La cena fue en verdad sobresaliente. Sobre todo para alguien acostumbrado a las magras raciones prefabricadas de las colonias.
Lo primero que apareció sobre la mesa fue salmorejo, una crema fría de hortalizas frescas. Tomate, pimiento, ajo, limón y aceite de oliva con una pequeña guarnición de huevo duro picado y algo que parecía jamón serrano.
Alfonso Gallardo tuvo que alabar la textura y el sabor exquisito y casi olvidado de los frutos de la tierra. Fabián contó a todo el mundo cómo funcionaban los invernaderos de la ladera de levante, aunque por lo que pudo ver, sólo él estaba realmente interesado en cómo se cultivaban los pepinos.
Después, tras una copa de suave vino blanco, aparecieron unos cuencos llenos de arena sobre los que habían clavado pequeños espetones de sardinitas asadas. Las "nuevas" glándulas salivares del excomisario se pusieron a trabajar nada más percibir su aroma mientras Martina Schulz, la gorda responsable de la Lonja, explicaba el número y el tipo de barcos que conformaban la flota pesquera Ben-Al-Medinense, las largas jornadas de pesca en los caladeros cercanos o los trueques con localidades norteafricanas. También fue él el único interesado en aquellos pormenores y tampoco en esta ocasión salieron a relucir los piratas.
Mientras se lavaba las manos en un cuenco con agua-limón, de nuevo Fabián les contó cómo habían apartado ocho chivitos para la ocasión mientras los camareros entraban en la sala con los animales, crujientes y chorreantes de fina grasa, en grandes bandejas amuralladas con patatas, berenjenas y zanahorias asadas.
No faltó el vino, rojo y algo subido de grado, pero excelente en el desacostumbrado paladar del enviado de la Reina.
Finalmente, tras un corto trago de aguardiente helado y seco, aparecieron cuencos de fruta: naranja, manzana y melocotón, probablemente de conserva, regados por un fino sirope a base de miel y canela a los que Alfonso no pudo decir que no.
Durante la cena, aparte de las intervenciones de Fabián y Martina, el excomisario tuvo ocasión de intercambiar palabras de elogio y algún que otro chascarrillo con el gobernador de la ciudad. Emilio no le dejó en ningún momento a solas, a pesar de las constantes idas y venidas de los otros comensales para atraer su atención sobre algún asunto local.
Así fue como se enteró que los pescadores de Martina se llagaban mal con los de Eusebio, otro armador, o que la construcción de algunas casas llegaba al límite permitido a Cipriano, un constructor. Pero Emilio Falcón fue inflexible, no era el momento de tratar asuntos menores. Nadie habló de piratas.
Por fin llegó el momento de levantarse de la mesa e iniciar las despedidas de aquellos a los que Alfonso ya había descartado como personas dignas del interés de la Corona.
En el pequeño salón anexo al que se trasladaron sólo quedaron el gobernador, la contable y el jefe de policía con sus respectivas parejas, el embajador de Al-Hoceïma, esta vez a solas, y él mismo. Sirvieron wishkey australiano recién importado de Sudáfrica y se encendió un gran narguile de yerba.
Ninguna de las dos cosas era del agrado de Alfonso, aunque tuvo la deferencia de beber un sorbo de una y tragarse la humareda de aquél aparato infernal mientras los demás se relajaban por turnos.
Llegado el momento en que sus compañeros de sobremesa se reían de cosas absurdas, Gallardo consideró oportuno ponerse a recolectar información. Empezando por el falso camarero, Ben-Hassan, que había presenciado todo el sarao desde un discreto rincón de la sala sin mover un dedo, mientras los otros camareros iban y venían.
–Ben, por favor.
El joven, sorprendido, dudó un segundo antes de aproximarse.
–¿Disea algo, sinior?
–Me podrías indicar dónde están los servicios.
–Por supuisto, sinior, acompánieme.
Alfonso se levantó haciendo un gesto para que sus compañeros siguieran con la cháchara que tanta risa les provocaba y caminó tras el norteafricano hasta salir a la puerta del salón.
–Aquilla puirta, virá lo qui busca.
El excomisario siguió las instrucciones hasta llegar al final del salón donde hacía una hora acababan de cenar. El olor a comida aún flotaba en el ambiente y la visión de aquellas pinturas impregnadas de vapor de cocina le produjo cierta inquietud. Cuando se giró para cerrar la puerta del servicio se encontró con la figura de Ben-Hassan casi encima.
–¿Ocurre algo?
–Le ispiraré aquí.
–De acuerdo, pero puedo regresar solo.
–No si priocupe, es una de mis obligasiones.
