicho que no se tolerará el racismo?—Susurró Jotabé al oído del japonés.—¡Pero si son más racistas que Hitler!

—¡Calla ya! ¿No ves que esas instrucciones son para nosotros, no para ellos?

—Nuestra misión, como ya saben, consistirá en la creación de la infraestructura necesaria para el establecimiento de una colonia permanente de nuestra gran nación China. Para ello, cada uno de ustedes dispone de unas obligaciones y responsabilidades que deberán ejecutar según le sean encomendadas por sus respectivos coordinadores.

«Como adelanto les informo que las condiciones de radiación en el lugar al que nos dirigimos son excepcionalmente saludables por lo que durante la jornada de trabajo prácticamente no tendrán que preocuparse por aquella. No obstante comerán y pernoctarán en el interior del Mensajero lo cual les garantizará un plus de seguridad y protección sanitaria.

«También me gustaría adelantarles que parte del personal del Mensajero tiene funciones de seguridad y defensa por lo que irá armado y deberá ser respetado como cuerpo de agentes de la ley. Si hubiese algún tipo de contratiempo entre los habitantes locales y alguno de ustedes es a ellos a los que deberán recurrir.

«Un agente de la ley podrá solicitar cualquier cosa que estime oportuna de ustedes. Esas solicitudes deberán ser atendidas siempre de forma inmediata, en aras a un mejor funcionamiento de la misión. Si alguno de ustedes tuviese alguna queja o duda sobre el comportamiento de los agentes de la ley deberán informar a su coordinador que pondrá en conocimiento de esta jefatura cualquier comportamiento inadecuado por parte del personal de seguridad.

«Los grupos y sus coordinadores les serán facilitados en las instrucciones detalladas que ya han sido cargadas en su cuaderno electrónico en Han y en español, al igual que el resto de las recomendaciones.

«Los coordinadores quedan convocados para una reunión que se celebrará en el aula 1A esta tarde a las diecisiete horas.

«Quedan relevados de cualquier tarea hasta nueva orden. Por favor, aprovechen este tiempo para leer las instrucciones cuanto antes y, si notan algo inadecuado o inconsistente, háganselo saber a su coordinador para que puedan hacérnoslas llegar en la reunión de esta tarde.

«Sólo me queda volver a agradecerles su dedicación y esfuerzo. Hán xuān.

La pantalla desapareció y la formación de obreros se fue deshaciendo poco a poco hacia la rampa de bajada a la cubierta inferior.

—¿Te has dado cuenta?—Dijo Jotabé señalando a sus compañeros.—Parecemos bestias domadas.

—Su empeño han puesto en que nos comportemos como sumisos esclavos. Pero ellos son así, necesitan tenerlo todo bajo control.

—¡Putos chinos!

—No me refería a su nacionalidad sino a su profesión. Recuerda que son militares.

—Putos militares.

—Bueno, nosotros a lo nuestro. Tenemos mucho que hacer, Wei nos mandará una señal por megafonía para avisarnos de que tiene intervenidas las cámaras de vigilancia pero no nos garantiza cuánto tiempo va a poder tenerlas, así que ve convocando a la gente.

—De acuerdo. Hasta ahora.

Con la gracia con la que solía interactuar con todo el mundo, el francés se fue acercando distraídamente hasta algunos de los que caminaban por los corredores. Les decía algo discretamente y se volvía para seguir con las chanzas hasta el siguiente.

Watanabe continuó en solitario camino del dormitorio P4 donde sería la reunión de la Quinta Columna, un nombre muy apropiado para lo que estaban tramando.

Velencoso aceleró el paso hasta ponerse a la altura del japonés. Si a alguien le había sentado bien aquella uniformidad era a él. Lucía más pulcro, había incluso desarrollado cierta musculatura y su caminar parecía más equilibrado.

—Me ha dicho el forzudo que nos avisarán por megafonía.

—Sí, pero tú vente ya conmigo. Tenemos algunas cosas que preparar antes de la reunión y me gustaría contar con tu opinión.

