04.27: Epílogo





Acabado el trabajo de acumulación energética, los súper-condensadores se volvieron fríos y quedaron cubiertos por toneladas de hielo, muertos para siempre en las entrañas olvidadas de la Antártida. Las tormentas se fueron debilitando hasta desaparecer dejando el cielo nocturno del continente helado cubierto por su habitual y maravillosa corona luminosa.

Aun pasaron muchos días antes de que el hielo que enterraba la Isla Grande de Tierra del Fuego empezara a derretirse bajo el tímido calor del invierno austral. Entonces llegaron las inundaciones que fueron arrastrando todo a su paso ante la impotencia de los atónitos supervivientes.

Avalanchas de lodo y troncos terminaron por borrar del mapa todo vestigio de vida humana desde el paralelo 50 hasta el Pasaje de Drake. Pero algunas personas, luchadoras, rápidas, intrépidas o fuertes, lograron resistir al holocausto de una era glaciar que se fue tan rápido como llegó. El destino tenía para ellas nuevas y despiadadas sorpresas.

Porque el Mundo había cambiado en apenas setenta horas.

A la pérdida de la cuarta flota norteamericana no sirvió como desagravio la promesa de detención o fusilamiento de este o aquel culpable. Porque cuando la noticia de la pérdida llegó a Washington cayó con tal estruendo que las palomas salieron volando asustadas dejando el trono de la primera potencia mundial en las garras de los halcones.

Y los halcones pedían sangre, y la televisión pedía sangre, y el pueblo pedía sangre. Y nublados los sentidos por el rojo de la venganza, cientos de misiles nucleares salieron lanzados hacia el pérfido enemigo. Los sistemas de defensa se activaron, los contraataques se pusieron en marcha y en pocas horas ambos contrincantes daban golpes al vacío cual boxeadores sonados y maltrechos.

Y las televisiones dejaron de emitir. Y los ciudadanos dejaron de clamabar. Y la desgracia del Norte se superpuso como siempre a la del Sur.
Cuando Stella, Nicolás, Lucas, Encarnación, los policías y los superhéroes Tetsu Watanabe y Jean-Baptiste LeGrand fueron por fin rescatados, muertos de hambre y frío, flotando sobre una improvisada balsa de troncos, el drama importante no era ya el suyo, sino la pérdida de la cordura en el Mundo.

Al segundo día de conflicto, China intentó que los beligerantes recuperaran el sentido, y para ello tuvo que solicitar permiso para atracar una de sus naves en la Estación Espacial Internacional. Sus tripulantes, rusos y americanos horrorizados por el caos que se estaba desplegando bajo sus pies, accedieron a esa inusitada visita.

Fue la primera conferencia de paz que se celebró en el espacio. Desde allí, la contemplación del mundo precipitándose en el abismo impulsó a los astronautas a tomar la iniciativa. Los gobiernos de Estados Unidos y Rusia refugiados bajo toneladas de roca pudieron escucharse gracias a la intermediación de cuatro hombres y una mujer de tres continentes.

Y la guerra terminó.

Fue la guerra más rápida y destructiva jamás imaginada. Las costas este y oeste, así como el norte industrializado de América y los enclaves militares de ésta por todo el mundo habían sido reducidos a la nada. Millones de vidas habían desaparecido en horas, consumidas por el fuego infernal.

En Rusia, la República Rusa había desaparecido casi por completo, sólo Siberia y las repúblicas centro asiáticas parecían haber sobrevivido.
China, intacta, tenía ante sí un futuro incierto. Su capacidad de producción de bienes de consumo no le serviría para nada en un mundo sin infraestructuras, sin alimentos ni consumidores.

El Mundo había cambiado en setenta horas.

Mientras estas cosas pasaban en el Norte, en los restos de Ushuaia, Tetsu Watanabe, sabedor de la casi segura pérdida de su esposa y su hija pequeña en el apocalipsis nuclear, necesitó de toda su voluntad para levantar la cara y mirar al horizonte. Porque todo superviviente había perdido su pasado. Probablemente habrían ardido en las llamas de la locura sus padres, sus hermanos y sus amigos: Yuutu, el Notario, el comisario Gallardo, el viejo De la Fuente, la imprevisible Peligro, la bruja Maru y sus estudiantes, Manolo el del bar…

Jotabé fue el primero en reaccionar. Pareció ignorar la desgracia personal dedicando toda su increíble fuerza a ayudar a los supervivientes. Instalando el primer campamento de refugiados, localizando médicos, fontaneros, albañiles. Transportando madera, víveres, ayudando a reflotar algunas embarcaciones de pesca. Fue así como encontró en el destrozado puerto de Ushuaia a los tripulantes de un viejo batiscafo. Un joven ruso y un cincuentón de Pamplona.

Cuando le llegó a sus oídos la aparición de tan extraña nave cargada de extrañas historias, corrió entre los escombros como alma que lleva el diablo. Logró acercarse a ellos y escuchó lo que contaban. Y luego lo volvió a escuchar ante Watanabe y los otros.

Así supieron que Antonia y Paco habían hecho un último esfuerzo por salvar al Mundo. Fueron los únicos en creer lo que aquel par de físicos contaba y fueron los únicos que les abrieron las puertas de sus corazones, porque ya pertenecían al reducido grupo de humanos que habían visto y hablado con La Ninja.

Shishkin y Bermúdez se quedaron allí, ayudando a reconstruir aquél rincón apartado de la Tierra, lejos del infierno del Norte. Quizá algún día podrían volver a él, cuando pudiesen caminar por sus valles y beber el agua de sus arroyos. Cuando de nuevo existiera un futuro.

Pero esa es otra historia.


F I N

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