05-08: El pacto


La primera vez que entró en la Colonia los Girasoles, Hana debió pasar por un lavado intensivo de descontaminación para luego ser sometida a un reconocimiento médico donde tuvo que soportar una medición de radioisótopos, otra de células tumorales y un sin número de pruebas más sobre virus y bacterias. Todo sin que los atentos ojos de Alfonso Gallardo se apartaran ni un segundo de cualquier cosa que pudiese acercarse a su cuerpo desnudo.

Fue una de las experiencias más humillantes que había vivido jamás. En todo momento fue tratada con cortés frialdad y lavada, trasladada, cambiada de postura y tocada con frialdad a secas. Tuvo la sensación de ser un cordero al que tenían que degollar y al que no encontraban por dónde meter el cuchillo.

Pero finalmente, Hana Watanabe obtuvo el Pase Especial de Acceso. El único que se había dado hasta el momento. Con él podría entrar y salir de la colonia con cierta libertad, a pesar de no haber sido preseleccionada.

Y aunque no le autorizaba a quedarse a dormir ni a introducir o sacar ningún tipo de herramienta, medicamento, comida o bebida, le permitía ejercer la función objeto del permiso: atender como enfermera a Alfonso Gallardo. Así podría llevar algunas cosas a su hija, principalmente medicamentos. “Es sólo una pequeña falta”, le había dicho Gallardo para tranquilizarla, “una mentirijilla.”

Una más, en aquél mundo de mentiras que conformaba el PRR, o Programa de Recolonización del Reino. Pero era su mentira, y tenía que protegerla contra la desconfianza, las sospechas y las patrañas que rodeaban su exótico estatus.
Ahora sólo tenía que someterse a análisis médicos cada cuatro meses.

Todos los días, sin embargo, tenía que pasar con su bicicleta por el túnel de descontaminación de vehículos donde los chorros de agua ya apenas le hacían daño. Luego debía dejar la bicicleta en un rincón especial del gran aparcamiento subterráneo que acababan de abandonar los vehículos de transporte de los trabajadores de la colonia, cruzarlo en diagonal de vuelta hacia el túnel y rodearlo para acceder a los vestuarios. Allí debía despojarse de toda la ropa que llevaba encima y meterla en un tambor de descontaminación, darse de nuevo una ducha mientras caminaba por un pasillo de tres metros y finalmente, secarse con chorros de aire y vestirse con una ropa desechable de fibra de papel.
Afortunadamente no tenía que compartir esa experiencia con los obreros. Ellos regresaban por la tarde, sucios, cansados y tristes, mientras ella retiraba su ropa limpia y seca para volver a la ciudad.

Caminaba por los corredores que unían las puertas de los distintos habitáculos recordando que tenía que conseguir algún medicamento para el dolor de estómago del tío Noti. Gallardo no solía tardar mucho en obtener lo que pedía, pero si al menos un par de días, así que se había prometido no olvidarse esta vez. Pero de pronto recordó que el día anterior, unos vehículos de la Guardia Real habían escoltado un SUV oficial: “Van a ver a tu jefe”, le había dicho el chico de la garita. Era esa la razón por la que Gallardo le había dejado salir antes.

Gallardo era un tipo correcto pero distante. Había insistido en que le visitara todos los días, cuando lo “reubicaron” en la colonia. Ella se había negado, pero el excomisario podía llegar a ser muy persuasivo, y cuando le dijo que era por el bien de su hija no le quedó más remedio que acceder.

Temió en algún momento que aquella insistencia escondiera algún propósito obsceno, pero desechó la idea. Gallardo era un caballero que además admiraba profundamente a su marido, estuviese donde quiera que estuviese. Su intención era llevarse a la colonia a todo su mundo y había empezado por ella para facilitar el acceso a las medicinas a su hija. Nada más.
Y nada menos.

Pero esa visita de la gente de arriba la inquietaba. Por algún motivo, Alfonso Gallardo era muy considerado en la Meseta y, quizá, había llegado el momento de que quisieran llevárselo.

Sin darse cuenta, Hana había empezado a preocuparse por el futuro de su hija y de nuevo se había vuelto a olvidar de la salud del tío Noti cuando se topó con el número A-17. Puso la mano sobre la placa de identificación del centro de la puerta y ésta cedió.

La casa de Gallardo olía ya a flores, un olor artificial pero sumamente agradable, la luz del amanecer se colaba por la hilera de ventanas que recorrían la parte alta de la pared circular. El excomisario había ordenado el salón y tenía preparado el desayuno, como todos los días. La miró desde la mesa del office y le sonrió.

-Hola Hana, ven, siéntate. Hoy tengo buenas noticias.

La muchacha cerró la puerta y se acercó cautelosa. Sobre la mesa había un par de tazas de té humeante, una pequeña botella de zumo de naranja artificial y una bandeja con tostadas.

Hana se sentó sonriendo, pero no dijo nada. Aún no se había acostumbrado a la familiaridad del sur y le costaba comunicarse con fluidez, sobre todo si su interlocutor se mostraba demasiado cercano.

