En el Hotel la Nación,
Stella, su propietaria, se acababa encontrar ante un sorprendente espectáculo:
Detrás del mostrador de
recepción, Encarnación García, una valenciana que se embarcó a bordo de un
avión hacia Ushuaia creyendo que era una discoteca y terminó en la ciudad más
austral y menos marchosa de América. Junto a ella, Lucas Fuster, un niño de
papá preocupado por el medio ambiente, larguirucho y melenudo, amante
inconstante y cornudo despreocupado que había volado hasta allí para comprobar
en sus propias y escasas carnes lo que todo el mundo sabía: que en la Antártida
hace un frío del carajo.
Al otro lado del
mostrador, Manuela Klein, una pérfida integrante de la desmantelada
Mörgendammerung que, huyendo de las fuerzas aliadas con un teniente alemán de
dos por dos, había decidido esperar hasta que escampara dándole rumba al
teniente.
Ahora, además de
pérfida, parecía loca.
Porque la hispanoalemana
acababa de conocer la desaparición de su esbirro, esclavo y amante no entre las
sábanas de otra mujer sino en las más sórdidas condiciones imaginables.
Su cabello, normalmente
intratable, a esa hora de la mañana parecía un abanico de negras culebras
rodeando un rostro del que parecían querer escapar. Quizá, al verla vestida con
una tenue bata de tul que dejaba traslucir unos pechos grandes y semivacíos a
la altura de la barriga y un vello púbico obscenamente oscuro y abundante,
habían decidido tomar las de Villadiego.
Tras ella, Irma
Gutiérrez, treinta y tantos, de un femenino buen ver, aún en uniforme, y José
Castro, nada del otro mundo y con algunos años y kilos de más.
Ambos eran miembros de
la policía provincial de Tierra del Fuego y a pesar de tener serios motivos
para tumbar a la iracunda enana, intentaban lidiar aquél bicho sin tener
que recurrir a la suerte de porras, y eso que ya habían sonado más de tres
avisos.
Y en un rincón, abrazada
a un inocente osito Winnie the Pooh, una niña de cuatro años en camisón,
sentada en un sillón de oreja con las piernecitas colgando y una mirada atenta
aunque no asustada. Que Antonia López, incluso de niña, impone lo suyo.
Stella, con pinta de
haberse arreglado a toda velocidad, observó la escena clavada justo en la
puerta de la cocina, tomándose unos segundos para digerirla.
-¡¿Pero…?! ¡Por amor de
Dios… qué ocurre aquí!
-Dígalo usted, señora.
Esta… cliente suya parece fuera de sí.
-¡¡¡¿Cómo fuera de
mí?!!!
Manuela se giró y un
hilo de baba espumosa salió de su boca en dirección a la cara del Cabo cuando
una lenta pero eficiente inclinación Matrix del agente logró esquivarlo.
-¿¡Sabe lo que ha
pasado!?
-Es imposible que lo
sepa señora, pero si se calma, igual puedo llegar a enterarme.
La agente Gutiérrez,
libreta en mano, se giró hacia Stella, que todavía no había dado un paso.
-Sólo hemos venido a
comunicar el hallazgo esta mañana del vehículo- consultó la libreta.-
matrícula LQD 673, marca Renault modelo Logan, abandonado en la Calle
Teniente Migillardo. El auto parece ser propiedad de Don Nicolás Acosta, que
según los archivos policiales, reside en este domicilio. Creo que estuvimos
aquí del otro día, no sé si lo recuerda.
-Les recuerdo
perfectamente.-Stella tomó una gabardina de Nicolás que reposaba en la cocina,
junto a la puerta, y fue a echársela sobre los hombros a Manuela.-Tome, cúbrase
o va a enfriarse.
La gabardina de Nicolás
cayó sobre Manuela como un bálsamo tranquilizador. Su rictus se relajó y sus
brazos dejaron de moverse como peligrosas cuchillas.
-Entiéndanlo
agentes.-Dijo Stella retomando su posición de hospedadora.-Es posible que eche
de menos a su marido. Nicolás le prestó el auto anoche para que hiciera
un recado y es lógico que esté preocupada.
