El primer oficial de radio del K-535 salió de la cabina arrancando
la tira de papel sin esperar a que la radio terminara de escupirla.
El Yuri Dolgoruki era uno de los nuevos submarinos estratégicos
de la clase Borey (Bóreas), el dios griego que era capaz de cambiar las
estaciones del año.
Fabricados ya por la Federación Rusa, el submarino era
tan nuevo que nadie podía saber cómo era, aunque la Redes estaban llena de
referencias, todas contradictorias: ¿Dónde mejor sitio para ocultar un árbol
que un bosque?
No obstante, era un novato en las aguas, apenas hacía
cinco años que había salido de los astilleros, muchos años después que sus
veteranos y mastodónticos compañeros de la época soviética.
No era pues un enorme submarino, y aunque su longitud
equivalía a la de un edificio de sesenta plantas, su velocidad, maniobrabilidad
y aislamiento lo convertían en un rápido y silencioso atacante. Ahora que las
guerras se desarrollaban sobre los desiertos, tener un submarino de esas características
parecía más un capricho que una ventaja estratégica, pero cómo ya se sabe, los
militares son muy caprichosos.
A pesar de sus muy innovadoras soluciones, o quizá debido
a ellas, el Yuri Dolgoruki no era espacioso. Sus angostos corredores tenían
casi el mismo ancho del de los viejos u-boat de la segunda guerra mundial, así
que, corriendo por la crujía camino del camarote del capitán, el oficial chocaba
con todo el que se encontraba. Los marineros empezaron a protestar, porque en
circunstancias normales, en un submarino todos son compañeros.
Pero aquello no eran circunstancias normales. En la mano
llevaba la impresión de un comunicado emitido por la base operativa Vostok II
en el que se daban órdenes precisas para iniciar un ataque. El mensaje estaba
codificado, sólo la palabra срочный indicaba su carácter urgente. Pero las cuatro letras
siguientes, неяа, se sabía que significaban ataque nuclear inminente, eso les habían
enseñado en el centro de adiestramiento. Y esas dos palabras “urgente” y
“neyaa” palpitaban en la mente del oficial cuando se detuvo ante la puerta del
camarote de Nikolai Milashevsky, a la sazón, capitán del
submarino más moderno de cuantos surcaban los mares.
-Adelante-Respondieron desde el interior sin esperar a
que nadie llamara o abriera la boca. Así era Milashevsky, un tipo sagaz,
tranquilo y frío.
-Capitán. Hemos recibido esto.-Le entregó el papel.
Nikolai apartó la mirada del libro que estaba leyendo,
tumbado en su camastro, y miró a los ojos al oficial de radio que le extendía
la estrecha banda de papel.
-¿Es grave?
-Es urgente.
El capitán marcó la página por la que iba leyendo sin
alterarse y dejó el libro bajo la almohada. Luego se incorporó y tomó el papel.
A pesar de su extensa preparación y sus singulares capacidades, los códigos
secretos del mensaje seguían siendo un misterio para él, así que extrajo del
bolsillo de su camisa una pequeña calculadora, abrió su tapa e introdujo la
cinta por una pequeña ranura de su costado. La cinta empezó a perderse en las
entrañas del aparato lentamente.
Un display de caracteres fluorescentes solicitó su
identificación. Nikolai volvió la cara para comprobar que el oficial de radio
se había dado la vuelta, como sabía que también le habían enseñado durante el
adiestramiento. Tecleo algunos dígitos y esperó.
El display mostró una secuencia de números. Ahora sí
sabía de qué se trataba.
-Bien, oficial. Vuelva al puesto de radio y de
zafarrancho de combate, aún tienen que venir un par de mensajes más. Hágamelos
llegar al puente.-Dijo mientras cerraba la máquina de claves y la volvía a
guardar en su camisa.
-A sus órdenes capitán.
Y tanto uno como otro salieron del camarote corriendo,
aunque en direcciones contrarias. El capitán se dirigió hacia el puente,
girando primero a la izquierda y subiendo una escala metálica que pasaba por
una estrecha escotilla. El oficial giró a la derecha para volver a la cabina de
telecomunicaciones, donde el suboficial continuaba escuchando lo que las
boyas-antena, a medio kilómetro sobre ellos, captaban en contacto con la capa
de hielo del Pasaje de Drake.
