05.26: La Cueva de la Luna



Se escucharon gritos y golpes justo cuando estaban a punto de entrar en la galería.
–¡Volvámonos!
–Queda muy poco, apenas unos pasos.
–¿Y si se despierta mi madre?
–¿Lo dices por los gritos?–El rostro de El Cucharilla era aún más duro a la luz de la linterna.–Ha sido El Gamba, seguro. Todas las noches la monta, ya deberíais haberos  acostumbrado.–Y se giró para continuar el camino. 

En eso tenía razón. Al principio, las noches fueron difíciles. El suelo estaba duro, la atmósfera era húmeda e irrespirable y se escuchaban ruidos extraños: goteras, golpecitos, ecos de voces, gritos lejanos. Incluso una vez creyó oír una pelea entre dos o más hombres en mitad de un sueño. Los hombres eran muy ruidosos. A cualquier hora.

Las mujeres no, exceptuando quizá cuando discutían por algo, o de noche, cuando los ronquidos de La Juana no desmerecían a los de una osa. Algunas quejas se hacían en alto pero la mayoría de las veces eran sólo murmullos ininteligibles. Nada que ver con los hombres.

Y era verdad que llevaban unos días que dormían toda la noche de corrido. Estaba claro que se habían acostumbrado al aire, al suelo y a los sonidos de la gruta.

–Ahora viene lo más difícil. Debes ponerte a gatas… camina detrás de mí. Sigue mis zapatos.
La linterna ayudaba a ver cómo el pasadizo se iba haciendo más y más pequeño. Tsetsuko tenía las manos bastante arañadas ya y recordó la aspereza de las de su amigo. “Terminaré con zarpas en vez de manos.” Pero le hizo caso sin rechistar y comenzó a gatear detrás de él.

Un par de minutos después empezó a notar como el corredor se llenaba de aire frío y limpio que le daba en la cara y casi sin darse cuenta las paredes y el techo desaparecieron. Una luz plateada lo inundó todo y su compañero se incorporó.
–Ya hemos llegado. Mira.

 –Ya está bien, Gamba. Suéltale.
El Gamba se tomó todavía algunos segundos para aflojar la presa. Pepo cayó como un títere sin cuerdas sobre la silla con las manos al cuello. Empezó a toser y a jadear mientras El Notario le sujetaba la cabeza para ayudarle a recobrar el aliento.

–Así no se hacen las cosas, Diablo. Así no.
–Me vas a enseñar tú a mí cómo he de hacer las cosas.–Dijo dando un par de palmadas en la espalda de su fiel esbirro.– ¿Lo ha soltado, no? Pues eso es lo que cuenta. Ahora dime algo que haga que no acabemos con él primero y, luego, contigo.

El Notario miró al jefe de los bandoleros intentando ver en sus ojos un atisbo de conmiseración, pero no lo encontró. Pepo, por su parte, parecía no necesitar de más ayuda que la de sus propias manos, así que se volvió hacia El Curapupas.

–Antes de que continúes con el cuento de la lechera, me gustaría hacerte una pregunta. ¿Conoces la Garganta de los Jipis?

El exmancebo se giró hacia sus compañeros buscando su mirada.
–No. Pero ellos sí.
–Eso está bien. Yo tampoco la conozco, pero él sí aunque creo que ahora lo que le preocupa es su garganta, no la de los jipis.–Se giró hacia El Diablo.– Tu seguro que sabes cómo es…–El Notario parecía desafiante.

El Diablo estuvo pensando si contestar con una impertinencia o soltar de nuevo a El Gamba, pero afortunadamente para El Notario, empezó a contar lo que sabía.
–Pues es una garganta, como su propio nombre indica. Un par de paredes muy altas que encierran el cauce del río Guadalevín. No hay nada más…
–¿Y dónde viven los jipis?¿En el río?
–No, por supuesto. Viven en un montón de cuevas que hay diseminadas por la pared oeste. Unas arriba, otras abajo. Han hecho escaleras de cuerda para moverse por ellas. Todo muy “boy scout”.
–Pero sus cuevas no son como esta.
–No, son…–Comprobó con El Gamba sus palabras.–Una mierda de cuevas, demasiado pequeñas, demasiado poco profundas. Los jipis están demasiado expuestos al exterior.
–Lo suponía.–El viejo se empezaba a relajar.–Quería que fueras tú el que lo dijera: las cuevas de los jipis son una “mierda de cuevas”. Es decir, que no son un buen refugio contra la radiación.

