05.35: Guerras viejas y nuevas
Tsetsu caminaba como si estuviese desorientado. De nuevo, las figuras estáticas de la tripulación del Mensajero del Mar formaban un museo de inquietantes estatuas iluminadas a fogonazos por las luces de los corredores. Cuando hacía apenas una hora de tiempo estándar había hecho ese recorrido en dirección contraria tomó una decisión: volver a buscar a su familia y no cuestionarse nunca más esa decisión. “Qué difícil es mantenerse firme en este barco”, pensó.
Regresando al dormitorio 104 recordó a su abuelo sentado frente a los arrozales, mirando desde el cobertizo de su cabaña de madera cómo el paisaje pasaba del verde al naranja mientras el sol buscaba refugio entre los montes Chugoku.
–Entonces… ¿Musashi fue capturado?
–Jamás. Él nunca perdió un combate, ya no quedan guerreros como él.
–¿Por qué sofu?
–Porque las guerras no son como antes. Ahora las guerras no se pueden ganar.
Solía decir aquello tras contarle alguna batalla heroica bajo su atenta mirada infantil. Él disfrutaba con aquellas historias de bravos guerreros que luchaban por alguna causa sublime, no importaba cual. Pero al final, justo cuando su entusiasmo llegaba a lo más alto, cuando apenas quedaba luz y las velas de los farolillos resaltaban las miles de arrugas que fracturaban el cansado rostro de su abuelo, él pronunciaba aquellas palabras decepcionantes.
Y sin embargo se equivocaba. La Guerra, la última guerra, tuvo unos vencedores: aquellos que supieron esperar a que sus competidores se aniquilasen entre sí. No fue una victoria heroica. En eso no se equivocó, las guerras ya no son como antes.
La estrategia de destrucción mutua asegurada parecía cumplir su presagio. No había posibilidad de ganar. Las máquinas garantizarían que, aún destruido por el enemigo, un país podría seguir escupiendo muerte sobre el otro hasta aniquilarlo.
Las máquinas son estúpidas pero eficientes. Los hombres son simplemente estúpidos y aquella estrategia tenía su inconfundible sello.
No hubo más que esperar a que llegase la oportunidad para demostrarlo y ésta llegó hacía ya siete años. Algo pasó que convirtió el miedo a la destrucción en urgencia por destruir al otro. Sólo un segundo, una decisión incorrecta y ya no hubo marcha atrás. Las máquinas se encargaron de cumplir con su cometido y todo quedó reducido a cenizas mientras el tercero, agazapado, se quedaba con todo.
El joven Wei Shou le había hablado de planes, planes de la Nueva China, grandes y ambiciosos, y planes propios, desproporcionados para un solo hombre, planes en los que quería hacerles participar.
Recordó cómo sintió de nuevo aquel calor en las venas, ese deseo de perseguir el objetivo, alcanzar la meta y obtener la victoria que movió a Miyamoto Musashi durante toda su vida. “Qué debo hacer, sofu”. Su abuelo siguió mudo en el más allá.
–¿Qué planes?–Le había preguntado a Wei.
–Sí. Podríamos llevarlos a cabo juntos.
–Olvídalo muchacho. Yo sólo tengo un objetivo y mi compañero va conmigo.
–Sé cuál es su objetivo, volver a reunir a la Alianza.
Tsetsu sonrió. No era exactamente eso, pero no pensaba aclarárselo.
–¿Nos has estado espiando?
–No. Bueno, algunas veces,–El chico se sonrojó,–pero las suficientes para saber lo que pretenden. Podemos ayudarnos unos a otros, yo les ayudo a intentar reunirse con los demás y ustedes me ayudan a mí.
Fue la primera vez en que el gran Musashi volvió a su memoria aquella noche.
–No vamos a intentar reunirnos. Vamos a reunirnos.–Recalcó.
Y entonces fue cuando se llevó el primer golpe.
–Verá señor Watanabe. Quizá desconozca algunas cosas sobre lo sucedido en Europa.
Podría haberlas imaginado y comprendió que en realidad nunca había querido hacerlo. Pero el joven continuó soltando frases, como latigazos, sin saber que cada una de ellas abría una herida en el corazón del héroe al que admiraba.
