05.47: Piratas III


De nuevo estaba allí, junto al acantilado que separaba la bahia de Ben Al Madina de la cala donde el día anterior sus escoltas le habían mostrado toda una flota de supuestos barcos pirata.

Pepe, el de mayor edad, había partido con el SUV en dirección al destacamento de la Guardia Real de El Gastor para dar cuenta de los avances en la investigación de Alfonso Gallardo y atajar de camino las más que probables dudas de la Corte respecto de la lealtad de su enviado.

Por otra parte, Daniel, el más joven e impulsivo se había encargado de acercarse a los arrabales de la localidad con la intención de contactar con los piratas o al menos con aquellas personas que pudieran conducirles a ellos.

La idea de Alfonso seguía siendo cumplir con el encargo real: localizar los hilos de poder de Ben Al Madina, a pesar de que en el transcurso de su estancia había conocido la existencia de las compresas antiradiación, un invento chino que llegaba a la ciudad mediterránea desde Sudáfrica.

En sí mismo, aquél artilugio valía mucho más que cualquier otro recurso que pudiese tener Ben Al Madina incluido su sorprendente microclima casi exento de radiactividad. Pero inexplicablemente la Corona parecía ignorar su existencia.

De todas formas, una vez conseguido el objetivo original, su siguiente preocupación sería saber de sus amigos. Tenía la corazonada de que estaban bien, pero prefería asegurar ese conocimiento intuitivo con alguna prueba más tangible. El asunto de las compresas "mágicas" debía esperar.

Ahora, aprovechando que la patrulla de la policía local en la que Dani participaba iba a rondar por allí, habían organizado una cita para que le informase de los logros de la noche anterior.

Ambos hombres fingirían un encuentro casual, uno en medio de una patrulla rutinaria, otro, en mitad de un saludable paseo matutino por la arena de la bahía.

Pero el chico se estaba retrasando, y eso empezaba a preocuparle.

Los dos guardias que componían su escolta eran en realidad dos muchachos entrenados para la lucha y la defensa cuerpo a cuerpo, hombre a hombre, pero no tenían ni idea de estrategia, espionaje o tácticas para enfrentarse a enemigos organizados, como bien podrían ser los piratas del otro lado del acantilado. Era posible que Dani no hubiera tenido la suerte que se espera del novato y ahora estuviese dando de comer a los peces.

Era posible.

Aunque Gallardo lo ignoraba, aquella noche Dani había caminado con la cabeza cubierta durante un buen rato. Primero por la arena dura y húmeda de la orilla, luego por un terreno más rígido, quizá roca o cemento fracturado.

El sonido del mar no dejó de acompañarle en todo momento. Por eso sabía que caminaban hacia el este.

Cuando aquél hombre con acento marroquí le "ofreció" trabajar de espía en el cafetín de Jalil supo que había sido descubierto. También supo de aquél hombre al que no lograba ver el rostro era alguien importante, poderoso, temible incluso, dada la incapacidad de Benavides por mantener su mirada.

No era éste el tipo de iniciación que había esperado cuando el excomisario Alfonso Gallardo, la leyenda de los Días del Caos, le ofreció indagar la forma de contactar con los piratas.

Creía que iría conociendo información poco a poco, que tendría que ir uniendo hilos con la ayuda del comisario y de su compañero Pepe, cuando volviera de entregar los informes del jefe, que todo sería más lento y deductivo, como un juego de claves.

Pero de pronto se había visto envuelto en una escaramuza a los James Bond, con los malos apresándolo "amablemente" a la vista de la clientela de un café que, a pesar de lo extraño de la escena, pareció ignorarles por completo.

Ahora caminaba a empujones por un terreno difícil que casi le había hecho caer en un par de ocasiones hasta llegar a lo que le pareció un túnel. El sonido del mar cambió de registro, como si se revolviera sobre sí mismo, la temperatura y la humedad subieron y sus pisadas empezaron a resonar por todas partes.

