04.26: El último soplo





00:59

-Un minuto para activación.-Dijo la Oreja de Putin en la base Vostok II.
-Perfecto.-Sonó la voz al otro lado de la radio.-Puede hacer pasar a los otros.
El agente especial Iván Lyubímov sabía que este último mensaje no era para él. Sin embargo, un par de golpes hicieron temblar la puerta de su camarote.
-¡Abra la puerta, tenemos que hablar!

El agente permaneció en silencio, como si no estuviese allí.

-¡Abra la puerta, Lyubímov, inmediatamente!-La estrategia de hacerse el muerto le pareció de repente un tanto infantil, impropia de un agente secreto, así que se decidió por la maniobra dilatoria.
-¡Deme un minuto!-Gritó sin dejar de mirar la cuenta atrás de la pantalla.
-¡¿Sabe lo que acabamos de provocar?!
-No entiendo. ¿A qué se refiere?-Quedaban pocos segundos para que el trabajo que había estado preparando durante más de un año llegase a su fin, así que ganar tiempo era una tarea sencilla.
-¡Hundir la cuarta flota!

Lyubímov se echó para atrás hasta quedar contra el respaldo de su silla. Su rostro reflejaba preocupación y sorpresa.
-¿De qué flota me habla, comandante?
-A la cuarta flota norteamericana, naturalmente. La hemos hundido con los dos Shkval-N que ordenamos lanzar. Desde el Kremlin se preguntan quién ha dado las órdenes.

Tan cerca del fin y ahora aquello. Nadie le había comentado nada sobre la existencia de un despliegue de barcos norteamericanos tan cerca de la zona y, hasta alguien con tan poca empatía como él, podía intuir las consecuencias de un ataque tan directo a la primera potencia militar del mundo. Pero no quedaba tiempo para reflexionar, el contador marcaba cuarenta segundos para la demostración de fuerza más grande de la Historia y entonces ya no estaríamos hablando de un ataque a la primera potencia.

00:40

-Bueno, supongo que les habrá dicho quién le dio la orden a usted.
-Por supuesto. Y el ministro de defensa ya ha sido detenido. Ahora quieren saber quién se la ha dado a usted.

00:38

-¿Está seguro que es el Kremlin quién está preguntando eso?-Las dudas empezaban a pesar sobre las certezas en la cabeza de Iván  Lyubímov.
-Siempre estoy seguro de con quién hablo. Aunque ahora no sé realmente de qué parte está usted. ¡Abra la puerta de una puta vez!

-¿Qué ocurre ahí, Lyubímov?-Sonó la voz de la radio a través de los auriculares.
-Tenemos algún problema, señor, en el Kremlin están preguntando por el origen de la orden de disparar los dos torpedos nucleares. Pero es algo extraño, porque usted está en el Kremlin, ¿no es así, señor?
-¡Déjese de idioteces! Distráigales, estamos demasiado cerca para enredarnos en discusiones.

00:35

-Pero usted está en el Kremlin, usted me dijo que todo estaba bajo control.
-No haga caso. Conteste cualquier cosa y gane tiempo.

Lyubímov miró la pequeña esfera luminiscente que flotaba como por arte de magia a pocos centímetros de la consola de control. Siempre que se veía en una encrucijada odiaba esa torpeza suya para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Quizá por eso formaba parte del cuerpo especial de agentes secretos: siempre tuvo la necesidad de que alguien le ahorrase ese esfuerzo.
Pero ahora todo eran dudas: su jefe le decía que no se preocupase y sin embargo, tenía la molesta sensación de no estar haciendo lo que debía. 
-¡Un segundo, comandante!-Gritó girando la cabeza hacia la puerta de su camarote.-¡Ya casi estoy!

-¡Apártese!
Shishkin había logrado reacoplar la escafandra de buzo al costado del batiscafo Nautilus. Era la única manera de volver a él después de su breve pero sorprendente excursión extravehicular. Tras el esfuerzo de salir del traje y colarse por la escotilla, por fin se encontraba de nuevo en el interior de la nave.

Lo primero que hizo fue comprobar que tanto hélices como bombas volvían a funcionar. Resuelto el problema de movilidad, volvió pertrechado con un aparatoso contador geiger del tamaño de un bolso a la sala de trajes. Su compañero Sancho observaba, sin dar crédito, el cuerpo mojado y extrañamente saludable de la mujer que acababan de sacar del agua.

