00:59
-Un minuto para activación.-Dijo la Oreja de Putin en la base Vostok II.
-Perfecto.-Sonó la voz al otro lado de la radio.-Puede
hacer pasar a los otros.
El agente especial Iván Lyubímov sabía que este último
mensaje no era para él. Sin embargo, un par de golpes hicieron temblar la
puerta de su camarote.
-¡Abra la puerta, tenemos que hablar!
El agente permaneció en silencio, como si no estuviese
allí.
-¡Abra la puerta, Lyubímov, inmediatamente!-La estrategia
de hacerse el muerto le pareció de
repente un tanto infantil, impropia de un agente secreto, así que se decidió
por la maniobra dilatoria.
-¡Deme un minuto!-Gritó sin dejar de mirar la cuenta
atrás de la pantalla.
-¡¿Sabe lo que acabamos de provocar?!
-No entiendo. ¿A qué se refiere?-Quedaban pocos segundos
para que el trabajo que había estado preparando durante más de un año llegase a
su fin, así que ganar tiempo era una tarea sencilla.
-¡Hundir la cuarta flota!
Lyubímov se echó para atrás hasta quedar contra el
respaldo de su silla. Su rostro reflejaba preocupación y sorpresa.
-¿De qué flota me habla, comandante?
-A la cuarta flota norteamericana, naturalmente. La hemos
hundido con los dos Shkval-N que ordenamos lanzar. Desde el Kremlin se
preguntan quién ha dado las órdenes.
Tan cerca del fin y ahora aquello. Nadie le había
comentado nada sobre la existencia de un despliegue de barcos norteamericanos tan
cerca de la zona y, hasta alguien con tan poca empatía como él, podía intuir
las consecuencias de un ataque tan directo a la primera potencia militar del
mundo. Pero no quedaba tiempo para reflexionar, el contador marcaba cuarenta
segundos para la demostración de
fuerza más grande de la Historia y entonces ya no estaríamos hablando de un
ataque a la primera potencia.
00:40
-Bueno, supongo que les habrá dicho quién le dio la orden
a usted.
-Por supuesto. Y el ministro de defensa ya ha sido
detenido. Ahora quieren saber quién se la ha dado a usted.
00:38
-¿Está seguro que es el Kremlin quién está preguntando
eso?-Las dudas empezaban a pesar sobre las certezas en la cabeza de Iván Lyubímov.
-Siempre estoy seguro de con quién hablo. Aunque ahora no
sé realmente de qué parte está usted. ¡Abra la puerta de una puta vez!
-¿Qué ocurre ahí, Lyubímov?-Sonó la voz de la radio a
través de los auriculares.
-Tenemos algún problema, señor, en el Kremlin están
preguntando por el origen de la orden de disparar los dos torpedos nucleares. Pero
es algo extraño, porque usted está en el Kremlin, ¿no es así, señor?
-¡Déjese de idioteces! Distráigales, estamos demasiado
cerca para enredarnos en discusiones.
00:35
-Pero usted está en el Kremlin, usted me dijo que todo
estaba bajo control.
-No haga caso. Conteste cualquier cosa y gane tiempo.
Lyubímov miró la pequeña esfera luminiscente que flotaba como por arte de magia a pocos
centímetros de la consola de control. Siempre que se veía en una encrucijada odiaba
esa torpeza suya para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Quizá por eso
formaba parte del cuerpo especial de agentes secretos: siempre tuvo la
necesidad de que alguien le ahorrase ese esfuerzo.
Pero ahora todo eran dudas: su jefe le decía que no se
preocupase y sin embargo, tenía la molesta sensación de no estar haciendo lo que
debía.
-¡Un segundo, comandante!-Gritó girando la cabeza hacia
la puerta de su camarote.-¡Ya casi estoy!
-¡Apártese!
Shishkin había logrado reacoplar la escafandra de buzo al
costado del batiscafo Nautilus. Era la única manera de volver a él después de
su breve pero sorprendente excursión extravehicular. Tras el esfuerzo de salir
del traje y colarse por la escotilla, por fin se encontraba de nuevo en el
interior de la nave.
Lo primero que hizo fue comprobar que tanto hélices como
bombas volvían a funcionar. Resuelto el problema de movilidad, volvió
pertrechado con un aparatoso contador geiger del tamaño de un bolso a la sala
de trajes. Su compañero Sancho observaba, sin dar crédito, el cuerpo mojado y extrañamente
saludable de la mujer que acababan de sacar del agua.