–Y que lo digas.–Intervino El Gamba también más tranquilo.–Por eso los jipis tienen tan mala cara. Por eso y porque son jipis….
Los dos bandoleros soltaron una carcajada sonora. Pero el tercero agachó pensativo la cabeza.
–¿Tienes algo que añadir, Curapupas?
–Que…–volvió los ojos hacia el Notario. Ahora era a él al que le subía la sangre a la cabeza.–…no hay nada que hacer. No podemos trasladarnos allí y dejar la seguridad de esta gruta y no podemos trasladar aquí el aerogenerador. O tenemos protección o progreso.–Miró al jefe.– Ambas cosas son incompatibles.

La sonrisa se borró del rostro de sus compañeros. Pepo, con los suyos empapados y medio atragantado aún, estaba sorprendido con el Notario. En qué momento de la noche, parecía preguntarse, había encajado todas las piezas aquél viejo chupatintas. “Podías haberlo dicho antes.”
El jefe se dejó caer sobre el respaldar de su silla con la mirada perdida en la llama de la vela, apenas un punto de luz sobre un charco de cera caliente.
–Estamos igual que al principio y llevamos demasiado tiempo hablando de esta mierda. 

–Sin embargo...–Dijo el Notario.–¿Me permites el mapa?
–Date prisa, no quiero gastar otra vela para nada.
El viejo tomó el mapa y le dio la vuelta para ponerlo frente a él. Luego empezó a marcar puntos con su dedo largo y huesudo mientras hablaba.

–La Garganta de los Jipis está aquí, y nosotros… aquí. Según esto, efectivamente son unos cuarenta kilómetros. Pero si observáis esto…–Deslizó el dedo sobre una línea negra que serpenteaba suavemente por la sierra.–…veréis que en realidad no estamos tan lejos.
El Diablo se incorporó para acercarse al mapa.
–Eso es la antigua vía del Tren. Un par de raíles oxidados cubiertos por matojos, rocas y lodo. No se puede caminar por él.–Volvió a sentarse.
–No me estoy refiriendo a lo que hay en el suelo sino a lo que cuelga sobre él.
–¿La catenaria?
“Es listo el Curapupas”
–Efectivamente. Si conseguimos conectar el aerogenerador con la catenaria del tren y luego ésta con alguna entrada de la cueva tendréis lo mejor de ambos mundos: un buen sitio para vivir y energía prácticamente inagotable.

–Pero…–El Diablo arrancó el mapa de las manos de El Notario.–Entre la vía y la Garganta hay un kilómetro, más o menos y luego aquí otro tanto hasta la cueva. ¿Cómo vamos a conectar todo?¿Y quién lo hará?
–Yo…–tosió Pepo.–Si no me matáis antes.
–¿Tu?¿No eras de electrónica?
“Y tú no eras dependiente de una farmacia…”
–En realidad ya he hecho eso antes. El aerogenerador no está a más de ochocientos metros de la garganta. Es uno de los muchos que había en esta zona aunque fue el único que pudimos recomponer sustituyendo algunas piezas con los restos de los demás. Utilizamos el cableado de las instalaciones para unirlo con las cuevas.
–¿Queda más cable?
–No lo sé… supongo que algo debe haber, pero no creo que sea sufí…
El Notario le dio una patada bajo la mesa para que se callara.
–Tenemos cable de sobra.–Dijo.–El de la catenaria.
–Pero ese cable está…–Insistió el tecnólogo.
–Ese cable está pelado, lo sabemos. No puede estar en contacto con nada. Por eso he pensado que podríamos tirarlo desde lo alto de uno de los aerogeneradores inutilizados y dejarlo caer hasta engancharlo en la estructura de la catenaria. En el peor de los casos, unos doscientos o trescientos metros. Teniendo en cuenta que un aerogenerador mide aproximadamente ciento sesenta metros de alto, la inclinación del cable y su propio peso formarían una curva que no debería llegar al suelo.
–¿Y una vez aquí?
–Una vez aquí, usaríamos el cable cubierto que haya quedado.

