Aunque el Ok-Corral presentaba a
aquella hora de la tarde un lleno total, las imágenes de la pantalla de
televisión ya auguraban que rápidamente se vaciaría. Porque el evento que les
había convocado tenía serios indicios de ser suspendido.
El comentarista deportivo
aparecía con las gradas del estadio Maracaná vacías tras de sí. Hasta aquí algo
normal para un partido que tenía previsto su inicio dos horas después. Lo que
marcaba la diferencia era el terreno de juego: no era verde, sino blanco.
Blanco porque estaba totalmente
cubierto de nieve. Nieve como la que caía tras el periodista que parecía
transmitir desde Moscú y no desde Rio de Janeiro.
Los sorprendidos telespectadores
sentían una sensación extraña, una mezcla de calor proveniente de la tórrida Alameda,
en la que los cuarenta grados llevaban algunas horas instalados y de frío
proveniente de la pantalla de televisión. Y como todos se temían estar allí
para nada, al final lo que recorría sus espinazos no era otra cosa que un
escalofrío.
Y en esas estaba la cabizbaja
peña del Ok-Corral cuando hizo su entrada la pareja de gordas más acaloradas
del mundo: La bruja Maru y la Peligro.
-¡Joé niño, qué calor más grande!
-¡Ay… dame algo fresquito!
Todos se volvieron un instante
para luego continuar mirando la pantalla con la ilusión de que apareciera por
el fondo una máquina quitanieves, máquinas que no suele haber no Brasil nem seu entorno.
-¿Café-late frío?-Preguntó en su
estilo más internacional Manolo Gómez, dueño del garito.
-¡El coño de tu prima!-Respondió en
el más castizo de los modos la gitana Maru.-Ponnos dos botellines de cerveza.
-Así… -La Peligro se pasó la
manaza por el costado mientras admiraba al locutor.-Heladitos como ese gachón
de la tele.
El comentarista, tapado hasta la
cejas, intentaba rellenar la falta de acontecimientos volviendo a relatar una y
otra vez lo mismo: el frío se había adueñado de las favelas, los cariocas no
daban crédito, el partido parecía que se iba a suspender, etcétera, etcétera.
-Marchando dos botellines.
Las dos recién llegadas miraron
sobre los rostros cariacontecidos de los clientes hasta que una de ellas reparó
que El Notario estaba sentado sólo en una mesita del rincón. También estaba
triste, aunque en él eso era lo habitual.
-Vamos a sentarnos con ese, a ver
si sabe algo de la Antonia.
Los dos botellines, cubiertos por
una sugerente capa de escarcha, aparecieron junto a ellas. Dos grandes manazas
asieron a las pobres botellas y se dirigieron tras sus dueñas hacia la mesa de
mármol del rincón.
-¿Le importa que le acompañemos
caballero?-Dijo la Peligro sentándose directamente.
-¿Eh?¡Ah!, hola… no, no,
sentaros.
-Hijo, qué cara tienes. ¿Ha
pasado algo?
-No.-El Notario se acomodó
incorporándose y retrayendo sus largas piernas para dejarles hueco.-Es que
estoy un poco harto de todo este lío. No salimos de una y ya nos estamos
metiendo en otra. ¡Qué asco de mundo!
-Verdad niño… cómo está el
tiempo.
-Bueno.-Interrumpió la
Maru.-Abreviando que yo tengo a mis niños de la pensión preparándose para salir
de botellona y no quiero desatender el negocio. ¿Qué sabemos de la Antonia, el
chino y el franchute?
-Que están bien. Aislados por la
nieve y a la espera, pero razonablemente bien. ¡Ah, sí! Han capturado a la doctora
Manuela Klein.
-¡Por fin! ¡Qué hija de su
putísima madre! Espero que la Antonia la haya frito como a una pavía.
-Sabes que mi Antonia no es de
esa condición, ¿verdad lechuguino?
-No, desde luego. La ha encerrado
en el calabozo de la policía. Como todos están aislados no creo que pueda
escapar, por ahora.
Las “chicas” bebieron al unísono
un largo trago.
-¿Y de las voces?
-Mudas. Pepo y sus amigos están
intentando descifrar un archivo que podría contener información importante.
Llevan así día y medio. Harto de esperar me vine a ver el partido pero, como
veréis, nieva en Río. ¡Qué asco de mundo!
-¡Y que lo digas! Una final sin
partido, Brasil sin sol y unos superhéroes sin misión. Qué birria de momento.
-Se te olvidó incluir: una
superheroína sin superpoderes.-Dijo la Peligro señalándose.
