05.21: Un francés...


Definitivamente se rindió al insomnio y abrió los ojos.

Las veladas luces nocturnas le permitían entrever en la gama del rojo al negro la lona sujeta y el cordaje de la litera de arriba. Estaba tensa, por lo tanto su amigo aún no había regresado de la incursión diaria. Movió la cabeza para comprobar que todo el mundo dormía.

Solo la respiración queda de sus compañeros y algún que otro ronquido rompían el constante zumbido del sistema de ventilación, encargado de sacar el aire enrarecido, impregnado de olor a sudor, pies, comida rancia y otras cosas peores y devolverlo limpio, oxigenado e inodoro Al parecer sin demasiada fortuna.

El hedor a madriguera impregnaba hasta el último resquicio del dormitorio y le picaba en la nariz.

La higiene no debió de ser una de las preocupaciones de los ingenieros chinos que diseñaron el Mensajero del Mar a tenor del número de duchas que instalaron. En el corredor en forma de U que unía todos los dormitorios, solo dos estrechos pasillos con diez chorros de agua daban servicio a más de doscientos enrolados. Ducharse era una fiesta que muchos de ellos tardarían en celebrar.

"Después de todo, no olemos tan mal", le había reconocido a su amigo Tsetsu. “Tú eres francés, de qué te quejas.”, le había contestado él.

"¡Japo cabrón!"

Aún tenía que aguantarle algunas impertinencias y eso que su carácter había mejorado notablemente en las últimas dos semanas. Especialmente desde que rebasaron el Trópico de Capricornio, cuando dijo "ya no hay vuelta atrás". Admiraba su firme determinación por volver a encontrarse con su familia a pesar de las escasas expectativas de éxito.

"¡Japo cabrón!"

Sonrió. Lo que le había desvelado le asaltó de nuevo.  En dos semanas sólo había podido asistir a las clases de chino “instrumental”, las palabras justas para poder hacer un trabajo que aún no sabía en qué consistiría. Pero la sintaxis Han era endiablada. A la mayoría se les hacía difícil formar o entender las frases más simples. Y a él le resultaba especialmente incomprensible.

Desde que se convirtió en un hombre de fuerza extraordinaria gracias a poderes desconocidos, echaba de menos cierta agilidad mental. Ahora pensar le suponía un esfuerzo mayor que levantar una carretilla hidráulica. “No se puede tener todo”

La última semana tuvo que repetir las palabras de la semana anterior y ahora apenas era capaz de recordar las repasadas aprendidas ese mismo día. Afortunadamente, Tsetsu no tenía problemas con el Han y aprendía con gran rapidez. Él y un par de chicos de Rio Grande ya leían fluidamente largas hojas de instrucciones y estudiaban en otros talleres cómo manejar las grúas de carga y descarga, las carretillas y las plataformas.

Claro que Tsetsu era el que en Rio Grande solía negociar con los  comerciantes chinos en el Muelle de las Delicias. Él prefirió siempre dedicarse a otro tipo de intercambios. Intercambios que utilizaban otro léxico. Palabras infinitamente más bellas y sugerentes pero impropias para un trabajador del Mensajero del Mar rodeado de tipos embrutecidos y sucios.

Echó la vista atrás y las dos semanas que llevaban en el mar le parecieron meses. Inmerso en palabras mecánicas, metálicas, náuticas… Volvió a suspirar. De noche, todo parece mucho más difícil.

No era la primera vez que intentaban aprender chino. Ya lo hicieron cuando llegó el primer acorazado a Ushuaia, poco después de la Guerra. “Este es el futuro. Si algo queremos en este nuevo mundo, debemos pedirlo en chino”, le había dicho Tsetsu.

De nada les sirvió. Pocos meses después Ushuaia había caído en manos de los amarillos, en eso tuvo razón el japonés, pero ellos tuvieron que emigrar al norte buscando un lugar donde no los trataran como apestados.

Y ahora estaban allí, rodeados de chinos por todas partes y apestando.

“Chuantú-proue, Chuanuei-poupe, Yousián-tribord…non, Youxián… Yuochián?…Merde!”

“El chino es ingente. Nadie habla chino al cien por cien. Ni los chinos” le solía decir su amigo para animarle. Tsetsu tenía una extraña forma de animar a la gente.

