05-07-Zona Contaminada


La Peligro entró en el salón de la antigua Fundación y se dirigió a las cortinas para descorrerlas. El raquítico cuerpo de Pepo yacía sobre el sofá apenas cubierto por una tela. Respiraba tranquilo y en su semblante aún se podía notar la cara de satisfacción que le había provocado una cena que, dadas las circunstancias, podía considerarse opípara.
Las anillas de las cortinas chirriaron contra la barra oxidada mientras la luz incidía sobre su rostro. Despertó.

-¡Qué pasa!-Dijo dando un respingo.
-Que ya son las nueve y tengo que abrir el chiringuito.-Contestó de mal humor al Peligro.

Se desperezó haciendo crujir sus huesos.
-He dormido como hacía años.

Ella se acercó. No vestía sus ropas de luto, sino una bata ligera y descolorida. Sus enormes manos y pies ahora resultaban mucho más grandes en comparación con su cuerpo que parecía haber sido comprimido.
-Ayer te lo pregunté, pero entre albóndiga y albóndiga no llegué a enterarme de lo que me decías. ¿Dónde has estado todo este tiempo?

-En… uh…-Se levantó y se envolvió como pudo en la sábana.- Huyendo, de acá para allá. Llevo todos estos años viviendo en la Serranía de Ronda, en una comunidad de jipis. Están muy pasados de rosca pero al menos son de fiar.
-Una comuna… Supongo que habrás mojado por fin.
-Si.-Se encogió de hombros.
-¿Y cómo es que has subido hasta esta mierda?

Pepo se rascó la entrepierna sin pudor. “Piojos”, pensó ella mientras le observaba desde la ventana.
-Es una larga historia… necesitaba encontrar algo.
-Algún chisme, supongo.
-Si.-Se volvió con repentino interés.-¿Los sótanos están intactos?
-Nadie ha bajado allí, desde que salimos. Al menos nadie humano.-Dijo saliendo por la puerta.

Se quedó mirando la intensa luz que bañaba la Alameda a través del hueco dejado en un cristal sucio por alguna pedrada. Los árboles estaban raquíticos y los jardines descuidados. El enlosado estaba levantado y, en algunos sitios, enterrado bajo montículos de lodo seco. Apenas algunos transeúntes daban tumbos por entre las casas y todo tenía un aspecto de naturaleza muerta. Pero era una imagen vagamente familiar que le resultó evocadora.

-¿Puedes venir?-Le gritó la Peligro desde algún sitio.

Se miró. No, no podía ir, al menos así, medio desnudo. Pero estaba claro que aquella era una pregunta retórica.
-¡Un momento!

Al cabo de unos minutos apareció en el voladizo del patio vestido sólo con los pantalones de color incierto, entre ocre y caqui, que llevaba la noche anterior. Su delgadez era extrema, pero nada fuera de lo común en aquél lugar.
-¿Dónde estás?
Algunos congregados en el patio le miraron desde abajo con curiosidad.
-Aquí…-La cabeza de la travelo apareció en una de las puertas.-Entra.

Pepo no era tonto. Sabía qué es lo que pretendía la Peligro pero después de tan amable acogida y a punto de llegar a la meta de su viaje no iba a defraudarla.
-¿Está ahí la Maru?
-Aquí está.-Miró al interior de la habitación con una sonrisa beatífica.-Tiene ganas de verte.
Tragó saliva y cruzó dos metros de galería bajo la atenta mirada de los fieles.

La habitación olía a orines mezclados con medicinas y, aunque había mucha luz, todo le pareció tristemente oscuro.
El cuerpo de la gitana era apenas un amasijo de pellejo que se confundía con la ropa de la cama. Su rostro hubiera sido una calavera si no fuera por los bulbos gordos y brillantes que ornaban su cuello y mentón. Los ojos, apenas dos crucecitas en el fondo de las cuencas, le miraron y brillaron. Intentó sonreír.
-Pepo… cabrón… qué… alegría.
-Hola Maru.-Entró con indisimulada aprensión.
-Entra, que no muerdo… ya no…

-¿Co… cómo estás?
-Hecha una mier…da.
-¡No digas eso, Maru!-Intervino su amiga.
-¡Calla… maricón…! Estoy hecha… una mi…-Tosió sin fuerzas.