-Eso ya lo sabemos.
Hemos consultado las cámaras de tráfico de la avenida de las Malvinas. El
vehículo era conducido por un señor de unos treinta y pocos años, alto, con
pinta de extranjero, norteamericano o centroeuropeo. Parece que responde a la
descripción de su marido.
Manuela se dejó caer
sobre el mostrador, agotada y triste.
-Eso es, ¿ve? Todo
concuerda.
Una mirada desconsolada
ablandó unos instantes los fríos ojos de Manuela.
-¿Cuánto tiempo llevan
alojados en el hotel?-La agente Gutiérrez preguntaba de forma rutinaria, con el
lápiz sobre la libreta, pero Stella sabía que un policía no da puntada sin hilo
y ya había preparado una respuesta coherente.
-Llegaron anoche, son
excursionistas de la montaña. ¿No fue eso lo que nos dijo?
-¿Eh? Si… pero… él…
-Seguro que está bien.
La zona de Bahía Encerrada es muy linda al amanecer, quizá se haya entretenido.
-Verá, hay otra cosa
más.-Empezó a hablar Castro.
-El alemán está
frito.-Intervino la valenciana mascando chicle con la boca abierta.
-¿Frito…?-Stella tardó
un segundo en procesar.-¿Quiere decir que está…?
-Frito, molido, cocido,
hecho puré, tostado… caput!
La ira subió al rostro
de Manuela de forma súbita. Se giró y le cruzó la cara de una bofetada.
-¡Eh… tía…
jooooder!¡Serás guarra y puta!-Dijo Encarni haciendo ademán de contraatacar.
-¡Ya está bien!-Saltó
Gutiérrez esquivando a su compañero e interponiéndose entre ambas mujeres.
-O se quedan quietas y en
silencio o tendremos que esposarlas.
-¡Pues empiece por esa!
Menudo guantazo me ha metido la puta enana.
-Usted debería cerrar el
pico, la advertencia es para las dos.
-Sí, cariño, mejor te
callas de una vez. ¿Vale?-El larguirucho empezaba a perder la paciencia.
-¿Es preciso que todos
estén aquí?-Preguntó Stella visiblemente nerviosa.
-Ellos sí. La niña no
hay forma de que se vaya.
En ese momento, la dueña
del Hotel La Nación reparó en la pequeña.
-Pero Toni, mi amor, no
debés estar aquí. Esto son cosas de mayores.-Su voz sonó como un arrullo.
La pequeña se bajó del
sillón de un salto e inició la retirada.
-Siempre reservan lo más
divertido para ustedes.-Y empezó a subir las escaleras.
-¡Qué cabrona la
niña!-Dijo la valenciana sin dejar de tocarse la cara.
-Gutiérrez, ¿le
importaría quedarse con la señora?
La agente, acariciando
la funda de su pistola, hizo un gesto de asentimiento.
-¿Podemos ir a algún
sitio más tranquilo?
-Vengan a la cocina.
-Ustedes, acompáñennos,
pero permanezcan en silencio hasta que se les pregunte.
Los dos españoles
caminaron detrás de Stella y el cabo en dirección a la cocina. Ya dentro, se
podía oír murmurar a Manuela, aunque nada hacía suponer que la situación se le
pudiese escapar de las manos a la agente Gutiérrez.
Toni subió las escaleras
haciendo crujir los peldaños de madera bajo su peso. Con su manita libre giró
el pomo de la puerta y entró en su habitación cerrando tras de sí. Jotabé hacía
flexiones sobre una mano, levantando sus ciento veinte kilos de músculo y
huesos sin aparente dificultad.
-Joder, la que tiene
liada la cabrona esa.-Salió de la inocente boquita de Toni.
-Pero…¡ung! ¿qué le
pasa?
-Que su palomo se ha
esfumado y le debe picar la concha.
Como por arte de magia,
Watanabe apareció instantáneamente.
-Una niña de cuatro años
no debería hablar así.
-Hola Tetsu… ¡Pues no
están lejos mis cuatro años!-Tiró el osito sobre la cama con
despreocupación.-¿Has dejado eso?
