04.25: Duelos





Ajena a las desgracias que se avecinaban desde el polo Sur, o quizá viviendo un adelanto, la ciudad de Ushuaia había desaparecido bajo un desierto de dunas blancas. El viento huracanado lanzaba los copos de nieve como dardos contra todo aquello que osara asomar sobre el manto nevado.

Hacia el norte, del Hotel La Nación sólo asomaba la chimenea, limpiada de vez en cuando por su inquilino más fuerte, aunque ya apenas si salía un fino hilo de humo. En el interior, a la luz del pequeño fuego y algunas velas aromáticas de las que gustaban tanto a Stella, un grupo de hombres y mujeres empezaba a preguntarse cuándo acabaría todo, si bien mantenían un cierto tono de humor gracias a las historias que contaba un francés extrañamente dicharachero que además hacía de improvisado deshollinador. Sus extraños y divertidos amigos que tenía a miles de kilómetros de distancia le llamaban por sus iniciales, que curiosamente eran las de una conocida marca de whisky.

-Pero… esa señora ¿no es bruja de verdad?
-Si la viegas, Nicolás, digías que sólo le falta la escoba, aunque debegía seg una escoba bien gesistente.-Jotabé hablaba con tono distendido, sonriendo de oreja a oreja, contagiándolos con su juvenil optimismo.-Pego no, no es una auténtica bguja. Es una fagsante con mucho teatgo.

Un ruido arriba los interrumpió.
-Debe seg Tsetsu. Disculpadme un segundo.
El francés subió corriendo las escaleras para despejar alguna ventana de nieve en la planta de arriba y facilitar el regreso de su amigo, sus impresionantes condiciones físicas le permitían hacer de quitanieves, aunque a cambio devoraba provisiones como una excavadora.

Hacía poco más de un minuto que Watanabe, el japonés que le acompañaba, había salido a buscar algunas provisiones cuando ya estaba de regreso. Además, necesitaban urgentemente calmantes para a la agente Irma Gutiérrez cuyo muñón le quemaba.
-Pensé que se le olvidó algo.-Dijo Nicolás sonriendo sorprendido a su señora mientras los dos super-héroes bajaban un gran paquete de cartón desde la planta de arriba.-¡Y resulta que ya vino con los recados!

El paquete envolvía un radiador de queroseno.
-Buena idea Watanabe, esto es mucho más eficiente que la chimenea.
-Sí, pero no es tan… romántico.-Stella, con cierta melancolía, agarró aún más fuerte a su marido.

Todos miraban al que acababa de entrar, porque aunque Stella, Nicolás, el cabo Luis Castro, los agentes Santos y Manrique, la valenciana marchosa Encarnación y su amigo, el pijipi Lucas sabían la velocidad que era capaz de alcanzar el japonés, seguían sin explicarse cómo podía hacerlo alguien que tenía el aspecto de un colegial nipón.

-Debemos apagar la chimenea y colocar esto en el hueco. Y aquí está la morfina.-Watanabe se la pasó directamente a Stella y se puso a desembalar el radiador mientras jadeaba aún por el esfuerzo.-Ushuaia está enterrada en nieve. La gente debe estar pasándolo muy mal.
-¡Dios mío…!-Dijo Stella levantándose.-¡Nuestros amigos… no quiero ni pensarlo!
-Seguro que hay muertos y atrapados… Desde luego, parece un cementerio.
-Ayudadme a limpiag todo esto.-Jean Baptiste echó una mirada de reproche a su compañero que este no captó.-Necesitamos algo paga depositag la ceniza.

El extraño teléfono celular de Watanabe sonó en su bolsillo. El japonés dejó el radiador a medio desembalar y contestó.
-Watanabe.
En ese momento, nadie le miraba. Jotabé apagaba el fuego, con la ayuda de Lucas y Nicolás, Stella entraba con Castro en la habitación donde Irma se removía inquieta y la valenciana le hacía ojitos a los dos agentes que se miraban con complicidad. Si alguno de ellos no hubiese estado en otra cosa, habrían sabido que algo no iba bien. El rostro del japonés había palidecido de repente.