-De todas maneras.-Interrumpió El
Notario haciendo un gesto hacia la pantalla de la televisión.-Toda esta
historia del cambio de clima podría ser una pista en sí.
-Sí. Parece que es por ahí donde
se guisa el potaje, pero no sé qué podría hacer Antonia. Por muy caliente que
se ponga, no creo que sea capaz de derretir toda esa nieve.
-¡Uy!-Dijo la Maru abanicándose
con la falda-¡Pues yo estoy que me va a dar algo!
-Bebe, mujer, pero no airees tus
partes, que hay gente comiendo.
En ese momento entró por la
puerta el marido de Fernanda. Se acercó a Manolo y le preguntó algo. El
camarero señaló a la mesa del Notario.
A quinientos metros de allí, en
la Fundación Universal para la Extensión de la Gracia y el Arte (FUEGA), también
se tomaban su pequeño descanso.
Tras días de lucha contra los
firewalls de medio mundo, Pepo y sus amigos cibernéticos mundiales habían tomado
una decisión radical.
-¿¡¡Qué vais a usar vuestra
propia Internet!!?-Gritó Gallardo entre la admiración y la indignación.
-Es muy fácil. Ya existían redes
de comunicaciones mundiales antes de que los militares abrieran al público su
puta Red.
-¡No debería hablar así, Don
José!-Dijo la sirvienta desde un discreto rincón.
-No lo tomes en serio, Fernanda,
ya sabes cómo son estos jóvenes.
-¡Unos deslenguados!
El excomisario De la Fuente,
Gallardo y Pepo tomaban un excelente café preparado “a la peruana” aprovechando
que éste último había subido desde su cuartel general, en el segundo sótano de
la Fundación. Decía traer “buenas noticias”,
aunque el comienzo no parecía nada halagüeño.
-Veréis. Desde la caída de
Mörgendammerung, Internet se había llenado de mensajería robot, virus, largas
cadenas de mensajes encriptados, bloqueos, contra medidas… un tráfico inusual y
endiablado. Casi se podía decir que el rendimiento había bajado un 50%.
-Sí. Alguien comentaba ayer que
todo parecía ir a pedales.
-Efectivamente. Las
superpotencias han tomado el control de media red para transmitir sus
comunicaciones secretas y descifrar o impedir las del enemigo. Lo que hace unas
semanas era una autopista es ahora una ciénaga.
-¡Por Dios, Pepo!-Dijo De la
Fuente intentando quitar dramatismo a las palabras del tecnólogo mientras se
servía un par de terrones de azúcar-¡Ni que estuviésemos en guerra!
Pepo sonrió mientras de su taza goteaba
café sobre la barriga.
-Prácticamente.-Dio un rápido
sorbo.-El descubrimiento de los nuevos artilugios en las sedes de la
Organización se ha convertido en una lucha sin cuartel por conseguir los
descubrimientos e inventos más ventajosos. Una nueva carrera tecno-militar.
-¡Elegidos para la gloria!-Gallardo
miraba por la ventana. El sol aún quemaba la arboleda y ni siquiera la sombra
invitaba a salir a la calle.-Pero eso no es obstáculo para la Liga de los Hackers Extraordinarios
verdad “Don José”.-Se volvió mirándole con una sonrisa burlona.
-Ríete comisario. Pero así es. O
era. Aún con la mitad de la red inutilizada bloqueando cualquier comunicación,
mis amigos y yo podíamos establecer las nuestras sin apenas notar nada.
-Entonces, ¿para qué crear
vuestra propia red?
-Desde esta mañana los troncales
de Internet están cortados. Internet virtualmente ha dejado de existir.
-¡Qué gilipollez! Sánchez esta
mañana estaba leyendo el Marca como todos los días.
-El Marca y Sánchez comparten un
mismo dominio del troncal. Pero seguro que no hubiera podido leer el Washington
Post.
-¡Seguro…!-Dijo riéndose De la
Fuente.-No se hubiera enterado de nada.
Gallardo pareció caer en la
cuenta.
-Un momento, un momento… ¿quieres
decir que la comunicación entre países a través de Internet ha sido cortada?
-Absolutamente.
-Pero si Internet no tenía
fronteras…-De la Fuente miraba de uno a otro como pidiendo la confirmación de
un dato universalmente conocido.
-Eso sí que es una gilipollez.
Todo lo que circula por la red lo hace con el beneplácito de los que controlan
los troncales.
-¿De qué troncales hablas?
-Internet es la interconexión de
millones de redes. Estas se conectan unas a otras como las uvas de un racimo.