-Sí. No ha habido ningún
problema, he puesto uno en la sala de reuniones y el otro en el despacho
principal, como me dijiste. Ya he llamado a la Fundación, parece que la
recepción es buena.
-Bien. Estad atentos a
lo que se diga, yo vuelvo abajo.-Dijo dirigiéndose hacia la puerta.-Puede que
Manuela sea capaz de decir algo interesante.
-Puedes escucharlo desde
aquí.
La niña se detuvo en el
dintel de la puerta y giró la cabeza sonriendo con malicia.
-Ya, pero no podría
verla… ¡y es tan divertido!
-Ten cuidado Antonia.
-Tenedlo vosotros.- Y cerró
la puerta.
En la cocina, aún
tardaron unos segundos en conseguir relajar la tensión. Todos se miraban
alternativamente: Stella expectante, Encarni indiferente, Lucas con cara de no
haber roto un plato y el cabo Castro intentando averiguar algo con mirada de
astucia.
-¿Qué ocurre?-Dijo
Nicolás apareciendo hecho un pincel por la pequeña escalera de caracol que
comunicaba la cocina con su dormitorio.
-¡Ah! Aquí, hablando con
la policía. Le presento a Nicolás, mi marido. Quería preguntarnos algo, ¿no es
así agente?
-Cabo.-Dijo Castro
señalando su galón con orgullo.
-Perdón… cabo.
Castro se cruzó las
manos tras la espalda y empezó a dar pequeños paseos por la cocina.
-Esta mañana, a eso de
las siete, cuando iniciábamos nuestra ronda, la agente Gutiérrez y yo mismo
encontramos el vehículo del señor…-se detuvo ante Nicolás.-…abandonado en la
calle Teniente Migillardo.
-¡Mi auto abandonado!
¿Está bien?
-Bueno… eso es opinable.
-Yo tuve un novio con un
Renault que le daba una cantidad de problemas…
-Señorita, por favor.
-Me callo, me callo.
-Siguiendo el protocolo
de seguridad.-Castro se paró ahora ante Stella.-Llamamos a la Comisaría para
informar. Comunicamos la matrícula y obtuvimos la autorización para acercarnos
con cuidado. Al parecer, el señor-Inclinó la cabeza en dirección a Nicolás.-ha
tenido algunos problemas legales con la Cooperativa Monte Cervantes.
-¿De qué problemas
habla?-Dijo Stella mirando con furia a su marido.
-Taxistas…-Dijo Nicolás
restándole importancia.
-¡Ah…!-Stella cambió el
gesto, ahora no estaba furiosa, estaba preocupada.-No sabía nada.
-Probablemente,
señora.-Castro miraba muy de cerca a Stella.-Su marido es un conocido remisero
¿Entiende lo que le digo?
-¿Nicolás? Imposible.
Debe haber un error.
-¡Anda, coño!-La
valenciana dejó un segundo de triturar el chicle.-¡Resulta que es
contrabandista!
El policía se dirigió
ahora hacia Encarni tocándose las esposas. Lucas abrazó a la chica más con
intención de aplastarla que de defenderla.
-De personas, señorita,
traficante de personas. Un remisero es un taxista ilegal. Pero eso no es lo
importante ahora.-Se volvió de nuevo hacia los dueños del hotel.
-Como nos consta que el
señor tiene algunos enemigos en el ramo del “transporte” temíamos que le
hubiese podido pasar algo así que nos acercamos al vehículo con cuidado.
Examinado éste desde el exterior, nada hacía pensar que en él hubiera pasajero
alguno, por lo que procedimos a la siguiente fase de la operación.
-Lo que viene a ser abrir
la puerta.
-¡Ejem!-Obvió el
comentario de la valenciana.-Dentro descubrimos, en el asiento del conductor,
los restos de lo que parecía haber sido un cuerpo humano.
-¡Santo Dios del Cielo!
-Como aquello olía a
demonios y era una masa gelatinosa de la que sólo se conservaba la ropa,
pensamos que se trataba de una muerte por disolución.
-¿Muerte por qué…?
