05.33: Una vida de mierda
Al salir del túnel que les había llevado a la Cueva de la Luna Tsetsuko y El Cucharilla se encontraron de repente en medio de una sinfonía de gritos, lamentos y maldiciones que rebotaba en las paredes de la gruta multiplicándose por mil.
Los hombres se iban despertando, como indicaban las decenas de velas encendidas por doquier.
–¿Qué ha pasado?
–Joder.–El Cucharilla caminaba delante tirando de ella con fuerza.–No tengo ni idea, pero como nos pillen lo tengo claro. Corre.
Nadie reparaba en qué hacía una niña, que en la penumbra más parecía una mujer menuda, correteando entre las mantas de unos hombres de gesto adusto y somnoliento.
En el siguiente tirón algo retuvo a la chica obligándole a girarse.
–¡Vamos, corre…!
La impresionante imagen de La Juana y El Gamba agarrándola le dejaron paralizado.
–¡Tú!–Dijo la mujer al bandolero.–¡Largo, déjame a mí!
El larguirucho no parecía en su mejor momento porque lejos de negarse como siempre, asintió y desapareció entre las sombras.
–Y vosotros dos, venid conmigo. Rápido.
El Cucharilla se temió lo peor. Que los llevara directamente a la Cueva del Diablo. Pero en su lugar, La Juana empezó a caminar en dirección contraria, subiendo la pendiente de la pared derecha mientras apartaba a patadas a los que aún no se habían despertado. A uno le arrancó la vela que acababa de encender.
–¡Búscate otra, garrulo!–Dijo a modo de disculpa.
Por fin, tras varios traspiés entre las rocas sueltas, llegaron a un estrechamiento. Tenían que caminar agachados para no dar con la cabeza en el techo y, finalmente, casi no podían caminar.
–Aquí está bien. Sentaos.
Tsetsuko pudo ver desde aquél extremo de la gran gruta cómo ésta se extendía hacia abajo y a su izquierda formando un oscuro valle salpicado de lucecitas temblorosas. Era como si el cielo se hubiese dado la vuelta.
–Bien. Vayamos al grano. ¿Habéis follado?
Tsetsuko no entendió la pregunta pero El Cucharilla sí.
–¡No!–Gritó.
–Una segunda vez. ¡Tú, niña! ¿Habéis follado?
–No… no te entiendo.
–¿¡Que si éste te ha metido la polla!?
Tsetsuko recordó a los gemelos, siempre tocándosela y haciendo bromas de mal gusto con eso.
–¡No!–Respondió horrorizada.
–Bien. Eso está bien.
Los chicos que habian jugado a ser adultos volvieron ahora a ser niños, asustados y avergonzados.
–Ahora vamos a hablar nosotros tres.–Dejó gotear algo de cera sobre la roca y acomodó la vela para que quedara de pie.–Hay algunas cosas que quizá deberíais saber antes de hacer algo de lo que tengáis que arrepentiros.
Los gritos continuaban. Eran desgarradores, lamentos sin consuelo de voces de mujer.
–Eso que escucháis es el llanto de La Rosita. Acaba de dar a luz.–miró a Tsetsuko antes de continuar.–Un monstruo.
La niña sintió cómo se le erizaba el vello de la espalda. El chico no estaba sorprendido.–¿Venía mal?–dijo.
–¡Claro que venía mal!–La Juana parecía ahora enojada con el mundo.–¿Qué se puede esperar de El Gamba? Todo el día por ahí, al aire libre, caminando sin protección. Tiene que tener los huevos cocidos. Hay que ser idiota para no saber eso.
–No… no sé de qué habláis.
–Mira niña. Intentaré ser breve. Por lo que se ve, ese viejo decrépito no te ha enseñado nada de la vida.
–El tío Noti me lo ha enseñado todo.
–Pues esto que te voy a contar, no. Atiende. Y tú, saco de hormonas, atiende también porque seguro que los retrasados de tus compañeros tampoco te habrán puesto al día.
Las voces de la cueva iban acallandose poco a poco, dejando solo un largo y lastimero lamento de fondo sobre el que sonaba clara la cascada voz de la vieja.
–El mundo se acabó en setenta horas. Así, sin más. ¡Si pudiera echarle el guante al energúmeno que pensó que era una buena idea, os aseguro que no necesitaría mas que estas dos manos para destriparle!
Tsetsuko miró las manazas que se levantaban como garras a la luz de la vela e imaginó un segundo la escena.
–El tío Noti dice que no todo era perfecto antes.
–Eso lo dice para consolarte. Era imperfecto, sí, pera era un mundo en el que sabíamos dónde estaba el bien y dónde el mal, quien mandaba y quien obedecía, quien trabajaba y quien vivía del trabajo de los demás. Con todas sus injusticias, era un mundo en el que cada pieza estaba en su sitio, hacía su trabajo, y mal que bien, funcionaba. Pero la Guerra mandó a tomar por culo todas las piezas y la máquina se detuvo.
–Y eso...
–¿Qué tiene que ver con vosotros, o con lo que le está pasando a La Rosita?–El Cucharilla no lo podía haber expresado mejor.–Mira, jovencito, en esta cueva intentamos montar una máquina, maquinista si quieres. Algo que nos permita empezar de nuevo. Vivimos como veis, en la "edad de piedra", con reglas nuevas. O viejas, como queráis. Y en esas reglas hay algunos principios que no se deben saltar bajo ningún concepto.
Ahora era cuando venía lo de escaparse juntos, pensó Tsetsuko.
–Tenemos tres enemigos contra los que luchar: La radiación, el más cruel y escurridizo, luego está el hambre, el más evidente, y por fin, el fundamental, la extinción.
