05-06-La Reina
Septiembre de 2013
-Espere aquí señor Barbosa, su Alteza le recibirá enseguida.
Matías inclinó levemente el cuerpo haciendo una reverencia al mayordomo de palacio como si éste fuese también miembro de la familia real. El mayordomo no mostró extrañeza, lo que le llevó a pensar que no era el primero que le confundía.
Pero él sí estaba impresionado.
Le habían comentado que el palacio del Rey era un sitio austero, para ser un palacio real, pero no lograba ver la austeridad por ninguna parte. Había pasado la verja, los jardines, el porche de la entrada, el vestíbulo, el mayordomo le había acompañado por unas lujosas escaleras de mármol hasta allí, en lo que parecía ser la antesala de algo mucho más importante, quizá el despacho del príncipe, o el del mismísimo monarca. Y todo le había dejado sobrecogido.
Ahora, se hallaba en una habitación rectangular, amplia, de paredes cubiertas por alguna madera exótica salvo la de la cara norte, formada en su totalidad por grandes ventanales que miraban a los jardines. Las otras estaba divididas en paños en cuyo centro podían verse cuadros y tapices de aspecto noble. Eran paisajes sin personas o con alguna escena de caza pero todo tenía aspecto de ser costoso y auténtico.
El mobiliario era escaso. De hecho, Matías Barbosa acababa de descubrir que no había ningún sitio en el que sentarse: “¿Será esta la austeridad?”, pensó.
Sin embargo, no era Barbosa un hombre al que la parafernalia le dejase impresionado demasiado tiempo. Estaba acostumbrado a tratar con gente inmensamente rica, a la que él, un bróker de reconocido prestigio y honorarios astronómicos, ayudaba para que sus enormes fortunas no dejasen de crecer.
De hecho, cuando una demostración de poder le dejaba sin aliento solía recordarse a sí mismo lo que él representaba para sus clientes: un factor multiplicador. Y con ello volvía a sentirse mucho más seguro y capaz. Ahora acababa de recordar lo que le había dicho el señor Borzegui: “Vas a un sitio en el que se creen que tienen el poder. Déjales que se lo sigan creyendo, el cliente siempre tiene la razón.”
Y parecía que hacerlo esperar en aquella sala sin sillas era eso, una demostración de poder.
Caminó lentamente hacia los ventanales para observar la luz anaranjada de la tarde chocar contra el verde intenso de los árboles.
Mientras tanto, en la planta de arriba, la princesa comprobaba en el espejo del vestidor qué tal le quedaban unos zapatos a juego con un bolso rojo. Se alisó el vestido y se giró de ambos lados para verse desde todos los ángulos. No le debió gustar demasiado porque se quitó los zapatos y los echó a un rincón junto con el bolso. Se dirigió de nuevo al estante de la izquierda, lleno de más zapatos y más bolsos. Un móvil vibró en un taburete tapizado de terciopelo junto al espejo.
Se acercó y miró el mensaje que acababa de recibir. Sonrió mientras tecleaba rápidamente una respuesta. Volvió a dejar el teléfono en el taburete y se miró un segundo en el espejo. Se sujetó el pecho por abajo y lo reajustó. Abrió un poco más el escote. El móvil volvió a sonar. Y la puerta también.
-¿Alteza?
Los dedos de la princesa parecieron volar sobre la pantalla táctil mientras elaboraban una rápida respuesta. La presencia de su doncella la incomodaba.
-Un momento Rosalía, me estoy vistiendo, salgo...
-Traigo un mensaje de su Alteza el Príncipe.-Contestó con brusquedad. Como si la procedencia del mensaje le diese autoridad para interrumpirla. –Es urgente.
“Qué querrá ahora”, dijo volviéndose a poner de mala gana los zapatos rojos que acababa de desechar. Sonó el móvil de nuevo, pero esta vez no lo cogió, salió del vestidor y se encontró con la doncella a punto de entrar.
-¿Qué desea su Alteza?
-Necesita que reciba a una visita. Su Alteza va a tardar aún un poco y quiere que el invitado no se sienta olvidado. Es importante.
-¿De qué se trata?
-Sólo me ha dicho que es un agente de inversiones.
-¡Ah…!-Dijo interpretando a alguien desesperado.-¡Le tengo dicho que no me meta en sus líos!
-Lo siento Alteza.
-No te preocupes. ¿Cómo estoy?
-Muy bien, Alteza. Como siempre.
-Gracias cariño. Sé que no me aprecias demasiado, como todos aquí, por eso agradezco tu cumplido.
-Alteza, yo… nosotros…
-Déjalo. Os entiendo. ¿Dónde está el invitado?
-En la sala de recepción.
-Avisa a Amalio, que lleven un refrigerio rápido. Tendré que improvisar.
A los pocos segundos, bajaba por la escalera hacia la primera planta seguida de la doncella, aún en estado de shock por su inesperada sinceridad. Cruzó el pasillo mientras ensayaba sonrisas más o menos falsas. De pronto se volvió:
-¿Cómo se llama?