Los troncales son las grandes ramas que comunican racimos con racimos,
simplificando, claro está.
-¿Y cómo se puede cortar eso?
-Es preciso intervenir simultáneamente
en miles de mega-ruters. Está claro que alguien tenía los medios para poder
hacerlo en caso necesario y al parecer ese momento ha llegado.
-Pero ese corte supondrá una
grave paralización de las telecomunicaciones. La gente lo terminará notando,
será…
-El caos: los bancos dejarán de
interoperar, el dinero se paralizará, las bolsas quedarán inactivas.
-Eso debería estar pasando ya, según tus
propias palabras.
-Desde esta mañana. Si tienes un cheque del Banco de Chicago, cóbralo cuanto antes.
El silencio como respuesta indicaba que nadie tenía un pavo en el Chicago Bank.
-Por ahora
se están dando escusas para legos: cables submarinos cortados, saturación, averías... Pero nosotros sabemos que no es así. El corte es premeditado y total.
El silencio como respuesta indicaba que nadie tenía un pavo en el Chicago Bank.
-Por ahora
se están dando escusas para legos: cables submarinos cortados, saturación, averías... Pero nosotros sabemos que no es así. El corte es premeditado y total.
En ese momento sonó la campana de la puerta.
Fernanda, que no perdía puntada desde su discreto rincón, salió de la sala
refunfuñando.
-¿Y cómo lo habéis resuelto?-Continuó Gallardo.
-Si ellos nos quieren devolver a
los años cincuenta, nosotros hemos aceptado el reto.
Los dos policías se quedaron
mirándole, esperando que continuara su relato de terror tecnológico. Pepo parecía disfrutar exponiendo sus logros,
aunque sabía que sus oyentes le entendían sólo en parte.
-Lo que se ha cortado es la
intercomunicación entre nodos. Pero las grandes potencias han salvado sus propios bloqueos creando puentes o
pasarelas entre nodos. Siguiendo el símil del racimo de uva, digamos que han
establecido unos bypass.
-Un momento.-Interrumpió De la
Fuente.-Te llevo escuchando un rato hablar de las grandes potencias… ¿Quién cojones son “las grandes potencias”?
-Es un decir. En realidad sabemos quién ha salvado el bloqueo: Estados Unidos, Rusia y China; pero no quién lo ha provocado.
-¿Y Europa?
-Que nosotros sepamos están a dos
velas. Por ahora utiliza las redes de la NATO, gracias a Estados Unidos, pero
digamos que trabajan “de prestado”.
-¿Y nosotros qué red utilizamos?
-La red de voz. Hemos tenido que
desempolvar viejos módems y la velocidad obtenida es penosa, pero suficiente
para transmitir datos alfanuméricos, como en los cincuenta.
-Y hemos recibido algún dato alfanumérico importante.
Había una especie de acuerdo
tácito entre Pepo y Gallardo. El primero intentaba evitar los tecnicismos y el
segundo le seguía la corriente. Cuando alguno de los dos se saltaba el acuerdo,
el otro se lo hacía notar con alguna indirecta, como hacía Gallardo ahora.
Fernanda abrió la puerta y dejó
entrar al Notario.
-Hola José Antonio.-Saludó De la
Fuente, siempre educado.-Aquí nuestro amigo nos iba a comunicar algo nuevo. Te
has ahorrado una perorata tecnológica incomprensible. Creo que llegas justo a
tiempo de lo importante. Pepo, cuando quieras…
Pepo saludó al recién llegado
mientras se acercaba a él con una tableta en la mano.
-Pues sí. Hemos logrado
desencriptar el documento transmitido desde Ushuaia hasta el Observatorio de
Río de la Plata.
-¿Y qué dice?-Contestó el Notario
tomando la tableta que se le ofrecía sin saber muy bien qué se le pedía.
-Son miles de páginas de texto,
no hemos podido recibir aún las imágenes. Esperamos que nos lo digas tú.
José Antonio tocó la pantalla y empezó a leer
y pasar las páginas a una velocidad casi imposible.
A miles de kilómetros de allí,
bajo dos kilómetros de agua y hielo, un batiscafo que parecía salido de la
mente del mismísimo Julio Verne, se movía lentamente por un entramado de
columnas de hielo iluminadas por sus potentes focos. En su interior, tras una
enorme claraboya de grueso cristal, Sergei Shishkin a los mandos y Sancho Bermúdez junto a él, miraban hipnotizados
el extraño desfile de obstáculos.