Shishkin acercó lo que parecía un micrófono al cuerpo inerte y el aparato que colgaba de su hombro repiqueteó con rapidez. El chico dio un salto hacia atrás asustado.
-Lo que me temía. Está muy contaminada.

Sancho empezó a sudar. Cualquier físico sabía qué era la radiación atómica, y precisamente por ello a él no le gustaba estar demasiado cerca. Pero no le extrañaba que el chico hubiese traído abordo el cadáver de una mujer radiactiva. Para Shishkin, las radiaciones alfa, beta o gamma eran sólo un tipo más de radiación, como la luz. Una actitud también propia de los físicos.

-Ahora mismo abro la escotilla y devolvemos el cadáver al agua.
El ruso lo tomó por el brazo y lo empujó hacia la compuerta que comunicaba la sala de trajes con el puente del batiscafo.
-No vamos a lanzar a nadie y menos a una mujer a la que aún le late el corazón.
Sancho pasó por el vano obligado por su compañero. Mientras cerraba la escotilla, Shishkin y él comprobaron cómo bajaba la frecuencia de clics del viejo geiger soviético.

-¿Está viva?- Miró por el pequeño ojo de buey de la escotilla. La mujer parecía dormida, sentada en el suelo con la espalda apoyada contra el mamparo del fondo y la cabeza inclinada sobre su pecho.-Cómo puede ser. Estamos a dos mil metros de profundidad y nada que no sea una criatura abisal sobrevive ahí fuera y menos sin protección.

-Pues está viva, mi viejo y nervioso amigo.-El ruso enganchó el contador geiger su soporte y se dirigió hacia el timón.-Y este puede ser el próximo misterio que tengamos que desvelar. Ahora, y sin que sirva de precedente, voy a hacerle caso. Siéntese y abróchese el cinturón, volvemos a Vostok.

“Está viva”, pensaba Sancho mientras ejecutaba las instrucciones de Sergei como un autómata.

00:30



El contador, bajo la atenta mirada de Lyubímov, parecía moverse con desesperante lentitud.
-No debe desconfiar de mi, comandante, recuerde cómo me llaman.-Parecía que en realidad era él quién necesitaba recordarlo.
-¡La oreja de Putin!-Sonó un coro de carcajadas al otro lado de la puerta.-Eso es un chascarrillo, parece que su dueño en Moscú no es demasiado poderoso. ¡Abra ya o tiramos la puerta abajo!
-Espere comandante, me estoy vistiendo.-La expresión “dueño” estaba cargada de malas intenciones y Lyubímov sintió por primera vez una sensación de desafecto que le hacía daño.

00:27

El batiscafo pegó un tirón hacia adelante y empezó a navegar con fluidez. Las luces e indicadores se movían por valores razonablemente seguros y todo parecía que volvía a la “normalidad”. Un golpe en la sala de trajes les recordó que no era así.
-Debe haberse caído. No se levante.-Indicó Shishkin.
Otro golpe.
Ambos se miraron extrañados. El ruso detuvo el empuje de las turbinas y el zumbido decayó.
-No se mueva, voy a echar un vistazo.
Sancho lo siguió con la mirada mientras se acercaba al ojo de buey de la escotilla. Sonaron unos golpes. Ahora no parecían fortuitos, sino intencionados.

La cara del joven investigador se puso a la altura del cristal circular de la ventana y un fogonazo en su interior le iluminó el rostro con un resplandor rojizo.
-¡Pero, qué diablos…!

00:24

-Derriben la puerta.-Dijo el comandante de la estación sacando su arma de la funda.- Vasilev, póngase al otro lado, dispare si ve que tiene un arma o intenta hacer o tocar alguna cosa.
-Será un placer comandante.
El comandante de la base Vostok II y el coronel Dmitri Vasilev se pusieron uno a cada lado de la puerta, cubriéndose con la gruesa pared de hielo del dintel, mientras dos rudos soldados se adelantaron al grupo de soldados que llenaban el pasillo con la intención de derribar la puerta a patadas.
-¡Enseguida abro!-Volvió a gritar Lyubímov.

