04.15: Sombras en la nieve




Dmitri observaba maravillado cómo Sancho Bermúdez y el grupo de científicos rusos de Vostok se hacían entender utilizando fórmulas matemáticas, mapas y algunos gestos.
Su misión era servir de intérprete entre el español, a punto de nacionalizarse ruso, y sus compatriotas. El objetivo, encontrar una explicación a ciertos fenómenos que se estaban verificando en la Antártida. Tanto Bermúdez como el joven y brillante Sergey Shishkin parecían haber conectado instantáneamente, lo cual le ahorraba un gran trabajo aunque le mantenía ajeno a lo que allí se hablaba. Porque el coronel Dmitri Vasilev no era un científico, al menos no lo era al cien por cien y no era capaz de seguir ese lenguaje universal de la Ciencia.

De repente fue sacado de su melancólica reflexión por la mano de Bermúdez que le golpeó la espalda en un afectuoso gesto de camaradería.

-¿Podrías traducir, Dmitri?
-¿Realmente lo necesitas?-Replicó girándose hacia él.
-Sí, ahora sí. No logro transmitir una pregunta.

-A ver… Dispara.
El coronel comprobó cómo los otros se habían quedado quietos, expectantes, impacientes incluso por entender lo que Bermúdez llevaba un buen rato intentando decirles.

-Pregúntales porqué la refracción apreciada en mis estudios de las auroras australes parece responder a un patrón geométrico. Qué no es lo que estoy entendiendo.

-Eso casi te lo podría respondier yo, pero viéndoles las caras no me atrievería a privarles de ese pequeño placer.

Dimitri tradujo las palabras del español y un murmullo de satisfacción se escuchó en el laboratorio Zvezda de la base Vostok. Era un lugar grande y de paredes oscuras, iluminado apenas por los haces concentrados de las focos de trabajo sobre las mesas que formaban así un entramado de aleatorios rayos de luz. En ese ambiente, los rostros de los investigadores tenían un aire misterioso, casi dramático.
El joven Sergey sonrió al español y, en lugar de contestarle, le hizo volver la mirada a un gran mapa de la Antártida que había detrás de él, parecía divertirse con el misterio y la dificultad de comunicación. Y, por qué no, pensó Dmitri, por establecer contacto directo con su colega.

-Como te está indicando el camarada Shishkin, en esos puntos del paralelo 80 sur, se han detectiado intensos sumidieros electromagniéticos desde nuestro sistema de satélites polares.
-Dvenadtsat
-Son doce puntos equidistantes.

-Evidentemente, de origen humano. ¿De qué densidad electromagnética estamos hablando?
Dmitri tradujo. Nunca recordaba eso. El joven Sergey habló un largo rato intentando que el coronel entendiese lo que le estaba contando. El coronel se giró hacia el español.
-¿Preguntabas por la Intensidad?
-No. Densidad.
El científico no esperó la traducción, se giró hacia la pizarra y escribió.

≤ 15 T

Bermúdez sonrió extrañado-No es nada del otro mundo.
Seguey volvió la mirada hacia la pizarra y comenzó a escribir de nuevo. Utilizaba el inglés con carácteres del alfabeto latino, aunque algunas veces se le escapaba algún cirílico que borraba inmediatamente. En azul sobre blanco apareció la siguiente expresión:

≤ 15 T x 36·106 cm

-¡La Ostia!... Eso… eso es imposible, es suficiente para acabar con la magnetosfera provocando la...
-Afortunadamente-interrumpió el coronel-estamos hablando de picos de potiencia del orden de diez elevado a menos dieciséis segundos-Se volvió hacia el grupo y empezó a explicar algo.
Somolev, un tipo gordo con aspecto de bonachón se dirigió a la pizarra. Parecían retomar la anterior conversación de gestos y fórmulas. Dibujó un círculo, unas líneas curvas que salían por arriba, se alejaban al llegar al ecuador y convergían de nuevo por abajo.

-Magnitnoye pole-Dijo señalando a las pizarra.
-Magnitoye pole-Repitió Bermúdez haciendo ver que había entendido.
El ruso marcó en la parte inferior del círculo una gruesa línea con el rotulador.

