04.19: Escalofrío




Aunque el Ok-Corral presentaba a aquella hora de la tarde un lleno total, las imágenes de la pantalla de televisión ya auguraban que rápidamente se vaciaría. Porque el evento que les había convocado tenía serios indicios de ser suspendido.

El comentarista deportivo aparecía con las gradas del estadio Maracaná vacías tras de sí. Hasta aquí algo normal para un partido que tenía previsto su inicio dos horas después. Lo que marcaba la diferencia era el terreno de juego: no era verde, sino blanco.
Blanco porque estaba totalmente cubierto de nieve. Nieve como la que caía tras el periodista que parecía transmitir desde Moscú y no desde Rio de Janeiro.

Los sorprendidos telespectadores sentían una sensación extraña, una mezcla de calor proveniente de la tórrida Alameda, en la que los cuarenta grados llevaban algunas horas instalados y de frío proveniente de la pantalla de televisión. Y como todos se temían estar allí para nada, al final lo que recorría sus espinazos no era otra cosa que un escalofrío.

Y en esas estaba la cabizbaja peña del Ok-Corral cuando hizo su entrada la pareja de gordas más acaloradas del mundo: La bruja Maru y la Peligro.

-¡Joé niño, qué calor más grande!
-¡Ay… dame algo fresquito!
Todos se volvieron un instante para luego continuar mirando la pantalla con la ilusión de que apareciera por el fondo una máquina quitanieves, máquinas que no suele haber no Brasil nem seu entorno.

-¿Café-late frío?-Preguntó en su estilo más internacional Manolo Gómez, dueño del garito.
-¡El coño de tu prima!-Respondió en el más castizo de los modos la gitana Maru.-Ponnos dos botellines de cerveza.
-Así… -La Peligro se pasó la manaza por el costado mientras admiraba al locutor.-Heladitos como ese gachón de la tele.
El comentarista, tapado hasta la cejas, intentaba rellenar la falta de acontecimientos volviendo a relatar una y otra vez lo mismo: el frío se había adueñado de las favelas, los cariocas no daban crédito, el partido parecía que se iba a suspender, etcétera, etcétera.
-Marchando dos botellines.

Las dos recién llegadas miraron sobre los rostros cariacontecidos de los clientes hasta que una de ellas reparó que El Notario estaba sentado sólo en una mesita del rincón. También estaba triste, aunque en él eso era lo habitual.
-Vamos a sentarnos con ese, a ver si sabe algo de la Antonia.
Los dos botellines, cubiertos por una sugerente capa de escarcha, aparecieron junto a ellas. Dos grandes manazas asieron a las pobres botellas y se dirigieron tras sus dueñas hacia la mesa de mármol del rincón.

-¿Le importa que le acompañemos caballero?-Dijo la Peligro sentándose directamente.
-¿Eh?¡Ah!, hola… no, no, sentaros.
-Hijo, qué cara tienes. ¿Ha pasado algo?
-No.-El Notario se acomodó incorporándose y retrayendo sus largas piernas para dejarles hueco.-Es que estoy un poco harto de todo este lío. No salimos de una y ya nos estamos metiendo en otra. ¡Qué asco de mundo!
-Verdad niño… cómo está el tiempo.
-Bueno.-Interrumpió la Maru.-Abreviando que yo tengo a mis niños de la pensión preparándose para salir de botellona y no quiero desatender el negocio. ¿Qué sabemos de la Antonia, el chino y el franchute?
-Que están bien. Aislados por la nieve y a la espera, pero razonablemente bien. ¡Ah, sí! Han capturado a la doctora Manuela Klein.
-¡Por fin! ¡Qué hija de su putísima madre! Espero que la Antonia la haya frito como a una pavía.
-Sabes que mi Antonia no es de esa condición, ¿verdad lechuguino?
-No, desde luego. La ha encerrado en el calabozo de la policía. Como todos están aislados no creo que pueda escapar, por ahora.

Las “chicas” bebieron al unísono un largo trago.
-¿Y de las voces?
-Mudas. Pepo y sus amigos están intentando descifrar un archivo que podría contener información importante. Llevan así día y medio. Harto de esperar me vine a ver el partido pero, como veréis, nieva en Río. ¡Qué asco de mundo!
-¡Y que lo digas! Una final sin partido, Brasil sin sol y unos superhéroes sin misión. Qué birria de momento.
-Se te olvidó incluir: una superheroína sin superpoderes.-Dijo la Peligro señalándose.
-De todas maneras.-Interrumpió El Notario haciendo un gesto hacia la pantalla de la televisión.-Toda esta historia del cambio de clima podría ser una pista en sí.

