Dmitri observaba maravillado cómo Sancho Bermúdez y el
grupo de científicos rusos de Vostok se hacían entender utilizando fórmulas
matemáticas, mapas y algunos gestos.
Su misión era servir de intérprete entre el español, a punto
de nacionalizarse ruso, y sus compatriotas. El objetivo, encontrar una
explicación a ciertos fenómenos que se estaban verificando en la Antártida.
Tanto Bermúdez como el joven y brillante Sergey Shishkin parecían haber
conectado instantáneamente, lo cual le ahorraba un gran trabajo aunque le
mantenía ajeno a lo que allí se hablaba. Porque el coronel Dmitri Vasilev no
era un científico, al menos no lo era al cien por cien y no era capaz de seguir
ese lenguaje universal de la Ciencia.
De repente fue sacado de su melancólica reflexión por la
mano de Bermúdez que le golpeó la espalda en un afectuoso gesto de camaradería.
-¿Podrías traducir, Dmitri?
-¿Realmente lo necesitas?-Replicó girándose hacia él.
-Sí, ahora sí. No logro transmitir una pregunta.
-A ver… Dispara.
El coronel comprobó cómo los otros se habían quedado
quietos, expectantes, impacientes incluso por entender lo que Bermúdez llevaba
un buen rato intentando decirles.
-Pregúntales porqué la refracción apreciada en mis
estudios de las auroras australes parece responder a un patrón geométrico. Qué
no es lo que estoy entendiendo.
-Eso casi te lo podría respondier yo, pero viéndoles las caras no me atrievería a privarles de ese pequeño placer.
Dimitri tradujo las palabras del español y un murmullo de
satisfacción se escuchó en el laboratorio Zvezda de la base Vostok. Era un
lugar grande y de paredes oscuras, iluminado apenas por los haces concentrados
de las focos de trabajo sobre las mesas que formaban así un entramado de
aleatorios rayos de luz. En ese ambiente, los rostros de los investigadores
tenían un aire misterioso, casi dramático.
El joven Sergey sonrió al español y, en lugar de
contestarle, le hizo volver la mirada a un gran mapa de la Antártida que había
detrás de él, parecía divertirse con el misterio y la dificultad de
comunicación. Y, por qué no, pensó Dmitri, por establecer contacto directo con
su colega.
-Como te está indicando el camarada Shishkin, en esos
puntos del paralelo 80 sur, se han detectiado
intensos sumidieros electromagniéticos desde nuestro sistema
de satélites polares.
-Dvenadtsat
-Son doce puntos equidistantes.
-Evidentemente, de origen humano. ¿De qué densidad electromagnética
estamos hablando?
Dmitri tradujo. Nunca recordaba eso. El joven Sergey
habló un largo rato intentando que el coronel entendiese lo que le estaba
contando. El coronel se giró hacia el español.
-¿Preguntabas por la Intensidad?
-No. Densidad.
El científico no esperó la traducción, se giró hacia la pizarra
y escribió.
≤ 15 T
Bermúdez sonrió extrañado-No es nada del otro mundo.
Seguey volvió la mirada hacia la pizarra y comenzó a escribir
de nuevo. Utilizaba el inglés con carácteres del alfabeto latino, aunque
algunas veces se le escapaba algún cirílico que borraba inmediatamente. En azul
sobre blanco apareció la siguiente expresión:
≤ 15 T x 36·106
cm
-¡La Ostia!... Eso… eso es imposible, es suficiente para
acabar con la magnetosfera provocando la...
-Afortunadamente-interrumpió el coronel-estamos hablando de picos de potiencia del orden de diez elevado a
menos dieciséis segundos-Se volvió hacia el grupo y empezó a explicar
algo.
Somolev, un tipo gordo con aspecto de bonachón se dirigió a la pizarra. Parecían retomar la anterior conversación de gestos y fórmulas. Dibujó un círculo, unas líneas curvas que salían por arriba, se alejaban al llegar al ecuador y convergían de nuevo por abajo.
Somolev, un tipo gordo con aspecto de bonachón se dirigió a la pizarra. Parecían retomar la anterior conversación de gestos y fórmulas. Dibujó un círculo, unas líneas curvas que salían por arriba, se alejaban al llegar al ecuador y convergían de nuevo por abajo.