-Strannoye yavleniye.
-Strañoye… ya. Eso tan extraño que habéis detectado.- Dmitri asintió dándole con ese gesto el sí a ambos interlocutores a la vez. 

Somolev empezó entonces a dibujar líneas que iban ahora de arriba a abajo pero por el centro del círculo.
- Investitsii…
-Inversión del campo magnético, ya.
-Da!-Dijeron todos al unísono.
-¡Claro!

- Yestestvenno-Tradujo igualmente entusiasmado.
-¡Eso es!
-Eureka!-Volvió a traducir.
Los rusos le miraban con los ojos como platos, una sonrisa estúpida en los labios y un silencio expectante.

-Pero… ¿No lo ven?
No hubo necesidad de traducción. Todos negaron con su cabeza.

-¿Cuánto tiempo llevan aquí abajo?-Dijo volviéndose hacia el militar.
Dmitri no tradujo, sólo sonrió y contestó.-Desde 1.989.



En ese preciso instante, dos policías tomaban café en uno de los garitos de las afueras de Ushuaia mientras miraban atemorizados hacia los ventanales escuchando el boletín de noticias.
-Según el Centro de Huracanes de Miami, no estamos ante la primera gran nevada del invierno sino en el borde de una gigantesca tormenta que se está desarrollando a mil ochocientas millas hacia el sur. Es como si se hubiese desatado una tormenta tropical en el Ántártico. El tiempo se volvió loco amigos. Así que le recordamos que no salgan de sus casas ni envíen a los pibes a la escuela, el gobierno regional ha activado la alerta roja, la cosa probablemente vaya a peor.
-Vaya un tiempo para estar de patrulla.-Dijo la camarera sirviendo el café sobre vasos de papel.
-Siempre es mal tiempo para estar de patrulla.-Contestó sonriente uno de los policías.

A dos kilómetros hacia el norte, una camioneta-patrulla corría por la carretera esquivando a duras penas los cúmulos de nieve que ya se amontonaban en las cerradas curvas. La luz de los faros no servía para nada porque la blancura espectral de la ventisca la reflejaba en todas direcciones mezclándola con la hiriente y difusa claridad.

Manuela, cubierta apenas por la combinación y la gabardina de Nicolás, conducía frenética, dando volantazos a izquierda y derecha para evitar que el vehículo se saliera de la carretera.
No sentía el frío que atravesaba la carrocería mientras sus pies descalzos pisaban alternativamente acelerador y freno. De pronto la radio crepitó.

“Atención, atención. Agente herida en 1.204 de Luis Fernando Martial, Hotel la Nación. El sospechoso, una mujer de pequeña estatura, descalza y con gabardina. Ha huido en el móvil oficial, una camioneta Volkswagen Voyage de las nuevas. Si se encuentran con ella…”

Manuela consiguió apagar la radio después de haber pulsado todos los botones. Miraba a derecha e izquierda un lugar por el que salir de la carretera y evitar un encuentro con la policía. Su ira la hacía pensar con rapidez pero no con lucidez.

Una cerrada curva le obligó a girar hacia la izquierda, la camioneta patinó de costado hacia el borde de la carretera. Manuela aceleró y las ruedas delanteras giraron libres durante unos segundos mientras el coche continuaba con su movimiento lateral hasta que, algún mecanismo automático, conectó la fuerza motriz a las traseras. El coche pegó un salto y se alejó in extremis del borde abarrancado evitando la caída. La doctora sudaba, a pesar del intenso frío.

En el garito, los cafés quedaron abandonados sobre el mostrador mientras los agentes subían al vehículo. Un segundo auto les rebasó con un escandaloso despliegue de sirena. La camioneta arrancó y  enfiló tras de él.
-“…es posible que el sospechoso pertenezca a la Organización criminal Mörgendammerung, es muy peligrosa, manténganse siempre a distancia y no la pierdan de vista…”

La nieve caía casi como una cortina furiosa que se estrellaba contra los parabrisas apelmazándose en las partes del cristal a la que no llegaban las escobillas. La visibilidad era casi nula y la carretera demasiado virada como para poder ir a la velocidad a la que corrían los coches. El primero de ellos, al tomar un repecho a la derecha, se salió y fue a dar contra la ladera de la montaña quedando prácticamente de lado, el otro le adelantó y continuó con la carrera.