-Sí. Parece que es por ahí donde se guisa el potaje, pero no sé qué podría hacer Antonia. Por muy caliente que se ponga, no creo que sea capaz de derretir toda esa nieve.
-¡Uy!-Dijo la Maru abanicándose con la falda-¡Pues yo estoy que me va a dar algo!
-Bebe, mujer, pero no airees tus partes, que hay gente comiendo.

En ese momento entró por la puerta el marido de Fernanda. Se acercó a Manolo y le preguntó algo. El camarero señaló a la mesa del Notario.

A quinientos metros de allí, en la Fundación Universal para la Extensión de la Gracia y el Arte (FUEGA), también se tomaban su pequeño descanso.
Tras días de lucha contra los firewalls de medio mundo, Pepo y sus amigos cibernéticos mundiales habían tomado una decisión radical.

-¿¡¡Qué vais a usar vuestra propia Internet!!?-Gritó Gallardo entre la admiración y la indignación.
-Es muy fácil. Ya existían redes de comunicaciones mundiales antes de que los militares abrieran al público su puta Red.
-¡No debería hablar así, Don José!-Dijo la sirvienta desde un discreto rincón.
-No lo tomes en serio, Fernanda, ya sabes cómo son estos jóvenes.
-¡Unos deslenguados!

El excomisario De la Fuente, Gallardo y Pepo tomaban un excelente café preparado “a la peruana” aprovechando que éste último había subido desde su cuartel general, en el segundo sótano de la Fundación. Decía traer “buenas noticias”,  aunque el comienzo no parecía nada halagüeño.

-Veréis. Desde la caída de Mörgendammerung, Internet se había llenado de mensajería robot, virus, largas cadenas de mensajes encriptados, bloqueos, contra medidas… un tráfico inusual y endiablado. Casi se podía decir que el rendimiento había bajado un 50%.
-Sí. Alguien comentaba ayer que todo parecía ir a pedales.
-Efectivamente. Las superpotencias han tomado el control de media red para transmitir sus comunicaciones secretas y descifrar o impedir las del enemigo. Lo que hace unas semanas era una autopista es ahora una ciénaga.
-¡Por Dios, Pepo!-Dijo De la Fuente intentando quitar dramatismo a las palabras del tecnólogo mientras se servía un par de terrones de azúcar-¡Ni que estuviésemos en guerra!

Pepo sonrió mientras de su taza goteaba café sobre la barriga.
-Prácticamente.-Dio un rápido sorbo.-El descubrimiento de los nuevos artilugios en las sedes de la Organización se ha convertido en una lucha sin cuartel por conseguir los descubrimientos e inventos más ventajosos. Una nueva carrera tecno-militar.
-¡Elegidos para la gloria!-Gallardo miraba por la ventana. El sol aún quemaba la arboleda y ni siquiera la sombra invitaba a salir a la calle.-Pero eso no es obstáculo para la Liga de los Hackers Extraordinarios verdad “Don José”.-Se volvió mirándole con una sonrisa burlona.

-Ríete comisario. Pero así es. O era. Aún con la mitad de la red inutilizada bloqueando cualquier comunicación, mis amigos y yo podíamos establecer las nuestras sin apenas notar nada.
-Entonces, ¿para qué crear vuestra propia red?
-Desde esta mañana los troncales de Internet están cortados. Internet virtualmente ha dejado de existir.
-¡Qué gilipollez! Sánchez esta mañana estaba leyendo el Marca como todos los días.
-El Marca y Sánchez comparten un mismo dominio del troncal. Pero seguro que no hubiera podido leer el Washington Post.
-¡Seguro…!-Dijo riéndose De la Fuente.-No se hubiera enterado de nada.



Gallardo pareció caer en la cuenta.
-Un momento, un momento… ¿quieres decir que la comunicación entre países a través de Internet ha sido cortada?
-Absolutamente.
-Pero si Internet no tenía fronteras…-De la Fuente miraba de uno a otro como pidiendo la confirmación de un dato universalmente conocido.
-Eso sí que es una gilipollez. Todo lo que circula por la red lo hace con el beneplácito de los que controlan los troncales.
-¿De qué troncales hablas?
-Internet es la interconexión de millones de redes. Estas se conectan unas a otras como las uvas de un racimo. Los troncales son las grandes ramas que comunican racimos con racimos, simplificando, claro está.
-¿Y cómo se puede cortar eso?