-Disolución. La forma en
que mueren los miembros de Mörgendammerung justo antes de que les
capturen.-Aclaró Lucas sin soltar a su infiel compañera.
-Entonces ¿el alemán…?
-Puede ser.-Interrumpió
el cabo con una mano alzada, imponiendo prudencia.-La policía científica está
en el escenario analizando los restos. No es que puedan identificar el cadáver,
o lo que queda de él, pero si quizá encuentren algunas sustancias comunes en
todos los casos de disolución y puedan arrojar luz sobre este misterio.
-Si él es de “eso” que
ha dicho, quizá ella…-Stella miró a la puerta que daba al vestíbulo
con temor.
-No. De la señora no
debe preocuparse. Nos ha tomado trabajo, pero hemos podido comprobar que no
tiene el sistema de control de la Organización.
-¡Si vieras el magreo
que le han dado!
-Cállate tía. Que te la
vas a ganar.
-Señorita, a falta de
equipos especializados, el reconocimiento al tacto, en la zona abdominal, es
una estupenda manera de detectar el dispositivo que, siempre, está en el lugar
del bazo.
-Bueno, de acuerdo.
Recapitulemos…-Nicolás ejercía ahora de Hércules Poirot, aunque con indudable
aspecto porteño.
-El alemán, que anoche
parecía tener mucha prisa para llegar a la calle Teniente Claudio Cabut, me
pide el auto y sale en dirección a la ciudad. No sabemos si logra llegar a su
destino porque el coche aparece aparcado a unos centenares de metros de él…
pero eso no tiene sentido. Si iba en dirección a Claudio Cabut ¿por qué
detiene el auto tan lejos de su destino?
-Porque le viene una
diarrea integral.
-Efectivamente, su
cliente tiene que detener el coche porque empieza a disolverse.
-¡Dios, qué dolor!- Dijo
Stella empezando a comprender.-Y, claro, la pobre mujer al conocer la noticia entra
en shock.
-No exactamente.-Intervino
la valenciana empezando a hablar como la mismísima Miss Marple, aunque con su
puntito shoni.
-Con la venia de su
señoría.
El cabo hizo un gesto de
aquiescencia y Encarni continuó.
-Esta mañana, a las ocho
o así, nos despertaron unos golpes en la puerta. Habíamos llegado pasadas las
tres y no teníamos el cuerpo para tonterías, así que tardamos lo nuestro en
darnos cuenta de que alguien llamaba.
-Los gritos y los
insultos nos ayudaron bastante.
-¡Desde luego!-Encarni
soltó una risita.-¡Cómo ladraba la perra!
-¿Qué perra?
-La enana que está ahí
fuera.
-Ruego que se atenga a
los hechos.
Encarni miró con aire
digno al cabo y continuó.
-Mientras nos vestíamos
a toda prisa, la… señora, no paraba de insultarnos: que si éramos unos
aprovechados, que si unos degenerados… Bueno, y algunas cosas en alemán que no
logramos entender pero que sonaban a megafonía de campo de concentración.
-¿Pero, cómo podía estar
enfadada, si aún no había llegado la policía con la mala noticia?
-Ella ya tenía sus
propios motivos.-Intervino Lucas.-Creía que su chico estaba en la cama con
nosotros dos.
-¿Los tres ahí…?-Nicolás
hizo un gesto obsceno para terminar la frase.
-Eso pensaba ella.
Evidentemente aquello era una invención de su mente. Entre otras cosas porque
eso no puede pasar nunca.
-Porque tú no quieres,
cariño.-Dijo la valenciana jugando con su lengua y el chicle a escasos
centímetros de su cara.
Mientras, en el sótano
de la Fundación Universal para la Expansión de la Gracia y el Arte, sede de la
Alianza Inverosímil, Pepo, el comisario Gallardo, De la Fuente y el Notario
escuchaban atentamente lo que el traductor automático lograba captar en la
improvisada reunión de Mörgendamerung, a miles de kilómetros.
“La organización debe
volver a la sombra, de eso no hay duda, estamos demasiado expuestos.”
“No sólo estamos
expuestos, por primera vez, desde que empezó todo esto, estamos solos.”
