05.44: Estrella
Los ojos de Estrella eran como dos pozos oscuros y cálidos de los que no podías librarte.
Cuántas veces había imaginado cómo iba a ser esa primera vez. Quizá estuviese condicionado por los rancios patrones de la pornografía. Al fin y al cabo habían sido su único contacto con el sexo hasta entonces.
Imaginaba que ella aparecería con los labios entreabiertos, húmedos, el escote incapaz de retener los pechos, las manos acunándolos como a dos hijos pequeños, la voz suave, la mirada inocente, perturbadora. Una solicitud de ayuda, un estremecimiento, de nuevo las manos que ahora descienden hasta el vientre, señalando inquietas el lugar que tanto deseaba explorar.
Ella era invariablemente indecisa, coqueta, insinuante. Luego sumisa, ardiente, obscena en el momento del clímax, para finalmente esfumarse, diluirse en su mente, de nuevo ocupada en otras cosas.
Cuántas veces.
Pero su primera vez no fue así.
Al llegar a la cueva en la que él vivía como un ermitaño desquiciado Estrella lo miró divertida, incrédula.
—¿Y éste...?—dijo como si le acompañara alguien.—¿De dónde coño sales tú?
Quién puede plantearse siquiera un amago de cortejo sexual con semejante entrada.
—Eh... yo...
—¡Bueno, da igual!—Recordó cómo lo apartó hacia un lado y entró sin pedir permiso.—¿Vives solo?
—Si.. este... yo...
—¿Llevas mucho tiempo así?
—Eh... dos... años... creo.
—¡Joder!—Acercó su rostro al de él y lo examinó como si fuera un raro espécimen.—¡Debes de estar como una cabra!
Rebuscó entre sus cuatro cosas, miró extrañada su vieja mochila, algunos restos del fuego con huesecillos de conejo y espinas de trucha. Olisqueó el ambiente.
—¿De dónde has salido?
—Vine del oeste, de la vieja ciudad de...
—No sigas. Una ciudad. Un nido de ratas deberías decir. ¿Y por qué no te has unido a algún grupo de por aquí?, hay muchos y de muchas cuerdas. Tienes donde elegir, a menos que…
Volvió a acercarse para examinarle mejor.
—Que no te admitan porque seas “rarito”
—¿Rarito?
Recordaba cómo ella relajó el rostro mientras tomaba distancia.
—Por ejemplo, que seas un iluminado. Hay muchos por esta serranía, pero no suelen tener amigos. O que estés pirado, colgado, ido… y prefieras vivir sólo.
—No soy rarito. Simplemente no he encontrado nadie con quien vivir. Tampoco lo he buscado. Es una larga historia…
—Todos tenemos largas y truculentas historias que contar. —De pronto se giró hacia él y levantó el índice a la altura de su cara. —Ni se te ocurra intentar contarme la tuya.
En ese momento le resultó agresiva, pero divertida.
—Y tú qué buscas.
—Setas. A pesar de las fechas, suele haber setas por estas cavernas junto al río. Algunas veces me escapo y voy por ahí a buscar cosas. Hoy tocaban setas.
—¿Te escapas?
—¡Nada de historias, muchacho! —Sin pensarlo, habían caminado hasta la entrada de la cueva. La luz del exterior reveló sus rostros. —Bueno, no tan muchacho. Aunque tengas cara de panolis.
Recordó cómo se sonrojó y cómo ella sonrió satisfecha de haber dado en una de sus teclas.
—¡Apostaría lo que fuera a que eres virgen!—Tocó su barbilla con un dedo y le levantó la cara—¡Eh! Te has puesto colorado... ¡Eres virgen!
Le agarró por el cuello y lo atrajo hacia sus labios.
—Pues a mí la caminata me ha puesto caliente… y nada mejor para saciar el hambre que la carne fresca. Veamos que se mueve por ahí abajo.
Y a partir de ese momento él se convirtió en una especie de juguete sexual a sus órdenes. Disfrutó, qué duda cabe, pero no fue desde luego como él había imaginado su primera vez.
Cuando terminaron ella se levantó y fue a lavarse al arroyo mientras él quedó a solas, con la mente en blanco y una sonrisa estúpida clavada en las mejillas.
—Mira,—dijo cuando regresó,—vivimos un poco más al este, en un lugar mucho mejor que éste. Somos una comunidad, si quieres puedes venir con nosotros.
Y se fue con ella.