–Los Días del Caos en Europa duraron menos que en el extremo sur de América pero fueron mucho más terribles. Apenas una semana en la que estados milenarios desaparecieron de repente, los servicios se colapsaron, la gente se dedicó al saqueo, primero de cosas que ya no tendrían ningún valor, luego, directamente se disputaron el alimento. Después de que los bombardeos se cobraran miles de millones de muertos los supervivientes aún siguieron matándose unos a otros.
«Al cabo de unos días, los incendios, los asesinatos, las largas filas de gente huyendo de las ciudades desparecieron de nuestra vista. La oscuridad se apoderó de los cielos y el hemisferio norte quedó oculto bajo un grueso manto sucio como el lodo.
«Durante cinco años la capa de nubes y ceniza ha impedido a nuestros satélites mostrar imágenes de la superficie.
–Cualquiera que vea un noticiario de televisión sabe eso.–Tsetsu y Jean-Baptiste además habían vivido sus propios días del Caos en Ushuaia.
–Pero quizá esto no lo sepa: Cuando llegaron las primeras imágenes nos dejaron ver la mayor devastación que pudiera imaginarse. Infraestructuras, plantaciones, ciudades o industrias habían desaparecido. Los escasos supervivientes vagaban entre las ruinas buscando algo que llevarse a la boca.
«Los lugares que antes eran más prósperos fueron los más castigados por las bombas y la radiación. Todo lo que hay al norte del paralelo sesenta continúa aún oculto bajo las nubes, sólo los lugares periféricos del sur, los más alejados de los antiguos centros de producción, son claramente visibles.
–¿Fue esto lo que le contaste a tus compañeros para convencerlos de que desertaran?
–Con ellos exageré un poco pero no tanto como pueda creer.
–Si es así, ¿por qué no desertaste tú también?¿Qué sentido tiene ir a Europa?
–Se han empezado a organizar algunos núcleos humanos, aunque los mares están infectados de piratas y las ruinas de las ciudades de grupúsculos que se comportan como bandas de chacales. Hemos detectado algunos pequeños intentos de organización social más o menos importantes, pero en general, el civilizado norte ya no existe.
–Entonces, hay supervivientes.–“Hay esperanza”
Y entonces llegó el segundo golpe.
–La gente del siglo XXI no está preparada para el volver a la Edad Media y la radiación sigue siendo mortal. Los pocos que aún viven están gravemente enfermos y su expectativa de vida es escasa. En ese ambiente es imposible pensar en un relevo generacional viable, sus descendientes deben de sufrir graves malformaciones. Existen estudios tras las catástrofes de Chernóbil o Fukushima que…
Tsetsu tuvo que detenerse en mitad del corredor. Ahora que estaba solo pudo dejar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Recordó a Hana, tan frágil y atenta y a Tsetsuko, con apenas dos años de vida en medio del caos. Cómo podrían haber sobrevivido. “No debes pensar eso”. Se esforzó en borrar las descripciones pormenorizadas de Wei sobre los efectos de la radiación y se secó los ojos con el torso de su mano temblorosa antes de reiniciar la marcha.
–Todo lo que dices me lleva de nuevo a la pregunta: Qué vamos a buscar allí.
–El gobierno militar de Nueva China ha comenzado un proyecto de expansión mundial. Piensa fundar una colonia en el Mediterráneo, un lugar especial con unas condiciones casi idóneas.
«Su intención es controlar desde el otro lado del estrecho el extremo norte de la vía de transporte que une el norte de África con Ciudad del Cabo, también bajo su dominio. África es rica en materias primas que ya no podemos encontrar en otro sitio. El Xin Shi Hai sería el bastión flotante que cerraría la puerta trasera de la gran despensa de la Nueva China.
–Sí que está el mar lleno de piratas.
–Se que suena obsceno–Se excusó ante la mirada del japonés.– Pero ellos quieren evitar que alguien más pretenda esas riquezas.
–No deberían tener ninguna prisa. Un hatajo de piratas no es un competidor a la altura de tu país.
–No están pensando en los piratas. Las antiguas superpotencias continúan bajo el invierno nuclear, no tenemos ninguna información sobre ellas. Quizá el gobierno chino tema que bajo las nubes se oculten algo más que ruinas.
–Bien, ya sabemos qué quiere hacer China. ¿Y tú plan? Porque supongo que será muy distinto.
El joven contestaba a cada pregunta como si aquello fuese el examen de ingreso a la Alianza Inverosímil, en cambio Tsetsu sólo intentaba sacar el máximo de información posible mientras luchaba con los demonios que sus palabras habían resucitado en su cabeza.