-¿Seguro que sabes dónde vas?
-He hecho esto muchas veces.
-¿Escapar?
-Salir con el batiskaf . Es muy sencillo.
-¿Estás seguro de que no nos
siguen?
El chico acercó la cara a un visor
que tenía a la derecha.
-Seguro. Por aquí no caben los
submarinos, solo el batiskaf. Además hoy
tienen problemas ahí arriba.
Sancho se acomodó en una ridícula
silla de aspecto frágil e incómodo alejándose de la claraboya y del propio
Sergei. El batiscafo debía tener más de medio siglo de vida, porque todo lo que
se veía eran relojes analógicos, indicadores luminosos del tamaño de vasos y
palancas y botones de acero mal pintado. No había ninguna concesión a la
ergonomía.
Un zumbido grave y constante
proveniente de la popa servía de fondo a otro mucho más vigoroso y cambiante,
sin duda producido por el motor que movía las hélices.
-¿Y esto lo teníais planeado
desde hace mucho tiempo?
-Desde que cumplí los veinte
años. Fue el regalo de mi padre.
-Pero de eso hace algunos años.
-Tuvimos que esperar a que
llegase el momento.
Sergei manejaba el batiscafo con
tanta habilidad que los más enrevesados vericuetos del laberinto de túneles,
grietas y picos eran salvados con exquisita precisión como si fuesen sobre la
vía de un tren. El sonido estridente subía y bajaba en respuesta a los movimientos
de algunas palancas del piloto, sin embargo, el zumbido grave permanecía
constante.
-¿Qué es ese zumbido?
-¿Qué?
-Ese…. Bzzzzzzz!
-¡Ah! Es el reactor nuclear.
Sancho dio un respingo con tanto
ímpetu que se chocó contra una de las tuberías que recorrían el bajo techo de
la cabina.
-¡Ay!... me cag…-Se dejó caer de
nuevo en su silla.
-¿Estás bien?
-Si… joder-Se tocaba con la mano
creyendo haberse abierto la cabeza. No había rastros de sangre, lo peor que le
podía pasar es que le saliese un enorme chichón.
-¿Este chisme es nuclear?
-¡Claro! Si no, no podríamos
navegar por estas aguas más de media hora.
-Pero… es tan pequeño…¿dónde
está…?
Sin esperar la respuesta, miró
con aprensión a la pared que estaba detrás de ellos y a una pequeña escotilla
que la cerraba. Una inscripción en caracteres cirílicos parecía advertir “No
abras esto, gilipollas”
- ¿Estaremos seguros?
-Si no permanecemos más de cinco
horas dentro, si.
-Joooder… -Exclamó en
español.-¡Estáis locos los rusos!
El chico miró al astrónomo.
-Un poco si… -Le dijo con una
simpática sonrisa de loco.
El zumbido del reactor nuclear y
el rugido del motor continuaron siendo los únicos sonidos que se escucharon
durante un buen rato en el batiscafo, hasta que Sancho hizo la pregunta que
llevaba intentando postergar desde hacía tiempo.
-¿Queda mucho?
El piloto miró algunos relojes
sobre su cabeza.
-Para abandonar la Antártida, una
media hora. Para salir a la superficie, aún queda tiempo, tenemos que
descomprimir.
A pesar del frío, el sudor empezó
a recorrer su frente. Creía sentir los millones de rads acariciándole la nuca
desde la extraña exclusa a sus espaldas. Se decidió a hacer la pregunta más
directa posible.
-¿Crees que llegaremos a la
superficie antes de que sea demasiado tarde?
El chico volvió a mirarle, aunque
ahora no reía en absoluto.
-Nunca he llegado tan lejos.
Teóricamente nos dará tiempo, a menos que la Antártida haya crecido.
Sancho guardó silencio. No
quedaba nada más que decir.
A doscientas millas al norte, el
Portaaviones Ronald Reagan y una decena de navíos más también estaban en silencio.
Las máquinas empujaban las naves a escasa velocidad sobre un mar cubierto de
costras heladas que por ahora se rompían con facilidad. El Canal de Beagle se
estaba congelando y si la Cuarta Flota no lograba refugiarse rápidamente más al
norte, quedaría atrapada en mitad de un inusual mar de hielo.
Mientras, en Ushuaia, el Hotel la
Nación, la agente Irma Gutiérrez, con un brazo amputado por la acción del
veneno inyectado por Manuela Klein dormitaba en una de las habitaciones de la
planta primera gracias a los efectos de la morfina que, milagrosamente, había
aparecido en el botiquín del hotel.