Shishkin acercó lo que parecía un micrófono al cuerpo
inerte y el aparato que colgaba de su hombro repiqueteó con rapidez. El chico
dio un salto hacia atrás asustado.
-Lo que me temía. Está muy contaminada.
Sancho empezó a sudar. Cualquier físico sabía qué era la
radiación atómica, y precisamente por ello a él no le gustaba estar demasiado
cerca. Pero no le extrañaba que el chico hubiese traído abordo el cadáver de
una mujer radiactiva. Para Shishkin, las radiaciones alfa, beta o gamma eran sólo
un tipo más de radiación, como la luz. Una actitud también propia de los
físicos.
-Ahora mismo abro la escotilla y devolvemos el cadáver al
agua.
El ruso lo tomó por el brazo y lo empujó hacia la compuerta
que comunicaba la sala de trajes con el puente del batiscafo.
-No vamos a lanzar a nadie y menos a una mujer a la que
aún le late el corazón.
Sancho pasó por el vano obligado por su compañero.
Mientras cerraba la escotilla, Shishkin y él comprobaron cómo bajaba la
frecuencia de clics del viejo geiger soviético.
-¿Está viva?- Miró por el pequeño ojo de buey de la
escotilla. La mujer parecía dormida, sentada en el suelo con la espalda apoyada
contra el mamparo del fondo y la cabeza inclinada sobre su pecho.-Cómo puede
ser. Estamos a dos mil metros de profundidad y nada que no sea una criatura abisal
sobrevive ahí fuera y menos sin protección.
-Pues está viva, mi viejo y nervioso amigo.-El ruso enganchó
el contador geiger su soporte y se dirigió hacia el timón.-Y este puede ser el
próximo misterio que tengamos que desvelar. Ahora, y sin que sirva de
precedente, voy a hacerle caso. Siéntese y abróchese el cinturón, volvemos a
Vostok.
“Está viva”, pensaba Sancho mientras ejecutaba las
instrucciones de Sergei como un autómata.
00:30
El contador, bajo la atenta mirada de Lyubímov, parecía
moverse con desesperante lentitud.
-No debe desconfiar de mi, comandante, recuerde cómo me
llaman.-Parecía que en realidad era él quién necesitaba recordarlo.
-¡La oreja de Putin!-Sonó un coro de carcajadas al otro
lado de la puerta.-Eso es un chascarrillo, parece que su dueño en Moscú no es demasiado poderoso. ¡Abra ya o tiramos la puerta
abajo!
-Espere comandante, me estoy vistiendo.-La expresión “dueño”
estaba cargada de malas intenciones y Lyubímov sintió por primera vez una
sensación de desafecto que le hacía daño.
00:27
El batiscafo pegó un tirón hacia adelante y empezó a
navegar con fluidez. Las luces e indicadores se movían por valores
razonablemente seguros y todo parecía que volvía a la “normalidad”. Un golpe en
la sala de trajes les recordó que no era así.
-Debe haberse caído. No se levante.-Indicó Shishkin.
Otro golpe.
Ambos se miraron extrañados. El ruso detuvo el empuje de
las turbinas y el zumbido decayó.
-No se mueva, voy a echar un vistazo.
Sancho lo siguió con la mirada mientras se acercaba al
ojo de buey de la escotilla. Sonaron unos golpes. Ahora no parecían fortuitos,
sino intencionados.
La cara del joven investigador se puso a la altura del
cristal circular de la ventana y un fogonazo en su interior le iluminó el
rostro con un resplandor rojizo.
-¡Pero, qué diablos…!
00:24
-Derriben la puerta.-Dijo el comandante de la estación
sacando su arma de la funda.- Vasilev, póngase al otro lado, dispare si ve que
tiene un arma o intenta hacer o tocar alguna cosa.
-Será un placer comandante.
El comandante de la base Vostok II y el coronel Dmitri Vasilev
se pusieron uno a cada lado de la puerta, cubriéndose con la gruesa pared de
hielo del dintel, mientras dos rudos soldados se adelantaron al grupo de
soldados que llenaban el pasillo con la intención de derribar la puerta a patadas.
-¡Enseguida abro!-Volvió a gritar Lyubímov.