Sin los auriculares había podido escuchar las órdenes del comandante con nitidez y por fin había tomado una decisión: Agarró la tapa de la caja sobre la que flotaba la pequeña bola luminiscente y la colocó sobre ella. La bola dejó de resplandecer y cayó suavemente sobre su hueco. Las consolas parpadearon y el agente terminó de tapar la caja.

Al otro lado de la puerta, los soldados miraron al comandante esperando la orden definitiva. Un gesto suyo y, con estudiada sincronización, los dos hombres pegaron con sus botas sobre dos puntos muy próximos a la cerradura de la puerta. Un número indeterminado de grietas en el hielo del dintel acusaron el impacto pero la puerta aguantó en su sitio.
Los soldados se prepararon para propinar el siguiente golpe.

00:20

Sancho se desabrochó el cinturón de seguridad y se puso junto a Shishkin. La pequeña ventana no permitía mirar a más de una persona a la vez, pero el español no tuvo ningún inconveniente en desplazar a su compañero de singladura para comprobar cómo la mujer que había al otro lado de ella ya no tenía el mismo aspecto. En su lugar encontraron a la extraña figura que habían visto detenerse en la superficie helada, entre el batiscafo y el gigantesco tornado antártico, hacía tan solo unos minutos. Parecía estar hablando.
-Nos quiere decir algo.
Shishkin pulsó un botón a la derecha de la escotilla. Una voz hombruna, casi gutural, brotó de un pequeño altavoz.
-…lir de aquí… cómo.
-Kto ty?-Dijo el ruso
-¿Quién es usted?-Repitió en español su compañero.
-No hay tiempo.-Respondió la criatura, también en castellano.-Debo salir de aquí ahora. No quiero hacerles daño.
-¿Qué pasa…?-Shishkin hablaba ahora en inglés.-¿Qué dice?

00:16

- Lyubímov, ¿qué ocurre? ¡Hemos perdido el control!
Pero las voces de la radio sonaban muy lejanas de los auriculares que colgaban inútilmente de la consola. El agente conocido como la oreja de Putin ya sólo obedecía sus propias órdenes.

Y no es que hubiese olvidado su cometido, simplemente que las circunstancias habían cambiado. Y para salvaguardar su misión había decidido disparar el mecanismo de activación de los súper-condensadores antes de que reventaran la puerta de su camarote.
Faltaban sólo quince segundos, no creía que por tan escaso tiempo los resultados fuesen a ser demasiado distintos.

Sonó otro par de patadas en la puerta. El marco de grueso hielo azulado saltó hecho añicos y la puerta cayó a peso muerto sobre el suelo provocando una nube de esquirlas de hielo le acribillaron el rostro. Su mano estaba sobre la tecla de ejecución, el comando de activación en manual en la pantalla y un nervioso cursor parecía pedir esa última pulsación con urgencia.
-¡No toque nada, Lyubímov!-Gritó el comandante mientras lo encañonaba con su vieja Makárov.
-Estamos hablando en serio.-Apuntilló el coronel Vasilev haciendo lo propio.

00:12



-Dice que la dejemos salir. Que no quiere hacernos daño.
Shishkin hizo un gesto de asentimiento. Sancho lo interpretó como una autorización y habló.
-Abra la escotilla del suelo, podrá salir al agua sin causarnos ningún mal.
-Gracias.
Sin perder tiempo, la enorme criatura negra y cárdena de pelo recogido con peinecillos, gafas oscuras de soldador, enormes pechos acerados y estructura ósea de jugador de la NBA se agachó sobre la escotilla, giró completamente la rueda de un manotazo y abrió la compuerta. Su imagen quedó reflejada en el agua tranquila de la exclusa.

Antes de desaparecer echó una última mirada al ojo de buey donde medio rostro de Sancho y otro medio de Shishkin compartían el círculo de cristal.
-Os debo una.

Los dos tripulantes giraron al unísono sus cabezas hacia la claraboya de la proa. Una burbuja fugaz pasó frente al batiscafo en dirección a la superficie.