Y ahora, cuando la veía mirarle desde el otro lado del círculo de la asamblea sentía de nuevo que era ella la que movía los hilos y él el que ejecutaba los movimientos. Y recordó esa sensación de seguridad y confianza. Y le gustó.
—¿Y cómo sabemos que los de la Banda del Diablo no quieren en realidad apropiarse de nuestra garganta?
El que había hablado era un hombrecillo pequeño, calvo y con cara de no haber roto un plato en su vida, aunque sus manos pequeñas y ocupadas hablaban de un hombre inquieto e inseguro, tal vez peligroso, llegado el caso.
—¿¡Estás loco!?—Intervino el Gamba—¿Y vivir al aire libre expuestos a la radioactividad?
—Ellos prefieren vivir bajo tierra.—Aclaró Pepo.—Su cueva es enorme y en ella tienen casi todo lo que necesitan. Sólo algunas patrullas salen de vez en cuando para obtener del exterior aquello que les falta. Normalmente se lo roban a los convoyes que la Corona envía a las colonias.
—¿Y no tienen problemas con la Guardia Real?
—Están en un lugar de muy difícil acceso y los guardias no se aventuran hasta allí.
—Y los que lo han hecho no han vivido para contarlo.
—Además sólo roban lo necesario y saben cómo despistar a los drones.
—¿Qué roban?—Dijo una anciana de esqueleto marcado bajo un pellejo arrugado y de apariencia apergaminada.
—Principalmente comida.
—¿Porqué no cultivan su propia comida?
—¿En la cueva?—Volvió a intervenir el Gamba—¿¡Estás chocha!?
—No seas borde, Gamba.-Pepo conocía a la anciana.—Lucía, en la cueva no hay suficiente luz para plantar nada. Y fuera... bueno, a ellos no les gusta el aire libre como ya he dicho.
—Y necesitan la luz artificial para poder crear sus propios invernaderos subterráneos.
Aquél no era el motivo, era sólo una deducción de la anciana, pero de pronto, aquella escusa imaginada les pareció bien a todos.
El Gamba estuvo a punto de meter la pata, asegurando que para qué iban a trabajar la tierra si podían seguir robándole a la Corona, pero Pepo, tras cruzar la mirada con Estrella estuvo más rápido.
—Eh...¡Claro! Así no tendrán que robar más y podrán subsistir con sus propios alimentos.
—Pues yo les daría la electricidad—Concluyó la anciana.
—¡Yo también!—Intervino el hombre de manos pequeñas y nerviosas.—Mejor que generen su comida a que vivan de los demás. Total, si algo nos sobra es energía.
—Nos sobra porque no sabemos aprovecharla.
—Mira Willy. —Intervino por primera vez Estrella. —¿Se puede saber para qué cojones quiere un homeópata mil kilowatios hora?
Todos rieron con ganas y el alemán no tuvo más remedio que cerrar el pico. El Gamba miró a Pepo con aquiescencia y se extendió sobre la silla de roca en la que descansaba. El asunto que le había llevado allí estaba zanjado y El Diablo no tendría más remedio que reconocer su mérito.
—Ahora trataremos el siguiente punto. Las berenjenas de Juan.
Aunque el tema pudiese resultar trivial para alguien que había caminado por el mundo destruido del exterior, las berenjenas de Juan eran de suma importancia para la comunidad y Pepo tuvo que aguantar su buena media hora oyendo discutir a tres comuneros sobre la propiedad de aquellas hortalizas.
Después vino un receso en el que todos fumaron yerba en una extraña cachimba de calabaza, echaron un buen rato de risas incontenidas sobre asuntos incomprensibles, y devoraron con ansia un fantástico queso de cabra con nueces y miel. Cuando ya sólo quedaban apenas media docena de comuneros despiertos, Estrella hizo tintinear sus colgantes de lascas de pizarra.
—Una última cosa antes de que os durmáis. La nosequé de partículas del Cacharritos.
—¡Qué la conecte!—Dijo Willi sin parar de reirse.
—¡Eso...!—Intervino una cuarentona mientras le sobaba la entrepierna.—¡Que la conecte!
—Bueno. Pues ya está todo dicho. Tú—Señaló a Pepo—vámonos a la cueva que te voy a dar un repaso.
—Si queréis os acompaño.—Dijo el Gamba tocándose la entrepierna.
—Tú mejor te quedas con el viejo.—Respondió Estrella señalando al Notario, dormido desde la primera calada de la cachimba.—No vaya a ser que coja frío.
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