04.23-Yuri Dolgoruki




El primer oficial de radio del K-535 salió de la cabina arrancando la tira de papel sin esperar a que la radio terminara de escupirla.

El Yuri Dolgoruki era uno de los nuevos submarinos estratégicos de la clase Borey (Bóreas), el dios griego que era capaz de cambiar las estaciones del año.
Fabricados ya por la Federación Rusa, el submarino era tan nuevo que nadie podía saber cómo era, aunque la Redes estaban llena de referencias, todas contradictorias: ¿Dónde mejor sitio para ocultar un árbol que un bosque?

No obstante, era un novato en las aguas, apenas hacía cinco años que había salido de los astilleros, muchos años después que sus veteranos y mastodónticos compañeros de la época soviética.

No era pues un enorme submarino, y aunque su longitud equivalía a la de un edificio de sesenta plantas, su velocidad, maniobrabilidad y aislamiento lo convertían en un rápido y silencioso atacante. Ahora que las guerras se desarrollaban sobre los desiertos, tener un submarino de esas características parecía más un capricho que una ventaja estratégica, pero cómo ya se sabe, los militares son muy caprichosos.

A pesar de sus muy innovadoras soluciones, o quizá debido a ellas, el Yuri Dolgoruki no era espacioso. Sus angostos corredores tenían casi el mismo ancho del de los viejos u-boat de la segunda guerra mundial, así que, corriendo por la crujía camino del camarote del capitán, el oficial chocaba con todo el que se encontraba. Los marineros empezaron a protestar, porque en circunstancias normales, en un submarino todos son compañeros.

Pero aquello no eran circunstancias normales. En la mano llevaba la impresión de un comunicado emitido por la base operativa Vostok II en el que se daban órdenes precisas para iniciar un ataque. El mensaje estaba codificado, sólo la palabra срочный indicaba su carácter urgente. Pero las cuatro letras siguientes, неяа, se sabía que significaban ataque nuclear inminente, eso les habían enseñado en el centro de adiestramiento. Y esas dos palabras “urgente” y “neyaa” palpitaban en la mente del oficial cuando se detuvo ante la puerta del camarote de Nikolai Milashevsky, a la sazón, capitán del submarino más moderno de cuantos surcaban los mares.

-Adelante-Respondieron desde el interior sin esperar a que nadie llamara o abriera la boca. Así era Milashevsky, un tipo sagaz, tranquilo y frío.
-Capitán. Hemos recibido esto.-Le entregó el papel.
Nikolai apartó la mirada del libro que estaba leyendo, tumbado en su camastro, y miró a los ojos al oficial de radio que le extendía la estrecha banda de papel.
-¿Es grave?
-Es urgente.

El capitán marcó la página por la que iba leyendo sin alterarse y dejó el libro bajo la almohada. Luego se incorporó y tomó el papel. A pesar de su extensa preparación y sus singulares capacidades, los códigos secretos del mensaje seguían siendo un misterio para él, así que extrajo del bolsillo de su camisa una pequeña calculadora, abrió su tapa e introdujo la cinta por una pequeña ranura de su costado. La cinta empezó a perderse en las entrañas del aparato lentamente.
Un display de caracteres fluorescentes solicitó su identificación. Nikolai volvió la cara para comprobar que el oficial de radio se había dado la vuelta, como sabía que también le habían enseñado durante el adiestramiento. Tecleo algunos dígitos y esperó.

El display mostró una secuencia de números. Ahora sí sabía de qué se trataba.
-Bien, oficial. Vuelva al puesto de radio y de zafarrancho de combate, aún tienen que venir un par de mensajes más. Hágamelos llegar al puente.-Dijo mientras cerraba la máquina de claves y la volvía a guardar en su camisa.
-A sus órdenes capitán.
Y tanto uno como otro salieron del camarote corriendo, aunque en direcciones contrarias. El capitán se dirigió hacia el puente, girando primero a la izquierda y subiendo una escala metálica que pasaba por una estrecha escotilla. El oficial giró a la derecha para volver a la cabina de telecomunicaciones, donde el suboficial continuaba escuchando lo que las boyas-antena, a medio kilómetro sobre ellos, captaban en contacto con la capa de hielo del Pasaje de Drake.