Tsetsu Watanabe había conseguido convencer al impertinente Velencoso para que formara parte de la Quinta Columna. Desde que en las primeras conversaciones con Wei Wong se planteara la necesidad de formar un grupo de apoyo para el momento en que tuvieran que zarpar dejando atrás a la tripulación china había expresado su preocupación por el comportamiento poco fiable de algunos enrolados.

El joven operador estaba con él. Había observado como Velencoso, y algún otro, intentaba ganarse la confianza de la tripulación china proporcionando información comprometedora de sus compañeros. Incluso tenía una lista de esos “traidores” como les llamaba. Pero también tenía una solución para ellos. O quizás dos.

—Debemos ganarlos para la causa o eliminarlos antes de formar el grupo de amotinamiento. Un fallo o un chivatazo darían al traste con toda la operación.

—¿Eliminarlos?—Había preguntado Watanabe.—¿Cómo?

—Tirándolos al mar no. Es imposible acceder al exterior. Tendríamos que asfixiarlos y esconderlos en algún almacén.

—Mejor contemplamos lo de ganarlos para la causa.

—Bien. En ese caso, hay que confiarles algún falso secreto y observar si valoran más que se les dé sitio en nuestras vidas o que la tripulación les tenga en su consideración. Si lo hacemos de manera sincronizada yo puedo vigilar quién hace lo correcto y quién no.

—¿Y si eligen el camino equivocado?

—Tendremos que volver a la primera opción.

Afortunadamente ninguno de los “soplones” renegó de sus orígenes y todos empezaron a colaborar con quienes mostraban confianza en ellos. Contribuyó a su buen criterio el trato de la tripulación china que les menospreciaba cada vez más por su “comportamiento indigno”.

Cuando hubieron pasado algunos días sin que transmitieran esos secretos inventados pasaron a la segunda fase y así, Velencoso y los otros empezaron a formar parte de aquél proyecto alocado para arrebatarles aquella maravilla tecnológica a sus legítimos dueños.

El dormitorio empezaba a llenarse. Todo el mundo miraba a Watanabe buscando alguna seña, pero el japonés sabía muy bien que no debía mostrar ningún comportamiento que pudiera parecer extraño a los ojos que les espiaban.

La gente iba tomando los libros electrónicos para consultar sus órdenes en silencio. Los días de carcajadas y bronca se habían terminado, en verdad que parecían un grupo de sumisos esclavos.

—Toma tu libro y vente a la cama de Jotabe, haremos como que consultamos las órdenes mientras repasamos lo que nos interesa.

—¡Eh!—Dijo uno de los del fondo.—Velencoso, eres mi coordinador.

—Y el mío.

Watanabe cruzó la mirada con el flamante coordinador.

—¿Algún problema?

—Ninguno. También eres mi coordinador.

—Se fían mucho de mí. No sé porqué.

“Yo si”

Mientras tomaban asiento se escuchó un ligero zumbido.

Bzzz bzzz

—¿Oyes?

—¿Qué?

Bzzz bzzz

—Es la señal.

—No puede ser.—El japonés creía saber perfectamente a qué se refería.—La señal debe ser claramente audible, algo así como un pitido de acoplamiento de un micrófono o algo así.

Bzzz bzzz

Velencoso sólo tuvo que agachar un segundo la mirada para que Watanabe pudiera pasar a hipervelocidad, subir a la litera de arriba, desmontar la rejilla de ventilación, sacar los teléfonos de Jotabe y suyo, volver a colocar la rejilla y regresar a su posición inicial.

Bzzz bzzz

—Ahora parece más cercano. Suena como si lo llevaras encima. Es como… ¡es una tontería! Me recuerda al sonido que hacían los celulares cuando vibraban.

—Desde luego que es una tontería. Me voy al baño un segundo, ve pensando en todo lo que tenemos que acordar en la reunión.

—De acuerdo.

Bzzz bzzz

Siguiendo las instrucciones de Wei, tuvo que caminar como uno más camino de los aseos, entró. Uno de los muchachos estaba haciendo pis. Le saludó.

Bzzz bzzz

Entró en un reservado. Cerró la puerta. Sacó los móviles. Tenían conexión. Uno de ellos informaba: llamada entrante Pepo. El corazón le dio un vuelco. Tragó saliva y descolgó.

—¿Digame?

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