En la planta baja, su compañero el
Cabo Castro, Nicolás, Stella, Lucas, Encarni, Jotabé, Watanabe y los dos
agentes rescatados de su coche patrulla, permanecían pegados unos otros formando
un semicírculo alrededor de la chimenea. Sólo las llamas del hogar iluminaban
la estancia, las ventanas hacía tiempo que habían sido cubiertas por la nieve.
-Hace mucho frío, Toni no debería
andar por ahí.-Dijo Stella con un serio tono de reproche hacia los dos extraños
huéspedes que se suponía deberían cuidar de la niña.
-No debes preocuparte por ella.
-¿No cgeeis que es el momento de la
vegdad?
-Joder tío.-Dijo la valenciana
mirando lasciva hacia el francés.-Cuando quieras.
-Encarna, por favor, que estoy
aquí.-Protestó Lucas.
-Me gefiego a que sepáis toda la
vegdad: una chimenea y una histogia, un clásico.
-Se refiere a historias
fantásticas de verdad.-Sonó la voz de una niña detrás del grupo. Todos
volvieron la mirada. Las sombras de sus propios cuerpos impedían ver a Toni,
aunque sus pequeños ojitos refulgían como pequeñas ascuas en la oscuridad.
-Dicho así, casi das miedo,
pebeta.
-Desde luego. Pareces la niña del
exorcista.
-Empieza tú, Watanabe.-Respondió
la niña haciéndose un hueco entre Stella y Nicolás.
-Como desees.
Las palabras brotaban de la boca
del japonés con calma.
Primero la historia del volcán,
la transmutación, los poderes. Johnny el Penumbra, el Monstruo de Fukushima,
los Mutantes de Mörgendammerung.
El francés tomaba de vez en
cuando el relevo y continuaba, dándole al relato mucho más dramatismo. Tetsu
Watanabe era más comedido en sus descripciones, pero en ambos casos el relato
resultaba por momentos más y más increíble.
Los rostros de sus contertulios
iban cambiando del desinterés, al escepticismo, el asombro, y la risa como si todo
aquello no fuese más que un relato de campamento. De vez en cuando todos
miraban a la protagonista, una pequeña criaturita que se abrazaba cariñosamente
al brazo de Stella sonriendo sin rechistar.
-Creo que dada la situación, nos
podremos tutear.-Dijo Nicolás cuando creyó que el relato había llegado a su
fin.-¿Querés decir que esta tierna niñita es en realidad un engendro de dos
metros de alto?
-Sí lo es lo disimula bastante
bien.-Apuntilló la valenciana con cara de no haberse creído absolutamente nada.
-Sería entonces ella la que,
convertida en una ninja gigantesca, nos rescató del auto, hace unas horas…
¿No?-Intentó aclarar uno de los agentes.
-No deberían mezclar a la niña en
este juego.-Volvió a reprochar Stella, ahora realmente enojada, mientras
acariciaba protectora a Toni.-Los pequeños son muy influenciables y lo que para
nosotros puede ser algo divertido, para ellos puede representar un trauma
infantil de imprevisibles consecuencias.
-Menos mal que existe la
Argentina y sus legiones de psicoanalistas.-Dijo Toni desprendiéndose con
cariño de las manos de la dueña del hotel mientras se levantaba.
-¡Ves! La estáis convirtiendo en
un pequeño monstruo. Vení hacia acá, hijita, no hagás caso a este par de
pelotudos.
-A mi desde luego no me hace ninguna
gracia todo este asunto.-Añadió Lucas, también molesto con las historias de La
Ninja de los Peines.
Toni se alejó del grupo hasta
detenerse en medio del vestíbulo. Se giró y los miró sonrientes.
-Ahora que sabéis la verdad podéis
ver a La Ninja. No os asustéis.
Un leve reguero de llamas empezó
a recorrer la figura de la pequeña desde las diminutas zapatillas de felpa
hasta su tierna carita. Luego las llamas se fueron alargando más allá de su
corta estatura alcanzando prácticamente el techo del vestíbulo. Watanabe y
Jotabé miraban sonrientes la falla que se acababa de montar en la sala mientras
que el resto del grupo se intentaba alejar de ella con temor.
Por fin, las llamas se apagaron y
la enorme y rotunda figura de La Ninja de los Peines apareció en el lugar en que
segundos antes estaba la niña. Una voz gutural, de género indeterminado,
retumbó en las paredes.
-¿Aún piensas que soy una pequeña
desvalida, Stella?
Stella se había olvidado de
cerrar la boca y casi de hablar.
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