-Es preciso intervenir simultáneamente en miles de mega-ruters. Está claro que alguien tenía los medios para poder hacerlo en caso necesario y al parecer ese momento ha llegado.
-Pero ese corte supondrá una grave paralización de las telecomunicaciones. La gente lo terminará notando, será…
-El caos: los bancos dejarán de interoperar, el dinero se paralizará, las bolsas quedarán inactivas.
-Eso debería estar pasando ya, según tus propias palabras.
-Desde esta mañana. Si tienes un cheque del Banco de Chicago, cóbralo cuanto antes.

El silencio como respuesta indicaba que nadie tenía un pavo en el Chicago Bank.
 -Por ahora
se están dando escusas para legos: cables submarinos cortados, saturación, averías... Pero nosotros sabemos que no es así. El corte es premeditado y total.

En ese momento sonó la campana de la puerta. Fernanda, que no perdía puntada desde su discreto rincón, salió de la sala refunfuñando.

-¿Y cómo lo habéis resuelto?-Continuó Gallardo.
-Si ellos nos quieren devolver a los años cincuenta, nosotros hemos aceptado el reto.

Los dos policías se quedaron mirándole, esperando que continuara su relato de terror tecnológico.  Pepo parecía disfrutar exponiendo sus logros, aunque sabía que sus oyentes le entendían sólo en parte.

-Lo que se ha cortado es la intercomunicación entre nodos. Pero las grandes potencias han salvado sus propios bloqueos creando puentes o pasarelas entre nodos. Siguiendo el símil del racimo de uva, digamos que han establecido unos bypass.
-Un momento.-Interrumpió De la Fuente.-Te llevo escuchando un rato hablar de las grandes potencias… ¿Quién cojones son “las grandes potencias”?
-Es un decir. En realidad sabemos quién ha salvado el bloqueo: Estados Unidos, Rusia y China; pero no quién lo ha provocado.
-¿Y Europa?
-Que nosotros sepamos están a dos velas. Por ahora utiliza las redes de la NATO, gracias a Estados Unidos, pero digamos que trabajan “de prestado”.
-¿Y nosotros qué red utilizamos?
-La red de voz. Hemos tenido que desempolvar viejos módems y la velocidad obtenida es penosa, pero suficiente para transmitir datos alfanuméricos, como en los cincuenta.

-Y hemos recibido algún dato alfanumérico importante.
Había una especie de acuerdo tácito entre Pepo y Gallardo. El primero intentaba evitar los tecnicismos y el segundo le seguía la corriente. Cuando alguno de los dos se saltaba el acuerdo, el otro se lo hacía notar con alguna indirecta, como hacía Gallardo ahora.

Fernanda abrió la puerta y dejó entrar al Notario.
-Hola José Antonio.-Saludó De la Fuente, siempre educado.-Aquí nuestro amigo nos iba a comunicar algo nuevo. Te has ahorrado una perorata tecnológica incomprensible. Creo que llegas justo a tiempo de lo importante. Pepo, cuando quieras…

Pepo saludó al recién llegado mientras se acercaba a él con una tableta en la mano.
-Pues sí. Hemos logrado desencriptar el documento transmitido desde Ushuaia hasta el Observatorio de Río de la Plata.
-¿Y qué dice?-Contestó el Notario tomando la tableta que se le ofrecía sin saber muy bien qué se le pedía.
-Son miles de páginas de texto, no hemos podido recibir aún las imágenes. Esperamos que nos lo digas tú.
 José Antonio tocó la pantalla y empezó a leer y pasar las páginas a una velocidad casi imposible.

A miles de kilómetros de allí, bajo dos kilómetros de agua y hielo, un batiscafo que parecía salido de la mente del mismísimo Julio Verne, se movía lentamente por un entramado de columnas de hielo iluminadas por sus potentes focos. En su interior, tras una enorme claraboya de grueso cristal, Sergei Shishkin a los mandos y Sancho Bermúdez junto a él, miraban hipnotizados el extraño desfile de obstáculos.
-¿Seguro que sabes dónde vas?
-He hecho esto muchas veces.
-¿Escapar?
-Salir con el batiskaf . Es muy sencillo.
-¿Estás seguro de que no nos siguen?
El chico acercó la cara a un visor que tenía a la derecha.
-Seguro. Por aquí no caben los submarinos, solo el batiskaf. Además hoy tienen problemas ahí arriba.