-¡Capitán en el puente!
Dijo el segundo en tono ceremonioso aunque rutinario.
El puente del K-535 era una cámara estanca de 3 por 10
metros que ocupaba casi toda la torreta. En él, los oficiales de armamento,
detección, guerra electrónica y pilotaje desarrollaban su trabajo entre una
maraña de pantallas y controles dispuestos por las paredes. En el centro, una
pequeña mesa y los periscopios del capitán y el segundo. Milashevsky se dirigió
a éste último y le entregó su máquina de claves.
-Deme posición y orientación. Tome, introduzca estos
códigos en dos Shkval-N y ármelos a la espera de los mensajes de disparo.
El segundo tomó la máquina de claves de la mano del
capitán y la abrió. Hizo un rápido cálculo mental.
-Espero que sea un simulacro, esto está aquí al lado.
-Simulacro o no, disponga también los planes para una
acción evasiva inmediata.
-Está bien. Piloto, suba hasta los noventa metros de
profundidad y gire la nave para ponerla en dirección a las coordenadas que le
voy a dar.
Las luces se tornaron rojizas mientras la megafonía del
submarino empezó a lanzar un zumbido grave y apremiante. La voz del oficial de
radio sonó estridente.
-Zafarrancho de combate, todos a sus puestos. El personal
médico deberá tomar las posiciones preasignadas. Quedan anulados todos los
permisos y bajas. Todos a sus puestos…
El capitán se giró hacia las pantallas de sonar,
identificando algunos de los puntos que en ella aparecían.
-¿Cómo siguen nuestros amigos de la cuarta flota?-Le dijo a uno de los operadores
tocándole en el hombro.
-Siguen atrapados, capitán.
-Igual reciben un regalo de la Madre Rusia.
Mientras, a doscientos kilómetros al suroeste, las
lanchas anfibias del USS Belleau continuaban su lento avance contra el infernal
viento lateral en dirección al mar de Weddell. Hacía tiempo que La Ninja les
había adelantado, aunque nadie pudo siquiera distinguir su figura ni su estela.
Faltaban escasos segundos para que el engendro se
encontrara con el batiscafo Nautilus que ya ascendía a una buena velocidad de veinte
nudos hacia la corteza helada del mar. En su interior, tanto el joven
científico ruso Sergei Shishkin como el veterano astrófísico español Sancho
Bermúdez, observaban fijamente la claraboya ahora acorazada que tenían en
frente atados a sus respectivas sillas y con sendas mascarillas de
descompresión.
Sólo se escuchaba su respiración, el zumbido del reactor
nuclear y los quejidos metálicos de la nave mientras la gruesa coraza que lo
envolvía se hinchaba a consecuencia del descenso acelerado de la presión
exterior.
Sancho creía empezar a ver luz frente al batiscafo, la
escasa luz que podía filtrarse a través de del hielo, pero no era esa luz la
que le llamaba la atención, sino la de un grosero indicador naranja que
parpadeaba sobre el rótulo: Integridad Estructural.
-Agárrese fuerte, doctor Bermúdez, vamos a impactar en…
cinco, cuatro, tres…
Ahora si veía la luz, una luz gris y molesta que subía de
intensidad sin parar. Llegó incluso a ver la superficie de hielo ante el
batiscafo. Pero eso sólo fue una décima de segundo antes de que todo se
volviera loco.
Un impacto descomunal le lanzó hacia adelante haciendo
que el doble cinturón de seguridad le oprimiera el pecho dolorosamente. La
raquítica sillita sobre la que estaba sentado crujió lastimera, pero aguantó
sus cuatro patas atornilladas al piso. En la claraboya, el cielo se abrió paso
al retirarse el hielo fracturado en mil pedazos. La nave saltó sobre la superficie
como una ballena metálica.