Pepo y El Curapupas miraban al viejo sorprendidos, pero El Diablo estaba casi enfadado.
–¡Coño, Notario!¿Pero tú no eras una rata de biblioteca?¿Cómo sabes todo eso?
–Te digo lo mismo que a mi sobrina… Todo está en los libros.–Sonrió.–Sólo hay que leer y memorizar, y yo tengo mucha,  mucha memoria.

Una sombra apareció en la entrada de la cueva.
–¿Qué pasa ahora?


No muy lejos de allí, la Luna, enorme y blanca, colgaba en el centro de la bóveda abierta. Su reflejo en el agua era tan nítido como ella misma. Las estrellas punteaban el hueco del techo como miles de lucecitas temblorosas.

–Es como en las fotos de los libros del tío Noti–Dijo Tsetsuko con la voz quebrada por la emoción.–Es una pena que no nos podamos bañar.
–En verano podríamos intentarlo, ahora nos moriríamos.–El chico se acercó y la atrajo hacia él.–Estás temblando.
–Tengo mucho frío.–Dijo arrellanándose entre sus brazos.
–Vámonos.
–No, espera, es tan bonito.

Tsetsuko, aunque su madre siguiera pensando que era una niña de nueve años, sentía la proximidad de él como una chica a punto de convertirse en mujer.

Aún no sabía si su calor le gustaba porque la protegía del frío o porque significaba que él estaba a su lado. Mirando el reflejo de la luna en las quietas aguas del lago subterráneo y en sus brazos se sentía la más afortunada del mundo.

Durante un buen rato sólo escucharon sus respiraciones. El chico apenas se movía, abrazándola torpemente para no dejar que el frío aire de la cueva la rozara.
–Mi madre dice que un día viviremos en un lugar sin radiación. ¿Crees que existe algún sitio así en el mundo
–No lo sé.–respondió susurrándole al oído con la mirada fija en el agua–El Diablo dice que debemos apañarnos con lo que tenemos hasta que mejoren las cosas.
–Y tú…¿qué piensas?
–Que quiero salir de aquí cuanto antes.
–¿Y dónde podríamos ir?
El se quedó callado durante unos segundos, como si empezara a comprender la trascendencia de aquellas palabras.
–¿Quieres decir tu y yo?

La Juana entró en la cueva de El Diablo con algo en sus brazos envuelto en una manta.
–La Rosita acaba de parir.

 El Gamba se acercó a ella en dos zancadas.
–¿Es él… es mi… su… hijo?
–Será mejor que no lo veas.–Evitó al bandolero y colocó el bulto sobre la mesa. Se movía.
–Pero…–El Gamba insistió acercando la mano a la manta que envolvía aquello.–Quiero verlo.

El Diablo le sujetó el brazo con fuerza.
–¿No has escuchado?–Le levantó la cara para que le mirara–Lárgate ahora mismo. Y tú Juana, gracias como siempre. Nosotros nos encargaremos.
–Pero Diablo…
–Ve preparando tus cosas, te vas con ellos a la Garganta. Y piensa bien lo que me vas a decir cuando vuelvas. Sabes cuál es el castigo por mantener contacto con las mujeres.

Las figuras de La Juana y de El Gamba se perdieron en la oscuridad de la gruta. El Notario, aprovechando que nadie le veía retiró tímidamente la manta y la volvió a echar asustado.
–¿Te ha gustado lo que has visto?–Dijo el jefe mientras tomaba una maza de metal de uno de los huecos de la pared.
–El viejo tragó saliva–Es un… es…
–Ya, es lo que nace de la radiación.

El Diablo empezó a golpear con la maza el bulto que había sobre la mesa como si se hubiese vuelto loco.

¡Blam!  ¡Blam!  ¡Blam!

El bulto quedó inmóvil, deformado, sanguinolento. El Diablo se echó hacia atrás quitándose el sudor de la frente. Temblaba.

–Afortunadamente, ha nacido muerto.–Dijo El Curapupas con tono monocorde.

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