-¡Capitán en el puente!
Dijo el segundo en tono ceremonioso aunque rutinario.

El puente del K-535 era una cámara estanca de 3 por 10 metros que ocupaba casi toda la torreta. En él, los oficiales de armamento, detección, guerra electrónica y pilotaje desarrollaban su trabajo entre una maraña de pantallas y controles dispuestos por las paredes. En el centro, una pequeña mesa y los periscopios del capitán y el segundo. Milashevsky se dirigió a éste último y le entregó su máquina de claves.
-Deme posición y orientación. Tome, introduzca estos códigos en dos Shkval-N y ármelos a la espera de los mensajes de disparo.
El segundo tomó la máquina de claves de la mano del capitán y la abrió. Hizo un rápido cálculo mental.

-Espero que sea un simulacro, esto está aquí al lado.
-Simulacro o no, disponga también los planes para una acción evasiva inmediata.
-Está bien. Piloto, suba hasta los noventa metros de profundidad y gire la nave para ponerla en dirección a las coordenadas que le voy a dar.
Las luces se tornaron rojizas mientras la megafonía del submarino empezó a lanzar un zumbido grave y apremiante. La voz del oficial de radio sonó estridente.
-Zafarrancho de combate, todos a sus puestos. El personal médico deberá tomar las posiciones preasignadas. Quedan anulados todos los permisos y bajas. Todos a sus puestos…

El capitán se giró hacia las pantallas de sonar, identificando algunos de los puntos que en ella aparecían.
-¿Cómo siguen nuestros amigos de la cuarta flota?-Le dijo a uno de los operadores tocándole en el hombro.
-Siguen atrapados, capitán.
-Igual reciben un regalo de la Madre Rusia.

Mientras, a doscientos kilómetros al suroeste, las lanchas anfibias del USS Belleau continuaban su lento avance contra el infernal viento lateral en dirección al mar de Weddell. Hacía tiempo que La Ninja les había adelantado, aunque nadie pudo siquiera distinguir su figura ni su estela.



Faltaban escasos segundos para que el engendro se encontrara con el batiscafo Nautilus que ya ascendía a una buena velocidad de veinte nudos hacia la corteza helada del mar. En su interior, tanto el joven científico ruso Sergei Shishkin como el veterano astrófísico español Sancho Bermúdez, observaban fijamente la claraboya ahora acorazada que tenían en frente atados a sus respectivas sillas y con sendas mascarillas de descompresión.

Sólo se escuchaba su respiración, el zumbido del reactor nuclear y los quejidos metálicos de la nave mientras la gruesa coraza que lo envolvía se hinchaba a consecuencia del descenso acelerado de la presión exterior.

Sancho creía empezar a ver luz frente al batiscafo, la escasa luz que podía filtrarse a través de del hielo, pero no era esa luz la que le llamaba la atención, sino la de un grosero indicador naranja que parpadeaba sobre el rótulo: Integridad Estructural.

-Agárrese fuerte, doctor Bermúdez, vamos a impactar en… cinco, cuatro, tres…
Ahora si veía la luz, una luz gris y molesta que subía de intensidad sin parar. Llegó incluso a ver la superficie de hielo ante el batiscafo. Pero eso sólo fue una décima de segundo antes de que todo se volviera loco.

Un impacto descomunal le lanzó hacia adelante haciendo que el doble cinturón de seguridad le oprimiera el pecho dolorosamente. La raquítica sillita sobre la que estaba sentado crujió lastimera, pero aguantó sus cuatro patas atornilladas al piso. En la claraboya, el cielo se abrió paso al retirarse el hielo fracturado en mil pedazos. La nave saltó sobre la superficie como una ballena metálica.