Qué se puede esperar de un japonés con la cabeza llena de ideas dentro de ideas, como si fueran muñecas rusas. Él en cambio era mucho más sencillo, sus razonamientos eran lineales, una cosa lleva a la otra, y ésta a la siguiente. Tsetsu no se contentaba nunca con lo que veía, tenía que comprenderlo, desentrañarlo, y darle un lugar en su mapa del mundo. 

Supuso que en eso radicaba la inteligencia.

“Youxián-tribord, Duangkú-port, gai-housse…”

Una leve brisa le acarició el brazo casi al mismo tiempo que crujía la litera de arriba. Su compañero había vuelto.

–¿Todo bien?–Susurró dando un par de golpecitos al colchón. La cabeza del japonés asomó por el borde. Apenas podía distinguir sus facciones pero sí oír su respiración entrecortada.
–¿Estás despierto?
–No, tengo una pesadilla china.
–Pues vamos al baño, hay novedades.

El francés se levantó con cuidado para no darse un golpe con los barrotes de la litera, algo que había aprendido empíricamente. Caminó hacia la puerta siempre abierta del dormitorio y salió al pasillo para dirigirse al baño.

Dejó la puerta entrecerrada para su amigo pero él ya estaba allí. Le encantaba hacer esas cosas: llegar antes, colarse por las puertas a medio cerrar, cambiar de sitio sin que nadie se diese cuenta.  La hipervelocidad le brindaba muchas posibilidades a Tsetsu y él sabía cómo aprovecharlas.
–Cierra.

Encendió la luz. Los dos cerraron los ojos deslumbrados.
–¿Qué “hemos” descubierto hoy?
–Creo que ya tengo el ochenta por ciento del barco bajo control, mira.

Sobre el mostrador de los lavabos Tsetsu había extendido un plano del alzado y la planta de tres cubiertas del buque. Se veían las líneas de los mamparos, las de suelo, escotillas y puertas. Algunos rótulos en chino apenas aclaraban la utilidad de cada espacio, como ya pudieron comprobar cuando lo trajo en su primera exploración nocturna. El japonés había tenido que hacer muchas hasta poder llegar identificar qué era cada cosa.

–Nosotros estamos aquí.
–Yousián.
–Chuantou… en la popa.
–Eso… eso… Chantú.
–Déjalo…–Jotabé asintió aliviado.
–Estas son las cubiertas de nosotros, los enrolados. Más atrás tenemos las aulas y talleres de formación, el comedor, las cocinas, la sala de recreo, el cine, el centro médico y las oficinas.
–Sí, esta es la parte que podemos visitar. Aquí delante en babor encontraste decenas de pañoles con miles de cajas de compresas de éstas,–se tocó en el costado,–y en estribor otros tantos con uniformes radioresistentes, armamento personal y algunos con plataformas para vehículos de cuatro y dos ruedas. En la médula central están las dependencias de la tripulación de origen chino. Todo tras unas compuertas infranqueables para los demás mortales.
–Allí tienen sus propios dormitorios, su centro médico, su comedor, sus cocinas, etcétera, etcétera. Prácticamente iguales a los nuestros.
–También está el puente de mando, justo en el centro.
–Es el lugar más seguro del barco, lejos de la cubierta y de los costados. Aún no he logrado entrar pero supongo que es cuestión de tiempo.
–Los muy cabrones nos dejan las partes más expuestas a los “laowai”.
–Parece ser que sí, como verás, no nos tratan como a iguales.–Tsetsu movió la mano hacia otra parte del plano.–Nos quedaba por saber qué había entre esta cubierta y la cubierta cero, la exterior.
–¿Lo has comprobado? ¿A que tenía razón y no hay nada?
–Pues sí que lo hay… aquí, entre nosotros y la superficie me he encontrado con…

La puerta del baño se abrió de un golpe. El mapa desapareció como por arte de magia.
Un tipo delgado, con un tatuaje multicolor que le ocupaba todo el brazo izquierdo y los calzoncillos más asquerosos que habían visto en su vida, entró protegiéndose los ojos de la luz.
–Ya están las señoritas cotorreando de nuevo.–Dijo dirigiéndose al urinario sin abrir los ojos.
–Hola Velencoso…–Jotabé y Watanabe se miraron con aprensión.