00:08

-Ponga las manos donde pueda verlas.- Dmitri avanzaba con precaución pero decidido a apretar el gatillo.
-No se altere, coronel.-La oreja de Putin sopesaba la mirada de su oponente. Estaba claro que si pulsaba la tecla de ejecución aquél hombre iba a dispararle y entonces toda la gloria y el honor irían a parar a un cadáver, el suyo. Pero si no lo hacía, si no pulsaba el botón de ejecución, todo el proyecto quedaría cancelado y no habría ni gloria ni honor y él sería un traidor y aquél estúpido que le apuntaba a la cabeza sería un héroe. La decisión sólo podía ser una: Pulsó el botón.

Mientras La Ninja de los Peines ascendía a velocidad increíble hacia la superficie, sus dos inquilinos, Antonia López y Paco el Camboyano, intentaban recuperar el recuerdo de los últimos minutos.
-Eso fue una explosión atómica, ¿no Antonia?
-Puede ser Paco. Yo estoy tan perdida como tú.
-Pero, cómo hemos llegado a ese submarino.
La criatura atravesó la aun fracturada superficie del océano y continuó ascendiendo como un cohete.
Un hongo atómico frente a ella empezaba a difuminarse movido por una caótica lucha de vientos de dirección variable.
-No tengo ni idea pero mira… eso parece responder tu pregunta y creo que estamos volando.
-¡Cojones…!¡Volamos!
-Sí. Ahora disponemos de una energía desmesurada, supongo que tendrá algo que ver con la explosión nuclear.

Pero lo que más llamó la atención de Antonia no fue eso sino los doce enormes rayos de fuerza que se  prolongaban desde la ubicación de los súper-condensadores y se clavaban en el techo de nubes.
-¡Han disparado el artefacto!-Gritó la criatura cambiando de dirección para dirigirse hacia el rayo más cercano.
-Antonia, ¿qué piensas hacer?
-Hay que parar eso como sea. No se me ocurre otra cosa que ponernos encima.
-¡Que Dios nos coja confesados!

00:04

La consola tras el cuerpo de Iván, la oreja de Putin, mostraba ahora una rapidísima descarga de energía en los condensadores. Un seco estampido y un borbotón de sangre y sesos la casi por completo.
El cuerpo del agente especial Iván Lyubímov cayó hacia atrás arrastrando la mesa y dejando caer los ordenadores y la caja dorada que había ejercido de unidad de control remoto. La tapa de la caja se abrió y la perla de su interior salió despedida hacia la pared.

Los soldados adelantaron a Dmitri y el comandante de la base con la intención de tomar el camarote y evitar que algo o alguien pudiese hacer más daño. Nadie reparó en la pequeña bolita que, como una canica, rodó hasta quedar oculta bajo el camastro de Lyubímov.

00:02

Como si un enorme puño se hubiese estrellado contra su abdomen, el cuerpo de La Ninja fue lanzado al espacio exterior a casi la velocidad de la luz, empujado por el intenso rayo de energía. Otros once rayos se acercaban a ella en una trayectoria convergente de miles de kilómetros de longitud.
Antonia y Paco habían perdido todo control sobre la criatura pero no el contacto, podían ver perfectamente como La Tierra se convertía en un minúsculo punto azul en segundos.
 -Joder.-Logró decir Paco.

00:01

Los soldados tomaban el cuerpo inerte del agente secreto y lo retiraban de las maltrechas consolas. Una de ellas aún mostraba que apenas quedaba un 5% de energía en los súper-condensadores y que ésta se consumía gran velocidad.

00:00

En el espacio, a más de un millón de kilómetros del polo sur, once rayos de energía se unían en un punto del vacío, un doceavo rayo, teniendo que empujar la pesada carga del cuerpo de la Ninja de los Peines, llegaba rezagado.
De repente, en el punto de convergencia, apareció una minúscula partícula de materia extraña y el universo pareció combarse haciéndola más y más grande justo en el momento en que el cuerpo de la criatura llegaba al lugar. 

La energía proveniente de La Tierra pareció haberse agotado definitivamente y los doce rayos cesaron. El cuerpo de La Ninja de los Peines quedó atrapado en el agujero interdimensional, taponándolo durante una eterna milésima de segundo. De pronto, como una pelusa ante un aspirador, la criatura fue absorbida y el agujero se cerró. El universo quedó de nuevo en calma, sin agujero y sin Ninja de los Peines.


Próxima semana: 

Último Capítulo de La Ninja de los Peines 4: Ushuaia.

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