Estuvo a punto de preguntar por enésima vez que a dónde le llevaban pero sabía que sólo obtendría un nuevo empujón como respuesta, así que simplemente continuó caminando a la espera de llegar a algún lugar donde le quitaran la capucha y pudiera orientarse por la luna, las estrellas o la costa.

Lo más probable es que le estuviesen conduciendo hacia la cala de los piratas y que una vez allí le torturaran para sacarle información y finalmente se deshicieran de él.

No era una espectativa demasiado ilusionante pero aún quedaba mucho tiempo para el punto y final y eso le brindaba un importante abanico de oportunidades para zafarse de sus captores.

Cualquiera, a la vista de la escena: una figura atada de piés y manos, encapuchada, escoltada por cuatro tipos fornidos, armados con pistolas y cuchillos; podría pensar que aquél pensamiento era cuando menos inocente, pero Dani sabía muy bien que la única forma de seguir adelante en los momentos difíciles es ver las oportunidades y no las dificultades. Aunque aquéllas fueran infinitamente menores que éstas.

Su idea sobre el carácter de los piratas no llegaba más allá de la imagen de las películas que había visto de pequeño, cuando aún el mundo era un lugar sonriente para los acomodados occidentales y los piratas gente estrafalaria y divertida. Ahora iba a tener la oportunidad de enfrentarse con ellos cara a cara, y eso le mantenía tenso, alerta y, tenía que reconocerlo, ilusionado.

Algunas horas después, Gallardo, sólo junto al acantilado de las gaviotas que separaba la ensenada de Ben Al Madina del fondeadero de los piratas no tenía ninguna ilusión a la que agarrarse.

La unidad de la policía local a la que había sido adscrito Daniel llevaba más de una hora de retraso en su estricto y medido cuadrante de patrulla lo que siginificaba que, o había surgido una emergencia inaplazable o alguno de los agentes había tendio un contratiempo. Y a Gallardo le sonaba que su hombre era el primer candidato para un contratiempo.

Gallardo había visto desaparecer muchos hombres y mujeres jóvenes como aquel chico bajo sus órdenes. Evidentemente no era nada que le llenase de orgullo. Le pesaban en la conciencia todas y cada una de las bajas fruto de una decisión suya. Aquél lastre no podía quitarlo la nanomedicina china como no podía devolverles la vida a aquellos que alguna vez le obedecieron y encontraron la muerte.

Pero aún era demasiado pronto para rendirse. De repente vió un hilo de polvo al final del camino. Un coche se aproximaba, probablemente la patrulla de Dani. Volvió a disimular, como si estuviese por allí de forma fortuita.

Unas horas antes, Dani había llegado a su destino. Había subido por una rampa de madera que se flexionaba de forma considerable bajo el peso de él y sus captores. Dada la pendiente debía ser la pasarela de un barco grande.

Una vez en cubierta, le habían conducido hasta una de las escotillas que bajaban hasta las cubiertas inferiores entre el crujir de maderas, y tras un breve paseo por algunos corredores, le habían arrojado en el interior de un camarote.

Estuvo en el suelo atado y encapuchado un buen rato hasta que por fin aquél individuo con acento marroquí apareció, le ayudó a levantarse y sentarse en un pequeño poyete de la pared y le quitó la capucha.

El tipo continuaba en la penumbra de aquél calabozo que no camarote envuelto en un espesa atmósfera de brea y barniz rancio.

—Laminto todo estas incomodidades, pero no hubiéramos podido tiner esta charla en el cafetín de Jalil.

—Ya. Demasiados testigos.

—Efictivamente. En primer lugar debiría informarte de lo que ya sabemos para que no te pierdas en tus rispuestas.

—Un detalle.

—Sabemos que la Reina está interisada en nuestras compresas midisinales y que tu jife anda por ahí buscando alguien que se las venda.

Dani quedó un instante en silencio. No era esa la preocupación de su jefe, o quizá lo fuera y él no lo supiera. No obstante aquél tipo podía estar cometiendo un error de partida que él no iba a corregirle por mor de provocar su ira.

—Correcto.