El se paró frente a la primera tacilla, se sacó la polla y empezó a desaguar con fuerza con los párpados casi cerrados.
–Cuando llevemos un par de semanas más igual inscribo a mi amiguito en vuestro “club”.–Dijo con una sonrisa burlona mientras jugaba con el chorro.

Jotabé hizo ademán de replicarle pero su compañero le retuvo. Al cabo de una larga meada, el inoportuno visitante se la guardó y se giró hacia la puerta.
–Au Revoir Mesdames.
–Adiós Velencoso, que descanses.
La puerta se volvió a cerrar.

–Es mejor no llamar la atención. Que piensen lo que quieran mientras no se acerquen a la verdad.
–Pero es que ese tipo es idiota.–A Jotabé le faltaban ocasiones para expresar su furia, y el tal Velencoso se las ofrecía con demasiada frecuencia.–El boludo tiene que mear siempre cuando estamos aquí.
–No te extrañe que lo haga a propósito, no creo que sea idiota. Pero olvídalo.
–¡Bah!–Jotabé se volvió hacia el plano, que descansaba de nuevo sobre el mostrador de acero de los lavabos. Decías que entre nuestra cubierta y la cubierta exterior había encontrado algo…
–Otra cubierta completa, muy baja como decías, menos de dos metros de altura, pero suficiente para albergar cientos de pequeños aviones teledirigidos.
–¡Así que tenías razón, esto es un portaaviones!
–Creo que sí. Son aviones pequeños y sin piloto, pero podríamos considerarlo así.
–Drones de reconocimiento.
–¡Qué va! Drones de ataque. Algunos tienen cierta envergadura y espacio para bombas bajo sus alas. He encontrado paredes enteras llenas de bombas de tu tamaño.
–Pero si a donde vamos no debe quedar nada en pie...¿qué sentido tiene?
–Quizá aún no sepamos todo lo que deberíamos.
–¡Joder con los chinos…!
–Y hay más.
–¿Aún más?
–Pero no aquí, sino aquí. En esta otra zona. Entre nuestra cubierta y la sala de máquinas.

Jotabé se quedó mirando donde señalaba. Eran dos líneas paralelas que atravesaban todo el buque de proa a popa. Representaban una zona más alta que el recién descubierto hangar de drones, aunque en el plano del buque parecía más una plataforma reforzada que una cubierta en sí.

Sobre todo si se comparaba con la sala de máquinas, bajo el nivel del mar, mucho más alta. Tenía que ser así para dar cabida a las gigantescas turbinas eléctricas que succionaban agua a través de dos grandes bocas bajo las amuras y la lanzaban por sendas toberas orientables en la popa.  Proporcionaban al buque la movilidad y maniobrabilidad necesarias.

Además, la sala de máquinas alojaba en la proa los equipos de soporte vital como los sistemas de ventilación y filtrado de aire, las desaladoras y las potabilizadoras de agua. Enormes estructuras metálicas con miles de acumuladores eléctricos ocupaban casi la mitad de la bodega, en el centro del buque y los almacenes de alimentos congelados o deshidratados toda la parte de popa.

El auténtico corazón del Xin Shi Hai estaba allí, un inmenso complejo industrial que permitía al Mensajero moverse y sobrevivir en un ambiente hostil.

Pero ahora que se fijaba, aquella cubierta intermedia debía ser igualmente inmensa, aislada por completo de lo que había arriba y debajo de ella.

–¿Qué hay ahí?
–Miles de soldados.
–¿Soldados? Te refieres a más dormitorios, comedores y salas de recreo.
–No, me refiero a interminables filas de cilindros de plástico, cada uno con su soldado en su interior. Vestido, armado y... dormido. Un enjambre humano en suspensión.
Los dos amigos se miraron con complicidad.
–Estas pensando lo mismo que yo.
–Milicias Mutantes, ¿qué otra cosa?
–¿Dónde nos hemos metido Tsetsu…?

De repente el baño entero se elevó más de medio metro haciéndolos caer. Un lamento grave y profundo, como el gemido de mil elefantes heridos se extendió por todo el buque. Las luces parpadearon y se apagaron.
–¿¡Qué pasa…!?
–Ha sido una explosión.
Las luces de emergencia se encendieron. Eran pobres, apenas servían para ver los indicadores fluorescentes. Tsetsu intentaba a tientas ayudar a su amigo a levantarse.

–¿Una bomba del hangar?
–O un torpedo del exterior.
–¿En medio del Atlántico?

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