Sin los auriculares había podido escuchar las órdenes del
comandante con nitidez y por fin había tomado una decisión: Agarró la tapa de
la caja sobre la que flotaba la pequeña bola luminiscente y la colocó sobre
ella. La bola dejó de resplandecer y cayó suavemente sobre su hueco. Las
consolas parpadearon y el agente terminó de tapar la caja.
Al otro lado de la puerta, los soldados miraron al
comandante esperando la orden definitiva. Un gesto suyo y, con estudiada
sincronización, los dos hombres pegaron con sus botas sobre dos puntos muy
próximos a la cerradura de la puerta. Un número indeterminado de grietas en el
hielo del dintel acusaron el impacto pero la puerta aguantó en su sitio.
Los soldados se prepararon para propinar el siguiente
golpe.
00:20
Sancho se desabrochó el cinturón de seguridad y se puso
junto a Shishkin. La pequeña ventana no permitía mirar a más de una persona a
la vez, pero el español no tuvo ningún inconveniente en desplazar a su
compañero de singladura para comprobar cómo la mujer que había al otro lado de
ella ya no tenía el mismo aspecto. En su lugar encontraron a la extraña figura
que habían visto detenerse en la superficie helada, entre el batiscafo y el
gigantesco tornado antártico, hacía tan solo unos minutos. Parecía estar
hablando.
-Nos quiere decir algo.
Shishkin pulsó un botón a la derecha de la escotilla. Una
voz hombruna, casi gutural, brotó de un pequeño altavoz.
-…lir de aquí… cómo.
-Kto ty?-Dijo
el ruso
-¿Quién es usted?-Repitió en español su compañero.
-No hay tiempo.-Respondió la criatura, también en
castellano.-Debo salir de aquí ahora. No quiero hacerles daño.
-¿Qué pasa…?-Shishkin hablaba ahora en inglés.-¿Qué dice?
00:16
- Lyubímov, ¿qué ocurre? ¡Hemos perdido el control!
Pero las voces de la radio sonaban muy lejanas de los
auriculares que colgaban inútilmente de la consola. El agente conocido como la oreja de Putin ya sólo obedecía sus
propias órdenes.
Y no es que hubiese olvidado su cometido, simplemente que
las circunstancias habían cambiado. Y para salvaguardar su misión había
decidido disparar el mecanismo de activación de los súper-condensadores antes
de que reventaran la puerta de su camarote.
Faltaban sólo quince segundos, no creía que por tan
escaso tiempo los resultados fuesen a ser demasiado distintos.
Sonó otro par de patadas en la puerta. El marco de grueso
hielo azulado saltó hecho añicos y la puerta cayó a peso muerto sobre el suelo provocando
una nube de esquirlas de hielo le acribillaron el rostro. Su mano estaba sobre
la tecla de ejecución, el comando de activación en manual en la pantalla y un
nervioso cursor parecía pedir esa última pulsación con urgencia.
-¡No toque nada, Lyubímov!-Gritó el comandante mientras
lo encañonaba con su vieja Makárov.
-Estamos hablando en serio.-Apuntilló el coronel Vasilev
haciendo lo propio.
00:12
-Dice que la dejemos salir. Que no quiere hacernos daño.
Shishkin hizo un gesto de asentimiento. Sancho lo
interpretó como una autorización y habló.
-Abra la escotilla del suelo, podrá salir al agua sin
causarnos ningún mal.
-Gracias.
Sin perder tiempo, la enorme criatura negra y cárdena de
pelo recogido con peinecillos, gafas oscuras de soldador, enormes pechos
acerados y estructura ósea de jugador de la NBA se agachó sobre la escotilla,
giró completamente la rueda de un manotazo y abrió la compuerta. Su imagen
quedó reflejada en el agua tranquila de la exclusa.
Antes de desaparecer echó una última mirada al ojo de
buey donde medio rostro de Sancho y otro medio de Shishkin compartían el
círculo de cristal.
-Os debo una.
Los dos tripulantes giraron al unísono sus cabezas hacia
la claraboya de la proa. Una burbuja fugaz pasó frente al batiscafo en
dirección a la superficie.
00:08
-Ponga las manos donde pueda verlas.- Dmitri avanzaba con
precaución pero decidido a apretar el gatillo.