-Está drogada. .-Le susurró al oído.-Morfina. Si no, no podría resistir el dolor
-Qué putada, verdad… amiga.-La última palabra se le anudó en la garganta.
-Putada para vosotros, que… sus vais a quedar aquí.
Su voz era un hilo pero el tono, exageradamente agudo, hacía que fuera fácil de entender.
-Ven…-Movió la mano sin apenas levantar el brazo.-Tengo que decirte algo.

Pepo miró a la Peligro esperando a que interviniera y le evitara el trago de acercar la cara a aquella calavera de nariz ganchuda y tez cerúlea, pero sólo recibió un gesto de ánimo. Por fin se agachó hasta quedar a pocos centímetros.
-Tienes que encontrar a la Ninja… ella es la única que os puede ayudar.

La cercanía de la mujer quebró los reparos del joven. Se sentó en la cama y le tomó la mano, estaba rígida y fría.
-Eso ya lo hacéis vosotras… invocar a la Negra Señora.
-¡Esto es un tangao!-Dijo con enojo. Su boca era un agujero desdentado-Es sólo para vivir de algo. Tú si puedes hablar con ella.
-¿Por qué dices eso?
-Ella…-Tosió.-Ella está en ese otro sitio… el… ¿cómo se llamaba…?
-¿Universo paralelo?
-Eso… para-lelos. Como tú y ella.-Su risa sonó como una caña al romperse.-Está allí… llámala.
-Maru, estás poniendo nervioso al chiquillo.
-¡Calla maricón!-Lo cogió por el brazo con inusitada fuerza-Es vuestra única esperanza…
-No es tan sencillo, Maru, no es tan sencillo.
El joven se deshizo de la zarpa con decidida delicadeza y se levantó.

Como si las últimas palabras hubieran sido un mantra, la mirada de la mujer se extravió en el techo y su boca quedó entreabierta murmurando alguna cantinela.
-Ya le ha dado otra vez, será mejor que la dejemos descansar.

Cuando volvieron a la galería los ojos de los fieles aún les observaban como si hubiesen podido seguir la conversación. La Peligro, molesta, se acercó a la barandilla y dijo con su nueva voz arrulladora:
-Debéis seguir llamando a la Negra Dama… es lo más importante.
Todos se fueron volviendo uno a uno hacia el maniquí del fondo de la sala para continuar con su plegaria. La travelo se giró hacia Pepo y lo tomó de su escuálido brazo.
-Ven… vamos a desayunar algo.

Lo que un día fue una de las cocinas mejor equipadas de Europa, hoy era apenas un montón de muebles desvencijados y sucios. En la mesa central había un par de cuencos con algo parecido a pan mojado en algo parecido a leche.
-¿Qué es esto?
-Te digo lo mismo que ayer con las albóndigas: no preguntes y come.

Los dos se sentaron frente a frente y empezaron a engullir sin rechistar. Sabía salado, y rancio, pero se dejaba comer.
-¿A qué se refería Maru con eso de que tú podías contactar con La Ninja?
Se comió un par de cucharadas antes de contestar.
-No tengo ni idea… supongo que cree que me comunico con otros universos.
-Pero.-Apartó el cuenco casi acabado.-Te pusiste nervioso, como si te hubiese hecho la pregunta del millón.
-No digas tonterías. No se habla con otro universo así como así. Además, la pobre está en las últimas.
-Sí, pero sabe más de lo que podría imaginarse. Entonces, los aparatos…
-¿Qué aparatos?
-Esos del sótano.
-Ah…-Intentó rebuscar en su mente.-Sólo algunos chismes, como dices tú.
-Qué chismes.
-¡Oh vamos, Peligro!-Se levantó nervioso.-¡No lo entenderías!
-Inténtalo.



