04.21: En el Pasaje de Drake




El batiscafo nuclear de la era soviética hacía tiempo que había dejado los canales de hielo bajo la plataforma antártica y navegaba a velocidad constante por las heladas y densas aguas del círculo polar. Bermúdez y Shishkin guardaban silencio. De fondo, el murmullo de las turbinas y el zumbido del reactor nuclear creaban una atmósfera narcotizante.
El astrónomo español intentaba abstraerse de sus miedos traduciendo los cientos de  rótulos desgastados que identificaban los distintos instrumentos de la nave gracias al e-book que le habían dejado en su camarote de Vostok para que fuese aprendiendo ruso.
El joven miraba los mismos instrumentos volviéndose de vez en cuando hacia un pequeño trozo de papel que había fijado con una pinza en el panel de control. El timón no precisaba apenas de atención pero aún así Sergei lo agarraba con firmeza.

Sancho ya sabía dónde estaba el indicador de presión y el de temperatura del circuito primario, ambos estaban en zona verde, lo que le hacía suponer que todo iba bien. También había visto el reloj indicador de inclinación, el de velocidad, el control de los timones de profundidad, la temperatura y presión exteriores, el manómetro de profundidad, la corredera, aunque realmente no sabía qué era eso exactamente, y se levantó de su pequeña e incómoda silla para pasar por detrás del piloto y empezar a comprobar los de su izquierda.

Hubiera dado su vida por tener acceso a internet para poder ilustrarse de para qué servía cada uno de ellos, lo que le llevó a pensar en la pereza intelectual que provocaba la red. Así que intentó rebuscar en su mente qué significado tenía bar de presión y qué relación había entre esta y la profundidad, lo que le llenó la cabeza de números.
También le sorprendió la temperatura del agua, dos grados, a pesar de la latitud y la profundidad, aunque encontró una cierta explicación física para el fenómeno.
Por fin descubrió dos nuevos relojes: el indicador de rumbo y el de derrota. Ahí no pudo buscar en su mente, no tenía información, aunque ambos indicaban la dirección sur-sureste.

-Un momento.-Dijo alejándose del tablero-¿No deberíamos ir rumbo norte?
-Vamos rumbo norte.
Sancho se levanto y se dirigió al indicador de rumbo.
-Aquí no dice eso.
Sergei miró donde le indicaba el español. El dedo señalaba a la aguja y ésta estaba sobre el anagrama ю-в-ю.
-Las brújulas cerca del polo no son de fiar.

Sancho sabía eso, pero no estaban cerca del polo, no como para que la brújula se hubiese vuelto loca. Miró fijamente al joven. Estaba excitado, ansioso, por eso aferraba con fuerza el timón. Su ojos se apartaron del indicador de rumbo y se detuvieron un segundo en el trozo de papel del cuadro. Bermúdez lo vio por primera vez. Era una lista de letras y números.

-¿Qué es eso?
-Es nuestro plan de navegación. Lo preparé antes de salir.
-¿Cómo lo puedes seguir si el indicador de rumbo no funciona?
-No debe preocuparse.
Bermúdez tomó el papel. El ruso intentó impedírselo, pero no podía abandonar el timón, así que no tuvo más remedio que dejar que lo arrancara de la pinza.
-Vamos en rumbo sur sureste, veinte millas, luego viraremos hacia el sur, dos millas.
Sancho volvió a mirar al piloto. Ahora estaba enfadado.
-¡Volvemos a la Antártida!
-Devuélvame el papel, lo necesito para navegar.
-Sólo teníamos que ir al norte. Siempre al norte, es sencillo. No hace falta plan de navegación.
-Está bien. Devuélvame el papel y le explicaré lo que está pasando.

Sancho sabía que no tenía demasiadas opciones, a kilómetros de profundidad, sin conocimientos sobre el manejo del batiscafo, tenía que confiar en Shishkin. Volvió a dejar el papel en la pinza del panel de control.
-Bien. Ya tienes tu plan de navegación. Ahora dime a dónde vamos.

Cruzar el Canal de Beagle, que separa Ushuaia de la isla Navarino, es cosa normalmente de transbordadores o barcazas que suelen transportar a los lugareños, algunos pescadores o aventureros. Esa tarde, cualquiera podía hacerlo a pie. Cualquiera que fuese capaz de aguantar una ventisca de casi ciento cincuenta kilómetros por hora a una temperatura cercana a los cincuenta grados bajo cero.

La Ninja era capaz de hacer eso y mucho más.
Su calor corporal era tal, que una nube de vapor la rodeaba. Sus pies, al pisar sobre la superficie helada del canal, derretían el hielo enseguida, por lo que no podía permanecer demasiado tiempo sobre el mismo sitio. Además, no quería hacerlo.


La Ninja corría a una velocidad endiablada dejando tras de sí un reguero de vapor condensado del mismo modo en que lo dejan las alas de los aviones a gran altura. No corría a hipervelocidad, no hubiese resistido hasta llegar a la Antártida, mil kilómetros más al sur, pero un hipotético espectador sólo hubiese visto aparecer una estela de vapor que inmediatamente era borrada por el viento huracanado.