El sentido del equilibrio le falló, todo le daba vueltas
y tuvo que contener las náuseas que le habrían hecho vomitar bajo la máscara de
descompresión. Utilizó el piloto naranja que parpadeaba como punto de
referencia. Y de repente, el batiscafo
quedó un segundo suspendido en el aire para luego caer a peso muerto sobre el
agua del agujero que acababa de abrir. Los movimientos se fueron haciendo cada
vez más suaves y acompasados. Por fin, un dulce balanceo le dejó flotando y todo
volvió a la calma. El piloto naranja se puso verde.
-No se quite la máscara, doctor. Podría sufrir una
embolia.
-¡La ostia!-Dijo intentando no toser.-¿Está todo bien?
-Sí, no hay ningún problema. Pero aun tenemos que ver si
mis cálculos eran correctos y estamos en el lugar idóneo.
-Espero que sí. No tengo ganas de repetir esto.
La impetuosa aparición del batiscafo en superficie fue
presenciada a cámara lenta por Antonia y Paco porque ocurrió justo delante de
los ojos de la Ninja. Inesperadamente, el hielo empezó a ascender delante de
sus pies obligándola a dar un salto de centenares de metros que la criatura
ejecutó de forma autónoma, sin que sus dos tripulantes
hubiesen tenido tiempo ni de reaccionar.
Pero al descender, Antonia detuvo a la Ninja. Su alta
temperatura hacía que el hielo bajo sus pies empezara a derretirse, pero tanto
ella como Paco tenían la necesidad de ver qué era aquello que había salido del
agua.
Por un instante, tanto Sergei, como Sancho vieron a
través de la claraboya y la ventisca una extraña figura de mujer que les miraba
curiosa inclinando la cabeza hacia un lado.
-¿¡Qué ostias es eso!?
-Parece una mujer.
-¿Una mujer, aquí en medio?
La Ninja reanudó su marcha. Para los tripulantes del Nautilus
simplemente desapareció.
-¿Has visto?
-Estoy viendo. Olvídate de la mujer. Mira al fondo.
Un colosal tornado de vapor de agua se alzaba ante sus
ojos perdiéndose en un torbellino de nubes a kilómetros de altura.
-Joder… es… inmenso.
Frente al Nautilus, aún a muchos kilómetros de distancia,
una de las fumarolas de vapor de uno de los super condensadores
electromagnéticos. Era una de las doce que estaban alimentando el cambio
climático producido en menos de cuarenta y ocho horas, y efectivamente era
impresionante.
-¿Qué puede producir eso?
-Calor.-Replicó Shishkin mientras se desabrochaba el
cinturón de seguridad.
-Me refiero a qué puede provocar tanto calor.
-No puede ser otra cosa que la acumulación de la energía
electromagnética del campo terrestre.
-Entonces estabais en lo cierto.
El ruso se giró hacia él. Una enorme sonrisa llenaba el
cristal de su mascarilla.
-Por supuesto.
Sancho se acercó a la proa del batiscafo mirando a
derecha e izquierda para ver si podía alcanzar a ver una segunda y tercera
columna de vapor. El viento hacia que todo en la distancia apareciera turbio
pero aún así, las enormes dimensiones de aquellas formaciones nubosas deberían
poderse ver.
-Mira allí. Hay otro. Dios mío, debe medir diez o quince
kilómetros de altura.
-Apártese, doctor Bermúdez, a menos que quiera salir en
la foto.-Dijo Shishkin sujetando una aparatosa Salyut-S de 1.975.
Mientras la Ninja acortaba distancias hasta el origen del
tornado de vapor más cercano, Paco aun pensaba en el extraño submarino que
acababan de ver.
-¿A qué me recuerda eso que hemos visto?
-No sé, ¿a Veinte mil leguas de viaje submarino?
-¡Coño, claro…! El capitán Nemo, Kirk Douglas, el pulpo
gigante…
-Déjalo Paco. Con la gamba gigante de Fukushima ya
tuvimos bastante.
-Ya, pero mira lo que hay ahí enfrente… eso si que da
miedo.
-No temas. La Ninja lo aguantará.-Y diciendo esto sintió
cómo el miedo también se apoderaba de ella.
-A ver. No tiene más cojones que aguantarlo, o nos
enviará al carajo.
-Si no somos capaces de parar esto, no sólo la Ninja,
todos nos iremos al carajo.