De pronto, Manuela creyó ver un pequeño cartel. Era un camino. Redujo la marcha y se metió por él acelerando. El piso debía ser de mala calidad porque la camioneta empezó a dar botes y a perder contacto. Uno de los saltos hizo que la doctora botara como un cacahuete en una sartén y pegara un cabezazo contra el techo de la cabina. El vehículo redujo la marcha por falta de aceleración y se detuvo. Manuela cayó en el asiento semiinconsciente. A sus espaldas se pudo oír pasar a toda velocidad la sirena del auto patrulla perdiéndose montaña arriba.

Tras unos minutos, Manuela volvió en sí. Le dolía el cuello más que la cabeza, pero no podía perder el tiempo en quejarse. Debía continuar antes de que toda la policía del Cono Sur se le echara encima. Volvió a tomar asiento y ahora se puso el cinturón de seguridad.
El coche estaba rodeado de nieve por todas partes. Las ruedas, en apenas dos minutos, casi habían desaparecido. Pisó el acelerador e intentó moverlo, pero ya no había forma.

Volvió a quitarse el cinturón y pasó a la banqueta trasera. El frío la estaba agarrotando e intentaba encontrar alguna prenda de abrigo. Tenía el temerario propósito de abandonar el vehículo y seguir a pie. Intentó abrir el respaldo del asiento para acceder al maletero, pero estaba bloqueado. También intentó abrir la puerta pero la nieve llegaba hasta el borde del guardabarros, era imposible.

-Vamos, Manuela… piensa.-dijo para si.
El frío empezaba a calarle los huesos. Sabía que tenía que tomar una decisión rápida. Debía salir de allí y buscar refugio, aunque en los alrededores sólo se veía la cortina de nieve cayendo con furia sobre un algodonoso terreno nevado. Algo en su interior le decía que se había comportado como una estúpida, media Humanidad le hubiese dado la razón.



En el Hotel La Nación, apenas dos mil metros al norte, Stella sujetaba el cuerpo de Irma Gutiérrez y miraba con aprensión el aspecto macilento e hinchado de su mano izquierda. La policía respiraba entrecortadamente.
-¿Pero cómo consentiste…?-Preguntó el Cabo Castro.
-Me… dijo que tenía que vestirse. La acompañé aquí y esperé a que… buscara algo en el armario. Me… llamó para que le ayudara.

-Dios. ¿Qué le pasa?
-Parece que le han inyectado algo, una especie de veneno.
-¿Qué clase de veneno hace esto?

-Algo que la matará si no actuamos inmediatamente.-Dijo una voz tras ellos. Castro se giró. Watanabe y Jotabé entraron y se acercaron a la agente tendida apartando al cabo de un empujón.
-Después de todo ha tenido suegte.-Dijo Jotabé arrancándole de un tirón la manga del uniforme. El brazo desnudo de Gutiérrez estaba casi cubierto por una red de finas líneas violáceas.

-¿Quiénes son ustedes?
-Son inquilinos del Hotel.-Contestó Nicolás.-Son… familiares de la niña del vestíbulo.
-¿Por qué dice que ha tenido suerte?

Jotabé empezó a anudar un torniquete hecho con la propia manga justo por encima del entramado venoso, casi a la altura de la axila.
-Si le hubiese inyectado el veneno en el abdomen no podgia haseg esto que estoy hasiendo y la señogita mogigía inggemediablement.

-¿Cómo… pueden… ser… familiares?
-Guarde silencio, Gutiérrez. Deje las pesquisas para otro momento.- Castro comprendía lo que su compañera quería decir, pero aquel chico parecía tan seguro de lo que estaba haciendo que prefería dejarle actuar.-¿Cree que con eso será suficiente?

-Casi seguro que terminará perdiendo el brazo,-apuntó insensible Watanabe mientras miraba en todas direcciones, -pero esperemos que sólo sea eso.
-¡Mierda…!-Dijo desesperado el cabo-¿Es lo único que podemos hacer?