En menos de un minuto, la criatura corría ya sobre las helada superficie del Pasaje de Drake, el brazo de mar que une las aguas del Atlántico y el Pacífico y separa el extremo sur del continente americano de la península antártica. Mil kilómetros que se habían helado por primera vez en miles de años formando una planicie blanca inabarcable a simple vista.

Algunos barcos habían quedado atrapados en el hielo, lo que daba una idea de la rapidez con que la tormenta y las temperaturas habían congelado el mar. Es lo que le había terminado sucediendo a gran parte de la cuarta flota americana, incluido el portaaviones Ronald Reagan, cuyos tripulantes vieron aparecer y desaparecer en un segundo la estela que dejaba la criatura.
Debido a su velocidad, ni Antonia ni Paco pudieron escuchar las conversaciones que estaban manteniendo desde el puente del portaaviones con la Jefatura de Operaciones Navales. Para la Ninja la prioridad era llegar cuanto antes a la Antártida.

Una vez allí, debía localizar una a una las doce fumarolas de vapor de agua causantes de la gigantesca tormenta y que, según Pepo, delatarían  la presencia de los super-condensadores de energía. Los encontraría probablemente sumergidos en un cráter en el hielo, a gran profundidad, y debía destruirlos o hundirlos en el mar, lejos de su ubicación. No era desde luego una solución elegante, pero si apropiada para la velocidad y fuerza de La Ninja.
  
Debía destruirlos antes de que alcanzaran la capacidad de carga suficiente para alimentar la apertura del agujero interdimensional. Nadie en la Fundación podía imaginar cómo los de el otro lado podían lograr ese prodigio, pero sí que sin energía no podría ocurrir.

-Necesitamos que envíe una misión de reconocimiento aéreo a la base Vostok, creemos que todo lo que está ocurriendo está relacionado con los rusos.-Sonaba por el altavoz de comunicaciones del puente del Ronald Reagan.

-Comandante, no me está escuchando. Estamos presos en el hielo y el viento es tan fuerte que los aviones serían barridos de cubierta nada más llegar a ella. Es imposible realizar lo que el Alto Mando nos pide.

-Prueben con drones. Quizá sea más seguro.
-No se trata de seguridad, comandante, se trata de viabilidad. No se puede despegar en estas condiciones. Además, el hielo está empezando a comprimir los cascos de las naves, es muy probable que sufran daños irreparables.

El altavoz guardó silencio.

La flota se hallaba clavada barco a barco sobre una inmensa llanura blanca sobre la que soplaba un huracán helado que los iba cubriendo de nieve como juguetes olvidados en un parque. Ningún marinero a la vista. Todas las escotillas, compuertas y ventanos cerrados y cubiertos de escarcha. En el interior del puente de mando, el grupo de oficiales y el almirante de la flota, envueltos en gruesos abrigos, miraban con desesperación la gigantesca tormenta que les estaba sepultando con impotencia. De vez en cuando, un escalofriante aullido proveniente de las bodegas les recordaba que el portaaviones estaba siendo estrujado por el hielo que le rodeaba. Lenta e inevitablemente.



-Almirante.-Dijo uno de los pilotos exhalando una nube de vapor que se cristalizó y quedó flotando mientras se mezclaba con la helada atmósfera.-Permiso para hablar.
El almirante deslizó un dedo enguantado por su cuello señalando al operador de radio. El gesto provocó la desconexión con la Comandancia del Jefe de la Armada.
-Hable marinero.
-Quizá no podamos acercarnos por aire, pero si por tierra.
-¿Cómo?¿Piensa enviar una patrulla caminando hasta la base rusa? Estamos a más de dos mil millas, el viento alcanza rachas de cién nudos y la temperatura es nde sesenta grados bajo cero… por favor, intente pensar.
-Y lo hago, señor. Si me permite.
El marinero no esperó a que su superior le diera permiso. Se levantó del puesto de pilotaje y se acercó a la gran pantalla que cubría la única pared sin ventanas del puente haciendo crujir la escarcha del suelo con sus botas.
La imagen de la Antártida aparecía no como una tarta sino como una banda blanca en la parte inferior, sólo la disposición en abanico de los meridianos indicaba que aquello no era real, sino una aberración óptica provocada para el uso militar. Unos pequeños puntos rojos marcaban la posicición de cada uno de los barcos de la cuarta flota, algunos, los situados más al norte, iban cambiando de vez en cuando, la mayoría permanecían inamovibles. El chico señaló de éstos el más rezagado.

-A media milla al sur quedó atrapado el USS Belleau. Un buque de asalto anfibio. Tiene vehículos terrestres y algunos drones de reconocimiento en cubierta.

Todos los oficiales se giraron al unísono para acercarse a la pantalla. El almirante se había adelantado, colocándose junto al marinero.

