05.43: La Garganta de los Jipis III
Las pequeñas olas que levantaba la brisa chocaban contra los troncos de la balsa salpicando a sus tripulantes. Los dos captores y el balsero, un joven inesperadamente saludable, jalaban de la soga para moverla sin prestar demasiada atención al resto. El Notario, bastante inquieto, intentaba mantenerse lo más al centro posible de la plataforma junto a Pepo, que había colocado la mochila entre ambos. El Gamba, de rodillas en la proa, como un mascarón de pellejo y hueso, parecía ser el único que estaba disfrutando de la travesía.
Y es que el aire era limpio y ligeramente húmedo. La temperatura fresca, estimulante, y el sol empezaba a calentar aunque su deslumbrante luz ocultaba los detalles umbríos o lejanos del paisaje.
Lo que parecía en principio un estanque resultó ser toda una laguna desde el centro de la cual las paredes de la garganta resultaban tan lejanas que los bosques de sus laderas se habían convertido en un suave tapiz de césped verde oscuro.
Al fondo, en la misma dirección en la que se movían, les esperaba un grupo de personas. Pepo intentaba ver si entre ellas se encontraba Estrella aunque aún la distancia no permitía distinguirlas con claridad. Ahora que se acercaba el reencuentro realmente no sabía si lo deseaba o lo temía.
Desde aquella noche en que sin mediar palabra se levantó, salió de la cueva y se fue camino de la antigua ciudad, no había dejado de pensar en ella.
Brevemente, como solía hacer cuando se trataba de pensar en otras personas.
Lo habían hablado muchas veces pero ella siempre le convencía de que realmente no tenía ningún sentido contactar con nadie del pasado. Hiciera lo que hiciera, argumentara lo que argumentara, ella siempre terminaba quedando por encima y él terminaba desistiendo, convencido de que nada que estuviese fuera de la Garganta merecía la pena.
Pero de nuevo, cada noche, cuando todos dormían y él salía a cielo abierto a mirar las estrellas las caras de sus antiguos amigos, Antonia, Paco, el Notario, la Peligro, Tsetsu, Jotabé; le volvían a recordar que había dejado algo pendiente.
Por eso una de esas noches no esperó a obtener de ella razones para no partir, simplemente empezó a caminar ladera arriba siguiendo el curso ascendente del río bajo la luz de la luna hasta salir de la Garganta. No dijo adiós, no dejó nada escrito, no lo pensó. Simplemente se marchó.
Ahora, meses después, sentía que de nuevo había abandonado a alguien sin despedirse, como ya hiciera siete años atrás con sus compañeros de la Alianza Inverosímil. De nuevo tendría que dar explicaciones, algo que le incomodaba tanto que le hacía parecer un estúpido balbuceante.
Si en aquél grupo de personas que esperaban al final de la soga estaba Estrella, ya iba siendo hora de que preparara una explicación.
—¿Qué esperas ver?
—No sé. ¿El que va delante no parece un guardia real?
—No soy capaz de ver tan de lejos. Lleva algo azul, eso sí lo veo, pero ya está.
—Últimamente vienen muchos por aquí.
—¡No vienen muchos por aquí!—Willy estaba enojado. —Los traemos nosotros. Los traes tú.
—¿Qué quieres decir?
—Que estamos cometiendo un error. Eso de poner patrullas en el exterior es de locos. Y fue idea tuya.
—Yo soy una más, fue la asamblea la que tomó esa decisión.
—Porque tú les presentaste un panorama terrorífico. “Asalto de bandas, drones armados, lucha a muerte...” El miedo hizo el resto.
—Todo estaba perfectamente motivado. Los chicos del norte...
—¡Los capullos del norte!—El homeópata alemán se separó de ella.—¿Desde cuándo se ha tenido en cuenta a esa gente? Nunca han querido formar parte de la comunidad, a qué vienen ahora estos tics colaboracionistas.
—Mostraron pruebas de la entrada de guardias reales en la garganta. Trajeron a uno de ellos, un explorador. Si lograran entrar y volver para ponerse en contacto con los suyos... —Estrella agachó la cabeza. —Sería el final de nuestro mundo. Siempre que la Guardia Real llega a algún sitio termina por quedarse desplazando o aniquilando lo que allí hubiera. No nos podemos quedar con los brazos cruzados.
—¿Y quién te dice que el intruso no es como esos de la balsa? Gente de fuera que ha venido a la fuerza.—de pronto bajó el tono, como si lo siguiente fuera tan solo una reflexión.— No deberíamos interactuar con el exterior, es lo que terminará por llamar su atención.
—Cuéntale tus dudas a la asamblea. Esta noche. Prometo no intervenir.
—¿En serio?
Estrella miró al delgado y larguirucho rubicundo que hacía las veces de médico de la comunidad. En sus ojos podía ver su admiración por ella lo cual no dejaba de resultarle cargante.
Ella era fuerte, cuarentona, de mediana estatura, grandes ojos negros, boca generosa armada con fuertes y blancos dientes que solían mostrarse en una sonrisa luminosa y segura.
Dulce y severa a partes iguales sabía cómo tratar a todo el mundo especialmente a los hombres que valoraban en particular su incansable libido.
—Bueno, estaré callada al menos hasta que me pregunten. Mira...—Señaló a la balsa que se encontraba ya casi en la orilla.—Es un guardia real.
