05.45: Piratas I


El acantilado que cerraba la bahía de Ben Al Madina por el Este era  un cerro de piedra caliza y paredes casi verticales moldeadas por los dedos del viento como un cacharro cóncavo a medio terminar.

Cientos de gaviotas sobrevolaban la pequeña cala que quedaba a sus pies desde sus nidos, en los recovecos más amplios de la pared, hasta las rocas medio sumergidas que rompían el oleaje, junto a la playa.

En el camino que acababa en uno de sus extremos, los gritos de las aves y el rugido del mar llegaban atenuados a los agentes de la Guardia Real que observaban desde el borde cómo se acercaba la figura del excomisario.

—¡Es condenadamente larga esta playa!—les dijo cuando estuvo a pocos metros.
—Es cierto, señor. Engaña cuando se ve desde arriba, pero hay que andarla para saber su verdadero tamaño.

Alfonso Gallardo, todo de blanco algodón incluidos los zapatos que llevaba en la mano, sudaba con la camisa por fuera de los pantalones.
—Bien. Pues ya la he andado, aunque me temo que este no es el lugar que queríais mostrarme.
—Sólo son algunos metros más, señor, aunque algo más incómodo que caminar por la playa.
—No os preocupéis, de pronto me siento más joven y ágil que nunca. Creo que podré resistirlo.

Después de esperar a que se calzara, el grupo se puso en marcha en dirección a la cima del acantilado.

Los dos agentes, vestidos con el blanco uniforme de la policía de Ben Al Madina, aunque con un brazalete azul añil para indicar que eran en realidad guardias reales, pisaban con decisión y pericia mientras el excomisario  debía mirar donde ponía un pie tras otro so pena de torcerse un tobillo o algo peor.

El terreno se fue elevando y volviendo cada vez más árido. A medida que subían y se alejaban del nivel del mar también subía la temperatura convirtiendo el ascenso en una pequeña tortura.

En unos minutos ya caminaban por el borde del acantilado a bastante distancia del las olas que rompían bajo sus pies. Algunas gaviotas, suspendidas en el aire, se detenían a observarles con un ojo puesto en ellos y otros en sus polluelos.
Pero no eran los nidos de las gaviotas los que los habían llevado allí. De hecho no era ni siquiera aquella pared del cerro sino la ladera contraria.

—¿Queda mucho?—Jadeó Gallardo al cabo de un buen rato.
—Apenas unos minutos, señor. Si quiere podemos descansar un momento.
—No. Acabemos cuanto antes con esto.

La pendiente se había puesto demasiado empinada para contestar así que los tres encararon el repecho sin volver a abrir la boca nada más que para respirar. Por fin, uno de los guardias señaló al horizonte. Gallardo miró hacia donde le indicaba. No se veía nada llamativo, el mar, el cielo, gaviotas y... ¿un palo?
—Parad...parad.—Dijo apoyándose sobre sus rodillas para recueprar el aliento.

Los guardias le obedecieron y desandaron algunos pasos hasta ponerse a su altura.
—¿Lo ve?—dijo el guardia más joven—Eso fue lo que nos llamó la atención cuando estuvimos buscando el otro día. Quizá sea lo que usted busca.
—Desde luego parece la parte superior del mastil de un barco.
—Es el mastil de un barco, un gran barco de vela, de cuatro palos. Está fondeado ahí abajo, en una cala inaccesible desde tierra, junto con una decena más de embarcaciones de distinto tamaño.
—Deben ser los piratas de los que nos habló usted.
—Aunque no llevan ningún distintivo.—Aclaró el guardia de más edad—Al menos que nosotros hayamos visto.
—No me imagino a estos piratas con la bandera negra.—Contestó divertido el enviado de la reina— Y eso que la bandera tenia un importante efecto sicológico. De todas formas están escondidos, fondeados en una cala perdida habiendo sitio de sobra en la bahía del pueblo, algo raro es.

Gallardo se incorporó.
—¿Podemos acercarnos sin ser vistos?
—Podemos.
—Pues adelante. Me gustaría estar seguro y, si es posible, hacer algunas fotografías para documentar mi informe.

Sin más comentarios, los agentes se pusieron de nuevo en marcha. El terreno era dura roca caliza sin apenas vegetación, pero cuando iniciaron el descenso por la cara Este fueron apareciendo algunas yerbas ralas aquí y allá haciéndose cada vez más frecuentes hasta que terminar por cubrir completamente la roca. En ese punto algunos arbustos deformados por el viento se empezaron a interponer en su camino aunque eran más un escudo que un obstáculo.

Un pino con forma de antorcha desmelenada sirvió a los agentes para detenerse y esperar al enviado real.
—Creo que desde aquí será suficiente señor, más abajo seríamos fácilmente visibles.
—Está bien,—dijo mirando entre las ramas retorcidas.—Se ve casi todo el barco grande, aquellos dos más medianos y aquél grupo de chalupas. Además, hay gente y trajín en las cubiertas, no son barcos abandonados.

El excomisario sacó de su bolsillo una pequeña cámara de antes de la Guerra y se dispuso a hacer fotografías de todo lo que se veía desde aquél enclave.
—A proposito de eso, señor. Aquí mi compañero y yo nos gustaría poder hablar con usted.

Gallardo había logrado encender la cámara y ya enfocaba a la cubierta del primer barco.
—Por supuesto, de qué se trata.
—Verá... aquí, mi compañero y yo, nos gustaría poder quedarnos un poco más.
—¿Un poco más?—Gallardo sabía perfectamente de qué estaban hablando, pero continuó con sus fotografías como si la propuesta de los agentes fuese algo intrascendente.—¿Cuánto tiempo más?... ¿Y por qué?