En la oscuridad que proyectaban sus sombras, El Cucharilla tomó la mano de Tsetsuko y la apretó con fuerza.
–Conocemos otras comunidades cercanas, que utilizan otros principios. Algunos absurdos, como los de la Garganta de los Jipis: El amor nos hará triunfar. O como los de Monteolivos, dominados por los cantos de arrepentimiento y los rezos a la Virgen. La nuestra tiene claro que la única forma de sobrevivir es evitar la extinción y esto pasa por proteger a las mujeres de la radiación y seleccionar la semilla que las fecundará para que la descendencia sea sana y fuerte.
–Por eso las mujeres no pueden salir de su cueva.
–Por eso, para protegerlas de la radiación y de la “mala semilla”.
–Y después.
–¿Después?
–Me refiero a que… hasta cuándo.
–No tengo ni idea. Hemos establecido estas y otras sencillas normas, los siguientes pasos los tendrán que dar esos descendientes, dentro de treinta o cien años, quién sabe.
–Pero.–Tsetsuko se atrevió a interrumpir de nuevo.–¿Qué clase de vida nos espera?
–¿A nosotros?–La Juana inspiró antes de continuar.–Nuestra vida será una puta mierda. Como la tuya. O acaso crees que no sabemos cómo vivías tú, niña. Todo el día encerrada, comiendo albóndigas de rata y tomates enfermos, bebiendo agua contaminada.
–Esperábamos a que papá regresara.
–¿Papá?–Se agarró las rodillas con ambas manos como si fuera a saltar sobre ella.–Papá estará por ahí abajo, dejando una larga lista de herederos sanos y bien alimentados. ¿Qué clase de hombre abandonaría una vida así para venir aquí?
La niña sintió como la angustia le cerraba la boca del estómago. Quería pensar que lo que decía aquella vieja amargada no era verdad, aunque lo pareciera. Aunque pareciera que era lo lógico. Cómo abandonar a otros hijos para ir a rescatar a una niña enferma en un mundo moribundo. Las lágrimas se le escaparon por las mejillas.
–Ves… No sabes nada, chinita. El viejo te habrá leído muchos libros. Sesudos tomos de antes de la Guerra. Pero lo que ves en ellos ya no vale. Por ahora lo único importante es sobrevivir. Lo demás es como un cuento, una leyenda amable de lo que era y ya no es.
–Déjala ya, Juana, la estás haciendo llorar.
–Mejor llorar ahora que lamentarse luego.–La Juana hizo un gesto hacia el origen de los gritos. Los tres guardaron un instante de silencio.
–Mira niña.–Su basta mano le tomó la cara en un amago de ternura.–Yo, antes de la Guerra, era maestra de escuela. Me dedicaba a explicar a niños como tú cómo debían ser las cosas, qué era lo importante y qué lo accesorio. Luchaba por la igualdad de oportunidades de las mujeres, de los pobres y los menos afortunados. Ayudaba a mis vecinos cuando tenían algún problema con sus hijos, con el objetivo de hacerles mejores personas. Ahora, mírame, soy una bruja amargada que retiene a las mujeres como si fueran ganado de cría, a las órdenes de un bandolero despiadado, sin más objetivo que llegar a mañana.
La dura voz de La Juana se quebró un segundo.
–Y creo que hago lo correcto.–Inspiró antes de continuar.–Te puedo asegurar que ahora lo que más importa es lo que antes venía de regalo. Y sí, es injusto, y cruel si quieres, pero no deja de ser cierto.
La mujer soltó la cara de Tsetsuko y dio un manotazo sobre la rodilla de El Cucharilla cambiando el tono de su voz.
–Y ahora vienes tú, machote.
El chico se puso rígido, en guardia. Sabía que no le iba a hacer llorar como a su amiga. Todas esas cosas ya se las habían contado, aunque con otras palabras. Nada de lo que dijera la vieja podría afectarle, excepto si pensaba denunciarle.
–Desde que El Diablo te encontrara junto a los cadáveres medio descompuestos de tus padres, con apenas cinco añitos y una cucharilla en la mano pidiendo comida, no has salido de esta cueva. Ni lo harás en un par de años más, hasta que hayas derramado tu semilla en las mujeres que consideremos idóneas para ti.
–¡Qué!–aquello no lo esperaba.
–Si hijo, si. Tú, y El Calambres, El Mojigato, El Mocos... Todos los zagales que deambuláis por aquí sin poder salir. Por eso lleváis esos calzoncillos de tejido radioresistente.
–Pero yo…
–Tú estás a punto de ser fértil. Los hombres te vigilan, te ven tocarte y nos traen lo que te sale por ahí.
El chico se puso rojo. Podía haber hablado de cualquier cosa con sus amigos, pero no esperaba que aquella vieja revelara sus secretos delante de la pobre Tsetsuko.
–¡Basta!–Dijo la chica–Quiero volver con mi madre.
–Y lo harás, chinita, y lo harás. Y no volverás a acercarte nunca jamás a la cortina, ni a este gamberro.
–Pero, entonces…–Continuó El Cucharilla como si no hubiese oído las últimas palabras.–Seríamos como…
–Sementales. Un par de años. Tampoco podéis ser los padres de todos, hay que evitar la endogamia lo máximo posible. Tras esos dos años, se acabaron las chicas y los hijos. Tendrás que hacer como todos, salir a robar la comida de Su Majestad y meneártela por algún rincón.
La vieja soltó una siniestra carcajada de triunfo.
–¿A que tenía razón? ¿A que es una mierda de vida?
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