El sentido del equilibrio le falló, todo le daba vueltas y tuvo que contener las náuseas que le habrían hecho vomitar bajo la máscara de descompresión. Utilizó el piloto naranja que parpadeaba como punto de referencia.  Y de repente, el batiscafo quedó un segundo suspendido en el aire para luego caer a peso muerto sobre el agua del agujero que acababa de abrir. Los movimientos se fueron haciendo cada vez más suaves y acompasados. Por fin, un dulce balanceo le dejó flotando y todo volvió a la calma. El piloto naranja se puso verde.

-No se quite la máscara, doctor. Podría sufrir una embolia.
-¡La ostia!-Dijo intentando no toser.-¿Está todo bien?
-Sí, no hay ningún problema. Pero aun tenemos que ver si mis cálculos eran correctos y estamos en el lugar idóneo.
-Espero que sí. No tengo ganas de repetir esto.

La impetuosa aparición del batiscafo en superficie fue presenciada a cámara lenta por Antonia y Paco porque ocurrió justo delante de los ojos de la Ninja. Inesperadamente, el hielo empezó a ascender delante de sus pies obligándola a dar un salto de centenares de metros que la criatura ejecutó de forma autónoma, sin que sus dos tripulantes hubiesen tenido tiempo ni de reaccionar.

Pero al descender, Antonia detuvo a la Ninja. Su alta temperatura hacía que el hielo bajo sus pies empezara a derretirse, pero tanto ella como Paco tenían la necesidad de ver qué era aquello que había salido del agua.

Por un instante, tanto Sergei, como Sancho vieron a través de la claraboya y la ventisca una extraña figura de mujer que les miraba curiosa inclinando la cabeza hacia un lado.

-¿¡Qué ostias es eso!?  
-Parece una mujer.
-¿Una mujer, aquí en medio?

La Ninja reanudó su marcha. Para los tripulantes del Nautilus simplemente desapareció.
-¿Has visto?
-Estoy viendo. Olvídate de la mujer. Mira al fondo.

Un colosal tornado de vapor de agua se alzaba ante sus ojos perdiéndose en un torbellino de nubes a kilómetros de altura.
-Joder… es… inmenso.



Frente al Nautilus, aún a muchos kilómetros de distancia, una de las fumarolas de vapor de uno de los super condensadores electromagnéticos. Era una de las doce que estaban alimentando el cambio climático producido en menos de cuarenta y ocho horas, y efectivamente era impresionante.

-¿Qué puede producir eso?
-Calor.-Replicó Shishkin mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad.
-Me refiero a qué puede provocar tanto calor.
-No puede ser otra cosa que la acumulación de la energía electromagnética del campo terrestre.
-Entonces estabais en lo cierto.
El ruso se giró hacia él. Una enorme sonrisa llenaba el cristal de su mascarilla.
-Por supuesto.

Sancho se acercó a la proa del batiscafo mirando a derecha e izquierda para ver si podía alcanzar a ver una segunda y tercera columna de vapor. El viento hacia que todo en la distancia apareciera turbio pero aún así, las enormes dimensiones de aquellas formaciones nubosas deberían poderse ver.
-Mira allí. Hay otro. Dios mío, debe medir diez o quince kilómetros de altura.
-Apártese, doctor Bermúdez, a menos que quiera salir en la foto.-Dijo Shishkin sujetando una aparatosa Salyut-S de 1.975.

Mientras la Ninja acortaba distancias hasta el origen del tornado de vapor más cercano, Paco aun pensaba en el extraño submarino que acababan de ver.
-¿A qué me recuerda eso que hemos visto?
-No sé, ¿a Veinte mil leguas de viaje submarino?
-¡Coño, claro…! El capitán Nemo, Kirk Douglas, el pulpo gigante…
-Déjalo Paco. Con la gamba gigante de Fukushima ya tuvimos bastante.
-Ya, pero mira lo que hay ahí enfrente… eso si que da miedo.
-No temas. La Ninja lo aguantará.-Y diciendo esto sintió cómo el miedo también se apoderaba de ella.
-A ver. No tiene más cojones que aguantarlo, o nos enviará al carajo.
-Si no somos capaces de parar esto, no sólo la Ninja, todos nos iremos al carajo.

