05.25: La Cueva del Diablo


El Cucharilla y Tsetsuko caminaban hacia las entrañas de la gruta envueltos en la oscuridad. El chico debía conocerse el camino de sobra y como había preparado un juego de claves para ayudar a su nueva amiga a seguirle, podían esquivar los cuerpos de sus compañeros dormidos sin necesidad de hablar.

–Cuando llegue el momento tendrás que caminar con el brazo derecho sobre mi hombro derecho.–Le había señalado días antes de su escapada.–Tu cabeza debe ir siempre por debajo de tu mano. Si me agacho, te agachas y si me incorporo puedes hacerlo tú también, pero siempre con la cabeza por debajo de tu mano derecha. ¿Lo has entendido?
–Claro, no soy tonta.–Recordaba que había dicho.

Aunque era ahora cuando comprendía la razón de aquél extraño modo de moverse. La cabeza de él siempre iba un poco más alta que la de ella y era él el que se la golpeaba con los salientes inesperados.

–Me sujetarás la mano izquierda con tu mano izquierda. Si te sacudo el brazo hacia arriba es porque hay un obstáculo o una grieta en el suelo, así que tanteas con el pié antes de dar el siguiente paso. Si te lo sacudo hacia los lados es que está más o menos llano y puedes andar con más tranquilidad.

–¿Y es muy largo el camino hasta ese sitio que me quieres enseñar?–Le preguntó una vez.
–No más de media hora, aunque se hace pesado porque hay que andar en silencio y totalmente a oscuras. A la mitad ya habremos dejado la zona habitada de la gruta y podremos hablar y usar la linterna aunque al final tengamos algunas apreturas.

Las conversaciones entre ella y él fueron siempre a través de la cortina que separaba la Cueva de la Mujeres del resto de la gruta. El Diablo expulsaba a todo aquél que mantuviera contacto con las mujeres. "Las mujeres son nuestro bien más preciado. No tocar", solía decir. Una frase que justificaba todas las teorías de La Juana.

–¿Qué pasa al final?
–Entramos en un pasadizo que se va estrechando hasta que  sólo tiene cabida para gente menuda, como tú y como yo, los adultos no pueden pasar. Por eso el sitio al que te llevaré es un sitio que no ha visto nadie más que yo. Y tú cuando lo conozcas.

–Anda… dime cómo es, aunque sólo sea un poquito.
–No. Quiero ver que cara pones cuando lo veas.

El día que le dijo aquello fue cuando escuchó por primera vez la palabra galán. Una voz grave, rota, y demasiado cercana a la cortina.–¡Tu… galán, deja de pelar la pava! El Diablo te está buscando.

Ella, que fingía estar meditando junto a la salida de la cueva, sintió auténtico miedo. No por ella. El Diablo nunca había expulsado de la gruta a ninguna mujer.

Al oír cómo el desconocido y el chico se alejaron sin más, sintió un enorme alivio. Sabía que de momento seguirían viéndose.

Y se prometió que no permitiría que El Cucharilla cometiera ninguna imprudencia. No quería perderle como su madre perdió a su padre. Al fin y al cabo, aunque él no lo supiera todavía, era su novio. Lo había dicho La Madroñito.

Quizá fuera por no llevarle la contraria tan pronto que le había dejado seguir con aquella historia del “lugar secreto”. Ahora que a pesar de las indicaciones de El Cucharilla se estaba haciendo más de un rasguño contra la roca lamentaba no haberse negado a aquella locura.

Eso sí, el chico estaba siempre al quite y cuidaba mucho de que ella no se soltara ni de su hombro ni de su mano. “Mu mirao pa mis cosas”, recordó las palabras de La Madroñito. Sin duda debía ser un auténtico galán.

Cuando pasaron junto a la cueva de El Diablo aún salía luz de ella, pese a lo avanzado de la noche. La cercanía del jefe siempre le encogía el corazón.

Era un hombre al que todos temían y obedecían. Incluso La Juana, que en la Cueva de las Mujeres despotricaba sin freno, ante él se comportaba con exquisita delicadeza.

En la Cueva de El Diablo, mientras tanto, él conversaba con El Notario, que mostraba claras señales de cansancio, y con Pepo acompañado de El Gamba y El Curapupas, un joven demasiado enclenque para ser bandolero y demasiado joven para ser médico. Cada uno ocupaba una silla de distinto tipo en torno a una mesa plegable con un viejo mapa de carreteras lleno de anotaciones y una gruesa vela en el centro. Su luz anaranjada proyectaba sombras siniestras sobre los rostros.

–Como os había dicho. Todo está planificado, falta poner la fecha para la partida. Pero eso tendrá que esperar, hay asuntos más urgentes que atender.
–¿No te parece suficientemente urgente poder activar las comunicaciones con La Alameda?¿No es lo que querías?–Preguntó Pepo.
–Hay que pensar en el grupo. Aún hay juguetes sobrevolando la zona buscándoos. Movernos en esas condiciones es demasiado arriesgado, podrían localizar la gruta.
–Llevamos doce días sin salir. Las provisiones empiezan a escasear.–Añadió El Curapupas.–Lo primero es traer comida.
–Entonces, dejadnos ir a nosotros solos.
–Perfecto. Cuando os pillen cantaréis como los Rolling y todos nos iremos al carajo.–El Diablo era tajante.–Si quieres hacer las cosas tienes que hacerlas bien. Hay que esperar.
–¡Me cago en mis muertos!
–¡Eh! O tratas al jefe con respeto o tendrás que vértelas conmigo.–Amenazó El Gamba echándose encima de Pepo con el puño en alto.

