05.10: La Puerta del Abismo
La vacilante luz del cirio iluminaba apenas los escombros por los que iba caminando. Un hedor ácido y caliente que parecía rezumar de las paredes se le pegaba a la garganta y le dificultaba la respiración. De vez en cuando, se topaba con algún charco de profundidad desconocida que evitaba pisar pero en general, el piso parecía en buen estado.
Pepo podía reconocer algunos objetos: cables, una silla tumbada, un monitor lleno de roña… pero aún no había encontrado ninguno que le sirviera para orientarse.
-¿Ves algo?-Se oyó la voz lejana de La Peligro desde el hueco de la puerta del ascensor, cuatro plantas más arriba.
-¡Ni un carajo!
Su grito provocó algún correteo inesperado hacia su derecha que le hizo girarse de forma brusca. La luz vaciló casi hasta extinguirse. Se quedó quieto. Congelado. Rogando para que el cirio que le había dado La Peligro, y que le hacía parecer como un penitente en medio de la nada, se mantuviera encendido.
Ella, vestida nuevamente de luto, permanecía de rodillas mirando a través del hueco del ascensor. La luz de su propio cirio no lograba traspasar más allá de medio de túnel, a partir del cual, la más absoluta negritud se apoderaba de las entrañas de la antigua Fundación.
-¿¡Necesitas algo!?
Pepo empezó de nuevo a moverse. El ruido de sus botas al tropezar con los objetos esparcidos por el suelo rebotaba en las paredes cercanas desorientándolo. Los pequeños habitantes del sótano cuatro se movían a diestro y siniestro conforme avanzaba, huyendo del pobre círculo de luz que le rodeaba.
Por fin vio algo reconocible: la pizarra.
Aún tenía algunos de los garabatos del Gallardo de hacía siete años, pero lo más importante es que le servía de punto de referencia. A su izquierda había una zona despejada por la que el comisario gustaba de moverse sin parar mientras se estrujaba la sesera. Hacia el centro de la habitación, de vuelta a la salida, había una mesa donde solían sentarse para observar el proceso de deducción del Comisario.
Al menos, la mesa seguía donde él esperaba encontrarla. Sobre ella, bajo la cobertura de una gruesa capa de polvo húmedo, habían quedado olvidados dos objetos.
-Perfecto.-Susurró tomando uno de ellos. Estaba pringoso y le costó un poco despegarlo del mueble.
Lo frotó contra su pantalón para limpiarlo y lo acercó a la luz del cirio. Era uno de los terminales telefónicos robados por sus antiguos amigos de la Red. Última tecnología coreana de antes de la Guerra: comunicación cuántica, decía la publicidad. También decía que la batería tenía vida ilimitada. Buscó el botón de encendido y lo pulsó.
Un leve parpadeo le hirió los ojos.
Clavó la mirada en el fondo impenetrable de la habitación a la espera de que sus pupilas se acostumbrasen de nuevo a la oscuridad. El recuadro de la pantalla se llevó un buen rato impreso en sus retinas.
Sonó una breve melodía de campanillas.
Bajó la mirada y allí estaba el logo del fabricante resplandeciendo como si nada hubiese ocurrido en el mundo. La pantalla volvió a apagarse y le mantuvo sin respiración hasta que apareció un teclado numérico solicitando la clave de acceso.
-Joder, era cierto, tienen batería de por vida.-Murmuró.
Tecleó un pin y la pantalla mostró un icono de espera hasta que un sonido cacofónico acompañó al mensaje “Access Denied”.
Evidentemente aquél no era su terminal.
Lo apagó y se lo guardó en el bolsillo. Tomó el otro aparato y repitió las mismas operaciones con idéntico resultado. Suspiró y lo echó en otro bolsillo. Al levantar la mirada para seguir su búsqueda se le heló la sangre.
Un par de puntos rojizos habían aparecido en la oscuridad. Parpadeaban pero no de forma rítmica, era algo vivo. Unos ojos. No podían ser los de una rata común: estaban demasiado separados el uno del otro, y a demasiada altura. Y además le miraban de frente.
Los puntos empezaron a acercarse en un movimiento lento y uniforme.
Él no movía ni un músculo, pero su cabeza intentaba encontrar qué hacer. De momento sólo se le ocurría una cosa: “salir pitando”
Pero… ¿Hacia dónde?
El hueco del ascensor quedaba justo tras el muro que tenía frente a él, al otro lado del par de ojos. A su espalda estaba la pared, la pizarra y otra pared, y otra pared más a su derecha. No tenía otra salida que ir hacia aquel par de puntos rojos.