-Magnitnoye pole-Dijo señalando a las pizarra.
-Magnitoye pole-Repitió Bermúdez haciendo ver que había
entendido.
El ruso marcó en la parte inferior del círculo una gruesa
línea con el rotulador.
-Strannoye yavleniye.
-Strañoye… ya. Eso
tan extraño que habéis detectado.- Dmitri asintió dándole con ese gesto el sí a
ambos interlocutores a la vez.
Somolev empezó entonces a dibujar líneas que iban ahora
de arriba a abajo pero por el centro del círculo.
- Investitsii…
-Inversión del campo magnético, ya.
-Da!-Dijeron todos al unísono.
-¡Claro!
- Yestestvenno-Tradujo igualmente entusiasmado.
-¡Eso es!
-Eureka!-Volvió a traducir.
Los rusos le miraban con los ojos como platos, una
sonrisa estúpida en los labios y un silencio expectante.
-Pero… ¿No lo ven?
No hubo necesidad de traducción. Todos negaron con su
cabeza.
-¿Cuánto tiempo llevan aquí abajo?-Dijo volviéndose
hacia el militar.
Dmitri no tradujo, sólo sonrió y contestó.-Desde 1.989.
En ese preciso instante, dos policías tomaban café en uno
de los garitos de las afueras de Ushuaia mientras miraban atemorizados hacia
los ventanales escuchando el boletín de noticias.
-Según el Centro de Huracanes de Miami, no estamos ante
la primera gran nevada del invierno sino en el borde de una gigantesca tormenta
que se está desarrollando a mil ochocientas millas hacia el sur. Es como si se
hubiese desatado una tormenta tropical en el Ántártico. El tiempo se volvió
loco amigos. Así que le recordamos que no salgan de sus casas ni envíen a los
pibes a la escuela, el gobierno regional ha activado la alerta roja, la cosa
probablemente vaya a peor.
-Vaya un tiempo para estar de patrulla.-Dijo la camarera
sirviendo el café sobre vasos de papel.
-Siempre es mal tiempo para estar de patrulla.-Contestó
sonriente uno de los policías.
A dos kilómetros hacia el norte, una camioneta-patrulla
corría por la carretera esquivando a duras penas los cúmulos de nieve que ya se
amontonaban en las cerradas curvas. La luz de los faros no servía para nada
porque la blancura espectral de la ventisca la reflejaba en todas direcciones
mezclándola con la hiriente y difusa claridad.
Manuela, cubierta apenas por la combinación y la
gabardina de Nicolás, conducía frenética, dando volantazos a izquierda y
derecha para evitar que el vehículo se saliera de la carretera.
No sentía el frío que atravesaba la carrocería mientras
sus pies descalzos pisaban alternativamente acelerador y freno. De pronto la
radio crepitó.
“Atención, atención. Agente herida en 1.204 de Luis
Fernando Martial, Hotel la Nación. El sospechoso, una mujer de pequeña estatura,
descalza y con gabardina. Ha huido en el móvil oficial, una camioneta
Volkswagen Voyage de las nuevas. Si se encuentran con ella…”
Manuela consiguió apagar la radio después de haber
pulsado todos los botones. Miraba a derecha e izquierda un lugar por el que
salir de la carretera y evitar un encuentro con la policía. Su ira la hacía
pensar con rapidez pero no con lucidez.
Una cerrada curva le obligó a girar hacia la izquierda,
la camioneta patinó de costado hacia el borde de la carretera. Manuela aceleró
y las ruedas delanteras giraron libres durante unos segundos mientras el coche
continuaba con su movimiento lateral hasta que, algún mecanismo automático,
conectó la fuerza motriz a las traseras. El coche pegó un salto y se alejó in
extremis del borde abarrancado evitando la caída. La doctora sudaba, a pesar
del intenso frío.
En el garito, los cafés quedaron abandonados sobre el
mostrador mientras los agentes subían al vehículo. Un segundo auto les rebasó con
un escandaloso despliegue de sirena. La camioneta arrancó y enfiló tras de él.
-“…es posible que el sospechoso pertenezca a la
Organización criminal Mörgendammerung, es muy peligrosa, manténganse siempre a
distancia y no la pierdan de vista…”
La nieve caía casi como una cortina furiosa que se
estrellaba contra los parabrisas apelmazándose en las partes del cristal a la
que no llegaban las escobillas. La visibilidad era casi nula y la carretera
demasiado virada como para poder ir a la velocidad a la que corrían los coches.