—Un guardia real al que hemos querido enseñar nuestro mundo. Muy listos los chicos del norte.
—Espera... ese no es...
—¡Pepo!—Willy se llevó las manos a la cabeza. Estrella no pudo reprimir una sonrisa traviesa.—El estúpido de tu “cacharritos” les ha hablado de nosotros, estamos perdidos.
—Si es así le ajustaremos las cuentas. —“Y si no, ya se las ajustaré yo.” —¿Y quién es ese del sombrero?
—Es muy mayor, tiene que ser uno de los jefes.
—No lleva protección, no creo que sea uno de ellos. Prepárate, ya están aquí.
La soga atada al tronco ya no tocaba el agua, tensa hasta las manos del balsero que jalaba sin prisa acercando la embarcación a la orilla. Pepo ya había visto a Estrella y se incorporaba colgándose la mochila. El Notario esperaba para que le ayudara a levantarse y El Gamba se había alejado del borde para dejar espacio de maniobra.
—¿Pepo?
—Hola Estrella.—Contestó mientras tiraba del brazo del viejo—¿Cómo estás?
—Muy contenta de que hayas invitado a la Guardia Real a visitar nuestro modesto enclave.
—Si te refieres a mi te equivocas. Yo soy a un guardia real lo que tu a una dama. El dueño de este uniforme está criando malvas a dos días de aquí.
La balsa chocó contra la orilla haciendo que sus tripulantes trastabillaran. Uno de los hombres saltó fuera y tiró de una cuerda atada a uno de los troncos para amarrarla.
—Si no eres un guardia porqué llevas sus ropas.
—¿Porque son más seguras que tus andrajos?—De un salto, el Gamba pisó tierra y se colocó a menos de medio metro de Estrella. Willi, delgado y huesudo, levantó amenazador el cayado que llevaba en la mano. El bandolero se giró hacia él como un gato.—Ten cuidado, calavera. Puede que yo sea más rápido que tú.
Pepo se bajó de la balsa y ayudó al Notario a hacer lo mismo.
—Estate tranquilo Gamba, son amigos. Y tú también Willy, no pretendemos hacer daño a nadie.
—Pues dile a tu amiguito que se aleje, no me gusta nada.
—Si te sirve de consuelo, a nosotros tampoco.—El viejo bajó a tierra y se acercó a la mujer extendiéndole la mano.—José Antonio, aunque todos me llaman Notario. Un placer.
—Encantada. Mi nombre es Estrella y tú eres… uno de sus amigos de la vieja ciudad.
—Efectivamente. Y tú serás la chica que... lo sacó de la cueva.
—Podía decirse así, ¿verdad tú?, por cierto... ¿qué llevas ahí?
—¿Te acuerdas de lo que te conté? Es la "emisora de radio" que quería conectar a la electricidad para comunicarme con…
—Bueno, bueno… Eso tendremos que hablarlo junto con otras muchas cosas.—Willy aún parecía tener el palo en ristre.
—Habrá tiempo para todo. Venid, supongo que querréis descansar.
—Preferiría comer algo.—Dijo El Gamba ya colocado a una prudente distancia de sus anfitriones.—No vemos "jama" desde anoche.
—Seguro que podemos solucionar eso. Esta noche hay asamblea, me gustaría que charlásemos antes.—Estrella hizo un gesto hacia los captores—¡Gracias chicos!¡Ya nos encargamos nosotros!
—¿Estás segura?—Preguntó uno de ellos.
—¿Estoy segura?—Repitió ella al oido de Pepo.
—Por supuesto.
—¡No os preocupéis!¡Gracias de nuevo!
Los captores se quedaron con el balsero a regañadientes, pero Estrella ejercía su poder con desparpajo y seguridad. Willy inició la marcha hacia allá a donde los llevaran mientras ella se colocaba junto a Pepo apartándolo de su grupo.
—Veo que al final te saliste con la tuya.
—Tuve que irme como las ratas, lo siento. Era incapaz de llevarte la contraria.
—Como todos aquí. Estoy un poco cansada. ¿Y si nos vamos juntos a la vieja ciudad? —Estrella no hablaba en serio. Nunca lo hacía. Al menos con él.
—No te lo recomiendo. De todas las historias inventadas que cuentan los jipis por las noches ésta es la única cierta: ahí fuera se está mucho peor.
—¿Y ése quién es?
—Es una larga historia. Pertenece a un clan, unos bandoleros del norte. Tienen algo que proponeros, creo que os interesará.
—¿Un intercambio?
—Cero coste para vosotros. Todo ventajas.
—Y ellos ¿Qué quieren?
—Algo que os sobra, electricidad.
—¿Y nosotros?
—Algo que os falta. Protección.
—¿Es de fiar?
—¿Este? Para nada. Es un sicópata asesino.
—¡Qué bien!¡Todo ventajas!
—Pero su jefe y su clan sí. Son gente desesperada pero valiente y legal. Merecen que se les escuche.
—Está bien. Esta noche expondrás tú su oferta, yo te echaré un cable.
—No… es él el que viene a negociar.
—No. Hablarás tú.
—¿Ves? Ya estás otra vez mangoneándome.
—Es mi sino. Y esta noche prepárate, llevo varias semanas acostándome con el cretino de Willy y tengo ganas de algo distinto.
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