Sancho se acomodó en una ridícula silla de aspecto frágil e incómodo alejándose de la claraboya y del propio Sergei. El batiscafo debía tener más de medio siglo de vida, porque todo lo que se veía eran relojes analógicos, indicadores luminosos del tamaño de vasos y palancas y botones de acero mal pintado. No había ninguna concesión a la ergonomía.
Un zumbido grave y constante proveniente de la popa servía de fondo a otro mucho más vigoroso y cambiante, sin duda producido por el motor que movía las hélices.
-¿Y esto lo teníais planeado desde hace mucho tiempo?
-Desde que cumplí los veinte años. Fue el regalo de mi padre.
-Pero de eso hace algunos años.
-Tuvimos que esperar a que llegase el momento.

Sergei manejaba el batiscafo con tanta habilidad que los más enrevesados vericuetos del laberinto de túneles, grietas y picos eran salvados con exquisita precisión como si fuesen sobre la vía de un tren. El sonido estridente subía y bajaba en respuesta a los movimientos de algunas palancas del piloto, sin embargo, el zumbido grave permanecía constante.
-¿Qué es ese zumbido?
-¿Qué?
-Ese…. Bzzzzzzz!
-¡Ah! Es el reactor nuclear.
Sancho dio un respingo con tanto ímpetu que se chocó contra una de las tuberías que recorrían el bajo techo de la cabina.
-¡Ay!... me cag…-Se dejó caer de nuevo en su silla.
-¿Estás bien?
-Si… joder-Se tocaba con la mano creyendo haberse abierto la cabeza. No había rastros de sangre, lo peor que le podía pasar es que le saliese un enorme chichón.
-¿Este chisme es nuclear?
-¡Claro! Si no, no podríamos navegar por estas aguas más de media hora.
-Pero… es tan pequeño…¿dónde está…?

Sin esperar la respuesta, miró con aprensión a la pared que estaba detrás de ellos y a una pequeña escotilla que la cerraba. Una inscripción en caracteres cirílicos parecía advertir “No abras esto, gilipollas”

- ¿Estaremos seguros?
-Si no permanecemos más de cinco horas dentro, si.
-Joooder… -Exclamó en español.-¡Estáis locos los rusos!
El chico miró al astrónomo.
-Un poco si… -Le dijo con una simpática sonrisa de loco.

El zumbido del reactor nuclear y el rugido del motor continuaron siendo los únicos sonidos que se escucharon durante un buen rato en el batiscafo, hasta que Sancho hizo la pregunta que llevaba intentando postergar desde hacía tiempo.
-¿Queda mucho?
El piloto miró algunos relojes sobre su cabeza.
-Para abandonar la Antártida, una media hora. Para salir a la superficie, aún queda tiempo, tenemos que descomprimir.

A pesar del frío, el sudor empezó a recorrer su frente. Creía sentir los millones de rads acariciándole la nuca desde la extraña exclusa a sus espaldas. Se decidió a hacer la pregunta más directa posible.
-¿Crees que llegaremos a la superficie antes de que sea demasiado tarde?
El chico volvió a mirarle, aunque ahora no reía en absoluto.
-Nunca he llegado tan lejos. Teóricamente nos dará tiempo, a menos que la Antártida haya crecido.
Sancho guardó silencio. No quedaba nada más que decir.

A doscientas millas al norte, el Portaaviones Ronald Reagan y una decena de navíos más también estaban en silencio. Las máquinas empujaban las naves a escasa velocidad sobre un mar cubierto de costras heladas que por ahora se rompían con facilidad. El Canal de Beagle se estaba congelando y si la Cuarta Flota no lograba refugiarse rápidamente más al norte, quedaría atrapada en mitad de un inusual mar de hielo.

Mientras, en Ushuaia, el Hotel la Nación, la agente Irma Gutiérrez, con un brazo amputado por la acción del veneno inyectado por Manuela Klein dormitaba en una de las habitaciones de la planta primera gracias a los efectos de la morfina que, milagrosamente, había aparecido en el botiquín del hotel.
En la planta baja, su compañero el Cabo Castro, Nicolás, Stella, Lucas, Encarni, Jotabé, Watanabe y los dos agentes rescatados de su coche patrulla, permanecían pegados unos otros formando un semicírculo alrededor de la chimenea. Sólo las llamas del hogar iluminaban la estancia, las ventanas hacía tiempo que habían sido cubiertas por la nieve.