-Tgaiga vendas y alcohol.
-Yo me encargo.- Nicolás se alegró de ser útil.
-¡Dios… miren la mano!-Gritó la valenciana, que permanecía agarrada a Lucas como una niña asustada.

Las venas de la mano empezaron a abrirse dejando salir un líquido negruzco y maloliente. La propia mano empezó a desaparecer como si fuera cera derretida. La agente Gutiérrez apretaba los labios intentando no gritar, pero sus ojos, cómicamente abiertos, acusaban un intenso dolor.

-Aguante señogita. Esto va a seg muy dologoso, pego debe aguantag.

Pero la pobre policía ya no pudo más. Un desgarrador alarido salió de su garganta y llenó los alrededores del Hotel, un alarido que parecía no terminar nunca.

Los valencianos y hasta el propio cabo tuvieron que abandonar la pequeña casita que había sido el alojamiento de Manuela y Dieter y refugiarse en el edificio principal y aun así, los gritos continuaron taladrándoles el cerebro.

Mientras, Stella y Jotabé sujetaban el cuerpo de la agente y el torniquete con determinación, impidiendo que los bruscos movimientos de ella aflojaran la presión que impedía al veneno alcanzar el resto de su cuerpo. El brazo continuaba deshaciéndose formando un charco repugnante sobre la alfombra.

Watanabe, como si aquél asunto no le impresionara, rebuscaba meticulosamente en los armarios.
-No ha sacado nada, excepto esto-Enseñó un pequeño cartucho con una aguja hipodérmica en su extremo. Un residuo del veneno aún permanecía en su interior.
-Lo suficiente para matar a la pobre chica.
-Pego cgeo que no lo va a consegig.-La fuerza que Jotabé aplicaba al torniquete era tal que el diámetro del brazo, a la altura del muñón, era prácticamente la del hueso.

Nicolás entró con un enorme armario botiquín entre los brazos.
-Lo traje todo, por si hiciera falta.
-Ggasias. Espege a que esto tegmine. Tendgemos que haseg una cuga de emegensia y espegag a que lleguen los equipos sanitagios.
-Su compañero ya los llamó. Pero la carretera está imposible, no sé si…
-Podgemos aguantag, no se pgeocupe.-Dijo mirando a su compañero con complicidad.

La agente, afónica de gritar, terminó cayendo inconsciente. El brazo era ya un charco nauseabundo.
-Si la carretera está tan mal y Manuela va casi desnuda, creo que ha firmado su propia sentencia de muerte.
-Esperemos que la loca esa termine congelada, aunque preferiría echarle el guante.
-Es posible que alguien lo haga por nosotros.
-Si… la policía viene de camino.

Watanabe sonrió sin perder la compostura.

La poderosa figura de la Ninja de los Peines corría a tal velocidad sobre el manto nevado que apenas dejaba huellas sobre él. Su cuerpo, extremadamente caliente, destilaba una estela de vapor por donde pasaba. Sus ojos podían detectar puntos de calor alrededor, grandes animales, incluso pequeños.
Buscaba a toda velocidad pero con seguridad, sólo tenía que seguir la ruta de asfalto que, sin embargo, se perdía en algunos lugares bajo la nieve.

Vio la camioneta de los policías que intentaban llegar al hotel, se había estrellado contra un cúmulo de nieve del tamaño de una casa. Nevaba con rabia, aunque la nieve no llegaba a tocar el ardiente cuerpo del engendro.
Continuó hacia la ciudad hasta que detectó tres puntos de calor en el bosque que le llamaron la atención. Intentó detenerse pero la nieve se derretía instantáneamente haciendo que se hundiera.
Pegó un salto y se agarró a un árbol sorprendido por el repentino invierno con sus hojas amarillas aún en las ramas. Podía ver perfectamente las dos figuras que transportaban el cuerpo inconsciente de Manuela. Caminaban con dificultad pero no hablaban. Les hubiera sido inútil para entenderse a través del rugido de la ventisca.
De pronto, giraron hacia una pared de roca y… desaparecieron.


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