-Podría ordenar que algunos aviones fuesen cargados en vehículos y trasladados pro ellos sobre el agua helada hasta el Mar de Weddell.-Señaló un lugar junto a la Península Antártica.-Allí, en la Tierra de Palmer, coronando los Montes de la Eternidad se encuentra el Monte Coman, de casi doce mil pies de altura. A su abrigo los vientos deberían ser bastante más flojos, incluso la temperatura del aire debería ser bastante más alta debido al efecto Foëhm. Es un buen sitio para intentar despegar los drones, luego sólo hay que dirigirlos con habilidad hasta el lugar indicado.

El almirante se quedó mirando al piloto con admiración. Luego se volvió hacia los oficiales.
-Bien. ¿Qué les parece?
Se miraron un segundo. Alguien pareció hablar en nombre de todos.
-El viaje hasta el Mar de Wedell puede ser un infierno.
-Y manejar los drones, una vez fuera de la protección de la montaña, una locura.
-¡Y descargarlos del barco!

El Almirante sintió como el pecho le ardía, a pesar del frío que le atenazaba los músculos.
-Pues vayan a sus camarotes a lloriquearles a sus dioses. Marinero,- el almirante se giró hacia el operador de radio.- vuelva a comunicar con la Jefatura de Operaciones Navales y prepare la comunicación con el USS Belleau. Gracias piloto, se ha ganado el sueldo de este mes.-Dijo dándole unas palmadas al chico.-Si es que llegamos a cobrarlo.

Mientras tanto, a dos kilómetros bajo la capa de hielo de la superficie, el batiscafo continuaba su camino navegando a lo largo de la costa en dirección sur-sureste. Sancho se había apoyado en el grueso perfil metálico que unía el cristal de la gran claraboya de proa con el casco y esperaba, cruzado de brazos, a que el piloto le explicara la razón de tan extraño rumbo.
-Hace tiempo que venimos detectando el descenso en la radiación elektromagnitnyy desde Vostok. Sin embargo no conseguíamos llegar a una conclusión clara. Cada uno de nosotros pensaba que era debido a un motivo distinto.
-De eso ya me he dado cuenta. Sigo sin explicarme cómo unos hombres de ciencia no han sido capaces de entenderse entre sí y entender el fenómeno. Yo no soy ninguna eminencia y creo que si lo he hecho.

-Mi padre y yo habíamos llegado a la conclusión de que nuestros trabajos estaban siendo saboteados.
-¡Qué tontería!-Dijo poniéndose de pié.-Perdón, quiero decir: eso no tiene sentido.
-Nosotros pensábamos lo mismo, sin embargo, algunos apuntes se extraviaban, el trabajo de semanas de pronto parecía inútil y algunos aparatos dejaron de funcionar.
-Normal.-Sancho miró el interior de la cabina del batiscafo.-Todo esto es una antigualla.

-Decidimos poner “trampas” para el supuesto saboteador. Datos que decíamos que eran importantes para confirmar nuestras hipótesis desaparecían mientras cenábamos o dormíamos. Alguien estaba robándolos, no había duda. El día de mi cumpleaños, mi padre me ofreció este plan. Sólo teníamos que esperar a que llegase la oportunidad para ejecutarlo.

-La cual podía no haber llegado nunca.
-Cuando apareció usted creímos que no hacía falta, que su opinión reforzaría la nuestra y por fin podríamos tomar medidas.
-¿Y porqué cambiásteis de nuevo de planes?
-Escuchamos cómo algunos de nuestros compañeros dudaban de su capacidad.
-En realidad no soy más que un astrónomo más.
-Tiene razón. Así que reactivamos el plan para demostrar que nuestras teorías eran acertadas.

-¡Un momento! ¿Quieres decir que vuestra intención no fue nunca escapáramos sino que demostráramos vuestra hipótesis?
-Naturalmente. ¿Por qué habría de escapar?
-No voy a sicoanalizarte, jovencito. Pero yo no soy un héroe ni creo que tú tampoco lo seas. En estas circunstancias lo mejor es escapar.
-Eso puede esperar. Ahora lo importante es demostrar que el Mundo está en peligro.
-Joder Segei, eres un auténtico representante de la tragedia rusa.
-Gracias.

Sancho se volvió a sentar sobre el perfil de la claraboya. Estaba helado, pero no más que el resto de la nave.
-Y dónde nos dirigimos pues.
-Vamos al punto de concentración de energía más próximo, en las coordenadas 71° sur, 68° este.
-¿Y qué pensamos ver allí?
-No tengo ni idea, pero seguro que lo descubriremos nada más llegar.

El español dejó caer sus hombros y miró desconsolado al piloto, que continuaba dirigiendo el batiscafo con mano firme.
-Estáis locos. Todos estáis locos.
-¿No siente curiosidad?
-Sí. Pero siento más miedo que curiosidad.
-Tenía a los españoles por gente valiente.
-Sí. Como en Sanfermines… ¡no te jode!

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