-Hace mucho frío, Toni no debería andar por ahí.-Dijo Stella con un serio tono de reproche hacia los dos extraños huéspedes que se suponía deberían cuidar de la niña.
-No debes preocuparte por ella.
-¿No cgeeis que es el momento de la vegdad?
-Joder tío.-Dijo la valenciana mirando lasciva hacia el francés.-Cuando quieras.
-Encarna, por favor, que estoy aquí.-Protestó Lucas.
-Me gefiego a que sepáis toda la vegdad: una chimenea y una histogia, un clásico.
-Se refiere a historias fantásticas de verdad.-Sonó la voz de una niña detrás del grupo. Todos volvieron la mirada. Las sombras de sus propios cuerpos impedían ver a Toni, aunque sus pequeños ojitos refulgían como pequeñas ascuas en la oscuridad.
-Dicho así, casi das miedo, pebeta.
-Desde luego. Pareces la niña del exorcista.
-Empieza tú, Watanabe.-Respondió la niña haciéndose un hueco entre Stella y Nicolás.
-Como desees.

Las palabras brotaban de la boca del japonés con calma.
Primero la historia del volcán, la transmutación, los poderes. Johnny el Penumbra, el Monstruo de Fukushima, los Mutantes de Mörgendammerung.
El francés tomaba de vez en cuando el relevo y continuaba, dándole al relato mucho más dramatismo. Tetsu Watanabe era más comedido en sus descripciones, pero en ambos casos el relato resultaba por momentos más y más increíble.

Los rostros de sus contertulios iban cambiando del desinterés, al escepticismo, el asombro, y la risa como si todo aquello no fuese más que un relato de campamento. De vez en cuando todos miraban a la protagonista, una pequeña criaturita que se abrazaba cariñosamente al brazo de Stella sonriendo sin rechistar.

-Creo que dada la situación, nos podremos tutear.-Dijo Nicolás cuando creyó que el relato había llegado a su fin.-¿Querés decir que esta tierna niñita es en realidad un engendro de dos metros de alto?
-Sí lo es lo disimula bastante bien.-Apuntilló la valenciana con cara de no haberse creído absolutamente nada.
-Sería entonces ella la que, convertida en una ninja gigantesca, nos rescató del auto, hace unas horas… ¿No?-Intentó aclarar uno de los agentes.

-No deberían mezclar a la niña en este juego.-Volvió a reprochar Stella, ahora realmente enojada, mientras acariciaba protectora a Toni.-Los pequeños son muy influenciables y lo que para nosotros puede ser algo divertido, para ellos puede representar un trauma infantil de imprevisibles consecuencias.
-Menos mal que existe la Argentina y sus legiones de psicoanalistas.-Dijo Toni desprendiéndose con cariño de las manos de la dueña del hotel mientras se levantaba.
-¡Ves! La estáis convirtiendo en un pequeño monstruo. Vení hacia acá, hijita, no hagás caso a este par de pelotudos.
-A mi desde luego no me hace ninguna gracia todo este asunto.-Añadió Lucas, también molesto con las historias de La Ninja de los Peines.

Toni se alejó del grupo hasta detenerse en medio del vestíbulo. Se giró y los miró sonrientes.
-Ahora que sabéis la verdad podéis ver a La Ninja. No os asustéis.
Un leve reguero de llamas empezó a recorrer la figura de la pequeña desde las diminutas zapatillas de felpa hasta su tierna carita. Luego las llamas se fueron alargando más allá de su corta estatura alcanzando prácticamente el techo del vestíbulo. Watanabe y Jotabé miraban sonrientes la falla que se acababa de montar en la sala mientras que el resto del grupo se intentaba alejar de ella con temor.

Por fin, las llamas se apagaron y la enorme y rotunda figura de La Ninja de los Peines apareció en el lugar en que segundos antes estaba la niña. Una voz gutural, de género indeterminado, retumbó en las paredes.
-¿Aún piensas que soy una pequeña desvalida, Stella?
Stella se había olvidado de cerrar la boca y casi de hablar.


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