En Vostok, una
llamada desde Moscú dirigida al Comandante de la base le hizo abandonar durante
un instante las tareas de reorganización del complejo.
-Ministro, es un honor…
-Deje los cumplidos para otro momento. ¿Me está
escuchando y me reconoce?
-¡Por supuesto, señor ministro, además está utilizando la
línea reservada. No tengo dudas de que es usted!
-Bien. Pues escuche…
La cara del Comandante empezó a cambiar del pálido al
azul. Los que estaban con él también fueron dejando poco a poco lo que estaban
haciendo para girarse hacia él intrigados. Dmitri, que ya había visto aquél
rictus durante su juventud como piloto de un submarino tragó saliva.
-Está seguro de lo que me está diciendo.
-Absolutamente, comandante. Póngase en contacto con el
capitán del K-535 y transmítale la orden que acabo de darle.
-Pero, sabe que es preciso recibir dos órdenes
coincidentes.
-¡Claro que lo sé, estúpido! La otra ya ha sido dada. No
tiene tiempo que perder.
-A sus órdenes, señor ministro.
Le devolvió el teléfono al marinero que se lo había
acercado.
-Póngame con Milashevsky ahora mismo.-Dijo encaminándose
hacia su camarote.-¡Rápido!
-¿Pero..?-Dijo uno de los coroneles que estaban junto a
él.-¿Qué pasa?
El Comandante de la Base ni siquiera se volvió para
contestarle. En su lugar, su compañero Dmitri le puso una mano sobre el hombro.
-Ya sabes lo que significa eso. Si hacen falta dos
órdenes coincidentes…
A los pocos segundos, el oficial de radio asomó la cabeza
por la escotilla del puente del Yuri Dolgoruki con sendas tiras de papel en la
mano.
-Mensaje urgente para el capitán y para el segundo.
Ambos se agacharon y retiraron su tira. Luego se cruzaron
las miradas y sacaron sus respectivas máquinas de claves para traducir la
orden. Un número no por esperado menos fatídico se iluminó en los displays.
-No hay tiempo que perder.
Con una habilidad mil veces ensayada, tanto el capitán
como el segundo se dirigieron a un par de consolas dispuestas en la proa y la
popa de la sala de control. Levantaron una tapa y teclearon el código que les
aparecía es sus respectivas máquinas de claves. El resto de los oficiales del
puente observaban la escena expectantes, atentos a los sonidos que se iban a
producir.
A treinta metros de allí, en la proa, dos esclusas se
abrieron expulsando sendos torpedos con violencia. De inmediato, los motores
cohete de ambos proyectiles iniciaron la combustión empujándolos bajo la fría
cubierta de hielo a velocidad creciente.
Sólo unos instantes después, los torpedos empezaron
generar una cavidad gaseosa a su alrededor provocada por la rápida evaporación
del agua en contacto con su cubierta, esa capacidad de los torpedos, la
supercavitación, les convertía en armas mortíferas: en unas décimas más los
proyectiles adquirían la velocidad de crucero de 800 kilómetros por hora
portando dos cabezas nucleares de medio megatón cada una en dirección al lugar
en el que se encontrarían con La Ninja.
-Torpedos lanzados y en rumbo. Tiempo para impacto, 179
segundos.
-Maniobra evasiva, ¡ahora!-Gritó el capitán por la
megafonía de la nave. Todos los marineros, estuvieran haciendo lo que fuera, se
agarraron al asidero más cercano. Algunos, a falta de algo mejor, se tendieron
en el suelo protegiéndose la cabeza con los brazos. Sabían que ahora venía algo
inusitado.
El K-535 viró en redondo gracias a sus cohetes laterales tan
rápido como lo haría un bolígrafo en el pulgar de un estudiante, los
estabilizadores se movieron de forma instintiva
para luchar contra las turbulencias que provocaba el movimiento de su enorme
volumen en el líquido. Luego, se inclinó 45 grados encendiendo las turbinas de
popa e inundando las cámaras de inmersión tan rápidamente que la
superestructura hendió el mar hacia el fondo dirigiéndose como una flecha en
las profundidades heladas del océano.
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