Alfonso se encogió de hombros y cerró la puerta. Evidentemente aquél hombre no era camarero y más que para ayudarle estaba allí para vigilarle, como las "azafatas" del gobernador, pero aunque él no lo supiera, en este caso iba a servir además para otra cosa más.
Gallardo se sorprendió de la capacidad de su vejiga, como hacía años, pero finalmente la vació.
–Si no le importa prefiero estar un rato por aquí.–Dijo al salir.–La atmósfera de ahí dentro está demasiado cargada.
–No problima. Le acompaniaré.
–Perfecto. ¿De dónde eres, Hassan?
–Nasí en Tetouán, pero llievo aquí para seis anios.
–Un Ben-Al-Madinense más.
–Por supuisto. Ben-Al-Madina es casa de todos.
–Sí. Yo me siento como en casa desde luego–, en realidad se sentía infinitamente mejor.–Un cuadro enorme.
–Is cuadro pecaminoso.
–Es una alegoría, no debes verlo como si fuera una escena real, sino como algo simbólico. ¿Sabes que fue un regalo de España a Inglaterra durante un período en que existió serio peligro de que estallase la guerra entre ambas? En él se muestran las bendiciones que conlleva la paz, algo así como “mira lo que te pierdes si hay guerra”. Seguro que es fácil de entender hoy en día.
–¿La pas trai sinioras disnudas?
–No es una señora, es la diosa Ceres, la diosa de la agricultura. La paz representa abundancia y ella parece estar cómoda con la paz. ¿Ves? De su pecho mana leche.
–Is pecaminoso.
–Entiendo. ¿Eres musulmán?
–Si. Allah no gusta di isto.
–Cambiemos de cuadro entonces.
–Allah no gusta que pinten pirsonas.
–Ya veo. Pues, charlemos. Aún necesito respirar aire limpio. ¿Vosotros también tenéis estas cosas,–Se tocó la compresa de nanoterapia que llevaba en el costado.
–Todo el mundo en Ben-Al-Madina tiene.
–Pero costarán mucho dinero. Tengo entendido que vienen desde Sudáfrica. Un viaje largo y peligroso.
–Mejor vida que dinero.
–Quien las venda tiene que estar forrado. ¿Sabes quién las trae?
–Yo camariro, no sé nada. Volvamos.
Ben-Hassan parecía más irritado que nervioso, pero Alfonso no era de los que se daban por vencido en el primer no.
–Ya, pero aquí todo el mundo sabe todo. Esto es muy pequeño.
–Volvamos.
–Seguro que Al-Bakri tiene algo que ver.
–No conosco bien Al-Bakri.
–Pues él parece que si te conoce bien, he visto como te susurraba al oído.
–Usted parese polisia… yo si se eso.
–Ves como aquí se sabe todo. Por ejemplo, yo sé que tú no eres camarero.
–Soy nuevo.
–No. No eres camarero, eres otra cosa. Igual eres más importante que Al-Bakri.
–No importante. Al-Bakri importante. Volvamos.
–¿Traes tú las compresas de Sudáfrica?
–Usted no rispeta a mí. Yo camarero, no hombre de negosios.
–Es una pena. La Corona está muy interesada en esas compresas y estoy buscando con quien hacer negocios. Estamos hablando de muchas, muchas compresas. En fin, disculpa, no quería molestarte.
Alfonso hizo un gesto para que retornaran al salón.
–Yo…
–¿Sí, Hassan?
–Puedo conoser…
–¿A quien hace negocios?–Evitó la expresión “quien trae las compresas” a propósito. Era un tipo duro, pero simple, sólo había que tratarle con simpleza.
–No… volvamos.–“Casi…”
–Pues no se hable más. Después de ti.
El excomisario volvió a entrar en la nube de humo del salón donde la tertulia había languidecido y todos parecían mirar al techo pensativos.
–Alfonso, ¿te encuentras bien?
–Si, he tenido un breve “episodio”.
–¡Por tu cara, yo diría que varios capítulos!
Todos volvieron a reír pero Al-Bakri cruzó una mirada cargada de preocupación con Ben-Hassan.
Alfonso no prestó atención al chascarrillo. Su mente trabajaba ya a toda máquina, como antes de la Guerra. Las ideas se interconectaban dando lugar a nuevas ideas, inesperadas, sorprendentes, como si de pronto se hubiese hecho la luz en su renovado cerebro.
Lo importante no era ya quién mandaba en Ben-Al-Madina, sino quién y a cambio de qué proporcionaba aquél milagro que devolvía la vida. Probablemente fuera Al-Bakri, o alguien para quien él trabajara. Tenía que seguir explotando a Ben-Hassan.