Abría la boca para preguntar algo, pero al otro lado de la línea parecía que le tomaban la delantera con las respuestas. Fue una conversación breve, el teléfono colgó y él se dejó caer sobre el sillón que tenía a su espalda.
-Nan Amaterasu wa, watashitachi o awarende…

-Tomá esta alfombra vieja, servirá para sacar toda la porquería de la chimenea.
Cuando Jotabé se giró para echar la leña y la ceniza vio a su amigo sentado con la cabeza inclinada sobre sus manos juntas, como si estuviese rezando.
-Tetsu… ¿qué te ocugge?
El japonés levantó la cara. Sus ojos estaban vidriosos  aunque su semblante seguía siendo serio e inescrutable, como siempre.
-La Ninja ha desaparecido.

Todos dejaron lo que estaban haciendo. Watanabe había dicho La Ninja pero ellos escucharon la niña porque aún recordaban a la pequeña que había estado enredando por allí no hacía ni medio día.

Jotabé se incorporó y se limpió las manos llenas de hollín en el pantalón. Lo miró un instante. No era Watanabe hombre de bromas, así que se temía lo peor. Tragó saliva y por fin se atrevió a preguntar.
-¿Qué quieges decig?

-Me han llamado de la Fundación. La unidad de comunicaciones de La Ninja ha dejado de existir, al menos eso indica el nodo de comunicaciones.
-Estará fuera de alcance, o sin batería.-Intentó explicar Nicolás.
-Eso es imposible.-contestó tajante.-Ha tenido que desaparecer, desintegrarse.
-Pego, no puede seg. La unidad de la Ninja ega especial, estaba blindada, pgepagada paga sopogtag su fuego, su bategía ega de pog vida...
-La unidad ha dejado de existir mientras varios sismógrafos detectaban lo que parecen ser dos explosiones nucleares en el Pasaje de Drake.

-Explosiones. ¿De qué estás hablando?-Jotabé se arrodilló junto al japonés y le agarró por los hombros. Parecía que quisiera que dejara de decir tonterías.
-Pepo avisó de la pérdida de la unidad de comunicaciones. En ese instante algunos de sus amigos le reportaron lecturas de sismógrafo que los expertos identifican como explosiones nucleares. Triangulando han aproximado las coordenadas al lugar donde debería estar La Ninja. Ha sido hace un minuto y aún están haciendo cálculos.
-Es demasiado pgonto. Segugo que es un eggog.
El japonés levantó la cara y miró a Jean Baptiste.
-No. Pepo dice que la unidad no pierde la comunicación con el nodo a menos que sea desintegrada. Y las dos explosiones… Es demasiada casualidad.



Cuando Stella y Castro abandonaron la habitación, tras sedar de nuevo a la agente Gutiérrez, se encontraron al japonés y al francés abatidos en los sillones mientras que el resto intentaba encajar el radiador en el hueco de la chimenea.

La dueña del hotel miró a su marido y le hizo un gesto de extrañeza, Nicolás dejó al grupo y se puso a su altura.
-Hay problemas…
-Pues ahora me los contás. Tenemos que traer aquí a la pobre Irma, ahí hace demasiado frío.

En el mar que une los océanos Pacífico y Atlántico, donde tantos aventureros naufragaron, la cuarta flota empezaba a llegar al lecho marino ante la mirada de extrañas criaturas abisales mientras Sancho, en el interior del Nautilus, esperaba agarrado a la silla de su compañero Sergei Shishkin a que el navío se estabilizara después de haberse sumergido a la fuerza centenares de metros.

El ruso parecía que salía de la inconsciencia provocada por el seco golpe disuasorio del español. Sancho se alegró, era mejor que estuviese consciente cuanto antes, porque la luz de integridad estructural estaba en rojo, pero además, un irritante pitido parecía anunciar el fin de la travesía.

- Chto… sluchilos?
-Espera, compañero.-Le dijo en inglés desde el suelo.-No te muevas.
La sugerencia era innecesaria.

-¿Me has a… atado?-Empezó a removerse con furia.-¡Me has pegado!
-También te he salvado la vida.
-¿Ah, sí? ¿Porque no me has dado más fuerte?
-No. No sé lo que ha pasado.-El batiscafo ya casi se balanceaba dulcemente.-Una explosión en la superficie, menos mal que estábamos a bastante profundidad.
-Desátame, ese pitido no anuncia nada bueno.