—Istábamos pendientes de contactar con él cuando de ripente te prisentas en el cafetín con Binavides. ¿Buscabas a quién comprar?

—Hachis. Buscaba a quién comprar hachis. El asunto de las compresas puede ser muy interesante para la Reina, pero éste que está aquí no piensa llevárselas. Yo y mi compañero hemos decidido desertar.

—Como Binavides.

—Exacto. Y cómo él, estaba reconociendo el terreno para saber cómo habría de moverme.
—Se me olvidó. Sabimos también que el enviado rial te ha encargado contactar con los... ¿piratas les llamáis?

Daní trago saliva.

—Me da igual lo que desee el estirado de Gallardo. Yo le sigo la corriente, pero lo único que conseguirá de mí es que le deje tirado en mitad de la sierra cuando lo lleve de vuelta.

—¿El no quiere quidarse?

—Tiene otros intereses.—Si le habían espiado quizá también supieran lo de su familia.—Accedió a realizar esta misión si reubicaban a su familia en una de las colonias de la Corona. Pero el asunto se ha liado un poco, un secuestro y tal... qué te voy a contar que tú no sepas.

De algún lugar que no lograba ver apareció una hoja de acero que se apoyó en su cuello.

—Déjame las bromas a mi, si no te importa.

—Por supuesto.

—El caso es que no ti creo. Si no istás de acuerdo con él, porqué no se lo dices y en paz.

—Se lo hemos dicho de muchas formas, pero él está empeñado en terminar su misión. También le entendemos, su familia es importante para él. Por lo demás, no tengo ningún interés en desvelar ningún secreto de lo que pienso convertir en mi futuro hogar.

—¿Estarías dispuesto a colaborar con nosotros?

—¿Quienes sois vosotros?¿Los piratas?

—No nos gusta ise nombre, pero pueides utilizarlo en tu cabisa para no equivocarte.

—¿Y qué tendría que hacer?

—Averiguar las auténticas intensiones de la Reina.

—Esas las sabrá la bruja y está muy lejos, ¡ya me es difícil saber qué puñetas quiere mi jefe!

—Seguro que él sabe intensiones de la reina. Tu averiguar para nosotros ¿De acuerdo?

—Está bien. Te cuento lo que busca mi jefe de verdad y a cambio me ayudas a quedarme aquí.

—No es una negosiasión, no hay pago. O colaboras o se acabó.

—Vaya. Pues en ese caso colaboro.

La hoja de acero que presionaba sobre su garganta desapareción tan misteriosamente como había aparecido.

—Está bien. Sólo queda un ditalle.

Un rectángulo de luz apareció tras la figura de su interrogador. Cuatro siluetas se colaron por él.

—Debemos haser creible todo isto. Maniana, cuando tu jife te vea comprinderá porqué no debió mandarte a buscar a los piratas y tú sabrás porqué no nos puedrás traisionar.

El coche patrulla local frenó junto al excomisario. Un agente se apeó ante su atenta mirada.

—¿Ocurre algo agentes?

—Vamos tarde pero por fin le hemos encontrado. Es Daniel García, su escolta.

—¿Qué ha ocurrido?

—Al parecer tuvo alguna trifulca anoche en uno de los chiringuitos de levante. Por no se qué asunto unos tipos le propinaron una buena paliza. Lo encontramos esta mañana hecho un cristo en la puerta de la comisaría.

El comisario trastabilló un segundo.

—¿Está bien?

—O si... no debe preocuparse, no le quedará ninguna lesión permanente, aunque si le ve a hora es probable que no le reconozca. Venga con nosotros, el chico no para de preguntar por usted.

—Si por supuesto.—Dijo siguiendo al agente hasta la puerta trasera del vehículo.—No sabía que hubiese este tipo de problemas por aquí.

—Si un policia se acerca a ciertos lugares, es posible que salga mal parado.

—¿Y no piensan hacer nada al respecto?

—Por supuesto. Abriremos una investigación.

—Una más.—Contestó sonriente el otro policía.

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