-Matías Barbosa de…-La doncella se miró la palma de la mano.-BF Assets.
Siempre era igual, tenía que sacar la información al servicio con calzador, pero algún día se arrepentirían del vacío al que la sometían.
-Perfecto,-dijo ocultando su resquemor.-No tardéis con el refrigerio.
Abrió la puerta.
-¡Buenas tardes señor Barbosa!
-A… Alteza.-El bróker se sintió como un niño travieso curioseando por la ventana.
-Olvide los formalismos, llámeme princesa.
-Como usted desee.
-El príncipe está ultimando unos asuntos, y me he preguntado ¿necesitará algo el amigo Barbosa? Y aquí me tiene. ¿Cómo se encuentra?
-Es un honor, señora. Me encuentro…-Buscó las palabras justas.-Abrumado.
-No será para tanto. Y dígame, cómo está el tráfico, he de salir y no sé lo que me voy a encontrar.
-Eh…bueno… a esta hora como todos los días… infernal.
Se abrió la puerta y aparecieron cuatro criados con una mesita, una bandeja y dos pequeñas sillas.
-¿Le apetece tomar algo?
-Eh… bueno…-“Demonios”, pensó, “ya me habían hablado de ésta, pero la realidad supera a lo imaginado.”
Mientras el servicio disponía el aperitivo junto a las ventanas como si prepararan el romántico rincón de un restaurante, Barbosa echaba miradas de reojo hacia la princesa.
Era mucho más delgada que en la televisión. Además, a pesar de las operaciones a las que seguro se había sometido, seguía teniendo ese rictus de bruja asturiana que su rígida sonrisa no conseguía ocultar.
-Cuando su Alteza desee.
-Puedes traerme un Manhattan, Roberto. ¿Desea beber algo en particular?
-A… agua, seño… Altez… princesa. Sólo agua.
-Bien, tome asiento. Pueden irse, muchas gracias.-Dijo con una sonrisa falsa como los billetes de 250 euros.
Mientras la princesa y el bróker tomaban asiento, los criados salieron en fila. Al abrir la puerta, se pudieron escuchar carreras, puertas que se abrían y cerraban. Matías se sintió incómodo de repente, pensando que realmente no tendría que estar allí, pero la princesa no mostró la más mínima preocupación, o al menos la supo esconder bajo su bien aprendido gesto de calmado bienestar.
-Bueno, si su Alteza lo desea, podría ir presentando los productos…
-Oh, no se esfuerce. Ya sabe cómo somos las mujeres de esta santa casa, no sabemos nada de los negocios de nuestros maridos… mejor hablamos de algo divertido o intrascendente. ¿Sabe algún chismorreo?
-¿Co… cómo?-De nuevo estaba desconcertado.-Perdón Majestad… no entiendo.
-Majestad no, señor Barbosa. Majestad sólo son los reyes. Aún debe tratarme como a una princesa.
-Lo siento, princesa.
-Suena romántico… “princesa”.-Miró por el ventanal. Un viso de nostalgia brilló en su mirada un instante. Barbosa llegó a sentir cierta empatía. Pero el gesto cambio. Había visto algo allá afuera.
Un grupo de hombres corría por el jardín hacia el helipuerto. Creyó ver al príncipe, y aquél hombre viejo en la silla de ruedas era sin duda el rey.
-¿Pero… qué pasa?-Dijo apoyándose sobre la mesa para acercarse al ventanal. El generoso escote dejó entrever sus pechos operados.
-Cómo…- Matías retiró la mirada hacia el suelo.
-¡Amalio…!-Gritó como una verdulera mientras se levantaba de la silla.-¡Amalio coño…!¿Qué pasa?
La puerta de la sala se abrió dejando paso al mayordomo.
-Alteza… no sabría decirle, el Príncipe y Su Majestad el Rey han salido hacia el helipuerto.
-Eso ya lo he visto con mis propios ojos. Además iban corriendo, ¿qué ha ocurrido?
El mayordomo estaba, ahora sí, tremendamente nervioso.
-Han estado toda la tarde en el gabinete de seguridad, hablando por teléfono. De pronto llamaron a los guardaespaldas y salieron.
El sonido del helicóptero atravesó el grueso cristal de las ventanas mientras el aparato se elevaba por detrás de los árboles y giraba para pasar sobre el propio palacio.
-Pues vaya al gabinete de seguridad y averígüelo, diga que va de parte de la princesa.
-Como desee, Alteza.
El semblante de la mujer reflejaba una mezcla de preocupación y furia mientras murmuraba.
-¿Qué cojones…?
-Ejem…-Dijo Barbosa, de nuevo de pié delante de los ventanales.-Creo que será mejor que me marche, podemos concertar otra cita cuando su Alteza lo desee.
No era un ofrecimiento, era un deseo.
-No creo que pueda ir a ningún sitio.-Dijo por fin la princesa.-Su mirada ya no era de preocupación, sino de miedo.
-¿Tiene algún problema?