Sancho se logró poner en pié. Tenía una brecha en la frente que le sangraba, aunque no era grave, y las manos magulladas por los intentos por agarrarse a cualquier cosa y, en general, le dolía todo su cuerpo de cincuentón grande y pesado.
-Lo siento Sergei. Teníamos que irnos.
-¿Sabías lo de la explosión?
Sancho comprobó que también debía de estar aturdido porque el nudo se le estaba resistiendo.
-Cómo iba a saberlo. Sólo pretendía salir de allí por el tornado. ¡Mierda…ya está!

El ruso se quitó el cinturón de seguridad y se echó la mano a la nuca.
-No te vas a morir. Solo es una magulladura.
Le respondió con un gruñido mientras se acercaba a la consola para leer los datos de decena de indicadores.
-Tenemos daños en el casco.
Movió una palanca. El sonido era apagado, casi sordo.
-Puede que las turbinas no funcionen.
Movió otra palanca con igual resultado.
-Y las bombas.
-No jodas… ¡por favor!
-Intentaré revisar el exterior.
-Imposible. Estamos a más de dos mil metros de profundidad.
-Para eso también hay solución. Aparte.-Dijo mientras se quitaba la máscara de descompresión. Sancho agradeció poder hacerlo también. Ambos quedaron con la cara marcada por el contorno de goma de las mascarillas.

El español se echó a un lado para dejarle acercarse a la escotilla que estaba a sus espaldas. El ruso empezó a girar la rueda.
-¿¡Vas a entrar en el reactor nuclear!?
El chico abrió la compuerta y metió una pierna pero se detuvo para volverse.
-A ver si te calmas, amigo. El reactor nuclear está en la cubierta de abajo, en la popa, detrás de una gruesa pared de plomo, si no, estaríamos vomitando desde hace varias horas.- Desapareció en el interior de la cámara.-¡Voy a por un traje para salir!

La expresión de Sancho cambió. Era cierto, estaba histérico. No dejaba de pensar en sí mismo, en su casa, su familia, su trabajo. Hasta echaba de menos a su ex esposa. No estaba siendo consciente de que se encontraban en una situación que requería toda su atención y a la que, por supuesto, le sobraban los gritos.
Inspiró profundamente y se propuso comportarse como un hombre.
-Está bien… ¿Necesitas ayuda?
-Claro, esto no es un pijama.-Gritó el otro desde atrás.



La cámara tenía dos bancos semicirculares en torno a una escotilla central con la forma de la tapadera de una gran olla a presión. Algunas taquillas y dos escotillas más pequeñas y cuadradas en ambos costados. Sergei movía la de la derecha.
-El traje está en el exterior.-Dijo adelantándose a la siguiente pregunta.-Acoplado a esta escotilla.
Efectivamente. Tras la primera compuerta había otra un poco más pequeña cerrada con cuatro pernos. El chico empezó a levantarlos.
-Yo entro por aquí y tú cierras las dos escotillas. He dejado encendido el intercomunicador y las luces exteriores. Cierra bien o moriremos en el acto.
-De acuerdo. No te preocupes.
-Ayúdame a meterme dentro.

El español tomó al chico y lo levantó con facilidad hasta que éste pudo introducir ambas piernas por la escotilla. Estuvo tanteando un instante antes de desaparecer por el agujero.
-Cierra ya.

Con toda la fuerza que pudieron usar sus doloridas manos, Sancho fue apretando uno a uno los pernos de la segunda escotilla. Luego cerró la mayor y giró la rueda hasta que ya no pudo más. Dio un par de golpes en la pared.
-Ve al puente.-Sonó una voz metálica en alguna parte.-Necesito que toques algunos controles.
El español saltó por encima del mamparo que servía de marco a la compuerta y tomo posición junto al timón.
-Ya está.
Sintió un sonido metálico en la parte trasera y al cabo de un instante vio aparecer la figura de un buzo con una gran mochila a sus espaldas. El traje era todo de acero, con articulaciones de esferas en codos, hombros y rodillas. Unas pequeñas turbinas que se movían a los costados de donde debería tener las caderas le daban un aire galáctico, como el casco, una gran bola de cristal. Una gruesa manguera que salía bajo la mochila parecía mantenerlo unido a la nave y volvía a situar las cosas en el siglo pasado.
-Se te ve bien, pareces un astronauta.
-Voy a la popa, para ver el estado de las hélices. Mantente a la escucha y no toques nada hasta que te lo diga.