El primero de ellos, al tomar un repecho a la derecha, se salió y fue a dar
contra la ladera de la montaña quedando prácticamente de lado, el otro le
adelantó y continuó con la carrera.
De pronto, Manuela creyó ver un pequeño cartel. Era un
camino. Redujo la marcha y se metió por él acelerando. El piso debía ser de
mala calidad porque la camioneta empezó a dar botes y a perder contacto. Uno de
los saltos hizo que la doctora botara como un cacahuete en una sartén y pegara
un cabezazo contra el techo de la cabina. El vehículo redujo la marcha por
falta de aceleración y se detuvo. Manuela cayó en el asiento semiinconsciente.
A sus espaldas se pudo oír pasar a toda velocidad la sirena del auto patrulla
perdiéndose montaña arriba.
Tras unos minutos, Manuela volvió en sí. Le dolía el
cuello más que la cabeza, pero no podía perder el tiempo en quejarse. Debía
continuar antes de que toda la policía del Cono Sur se le echara encima. Volvió
a tomar asiento y ahora se puso el cinturón de seguridad.
El coche estaba rodeado de nieve por todas partes. Las
ruedas, en apenas dos minutos, casi habían desaparecido. Pisó el acelerador e
intentó moverlo, pero ya no había forma.
Volvió a quitarse el cinturón y pasó a la banqueta
trasera. El frío la estaba agarrotando e intentaba encontrar alguna prenda de
abrigo. Tenía el temerario propósito de abandonar el vehículo y seguir a pie.
Intentó abrir el respaldo del asiento para acceder al maletero, pero estaba
bloqueado. También intentó abrir la puerta pero la nieve llegaba hasta el borde
del guardabarros, era imposible.
-Vamos, Manuela… piensa.-dijo para si.
El frío empezaba a calarle los huesos. Sabía que tenía que
tomar una decisión rápida. Debía salir de allí y buscar refugio, aunque en los
alrededores sólo se veía la cortina de nieve cayendo con furia sobre un
algodonoso terreno nevado. Algo en su interior le decía que se había comportado
como una estúpida, media Humanidad le hubiese dado la razón.
En el Hotel La Nación, apenas dos mil metros al norte,
Stella sujetaba el cuerpo de Irma Gutiérrez y miraba con aprensión el aspecto
macilento e hinchado de su mano izquierda. La policía respiraba
entrecortadamente.
-¿Pero cómo consentiste…?-Preguntó el Cabo Castro.
-Me… dijo que tenía que vestirse. La acompañé aquí y
esperé a que… buscara algo en el armario. Me… llamó para que le ayudara.
-Dios. ¿Qué le pasa?
-Parece que le han inyectado algo, una especie de veneno.
-¿Qué clase de veneno hace esto?
-Algo que la matará si no actuamos inmediatamente.-Dijo
una voz tras ellos. Castro se giró. Watanabe y Jotabé entraron y se acercaron a
la agente tendida apartando al cabo de un empujón.
-Después de todo ha tenido suegte.-Dijo Jotabé
arrancándole de un tirón la manga del uniforme. El brazo desnudo de Gutiérrez
estaba casi cubierto por una red de finas líneas violáceas.
-¿Quiénes son ustedes?
-Son inquilinos del Hotel.-Contestó Nicolás.-Son…
familiares de la niña del vestíbulo.
-¿Por qué dice que ha tenido suerte?
Jotabé empezó a anudar un torniquete hecho con la propia
manga justo por encima del entramado venoso, casi a la altura de la axila.
-Si le hubiese inyectado el veneno en el abdomen no
podgia haseg esto que estoy hasiendo y la señogita mogigía inggemediablement.
-¿Cómo… pueden… ser… familiares?
-Guarde silencio, Gutiérrez. Deje las pesquisas para otro
momento.- Castro comprendía lo que su compañera quería decir, pero aquel chico
parecía tan seguro de lo que estaba haciendo que prefería dejarle actuar.-¿Cree
que con eso será suficiente?
-Casi seguro que terminará perdiendo el brazo,-apuntó
insensible Watanabe mientras miraba en todas direcciones, -pero esperemos que
sólo sea eso.