–Llegar, hacer el despliegue militar para ocupar la colonia y, cuando todo empiece a normalizarse, desconectar el Xinshi del Centro de Control y zarpar con rumbo hacia…–hizo un leve ojiji.–Preferiría no revelarlo por ahora, si no es inconveniente.
–Me lo puedo imaginar. Un nuevo mundo–Dijo con la sorna con la que un adulto describiría la visión utópica de un adolescente idealista.
–Por ahora es sólo un montón de buenas intenciones, pero desde luego es un plan más justo para el mundo.
“Justicia. Aún hay gente pensando en la Justicia.”
–Muy bonito.–Dijo suspirando.–De todas formas no creo que tus militares dejen así como así que les roben tan formidable arma, seguro que no llegaríamos ni a la vuelta de la esquina.
–No podrían evitarlo señor. China también está sepultada bajo la radiación mortal. De su poderío armamentístico sólo quedan algunos satélites, medio centenar de misiles y algunas decenas de aviones y barcos, éste, botado dos días después del final de la Guerra, y su gemelo, el Kong Bu Hai sin terminar aunque operativo son las únicas armas preparadas para un mundo atómico. A los astilleros de Perth aún le quedan años para que puedan producir barcos como éstos.
–Ya lo tienes, nos localizarán con sus satélites y el Kongbu vendrá a por nosotros.
–¿Y dejar sin defensa a la metrópoli?, no lo creo. Si desaparece el Xinshi, China tendrá que esperar muchos años antes de venir a buscarlo. Y eso si nos encuentran. Disfrutamos del mejor camuflaje que existe. Los satélites rusos y norteamericanos continúan operativos y no sabemos quién nos observa, así que viajamos en un barco enorme pero invisible.
–Muy precavidos tus jefes.
–Pero han cometido un enorme error.
–Enrolarte a ti, supongo.
El joven hizo como que no había escuchado aquella puya.
–No han contemplado un sabotaje en toda regla, en eso se han confiado demasiado.
Llegó a la puerta del dormitorio pero no entró. En su lugar, se dirigió al baño que había un poco más adelante siguiendo las instrucciones de Wei Shou: “Aparezca y desaparezca siempre en uno de los baños, así no tendré que editar las imágenes de las cámaras, cualquier error y acabaría todo”. Al poco volvió a salir a velocidad normal. La patrulla que había apostada en la puerta se sorprendió.
–¡Eh! ¿De dónde sales tú?
–Estaba indispuesto.
Uno de los guardias se volvió hacia el otro.–¿No habías revisado los baños?
–Creí que lo habías hecho tú.
–¿Qué ha pasado? He sentido una terrible explosión.
–No podemos decir nada. Ve al dormitorio y no salgas, hay toque de queda.
–Rápido.
Entró en el dormitorio. Todo el mundo estaba muy alterado, de pié, discutiendo a gritos. El miedo se reflejaba en sus rostros porque aún creían que iban a morir ahogados. Velencoso fue el primero en girarse hacia él.
–¡Che!¡Mirá!¡El japo alimonado regresó!
–¡Calláte pelotudo!–Le increpó otro.–¿Sabés algo, sabés qué pasa?
Todos lo miraron expectantes. Por un segundo fue el centro de atención.
–No es nada amigos, es un… simulacro, nada más.
–¿Estás seguro?
–Totalmente.
Ser un agrio mal encarado también tenía sus ventajas. Nadie puso en duda sus palabras y poco a poco todos se fueron retirando a sus literas.
Jotabé se colocó a su lado para susurrarle.
–¿Dónde te has metido? Me dejaste en medio de un charco de orines.
–Lo siento. Tuve que aprovechar la ocasión, pero por fin he visto lo que creíamos que era el puente. Cuando todo esto se calme te contaré.
–¿Eso que dices es verdad, es un simulacro?
Tsetsu lo admiró tan grande y niño.
–En cierto modo, pero no debes preocuparte, no hay peligro, me lo ha confirmado nuestro “amigo”.
–¿Amigo, qué amigo?
–En realidad es un viejo amigo de Pepo.
–De Pepo, ¿Nuestro Pepo?–Jotabé lo agarró por los hombros y empezó a zarandearle.–¡¿Hay un amigo de Pepo a bordo?!
–Tranquilo. Espera a que todo se calme. Tenemos muchas cosas de las que hablar.
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