Miró hacia abajo, buscando algo con lo que defenderse o atacar, llegado el caso; pero sólo había pequeños objetos y algún desconchado caído del techo. En la mesa ya no quedaba nada excepto las marcas en el polvo de los aparatos que acababa de guardarse en los bolsillos.
Pensó en usarlos como arma arrojadiza. Sólo conseguiría perderlos, o peor aún, romperlos. Los ojos tenían pinta de ver la escena con absoluta claridad mientras él apenas podía ver en un metro a la redonda.
Los dos puntos se pusieron en diagonal, como si la criatura hubiese inclinado la cabeza hacia un lado, en un intento de entender lo que estaba viendo. Quizá había olfateado algo nuevo. A Pepo le costaba dominar sus esfínteres, aunque aún no los había dejado por imposible. “¿Y si lo amenazo con el cirio?”
Le pareció una buena idea: era largo, y tenía fuego en la punta… fuego. Una vez que lo moviera la luz se apagaría y la criatura tendría todas las ventajas ante una presa ciega. “¿Y si le atino a la primera?”. No parecía difícil, estaba allí mismo, a poco más de un metro. Si era lo suficientemente rápido. Miró a su alrededor, por si hubiese más congéneres esperando en manada para tomar su tajada. No logró ver más puntos rojos pero la imagen de él caído en el suelo con un montón de bichos echándosele encima le disuadió.
Los ojos se habían puesto de nuevo en posición horizontal y la criatura estaba a punto de entrar en el círculo de luz. Creía poder escuchar su respiración. Tuvo que vencer una fuerte tentación de acercar el cirio para iluminarle. Algo le decía que no era bueno que hiciese un movimiento brusco: “Las prisas no son buenas”, se recordó. Estaba en tensión, expectante e inmóvil. Quizá aquél animal o lo que fuese tuviese la capacidad de saltar, como un gato, o una rata gigante, o la mezcla de ambos. Estaban en zona de alta radiación, las mutaciones eran la tónica general en los recién nacidos. Aquello podía ser algo monstruoso, irreconocible, inimaginable. Su vejiga le recordó que no era bueno pensar tanto.
La extremidad anterior debía estar a punto de entrar en el círculo de luz, así que concentró su mirada en el punto por el que él creía que aparecería. Cuanto antes pudiera controlar su posición, antes podría evitarlo. Si es que podía.
Había reducido su propia respiración al mínimo imprescindible para poder escuchar el más mínimo movimiento. Creyó ori cómo algo rasgaba sobre el suelo o la pared. Aquello también tuvo que escuchar algo a sus espaldas. Los ojos desaparecieron hacia su izquierda cuando volvió la cabeza para mirar detrás de sí. Volvieron a mirarle, ahora parecían estar más cerca del suelo. “¿Va a saltar sobre mí?”
Un golpe seco y fuerte sonó con claridad detrás de la criatura que giró la cabeza de nuevo. Cuando volvió a ver los puntos rojos parecían estar más lejos y más a la derecha.
-¡¿Pepo?!
La voz sonó muy cerca.
-¿Peligro?
Los puntos rojos desaparecieron definitivamente. Seguían allí, estaba seguro, pero no podía verlos.
El resplandor del cirio de su compañera iluminó una pared lateral justo antes de aparecer al fondo, en el umbral de una puerta que él acababa de cruzar un instante antes. La cabeza delgada y verdosa de la mujer parecía flotar en la nada, rodeada de negro sobre negro.
-¡Me cago en tu puta madre!-Estaba enojada.-Creí que te habías roto algo. ¿Se puede saber por qué no contestas?
-¡Shhh!-Dijo él señalando a la oscuridad de su derecha.-Hay algo ahí.
-¡Qué asco!-Se pegó a la pared-Esto tiene que estar infectado de ratas.
-No estoy hablando de ratas. Es algo más grande.
-¿Más grande?-Ahora no parecía sentir asco, sino pánico.-¿A qué te refieres?
-Ven aquí, ponte junto a mí.
Pegada al muro como una lagartija, la Peligro caminó lentamente hasta llegar a la altura de la pizarra. Se acercó a su compañero caminando de lado sin apartar la vista de donde él miraba.
-He encontrado dos móviles, probablemente serían los de De la Fuente y el Notario. Funcionan, pero están bloqueados.
-Yo tengo el mío.-Dijo dándose un golpe en el pecho.-Claro que funciona, aunque no sirve para nada. Ya no tiene cobertura.
-¿De veras tienes el tuyo?
-Si… ¿Qué hay allí?
Los ojos rojos volvieron a aparecer. Estaban lejos, pero se veían de forma nítida.
