05.34: Un cambio de rumbo




–¡Señor Watanabe! Por fin nos vemos cara a cara.–Tsetsu quedó congelado, como el resto del mundo cuando se movía a hipervelocidad.–Pero, antes de que desaparezca, debería saber que no voy a delatarle. Me gustaría hablar con usted.
–Eh…

Desapareció.

El único tripulante de aquel reducto encerrado dentro de las entrañas del Mensajero del Mar suspiró. Sabía que podía ocurrir, y también creía saber que ahora mismo, el japonés estaría dando vueltas a su alrededor, intentando asegurarse un plan de escape. Pero apenas un instante después, Tsetsu Watanabe volvió a aparecer casi en el mismo lugar en el que estaba.

–¿Convencido señor Watanabe?
–¿Quién eres?
–Soy Wei Shou, operador de computación del Xin Shi Hai. Tenía muchas ganas de conocerle personalmente.
–¿A mí?
–Desde hace años.
–No comprendo.

Un zumbido insistente desde la sala de consolas le hizo girar la cabeza.
–Debe disculparme, he de atender al almirante, espere aquí. –Lo miró. Estaba hablando con el hombre que era capaz de desaparecer y aparecer, así que pensó mejor su consejo.–Haga lo que le dé la gana.

Salió del baño, corrió hacia la sala de control y se detuvo delante de la imagen de un militar de edad avanzada vestido con un uniforme blanco cargado de insignias. Tocó la pantalla.

–Almirante.
–¿Dónde se había metido?
–Lo siento señor, he tenido una urgencia biológica.
–Muy oportuno. ¿Se puede saber qué pasa en el Xinshi?
–Ustedes deben saberlo mejor que yo, lo controlan desde ahí.
–Me informan que no ha habido ningún ataque. El escudo subsónico parece haberse disparado sin motivo aparente. Nos gustaría saber si usted desde ahí puede comprobar la computadora de control perimetral, parece que ha dado un falso positivo.

–Ya lo he hecho señor. No hay ningún indicador de avería o funcionamiento imprevisto. De todas formas pensaba solicitar permiso para sustituirla por otra.

–¡Pues hágalo! Igual también da falsos negativos.–El general se giró hacia alguien que quedaba fuera de plano.–Este chico parece estar siempre dormido. Es una lástima que perdiéramos a los otros dos operadores, me gustaría tenerlos ahor...–La pantalla se puso en negro y el sonido se cortó.

Wei permaneció aún un rato delante de ella, esperando por si la imagen volvía. Después regresó al cuarto de baño.

–¿Qué está pasando?–Preguntó Tsetsu nada más verle abrir la puerta.
–He estado observándole deambular por la nave durante días.–Wei se quedó en el dintel manteniendo la puerta abierta.–Le he visto esperar durante horas para entrar aquí, y yo tenía muchas ganas de que entrara, pero esas malditas puertas no se abren nunca. Una alerta de ataque es una de las pocas ocasiones, así que provoqué un falso ataque y se disparó el escudo subsónico, es el impacto que han sentido.

–¿Eres el capitán?
Wei contuvo una carcajada.
–¿Tengo pinta de ser el capitán?
–Sin embargo hablas con el Almirante.
–Eso tiene más que ver con su desconfianza de absolutamente todo el mundo que con mi posición en la cadena de mando. El capitán, realmente, no existe.–Señaló con la cabeza hacia la sala.–El barco es teledirigido desde el Estado Mayor, en Palikir, por un grupo de oficiales dirigidos directamente por el almirante.

–¿Palikir Micronesia? Eso no es territorio chino.
–Ahora sí.

Watanabe tuvo que recordarse que hasta Ushuaia era prácticamente China, así que no debería sorprenderse porque todo el pacífico también lo fuera.

–¿De qué me conoces?
–Realmente la primera vez que lo vi fue una noche, aquí en el Xinshi. Estaba mirando las pantallas mientras cenaba a modo de entretenimiento cuando me llamó la atención un salto de su imagen de una a otra. El caso es que las pantallas mostraban imágenes que estaban a cientos de metros de distancia. Eso hizo que pusiera especial atención en usted. Y lo que le vi hacer me dejó estupefacto.

–Entonces–Tsetsu se alarmó.–Nos habéis estado vigilando desde el principio.
–Me he encargado de borrar las imágenes en las que desaparecía o aparecía. Ha sido un trabajo duro, sobre todo porque no sabía cuándo y dónde iba a suceder. Creo que ellos no se han percatado.

–¿Ellos?
–Los militares. Yo no soy militar, sólo un tipo que sabe de ordenadores reclutado a la fuerza para hacer de operador aquí. Miro si algún componente está fallando y lo cambio por otro. Los auténticos especialistas están en Palikir, aunque en realidad son unos ignorantes con demasiados títulos.

–¿Y los otros dos operadores?
–¿Se refiere a mis compañeros?–El chico sonrió satisfecho.–Me deshice de ellos.
–¿Y no ha llamado la atención?
–Supongo que sí.–Tardó en continuar mientras prestaba oído a los pitidos y zumbidos que llegaban desde la sala.–Ahora mismo se estaba quejando Zheng de tener que contar sólo con mi opinión.
–¿Y cómo sacó los cuerpos?

Wei lo miró sin comprenderle. Hablaban entre ellos en chino, pero el Han de Watanabe no era demasiado culto, así que algunas palabras mal pronunciadas parecían significar cosas absurdas. Afortunadamente el chico pensaba con rapidez.