—Ejem... no sé. ¿Un par de meses?
—Hasta que llegue el invierno.
—Eso son más de cuatro meses.
—O el otoño...

Gallardo cambió de posición para poder realizar mejor algunas tomas.
—Tenemos una misión que cumplir, y esa misión tiene un tiempo límite que estamos a punto de rebasar por culpa de mi hospitalización.
—Bueno, podríamos dejarle a usted en alguna de las bases y volver aquí con alguna misión.
—¿Qué clase de misión?
—No se... tú di algo.
—Podríamos quedarnos aquí como infiltrados en la policía local, así obtendríamos más información para la Corona.
—Información que completaría su informe.

El excomisario se giró hacia ellos con una sonrisa beatífica.
—Infiltrados. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
—Entonces... ¿Sería posible?

Gallardo no esperaba aquella propuesta tan infantil. Entendía perfectamente los deseos de aquellos jóvenes que de repente, allí, junto al mar, habían descubierto que la vida es algo que merece la pena.

Seguro que incluso habrían conocido a alguien con quien soñar un futuro.

No podía reprocharles su deseo, aunque si el planteamiento tan rudimentario de la propuesta. “Ni siquiera tenían previsto un motivo profesional”, pensó. Pero esa improvisación, que en el desarrollo de una misión les hubiese costado una buena bronca, ahora sin embargo sólo le producía ternura.

—Bueno, yo no puedo ordenar una operación, sólo soy el enviado de la reina o más exactamente de Martin Barbosa, su valido. De ahí a que pueda planificar y desplegar un operativo de infiltración va mucho trecho.
—Pero usted puede llegar a la base y decir que debemos volver para terminar el trabajo, eso lo puede decir.

Aquellos muchachos no le conocían. Alfonso Gallardo nunca había dejado un trabajo a medias, y no lo iba a hacer ahora, aunque fuera de mentira. Por otra parte aquellos chicos estaban siendo sinceros y utilizaban aún la relación jerárquica para solicitar permiso. Bastaría una negativa rotunda para que aquél agente joven que no tenía pelos en la lengua propusiera a su compañero una nueva estrategia, y quizá ésta resultara más “peligrosa” para su integridad física.

—Déjenme pensarlo. Volvamos a la playa, ya tengo suficiente.

A partir de ese momento no volvieron a hablar. Los chicos parecían tristes y de mal humor mientras que Gallardo parecía sumido en profundos pensamientos mientras regresaban. Ahora fue mucho más sencillo que a la ida y al poco rato ya pisaban los primeros metros del camino cortado.
—Bien, tendré que regresar al pueblo. Puede que me echen de menos en el almuerzo.
—¿Pensará lo que le hemos pedido?

—Ya está pensado.—Dijo mientras se desataba los cordones de un zapato.—La idea de quedarse en Ben Al Madina para facilitar información es interesante, pero no funcionará. Al poco tiempo vosotros deseareis quedaros aquí porque se vive mejor.—“Si no lo habéis decidido ya.”— Os ocurrirá exactamente lo mismo que al anterior representante de su majestad, el señor Falcón.

Los guardias agacharon la cabeza.
—Si os envío de vuelta desde la base, os olvidareis de cualquier misión y pasareis a formar parte de los habitantes locales. La Guardia Real perderá dos estupendos hombres y la policía local ganará otros dos. Y si te ví no me acuerdo.
—Pero... usted está hablando de desertar, señor. Eso es una ofensa para nuestro honor.
—No me vengas con esas, chico. El honor se quemó en la Guerra. Hoy todos vamos a ver cómo sobrevivir, buscamos lo mejor para nosotros sin importarnos el precio para los demás. No me hables de honor.
—Usted.—Intervino el guardia más joven.—Usted es una demostración de que lo que dice no es cierto.
—¿Yo?¿Porque hago lo que me pidió la reina?—Se encogió de hombros—No creais todo lo que veis, mi trabajo no es tan digno como parece.

—Si que lo es. Usted hace todo esto por su familia, la que desapareció en la sierra. Usted hace esto por usted sino por otros, y eso es honorable.
—Ya pero mi familia ha desaparecido. ¿Por qué sigo aquí?
—Porque aquí está cerca de ellos, quizá espera volver a verlos.
—Esa si es una buena razón para quedarnos un poco más.
Gallardo se quedó mirando al joven agente. Era joven, pero aprendía rápido.

—Bien, de acuerdo. Es posible que si me quedo por aquí pueda volver a ver a mi familia—Se incorporó con los zapatos en la mano.—Nos quedaremos, pero los tres. Tendremos que buscar alguna forma de llevar la información a la Corona, la radio no funciona y no me fío de nadie.
—Yo mismo haré llegar sus mensajes al destacamento más cercano, y luego regresaré.
—Y yo señor, no tendrá ningún problema.

—Está bien. Esta tarde tendré preparado el primer mensaje, lo llevarás personalmente a dónde quiera que esté ese destacamento, lo enviarás por radio y esperarás la respuesta. Nada de trampas.
—Nada de trampas, señor.
—Y tú intentarás contactar con los piratas. Ya sabemos dónde desembarcan, seguro que existe alguna comunicación entre esa cala y Ben Al Madina. Necesitamos saber más.
—A sus órdenes, señor.
—Hasta mañana.—Y empezó a caminar de nuevo hacia la orilla.


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