Pero había algo más. Se había inventado el deseo de la Corona por las compresas para provocar la codicia del matón de Al-Bakri, sin embargo ahora empezaba a pensar que quizá no fuera totalmente descabellado que la Reina y su Corte supieran de los maravillosos efectos de aquella medicina de alta tecnología china, creía recordar que Barbosa le había dicho algo en el primer encuentro.
Quizá le hubiesen puesto a buscar a alguien para saber con quién había que negociar sin informarle para qué, no fuera que perdiese el objetivo de vista, como probablemente le ocurrió a Benavides.
O, quizá, el sentido último de su misión fuese más allá aun y se le estuviera escapando. Esta idea le resultó mucho más atractiva.
Ben-Al-Madina era un lugar privilegiado donde la radiación era muy pequeña y la gente vivía como si la Guerra hubiese sido cosa de otros. Una isla paradisíaca en mitad de la desolación.
No se veían conflictos, ni piratas, los famosos piratas de los que le había hablado Barbosa y que él sabía ya que deberían estar por algún lado, protegiendo el enclave de la codicia de sus vecinos. Pero no de la Corona.
Este lugar no era lo suficientemente grande ni importante como para que un estado, aunque fuese ridículo, pusiese en él sus garras. Debía ser aquello de las compresas, “El dinero sólo es útil para obtener la vida”, le había intentado decir Ben-Hassan. Algo no terminaba de encajar.
¿Por qué no habían enviado realmente a un comerciante a conseguir el producto? “Estamos hablando de muchas, muchas compresas” ¿Cuánto vale eso?¿Con qué se paga un suministro masivo y constante?
“Las importan de Sudáfrica”. ¿Qué tiene Sudáfrica a parte de estar en el culo de África? “Son chinas”. China comercia con Sudáfrica. En Sudáfrica las venden y el tal Al-Bakri o su jefe, es el intermediario. Un negocio de miles de dosis que haría la boca agua a cualquiera. Pero, ¿y si eliminamos a los intermediarios?
La cara de Alfonso se iba poniendo roja por momentos. Necesitaba más concentración.
–¿Te ocurre algo amigo?¿Otro… “episodio”?
Sonaron algunas risas pero Emilio las acalló.
–Estoy algo indispuesto. Me gustaría retirarme.
–Está bien. Te acompaño.
–No, no. Puedo ir solo.
–Insisto. No me gustaría tener que volver a visitarte en el hospital. Hemos comido demasiado.
El voluminoso gobernador se levantó con dificultad y ambos salieron por la puerta ante la decepción de los contertulios.
–De veras, estoy bien. No tienes porque abandonar a tus invitados.
–Oh. Ya estaba harto, no hay forma de que se vayan. En realidad, me has dado una escusa estupenda.
“Un negocio sin intermediarios a cambio de…”
–¿Cuánta gente vive aquí?–Se giró impulsivamente.
–¿En Ben-Al-Madina? Unas tres mil cuatrocientas personas, niño más niño menos.
–¿Cuánta gente podría llegar a vivir?
–No muchas más, créeme. Pero si estás pensando en quedarte con nosotros, eres bienvenido.
–Lo sé. Benavides…
–Olvídate de él. Ha demostrado ser un incompetente. Llegó con ínfulas de virrey y en cuanto se vio libre de la enfermedad se olvidó de quién era. En todo este tiempo ha sido incapaz de hacer nada por nadie.
–¿Y crees que yo no soy igual?
–Por supuesto que no. Se ve a leguas. En cualquier caso, aquí tienes tu hogar, si lo deseas.
Subían las escaleras despacio, más por la torpeza del gobernador que por la falsa indisposición de Gallardo.
–Lo he pensado. Creo que estaré algunos días más antes de volver con noticias a la meseta. Debo cumplir con la misión que se me ha encomendado. Pero me gustaría poder regresar, aunque fuera de forma particular.–Estaba improvisando.
–Alfonso, amigo mío. Si consiguieras que los de arriba se olvidaran de nosotros te estaríamos eternamente agradecidos.
–Eso es difícil. La Reina tiene un fuerte sentimiento patrio.–Aunque él ya no estaba tan seguro de ello.
–Todo lo que somos lo hemos conseguido con nuestro esfuerzo, no nos sentimos obligados por lazos históricos con nadie. Ese tiempo murió con la primera bomba.
–Eso es verdad. Habéis construido un mundo nuevo.–“Y frágil”
–Si logras que los ojos de Su Majestad se fijen en otro lugar tus hermanos te estaremos esperando con los brazos abiertos.
–¿Ese es el precio?
–Llámalo como quieras. Si consigues salvarnos también estarás salvando tu nueva patria.
“Iluso. Tu patria ya no os pertenece y ni vosotros ni todos los piratas del mundo podrán hacer nada para recuperarla.”
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