–¡On no… me ha malinterpretado!–Sonrió abochornado.–Sería incapaz de matar a una mosca. No. Sólo les facilité la fuga en Rio Grande, justo donde embarcaron usted y Jotabé.

–También conoces a Jotabé.
–¡Y quien no! “El forsudo escarlata”–Volvió a pedir silencio para escuchar a las máquinas.–Pero ya había oído hablar de él y de usted. Hace años.

–Eso me lo tienes que explicar, no somos personas famosas.
–Para mí sí. Usted era el “El japo”, Jotabé supongo que “El colorao”. También estaban “El Comi” y otros más, y por supuesto, “La Ninja”.–Los nombres los pronunciaba en español.

El corazón del japonés pareció arder de repente.
–La… la…
–Sí. Antes de que ocurriera toda esta desgracia yo trabajaba con ustedes.
–Pero… no recuerdo que tuviésemos “amigos” en China.
–Es natural… sólo hablábamos con Peter.
–¿Peter?
–Parker, Peter Parker. Nunca nos decíamos los nombres de verdad, por seguridad, ¿sabe? Yo me hacía llamar Goku.
–¡Pepo!
–No, Goku, el protagonista de…
–¡Ya sé quién es Goku!–Recordar la imagen del gordo Pepo trasteando entre las pantallas para ponerse en contacto con sus “amigos de la red” le hizo sentirse como si hubiera vuelto a los sótanos de la Fundación.–Me refiero a que el verdadero nombre de “Peter Parker” es Pepo… Pepote, o José si lo prefieres.

–José, otro nombre auténtico más que añadir a mi lista.
–Pero, joder, ¡Qué maldita casualidad!
–Y que lo diga. Cuando le vi desaparecer y aparecer en la otra punta del barco me acordé de la descripción que daba Pet… José de usted: “Es un japo que se mueve a la velocidad del rayo”. Luego le vi hablar con el gigantón de su amigo, pelirrojo y poderoso, “el colorao”, sin duda. Y también recordé que cuando la Guerra estalló, ustedes estaban en Ushuaia. Sólo tuve que unir las piezas.

–Pero, por qué no has contactado antes.
–No sé si se ha dado cuenta de que tengo prohibido salir. Esto que ve aquí es todo mi mundo. Además…

Wei se descubrió el abdomen. Tenía una cicatriz de unos quince centímetros a la altura del bazo.
–Masaka!–Los ojos del japonés se abrieron de par en par.–Tienes…
–Un Shijihé.–Volvió a bajarse la guerrera.–Un nombre demasiado elegante para esto.

–Es como en Morgendämmerung. Os implantan dispositivos para controlar…
–Lo sé.–Le interrumpió bruscamente, como si no quisiera terminar de escucharlo.–Me dijeron que serviría para no tener que llevar las compresas que os dan a ustedes, pero yo sabía que además de la nanomedicina contra la radiación habría más cosas. No tuve más remedio que dejarles hacer, éstos no se andan con juegos.

Watanabe no podía evitar sentir compasión por aquel joven. El chico tuvo que notarlo y sonrió.
–Pero no se preocupe por mí, por ahora no he sentido el deseo irrefrenable de arrancarle el corazón a nadie.

–O sea, que en realidad todos sois una especie de...–dudó.
–¿Esclavos? Si, más o menos.
–Lo siento.

–Mi país ha cambiado mucho desde la Guerra. Hasta el mapa ha cambiado. Casi toda la antigua China es ahora zona inhabitable. El gobierno y los poderosos se trasladaron hacia el sur, Yakarta primero, luego Micronesia e incluso el sur de Australia. Hace un par de años hubo un golpe de estado y ahora mandan sólo los militares. Ya se puede imaginar cuál es su estrategia.

–Apoderarse de más territorio. La misma historia de siempre.
–No se aprende de los errores ajenos.–Wei dio un paso hacia el interior del baño e hizo un ojiji muy pronunciado.–Pero ahora estoy delante de todo un miembro de “La Alianza Inverosímil”–dijo en español.–Es un honor.
–Si, ya… ya…Supongo que has conseguido lo que querías. Y ahora qué.
–Me gustaría ingresar en vuestra organización.

Watanabe soltó un bufido de rabia.
–¡Pero de qué organización hablas!–Se señaló en el espejo.–¿Una organización formada por un japonés escuálido y una montaña de músculos sin cerebro?¡Menuda oportunidad!
–No debe olvidar este navío. Estamos probablemente dentro del barco de guerra más moderno jamás construido.

Watanabe miró al chico. No debía ser tan joven como pensó cuando lo vio por primera vez, pero su mirada era la misma con la que miraría un niño a su superhéroe favorito. Aquél era un chico solitario, inmaduro, probablemente sin vida social, con más trato con las máquinas que con las personas. Un Pepo de ojos rasgados.

Se acercó y le puso la mano sobre el hombro. De pronto se sintió obligado con él, como lo estaría un padre con un hijo.
–No seas iluso chico. Estamos rodeados de decenas de soldados, sin contar con los mil zombis que duermen en la bodega. Y no olvides que este prodigio tecnológico que consideras algo que aportarías a “la organización” en realidad es un arma dirigida por el Estado Mayor de tu país desde miles de kilómetros de distancia. No hay nada que hacer.

–No voy a negarle que todo eso es cierto. Pero las circunstancias podrían cambiar.
Watanabe lo miró con desconfianza.
–¿Cómo podrían cambiar?

–Tengo un plan.

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