Pepo se volvió hacia ella. Al verla se podía imaginar a sí mismo. Extremadamente delgada, con mal semblante, ojos rojos, labios resquebrajados, manos huesudas y un cuerpo que recordaba más a una víctima de la guerra que a una superviviente.
En ese momento, se abrió la puerta de la cocina dejando ver la figura fantasmagórica del Notario en el dintel.
-¿Pepo?
El joven se quedó boquiabierto.
-¡Notario!

Pepo se levantó y de un salto que casi lo tira, se agarró al viejo con fuerza.

Si había abrazado con ganas a la Peligro, al Notario lo apretó como si quisiera fundirse con él. Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas y aún tuvieron que pasar un par de minutos para que se pudieran zafar el uno del otro.
-¡Dios mío…!-Dijo por fin el viejo.-¡Dónde puñetas te has metido!
-¡Ufff…!-Suspiró cansado.-No voy a tener más remedio que contarlo todo.
Mientras ambos hombres tomaban asiento, la Peligro seguía con la mirada al viejo.
-Hola, Notario. Creí que no ibas a venir más.

El tío Noti la miró intentando parecer enojado.
-Tú y yo ya hablaremos… ahora tengo ganas de saber de mi amigo Pepo. Por cierto, qué delgado estás.
-Siempre tan agudo, Notario.

-¿Os acordáis del momento en que sucedió todo?
Ambos asintieron con pesadumbre.

-Fue en un segundo, hablábamos con Jotabé y Watanabe. Sabíamos que La Ninja había desaparecido, al menos su comunicador, y de pronto se apagaron todos los aparatos.
-Tú decías… no puede ser… no puede ser…
-Y no podía ser. Teníamos el mejor sistema de suministro eléctrico que se hubiera podido conseguir. Pero no fue un corte de luz, fue un pulso electromagnético.
-Ya… luego alguien me comentó algo.

-Después de todo tuvimos suerte de estar en el sótano. Las primeras explosiones nucleares se produjeron en la Base Aérea de Morón, apenas a cuarenta kilómetros de aquí.

«Cuando logramos llegar a la planta baja habían pasado más de treinta horas. Las calles estaban llenas de cadáveres y la radiación era tan intensa que algunos coches y fachadas reverberaban. Gallardo y De la Fuente se fueron a la comisaría y nosotros nos quedamos esperándoles aquí.
«No había electricidad, ni agua corriente, apenas teníamos alimentos. Fernanda y su marido yacían abrazados en su cama, como si no se quisieran separar incluso después de muertos.

«Yo necesitaba conectarme con el mundo para saber qué estaba pasando. Salí una noche. Me crucé con bandas de locos que se dedicaban a quemarlo todo, a matar a todo el que se les pusiese de por medio. Gente desesperada. Sentí miedo y empecé a caminar para alejarme de la ciudad.

«Lo reconozco. Os abandoné a vuestra suerte. Pensé que si volvía aquí tarde o temprano alguien nos encontraría, escondidos y asustados como ratas, esperando a que La Ninja, o Gallardo o “la electricidad” volvieran.

-Fueron los Días del Caos.
-Y tú siempre fuiste muy rarito. El caso es que nos imaginamos lo peor.
-Era una locura, no tienes porqué disculparte.-El Notario hablaba con la mirada perdida en sus propias manos, sobre la mesa.-No volvió La Ninja, ni la electricidad. Pero sí lo hizo Gallardo. Nos sacó de aquí y nos llevó a la comisaría. Varios agentes habían montado un perímetro defensivo. Intentaban organizar el entierro de cadáveres que, según él, era lo prioritario para evitar enfermedades.

-Gallardo siempre tan organizado. Qué fue de él.
-Es una larga historia, pero está bien, bueno… ya sabes. Pero continúa. ¿Dónde fuiste?