-Lo tenemos todos, si estos hijos de puta han salido corriendo es que algo malo pasa, aunque no logro imaginarme que… una amenaza de bomba, quizá. ¡Me cago en los muertos!
-Se…ñora, por favor…-Podía hacer años que Barbosa no se sonrojaba, ahora estaba rojo como un tomate.
En ese instante, un resplandor blanco intenso eliminó todo gradiente de color y sombra. La figura de la princesa fue absorbida por la luz como si se hubiese hundido en la niebla. Él sintió cómo los ojos le ardían. Los cerró pero siguió viendo la intensa luz. De pronto miles de cristales salieron arrojados en medio de una atronadora explosión. Sintió cuchillos que se le clavaban. Al dolor de los ojos se sumó ahora el de la espalda, las nalgas y las piernas que parecían estar siendo desolladas por cien carniceros.
El sonido pareció ser tapado, cubierto por una campana de silencio. Barbosa sintió que caía, caía…, caía…
-¡Noooo!-Gritó
Se incorporó de un salto, las sábanas estaban empapadas y le temblaban las manos cuando tanteó para encender la luz.
La habitación minúscula, prácticamente blanca con algunos detalles en azul eléctrico, le cegó. Cerró los ojos y esperó un buen rato para abrirlos.
Se había sentado en la cama. Resoplaba nervioso. Abrió los ojos mientras se intentaba secar el sudor de la frente con el torso de la mano, también empapado.
Miró el reloj: las 7:43.
-¡Mierda!-Se levantó y se dirigió a la pequeña puerta de esquinas redondeadas que había a su derecha.-¡Me he quedado dormido…!¡Mierda, mierda…!
Su figura era estupenda, para su edad, era alto, ancho de hombros y de piernas y brazos fuertes, aunque algo de grasa le afeaba la cintura. La piel de la espalda estaba marcada por mil cicatrices, como la de las nalgas.
Se metió en la angosta cabina de ducha y encendió los chorros de agua mientras meaba.
El agua salía con tal fuerza y temperatura que allá donde daba le hacía daño, pero no estaba para quejarse, debía ponerse en marcha de inmediato, debía volver a casa antes de que aquellas infectas latitudes terminaran por minarle la salud.
El agua se cargó de jabón y su piel empezó a cubrirse de espuma mientras él giraba sobre su vertical frotándose sin dejar de murmurar maldiciones. De nuevo el agua salió pura y la espuma fue barrida en unos segundos. Justo a tiempo de que cesaran los chorros y una fuerte corriente de aire caliente y seco acompañada por el rugido de los turboventiladores le rodeara como un torbellino.
Por fin cesó todo. Aún tardó unos instantes en recuperar el oído y poder escuchar el chirrido de su teléfono.
-¡Jooder…!-Dijo saliendo atropelladamente de la ducha.
Tomó el teléfono.
-¿Majestad?
-Buenos días, Barbosa.-Dijo una voz rota, cavernosa, tranquila, nada femenina.
-Estaba esperando a que fuera una hora decente para llamarla.-Mintió.
-Sabes que me gusta madrugar… ¿Cómo fue la entrevista con Gallardo? Ayer no pudimos hablar.
-No demasiado bien, majestad. El hombre está realmente enfermo, en las últimas diría yo. No está dispuesto a colaborar y no creo que pudiera hacerlo, de todas formas.
-No comprendes la talla de un héroe.-Tosió durante unos segundos.-Hay gente que no da una vida, da muchas vidas por su patria.
Barbosa respiró antes de contestar. Odiaba cuando ella se ponía trascendente. Él la había visto cuando no era más que una extraña indeseada en palacio. ¿De dónde sacaba toda esa jerga grandilocuente?
-De todas formas no está dispuesto. Eso me dijo.
-Pues tienes que volver y convencerlo. Necesitamos a Gallardo, aunque sea su última semana de vida.
-Pero… Majestad…
-No me interrumpas, valido. Tienes toda mi autoridad y todo mi poder para conseguir que acceda a nuestro deseo, pero no para venirte con las manos vacías. Si es esta tu opción, puedes quedarte por allí, te buscaremos algo que hacer.
Había pocas amenazas que pudieran ser tan duras como aquella. ¿Quedarse por allí?¿Para qué, para esperar a la muerte como todos aquellos infelices?
-Está bien, Majestad. Se hará como vos deseéis.-Engoló la voz para mostrarle aún más sumisión, algo que a ella le gustaba en particular.
-Así me gusta Barbosa. Espero tu llamada en no más de una hora.
Cortó la comunicación.
Se dejó caer sobre la cama, rendido. ¿Cómo podía obligar a un hombre a punto de morir a hacer nada? ¿Qué le podía ofrecer? Siempre supo que aquella misión era imposible, ahora además se había vuelto muy peligrosa. Tenía que pensar rápidamente.
Volvió a sonar el teléfono.
-¿Majestad?
-No se ponga nervioso, Barbosa, no soy “tú dueña”. Tenemos que hablar.
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