–Bueno… bueno…–Intervino el Curapupas interponiéndose entre ambos–A ver… ¿No podríamos encontrar un punto de acuerdo? Quizá siendo más flexibles.

El Notario se espabiló.
–A lo mejor existe una solución buena para todos y no la estamos viendo porque no están todas las cartas sobre la mesa.
–Llevamos dos semanas esperando para hablar contigo.–Insistió Pepo haciendo caso omiso de las amenazas.–Y ahora que por fin lo conseguimos nos venís con estas.
–Vamos a ver, chaval. El primer interesado en enchufar el chisme ese con forma de cajón de bombillas soy yo, si es que con eso conseguimos saber cuándo vendrán los convoyes de provisiones por aquí con el suficiente tiempo para preparar un buen asalto. Pero resulta que tienes que llevártelo a la puta Garganta de los Jipis, a cuarenta kilómetros, para ponerlo en marcha. –Señaló con el dedo sobre el mapa.–¿No es ese el problema?
–El problema es que no tenéis suficiente energía eléctrica para hacerlo funcionar. Vuestro grupo electrógeno es de puesto ambulante, apenas da para encender cuatro bombillas.

–¿Y los jipis de La Garganta tienen grupos más potentes?–Añadió El Curapupas.–¿Estás seguro?

Pepo había estado intentando esquivar aquél asunto durante toda la reunión sin demasiado esfuerzo. El Diablo sería un forajido terrible, rápido en las incursiones, duro en el campo y sanguinario en la lucha. Incluso había conseguido organizar aquella comunidad de desheredados en medio de la sierra dividiendo las tareas y responsabilidades de cada miembro hasta formar una rudimentaria sociedad.

En aquél contexto se comportaba como un auténtico macho alfa. Sin embargo, para las negociaciones, lo hacía como un zoquete y no resultaba difícil distraerlo de la cuestión más escabrosa, aunque con prudencia: El Gamba era impulsivo como un dóberman. Si notaba cualquier intento de engatusar a su jefe saltaba como un resorte.

No obstante, el mayor obstáculo era El Curapupas. Un mancebo de farmacia sorprendido por el estallido de la Guerra acarreando cajas de Bisolvón y arrojado durante los Días del Caos en brazos de aquella pandilla de supervivientes. Ahora su estatus se asemejaba más al de consejero que al de matasanos. Y lo ejercía con suficiente eficacia.

“Es curioso lo que el cumplimiento de las expectativas de los demás es capaz de hacer con cada uno.” Había concluido el Notario mientras le observaba.

Funcionaban como un reloj: El Diablo era sin duda la autoridad total mientras que El Gamba ejercía la fuerza bruta y El Curapupas representaba la sabiduría y la reflexión. Todo muy burdo y primitivo, pero adecuado a las circunstancias. Un auténtico triunvirato. Y era difícil luchar contra él. Así que, llegados a este punto, El Notario decidió dar un paso adelante.

–Los jipis han conseguido poner en funcionamiento un aerogenerador de 5 megavatios.

Pepo lo miró sorprendido. Había acordado con él que ese dato no saldría a relucir. "Viejo imbécil... Qué has hecho." Parecía querer decirle con la mirada.

–¿Que tienen qué?
–Un aerogenerador de un parque eólico de los de antes de la Guerra.
–¡Mierda!–El Curapupas sabía lo que significaba. El peor escenario se plantó ante la estupefacción de Pepo.
–Un generador más potente, claro, eso se sobreentendía.
–Mucho más potente Diablo. Probablemente estemos ante un momento histórico para nuestra comunidad. Cinco megavatios de energía representan la diferencia entre vivir en el neolítico o en el siglo XXI.
Las palabras de entusiasmo de El Curapupas provocaban en Pepo, sin embargo, una profunda tristeza.

–Sigo sin pillarlo. Ya estamos en el siglo XXI.
–Yo no apostaría por ello jefe.–El Curapupas se levantó y empezó a danzar por la cueva como si estuviera presenciando un milagro.–Si dispusiéramos de un aerogenerador en funcionamiento tendríamos energía eléctrica, lo que quiere decir que podríamos tener luz artificial, cámaras frigoríficas, herramientas, electrónica. Incluso podríamos traer equipos médicos de los hospitales abandonados, podríamos montar pequeños talleres, fabricar nuestras propias armas, poner invernaderos en el interior de la gruta… es… es…–El Curapupas se llevó las manos a la cabeza emocionado.–Es que no me lo puedo creer.

–¡Serás cabrón… ¿cuándo pensabas decírnoslo?!
El Gamba se tiró hacia Pepo y lo agarró por el cuello con nefastas intenciones.
–¡Diablo…páralo!–Gritó el Notario levantándose asustado.–¡Páralo… lo necesitas…!
El Diablo miró a El Notario impasible. Su rostro mostraba una profunda decepción.

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