-¿Quieres zumo?
-No gracias.
-¿No me vas a preguntar sobre las noticias?
-Perdone, señor Gallardo. ¿Qué noticias son esas?
-¡Nos vamos!

Hana bebió un sorbo de la taza y dejó que su sabor afrutado le inundara el paladar reseco. Había escuchado muchas veces eso de la boca de Gallardo, que siempre cumplía lo que prometía. Ahora habría que saber…

-¿Dónde?
-A la Costa del Sol.

Eso era nuevo. No era lo mismo irse a una comisaría en la acera de enfrente ni a una colonia a pocos kilómetros. La Costa del Sol, cuyo nombre era tan evocador, estaba en zona limpia, al menos así la calificaba el reino.

-¿Usted y yo?
-Todos.
-¿Todos? No le entiendo, ¿se refiere a Tsetsuko y yo?
-Y al tío Noti, a la Peligro y a la Maru. Todos los que quedamos de la Alianza Inverosímil nos vamos a la costa.

El rostro de Hana no reflejaba el torbellino de pensamientos que se entremezclaban en su mente. ¡Irse todos a un lugar limpio de contaminación!¡Empezar de nuevo!¡Su hija corriendo al sol!...

-¿Por qué?
-¿Recuerdas la visita que tuve ayer?
-Sí, creo además que me crucé con ella. Era gente de la Meseta.
-Era Matías Barbosa, el valido de la Reina.
-Usted siempre ha estado muy bien relacionado.
-¡Bah! Barbosa es un capullo deseoso de volver bajo las faldas de esa bruja sarmentosa. Pero necesitan de mis servicios y pienso vendérselos muy caros.
-Llevándonos a la Costa del Sol.
-Llevándoos conmigo. Es hora de que la pequeña conozca el mar. Dicen que allí la atmósfera es casi pura y que la gente es amable y tranquila.
-¿Y los piratas?

A Gallardo no pareció sorprenderle que Hana supiera de los problemas del Mediterráneo, no era de extrañar viviendo con el Notario.
-De eso se trata. Debo investigar los lazos de las organizaciones de piratas con los gobernadores de la zona.
-No parece un lugar muy adecuado para una niña.
-¡Oh Hana…! Cualquier cosa es mejor que estar encerrada entre cuatro paredes comiendo comida contaminada.



En eso tenía razón. De pronto sintió hambre. Tomó una tostada y le dio un pequeño mordisco.
-¿Cuándo salimos?
El excomisario se levantó. La ropa le quedaba ancha y sus movimientos eran los de una persona achacosa, pero su rostro, su mirada, parecían la de un joven a punto de emprender una emocionante aventura.
-Aún no lo sé. De hecho, aún no se lo he dicho a Barbosa.

Hana volvió a tomar té. Quizá había llegado el momento en que Gallardo no pudiera cumplir con sus promesas. Su ánimo volvió al punto de partida, aunque su rostro seguía con la misma inexpresividad de antes.
-Pero no debes preocuparte. Sé que ese tipo tiene que conseguir mi participación.
-Una de sus intuiciones.
-No son intuiciones, son observaciones. Me tocó la mano.
-Quizá quiso mostrarse cercano.
-Le dio asco, pero aún así me tocó.

Hana volvió a beber té. Era normal que la gente de arriba sintiese asco de los sureños. Les habían aleccionado sobre el contacto físico, sobre las enfermedades. Realmente, tocarle la mano a un local era un gesto a tener en cuenta. En ese momento sonó la puerta.
-Es él. Métete en el dormitorio, prefiero contar con toda su atención.
-De acuerdo. Retiro esto y…
-No, déjalo. No quiero que se arrepienta y se vaya. Yo me encargo.

Hana hizo lo que se le había pedido y desapareció con su característico sigilo japonés tras la puerta del pequeño dormitorio de la casa. Gallardo retiró los cacharros de la mesa y, tras echar un vistazo, se dirigió escalones abajo hacia la puerta.
-Buenos días, Barbosa. Pase.
El valido entró como un rayo.
-No puedo entretenerme mucho, ya partía hacia el norte.

Gallardo lo observó mientras entraba. Se movía como una cobra por la casa, intentando no toparse con ningún objeto que pudiera transmitirle no se sabía muy bien qué. Pero además estaba seguro de sí mismo. Quizá no había sido buena idea insistirle en que viniera, ahora parecía que el que pedía el favor era él y no la Reina. Un par de guardias reales les observaban desde el otro lado de la puerta tras sus extraños uniformes de espuma añil radioresistente. Gallardo cerró quedándose a solas con el enviado.

-Bien, no le voy a entretener mucho. He decidido colaborar con el reino en esa investigación.
-Pero…-Se giró para enfrentarse con él desde el centro del salón semicircular. La luz del día incidía sobre su figura. Parecía un gran hombre, aunque a Gallardo ya nada le impresionaba demasiado.

-Pero.-Dio un par de pasos que le pusieron en guardia.-Tengo un par de condiciones.
-Si es por bonos o privilegios, será mejor que los trate con mi secretario que es quien se ocupa de esos asuntos.
-No sea estúpido, Barbosa. No estoy negociando con usted sino con la Reina, así que aquí el único secretario es usted.