-¿Ves lo que te dije?-Pepo y la Peligro se pegaron el uno al otro.
-¿No tendrás tu móvil encima, verdad?
-Joder Pepo, con lo acojoná que estoy y tu dale que te pego al móvil. Claro que lo llevo encima. Siempre lo llevo encima. Por si las moscas.
-Pues dámelo.
-Pero… lo tengo colgado del cuello.
-Pues descuélgatelo y dámelo.-Le apremió sin perder de vista los ojos de la criatura.
La Peligro entregó el cirio a su compañero y empezó a manipular en su escote en busca de la cadena de la que llevaba colgado el aparato. De nuevo comenzaban a aproximarse hacia ellos aquellos puntos rojos, pero ahora Pepo se sentía más seguro. Al menos podía usar uno de los cirios como arma.
-Toma.
Le entregó el aparato mientras recuperaba su velón.
Pepo empezó a manipularlo iluminado su rostro por el resplandor multicolor de la pantalla. Movía el dedo pulgar sobre ella arriba, abajo, hacia los lados, buscando algo que se le resistía.
La criatura estaba de nuevo demasiado cerca. La Peligro le daba codazos pero él no apartaba la mirada de la pantalla hasta que por fin: Un fuerte resplandor inundó la habitación.
Enfocó la luz del flash hacia el lugar donde estaban los ojos y vio como la criatura se escabullía entre los muebles.
No había llegado a verla bien. No era un gato, pero lo parecía. ¿O era un mono? Tenía una gran cabeza armada con una potente mandíbula. Su piel parecía rayada, de gris y marrón o negro, pero no tenía pelo. Sus patas le habían parecido cortas y gruesas.
Se oyó un bufido desde algún rincón.
-¿Qué cojones era eso?
-No sé pero no parece demasiado peligroso.
-¿A no?
Pepo se acercó al rincón donde se escondía la criatura esgrimiendo el cirio como si de un garrote se tratara acompañado de la nítida claridad de la luz eléctrica.
-¿¡Dónde te escondes cabrón!?
Un ruido detrás de una mesa le encaminó hacia allí. La retiró. En la pared había una grieta de unos cincuenta centímetros en su parte más ancha, detrás, la oscuridad.
-¡Menos mal que se ha largado!
-Tenemos que ir rápido, puede volver en cualquier momento y puede que lo haga acompañado.
-¡Joder! Venga, vamos a buscar lo que sea… por cierto. ¿Qué buscamos?
-El nodo de comunicaciones.
-¿El qué…?
-Da igual Peligro, tú sígueme…
Una figura se movió a sus espaldas, tras la pizarra, lejos de la irritante luz de los humanos.
El Notario abrió la puerta. El cuerpo consumido de la Maru, perdido entre un revoltijo de sábanas, se removía inquieto. Parecía que no tenía un sueño profundo, a pesar de que debería estar fuertemente sedada. La observó durante un instante desde el umbral, pero no era a ella a quién buscaba.
Salió en silencio y cerró la puerta.
En la Fundación sólo había un pequeño grupo de fieles, ni rastro de La Peligro ni Pepo.
Bajó las escaleras y se dirigió a la salida con la intención de volver al lado de Tsetsuko. No le gustaba dejarla demasiado tiempo a solas.
Antes de bajar el primer escalón tuvo una idea que le hizo cambiar de opinión y volver a entrar en el improvisado oratorio. Se acercó a un hombre mayor que parecía estar en las últimas.
-Perdone caballero, ¿sabe dónde han ido las adoratrices?
El hombre señaló con su mano huesuda a la primera planta.
-No, allí sólo está una de ellas, me refiero a la otra.
La misma mano señaló a la puerta que había justo a la derecha de la imagen de La Ninja.
-Ahí tampoco está, ya he entrado.
-Detrás de la pared,-dijo con voz ronca y débil- han bajado por la Puerta del Abismo.
El Notario intentó adivinar qué nueva patraña se habrían inventado aquellas tunantas para estafar a esos desgraciados. Caminó hacia la falsa pared del fondo, la rodeó por un lado y apareció en el pequeño distribuidor que daba al viejo ascensor. La puerta de acero estaba abierta y atrancada con un palo.
Una sonrisa se dibujó en su rostro enjuto. “La Puerta del Abismo”, pensó, “¡Qué imaginación!”. Se acercó al hueco y se asomó.
-¿¡Hay alguien ahí abajo!?
Nadie contestó. Había una gruesa maroma atada a uno de los soportes de acero de la estructura, pero no podía ver nada más.
-¿¡Pepo, Peligro… Estáis ahí!?
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