 En Vostok, una llamada desde Moscú dirigida al Comandante de la base le hizo abandonar durante un instante las tareas de reorganización del complejo.
-Ministro, es un honor…
-Deje los cumplidos para otro momento. ¿Me está escuchando y me reconoce?
-¡Por supuesto, señor ministro, además está utilizando la línea reservada. No tengo dudas de que es usted!
-Bien. Pues escuche…

La cara del Comandante empezó a cambiar del pálido al azul. Los que estaban con él también fueron dejando poco a poco lo que estaban haciendo para girarse hacia él intrigados. Dmitri, que ya había visto aquél rictus durante su juventud como piloto de un submarino tragó saliva.

-Está seguro de lo que me está diciendo.
-Absolutamente, comandante. Póngase en contacto con el capitán del K-535 y transmítale la orden que acabo de darle.
-Pero, sabe que es preciso recibir dos órdenes coincidentes.
-¡Claro que lo sé, estúpido! La otra ya ha sido dada. No tiene tiempo que perder.
-A sus órdenes, señor ministro.
Le devolvió el teléfono al marinero que se lo había acercado.
-Póngame con Milashevsky ahora mismo.-Dijo encaminándose hacia su camarote.-¡Rápido!
-¿Pero..?-Dijo uno de los coroneles que estaban junto a él.-¿Qué pasa?

El Comandante de la Base ni siquiera se volvió para contestarle. En su lugar, su compañero Dmitri le puso una mano sobre el hombro.
-Ya sabes lo que significa eso. Si hacen falta dos órdenes coincidentes…

A los pocos segundos, el oficial de radio asomó la cabeza por la escotilla del puente del Yuri Dolgoruki con sendas tiras de papel en la mano.
-Mensaje urgente para el capitán y para el segundo.

Ambos se agacharon y retiraron su tira. Luego se cruzaron las miradas y sacaron sus respectivas máquinas de claves para traducir la orden. Un número no por esperado menos fatídico se iluminó en los displays.
-No hay tiempo que perder.

Con una habilidad mil veces ensayada, tanto el capitán como el segundo se dirigieron a un par de consolas dispuestas en la proa y la popa de la sala de control. Levantaron una tapa y teclearon el código que les aparecía es sus respectivas máquinas de claves. El resto de los oficiales del puente observaban la escena expectantes, atentos a los sonidos que se iban a producir.

A treinta metros de allí, en la proa, dos esclusas se abrieron expulsando sendos torpedos con violencia. De inmediato, los motores cohete de ambos proyectiles iniciaron la combustión empujándolos bajo la fría cubierta de hielo a velocidad creciente.
Sólo unos instantes después, los torpedos empezaron generar una cavidad gaseosa a su alrededor provocada por la rápida evaporación del agua en contacto con su cubierta, esa capacidad de los torpedos, la supercavitación, les convertía en armas mortíferas: en unas décimas más los proyectiles adquirían la velocidad de crucero de 800 kilómetros por hora portando dos cabezas nucleares de medio megatón cada una en dirección al lugar en el que se encontrarían con La Ninja.

-Torpedos lanzados y en rumbo. Tiempo para impacto, 179 segundos.
-Maniobra evasiva, ¡ahora!-Gritó el capitán por la megafonía de la nave. Todos los marineros, estuvieran haciendo lo que fuera, se agarraron al asidero más cercano. Algunos, a falta de algo mejor, se tendieron en el suelo protegiéndose la cabeza con los brazos. Sabían que ahora venía algo inusitado.

El K-535 viró en redondo gracias a sus cohetes laterales tan rápido como lo haría un bolígrafo en el pulgar de un estudiante, los estabilizadores se movieron de forma instintiva para luchar contra las turbulencias que provocaba el movimiento de su enorme volumen en el líquido. Luego, se inclinó 45 grados encendiendo las turbinas de popa e inundando las cámaras de inmersión tan rápidamente que la superestructura hendió el mar hacia el fondo dirigiéndose como una flecha en las profundidades heladas del océano.

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