En el pequeño camarote de Ivan Lyubímov, la Oreja de Putin en la base Vostok II, el reloj contaba segundos hacia atrás. Aún restaba tiempo para que llegara el momento en que los súper-condensadores se convirtieran en súper-generadores. Eso es lo que creía él al menos.
-¿Estás ahí?
-Sí, señor.
-Han detonado los dos Shkval-N. Parece que el obstáculo ha sido eliminado.
-La cuenta atrás continúa, falta un minuto y cuarenta y tres segundos.
-Perfecto.
-¿Puedo hacerle una pregunta, señor?
-Pregunte Lyubímov.
-¿Está usted manejando ahora mismo las consolas?
Iván creyó oír algún murmullo pero la radio era muy antigua y había mucha estática.
-No, es alguien de “más arriba”. No se preocupe, estamos en buenas manos.

El agente miró la pequeña perla resplandeciente que flotaba a pocos centímetros del teclado con desconfianza. No conocía nada igual. Algo que se sustentara en el aire, sin más, y tan pequeño. Aunque en realidad, en los últimos meses había conocido cosas que jamás hubiese pensado que se podían fabricar.
Pero aún así aquél extrajo objeto azulado le tenía absorto.

-Sólo era una pregunta, señor. Tengo plena confianza en usted.
-Eso está bien, Iván. Cuando todo esto termine, usted y yo pasaremos a la historia de nuestro país.
-Será un honor, señor.

En el batiscafo se escuchaban golpes metálicos en la popa.
-Bermúdez. Vaya a al compartimento de trajes y siga mis instrucciones. Rápido.
El español no se atrevió a preguntar, so pena de parecer un nervioso e inútil pasajero. Sin rechistar siguió las instrucciones de Sergei.
-Ya estoy aquí. ¿Qué quieres que haga?
-Cierre la escotilla que da al puente.

Todo aquél juego de puertas, compuertas, manijas y manivelas le resultaba agotador, pero suponía que a esa profundidad la estanqueidad era vital.
-Ya está. Cerrada y atorada.
-Bien. En la pared del fondo verá un par de indicadores. Son la presión interior y exterior.
-Los veo, un momento que me acerco.
Sancho pasó rodeando la escotilla del suelo hasta llegar al otro extremo de la cámara.
-No marcan lo mismo. Hay una diferencia de casi tres atmósferas.
-Perfecto. El equipo está intentando igualarlas aunque aún no lo ha conseguido. Intentaremos ayudarle: Abra la válvula que hay a la derecha, la de color rojo. Debe conseguir que los dos indicadores marquen lo mismo.

Al abrir la válvula se oyó entrar aire. El sonido iba incrementando la presión interior a gran velocidad, según marcaba la aguja. Sancho empezó a sentirse ahogado y se le iba la cabeza.
-¿Esto es necesario?
-Imprescindible, si queremos abrir la compuerta del suelo.
-Bien.-Tosió con dificultad.- Ya estamos a la misma presión.
-Puede que se sienta mal o le duela la cabeza, no se preocupe, en unos minutos se le pasará. Abra la escotilla del suelo.

Sancho se arrodilló y empezó a mover la rueda. El esfuerzo era demasiado. Le faltaba oxígeno porque no podía expulsar el aire de los pulmones y además las sienes le quemaban. Por fin, un sonido leve y la escotilla se entreabrió suavemente. Una mano metálica la empujó hacia arriba haciéndola pivotar sobre sus goznes y dejándola caer hacia uno de los lados. La burbuja de cristal con la cabeza de Shishkin asomó sobre la superficie del agua.
-He encontrado lo que impedía que nos moviéramos. Ayúdeme a subirla, pesa bastante, me imagino que cuando salga del agua será mucho más pesada.
La cabeza volvió a desaparecer y en su lugar apareció algo que en principio Sancho no supo reconocer. No esperaba encontrar aquello en ese lugar. Era la cabeza de una mujer, sin escafandra, ni traje. Aparentaba unos cuarenta años, su pelo mojado y negro le cubría el rostro. Parecía dormida, Sancho sabía que debía estar muerta.

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