-No se altere, coronel.-La oreja de Putin sopesaba la
mirada de su oponente. Estaba claro que si pulsaba la tecla de ejecución aquél
hombre iba a dispararle y entonces toda la gloria y el honor irían a parar a un
cadáver, el suyo. Pero si no lo hacía, si no pulsaba el botón de ejecución,
todo el proyecto quedaría cancelado y no habría ni gloria ni honor y él sería
un traidor y aquél estúpido que le apuntaba a la cabeza sería un héroe. La
decisión sólo podía ser una: Pulsó el botón.
Mientras La Ninja de los Peines ascendía a velocidad
increíble hacia la superficie, sus dos inquilinos,
Antonia López y Paco el Camboyano, intentaban recuperar el recuerdo de los
últimos minutos.
-Eso fue una explosión atómica, ¿no Antonia?
-Puede ser Paco. Yo estoy tan perdida como tú.
-Pero, cómo hemos llegado a ese submarino.
La criatura atravesó la aun fracturada superficie del
océano y continuó ascendiendo como un cohete.
Un hongo atómico frente a ella empezaba a difuminarse
movido por una caótica lucha de vientos de dirección variable.
-No tengo ni idea pero mira… eso parece responder tu
pregunta y creo que estamos volando.
-¡Cojones…!¡Volamos!
-Sí. Ahora disponemos de una energía desmesurada, supongo
que tendrá algo que ver con la explosión nuclear.
Pero lo que más llamó la atención de Antonia no fue eso sino
los doce enormes rayos de fuerza que se
prolongaban desde la ubicación de los súper-condensadores y se clavaban
en el techo de nubes.
-¡Han disparado el artefacto!-Gritó la criatura cambiando
de dirección para dirigirse hacia el rayo más cercano.
-Antonia, ¿qué piensas hacer?
-Hay que parar eso como sea. No se me ocurre otra cosa
que ponernos encima.
-¡Que Dios nos coja confesados!
00:04
La consola tras el cuerpo de Iván, la oreja de Putin,
mostraba ahora una rapidísima descarga de energía en los condensadores. Un seco
estampido y un borbotón de sangre y sesos la casi por completo.
El cuerpo del agente especial Iván Lyubímov cayó hacia
atrás arrastrando la mesa y dejando caer los ordenadores y la caja dorada que
había ejercido de unidad de control remoto. La tapa de la caja se abrió y la
perla de su interior salió despedida hacia la pared.
Los soldados adelantaron a Dmitri y el comandante de la
base con la intención de tomar el camarote y evitar que algo o alguien pudiese
hacer más daño. Nadie reparó en la pequeña bolita que, como una canica, rodó
hasta quedar oculta bajo el camastro de Lyubímov.
00:02
Como si un enorme puño se hubiese estrellado contra su
abdomen, el cuerpo de La Ninja fue lanzado al espacio exterior a casi la velocidad
de la luz, empujado por el intenso rayo de energía. Otros once rayos se
acercaban a ella en una trayectoria convergente de miles de kilómetros de
longitud.
Antonia y Paco habían perdido todo control sobre la
criatura pero no el contacto, podían ver perfectamente como La Tierra se
convertía en un minúsculo punto azul en segundos.
-Joder.-Logró
decir Paco.
00:01
Los soldados tomaban el cuerpo inerte del agente secreto
y lo retiraban de las maltrechas consolas. Una de ellas aún mostraba que apenas
quedaba un 5% de energía en los súper-condensadores y que ésta se consumía gran
velocidad.
00:00
En el espacio, a más de un millón de kilómetros del polo
sur, once rayos de energía se unían en un punto del vacío, un doceavo rayo,
teniendo que empujar la pesada carga del cuerpo de la Ninja de los Peines, llegaba
rezagado.
De repente, en el punto de convergencia, apareció una
minúscula partícula de materia extraña y el universo pareció combarse
haciéndola más y más grande justo en el momento en que el cuerpo de la criatura
llegaba al lugar.
La energía proveniente de La Tierra pareció haberse
agotado definitivamente y los doce rayos cesaron. El cuerpo de La Ninja de los
Peines quedó atrapado en el agujero interdimensional, taponándolo durante una
eterna milésima de segundo. De pronto, como una pelusa ante un aspirador, la
criatura fue absorbida y el agujero se cerró. El universo quedó de nuevo en
calma, sin agujero y sin Ninja de los Peines.
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