-¡Mierda…!-Dijo desesperado el cabo-¿Es lo único que
podemos hacer?
-Tgaiga vendas y alcohol.
-Yo me encargo.- Nicolás se alegró de ser útil.
-¡Dios… miren la mano!-Gritó la valenciana, que
permanecía agarrada a Lucas como una niña asustada.
Las venas de la mano empezaron a abrirse dejando salir un
líquido negruzco y maloliente. La propia mano empezó a desaparecer como si
fuera cera derretida. La agente Gutiérrez apretaba los labios intentando no
gritar, pero sus ojos, cómicamente abiertos, acusaban un intenso dolor.
-Aguante señogita. Esto va a seg muy dologoso, pego debe
aguantag.
Pero la pobre policía ya no pudo más. Un desgarrador
alarido salió de su garganta y llenó los alrededores del Hotel, un alarido que parecía
no terminar nunca.
Los valencianos y hasta el propio cabo tuvieron que
abandonar la pequeña casita que había sido el alojamiento de Manuela y Dieter y
refugiarse en el edificio principal y aun así, los gritos continuaron
taladrándoles el cerebro.
Mientras, Stella y Jotabé sujetaban el cuerpo de la
agente y el torniquete con determinación, impidiendo que los bruscos
movimientos de ella aflojaran la presión que impedía al veneno alcanzar el
resto de su cuerpo. El brazo continuaba deshaciéndose formando un charco
repugnante sobre la alfombra.
Watanabe, como si aquél asunto no le impresionara,
rebuscaba meticulosamente en los armarios.
-No ha sacado nada, excepto esto-Enseñó un pequeño
cartucho con una aguja hipodérmica en su extremo. Un residuo del veneno aún
permanecía en su interior.
-Lo suficiente para matar a la pobre chica.
-Pego cgeo que no lo va a consegig.-La fuerza que Jotabé aplicaba
al torniquete era tal que el diámetro del brazo, a la altura del muñón, era
prácticamente la del hueso.
Nicolás entró con un enorme armario botiquín entre los
brazos.
-Lo traje todo, por si hiciera falta.
-Ggasias. Espege a que esto tegmine. Tendgemos que haseg
una cuga de emegensia y espegag a que lleguen los equipos sanitagios.
-Su compañero ya los llamó. Pero la carretera está
imposible, no sé si…
-Podgemos aguantag, no se pgeocupe.-Dijo mirando a su
compañero con complicidad.
La agente, afónica de gritar, terminó cayendo
inconsciente. El brazo era ya un charco nauseabundo.
-Si la carretera está tan mal y Manuela va casi desnuda,
creo que ha firmado su propia sentencia de muerte.
-Esperemos que la loca esa termine congelada, aunque preferiría
echarle el guante.
-Es posible que alguien lo haga por nosotros.
-Si… la policía viene de camino.
Watanabe sonrió sin perder la compostura.
La poderosa figura de la Ninja de los Peines corría a tal
velocidad sobre el manto nevado que apenas dejaba huellas sobre él. Su cuerpo,
extremadamente caliente, destilaba una estela de vapor por donde pasaba. Sus
ojos podían detectar puntos de calor alrededor, grandes animales, incluso
pequeños.
Buscaba a toda velocidad pero con seguridad, sólo tenía
que seguir la ruta de asfalto que, sin embargo, se perdía en algunos lugares
bajo la nieve.
Vio la camioneta de los policías que intentaban llegar al
hotel, se había estrellado contra un cúmulo de nieve del tamaño de una casa.
Nevaba con rabia, aunque la nieve no llegaba a tocar el ardiente cuerpo del
engendro.
Continuó hacia la ciudad hasta que detectó tres puntos de
calor en el bosque que le llamaron la atención. Intentó detenerse pero la nieve
se derretía instantáneamente haciendo que se hundiera.
Pegó un salto y se agarró a un árbol sorprendido por el
repentino invierno con sus hojas amarillas aún en las ramas. Podía ver
perfectamente las dos figuras que transportaban el cuerpo inconsciente de
Manuela. Caminaban con dificultad pero no hablaban. Les hubiera sido inútil
para entenderse a través del rugido de la ventisca.
De pronto, giraron hacia una pared de roca y…
desaparecieron.
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