El rostro del valido se contrajo en una mueca mezcla de asco y sorpresa. Quizá en su estómago había saltado un chorro de jugos gástricos pero un buen negociador sabía tragarse su bilis y Barbosa lo era.
-Le rogaría que intentemos mantenernos dentro de un trato cordial.-Tragó saliva.-Está bien, qué condiciones son esas.

-Quiero estar sobre el terreno, deberé ser trasladado a Benalmádena.
-Bien, esa fue mi primera proposición, perfecto. Le buscaremos alojamiento en algún edificio oficial, preferentemente cerca de su objetivo, el gobernador. Cuál es la otra condición.
-Mi familia debe venir conmigo.

 -Amigo Gallardo.-Las manos de Barbosa se aferraban la una a la otra con fuerza, pero su rostro mantenía una sonrisa cordial.-Usted y yo sabemos que no tiene familia.
-Digamos que es una familia sui-generis. Mi amante, mi hijastra, mi primo, mi hermana y su cuñada.
-Se a quien se refiere, no se sorprenda.-Gallardo no estaba sorprendido en absoluto.-Ni la mujer que está en la habitación de al lado es su querida, ni su hija su hijastra, ni el viejo que vive con ellas su primo, ni el par de brujas que adoran a un maniquí en la vieja ciudad tienen que ver con usted más que yo con los agentes de la puerta.
-Bien, si ya sabe todo eso, ya sabe a quién me refiero. Dígame cómo y cuándo partiremos.

-No vaya tan deprisa. No puede pedirme imposibles, y eso lo es. Sabe que el movimiento de locales está prohibido, sobre todo desde zonas de contaminación alfa a otras de menor nivel.
-¿No tenía prisa?-Cortó de pronto.-Pues lárguese, antes de que la contaminación anide en sus entrañas.
-Amigo Gallardo, no sea impetuoso, no es propio de usted. Quizá podamos hacer algo con su “amante” y con su “hijastra”, pero los otros tres individuos quedan fuera de mi jurisdicción.
-Creo que no me comprende. Las condiciones son irrenunciables. Y, por favor, no me ofenda… deje de llamarme amigo.

De nuevo, la bilis de Barbosa removió su estómago. No soportaba a la gente prepotente y Gallardo se comportaba con la seguridad del que va a conseguir lo que pide.
“Cree que tiene el poder, déjale que siga creyendo que lo tiene”, se recordó.

-Supongo que mi única respuesta es una aceptación de esas condiciones sin más.
-¿Cuál va a ser si no?-Lo tenía en el bote.
-Tengo una alternativa.-Dijo de pronto dando media vuelta para imprimir cierto toque de misterio a sus palabras.
-Terminará llegando tarde a donde quiera que vaya.

El valido caminó despreocupadamente hasta situarse justo delante de la puerta de la habitación donde Hana, probablemente, tendría pegada la oreja.

-Puede salir con todos ellos, pero no podrá llevarlos consigo. Deberán separarse una vez que hayan abandonado la zona alfa.
-¿Para que cuando me aleje los vuelvan a encerrar en este vertedero?-Gallardo estaba realmente enfadado-¡Ni lo sueñe!

-Debe confiar en mí. Su “familia” será ubicada en una de las colonias del este, podrá hablar con ellos y comprobar que están bien, pero no puedo llevarlos a una zona limpia. Eso es imposible incluso para el valido de la Reina.-Le encantaba mentir, sobre todo aduciendo imposibilidad o falta de capacidad.
-Está bien. Hemos terminado, puede irse y buscarse a otro investigador.

En ese momento la puerta del dormitorio se abrió. El diminuto rostro de ojos oblicuos de Hana apareció y miró a Gallardo. Parecía querer implorar que aceptara esas condiciones. La aparición de la joven armó a su contrincante con nuevos argumentos.
-En una colonia la niña recibirá una formación adecuada, tendrán acceso a medicinas y alimentos sanos y quizá, en un futuro, pueda reunirse con ellos.
-Es usted una asquerosa rata, ¿lo sabía?
El valido sonrió satisfecho, degustando ese momento de triunfo.
-Me han llamado muchas cosas, Gallardo. Esa también. Pero me debo a la Reina y al progreso de nuestra nación, los insultos van con el cargo.
-Lárguese ya.
-Está bien.-Dijo caminando hacia la salida mientras evitaba de nuevo rozarse con ninguna cosa.-A lo largo de la mañana le enviaré al agente que se encargará de su transporte. Le informará cómo han de reunirse y cuándo saldrán para sus destinos. Espero que esto sea el comienzo de una gran amistad.-Recalcó.

Mientras Barbosa salía por la puerta, los ojos de Gallardo se cruzaron con los de Hana. Parecían escupir fuego.
-Usted dijo que cualquier sitio era mejor que…
-No digas nada más. No creas que estar enterrada en una madriguera es lo mejor para tu hija… Tú has elegido esta vida para ella, tú sabrás lo que has hecho.


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