-Tenía muy claro que al sureste y al suroeste no había nada que hacer porque en ambas direcciones teníamos bases militares. Pero recordé un artículo que leí un día acerca de un microclima en el sur de la Serranía de Ronda. Un microclima implica un lugar climáticamente aislado, así que dando un enorme rodeo me dirigí allí.

«Como iba andando campo a través, tenía que orientarme por las estrellas y el sol. Alimentarme de bellotas y castañas y beber agua de pozos y riachuelos. Siempre alejado de las casas y los pueblos.

-Joder Pepo… ¡qué bonito!-No pudo saber si la Peligro hablaba en serio o con sorna. Nunca lo había sabido.
-En cierto modo sí. Por fin vi la ciudad a lo lejos. Ya sabía que estaba allí y me busqué una cueva en la ladera de uno de los riscos del río. Había estado allí de excursión cuando pequeño y pude recordar cómo llegar.

«Así pasé unos meses. Cada vez más delgado, más solo y más loco. Llegué a huir hasta de los conejos o los ratones.

-Pero… porqué huías. La gente del campo no enloqueció… ¿o sí?
-No. La gente del campo siguió con sus cosas, como siempre. Gente sencilla con vidas sencillas. Habían perdido la radio, la televisión y la lavadora, pero las viejas aún recordaban cómo lavar en el río, como contar historias por las noches y cómo lo importante no era lo que pasaba en Nueva York sino lo que sucedía en la casa del vecino. Esa gente no ha sufrido tanto, aunque también lo están pasando mal.

-Ya, pero ellos al menos tienen huertos, y gallinas. Nosotros… - La Peligro suspiró.-¡No te quiero decir cómo vivimos nosotros!

-Me lo imagino.-Pepo miró el cuenco de “leche”.-Hace un par de años me encontró una chica que estaba buscando setas. Vivía en una comuna y de vez en cuando me hacía una visita.
-Ya… y se te pasó la locura follándotela.
Pepo sonrió.
-Pues no lo había pensado, pero si… es posible que eso contribuyera. Finalmente, una mañana, me fui con ella y sus amigos. Desde entonces vivo en comuna. Es divertido, y seguro.
-¿Y qué pasó?

-Nada. Siguen tan bien como siempre. Yo intenté regresar ya hace un par de años, pero toda la zona, en kilómetros a la redonda, está vallada con alambradas de espino, y rodeadas de campos de minas.-Miró al Notario esperando una explicación.

-Nos dicen que es por nuestro bien, pero simplemente nos están exterminando. Somos radiactivos, contagiamos enfermedades que habían sido erradicadas hacía siglos y para colmo estamos enfermos, no somos mano de obra ni valemos para nada.
-No podemos salir de aquí.

-Pero yo he visto construcciones nuevas. Son como urbanizaciones amuralladas.
-Son colonias. Gente del norte, supongo que gente pobre del norte, son trasladadas aquí para explotar algunos recursos mineros.
-¿Y vosotros?
-Estamos enfermos, moribundos, por si no te has dado cuenta.-Dijo haciendo un gesto hacia la habitación de la Maru.-No merece la pena ni matarnos, simplemente nos dejan morir. No llegan alimentos, ni medicinas, la Guardia Real no aparece.

-Así que, en menudo agujero te has metido, muchachito.
-No pienso quedarme mucho tiem…
Pareció querer morderse los labios. El Notario y la Peligro lo miraron con profunda añoranza. Por fin, el viejo rompió el pesado silencio que se había alojado en aquella destartalada cocina.
-¿Tienes algún plan?

Pepo los miró mientras hacía algunos cálculos mentales. Podía entender perfectamente cómo se comunicaban dos partículas entrelazadas, pero no cómo lo hacían dos personas sólo con la mirada así que no sabía si le estaban entendiendo, le envidiaban o le aborrecían. Por fin, suspiró.

-Pretendo ponerme en contacto con La Ninja.

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