-¿Solos. Qué querrá
decir?-Preguntó Gallardo.
-Igual ellos también
tienen “sus voces”. Antonia dijo que esto era una guerra entre “los otros”,
¿recuerdas?-Contestó el Notario.
-Pepo. Dile a Antonia
que escuche esto.
-Shhh… que siguen
hablando.
“… me pregunto cómo
hemos llegado a esto, cuando casi tocábamos el triunfo.”
“Creo que hay alguien
que quizá pueda tener la respuesta”
“¿Y ese alguien está
aquí?”
En el Hotel la Nación,
la niña volvía a la habitación.
-Pepo nos ha pedido que
te llamásemos.
-¿Qué pasa?
-Escucha…
Abajo, el grupo de la
cocina concentraba su atención en el relato de los valencianos.
-Cuando por fin le
abrimos la puerta, la tía… perdón, la señooora.-Recalcó la valenciana.-se tiró
hacia mí con las uñas por delante. La esquivé como pude, pero aún así la muy…
me dejó esta marca en el cuello que espero que sea pasajera.
-La señora tropezó con
uno de mis zapatos y perdió el equilibrio, lo que nos permitió esquivarla y
salir corriendo escaleras abajo.
-Ella gritaba el nombre
del alemán ese que estaba con ella… Diter, creo. Cuando terminó de comprobar
que el tipo no estaba en nuestra habitación, bajó al vestíbulo e intentó
agredirnos sin parar de preguntar dónde lo habíamos escondido.
-Es fuerte.-Dijo Nicolás
mirando por la ventana.
-Cuando nosotros
llegamos.-Añadió el policía.-Los gritos se escuchaban desde la carretera, así
que tuvimos que derribar la puerta. Nos encontramos a ellos dos a un lado del
mostrador y a la señora al otro, jugando al gato y al ratón.
-Con la gata loca.
-Un momento.-Intervino
Nicolás girándose hacia el grupo.-¡¿Destrozaron la puerta del hotel?!
-Parecía que se estaba
cometiendo un delito flagrante, no tuvimos otra opción.
-Pues estamos
bien.-Respondió volviendo a mirar por la ventana.
- Por cierto. ¿Qué
estaban haciendo que no escucharon nada? Porque el jaleo era descomunal.
Stella sonrió en su
interior. –Dormíamos profundamente. Estábamos agotados.-Hubiera añadido que a
consecuencia de una noche de amor desenfrenada, pero no venía al caso.
-La señora, al vernos,
intentó volver a su cuarto, pero nosotros teníamos que comprobar algunas cosas
y hacer muchas preguntas.
-Claro que, con la
delicadeza que caracteriza a los Cuerpos de Seguridad del Estado, de camino, le
dieron la mala noticia de la muerte de su marido de la forma menos elegante
posible.-Aclaró el larguirucho.
-Una cosa llevó a la
otra.-Atajó Castro.
-Cuando escuchó que la
poli había encontrado un cuerpo derretido en el coche de Nicolás, se puso
blanca como una sábana. Tomó el teléfono y les llamó a ustedes.
-El resto ya lo conocen.
-Es fuerte.-Volvió a
decir Nicolás sin apartar la mirada de la ventana.
-Ahora tendremos que
hacerles algunas preguntas a ustedes, porque no terminamos de comprender qué
hacían esos dos aquí.
-Ya se lo comenté.
Llegaron anoche, se alojaron y se retiraron temprano.
-Eso no es…-Encarni fue
interrumpida por un discreto pero contundente apretón en el brazo.
-¡Eh… pringao… que me
haces daño!
-¿Qué es lo que no
es?-Preguntó Castro dirigiéndose hacia ellos.
-Eso, no es exacto.-Dijo
Lucas.-Él se levantó a las cuatro, lo dijo usted ¿no es verdad Nicolás?
El policía se volvió un
instante hacia la ventana donde Nicolás murmuraba.
-Mucho. Fuerte y mucho.
-¡Eh, gil!¡Quiere
prestar atención!-Ordenó Castro.
Nicolás giró la cabeza
hacia el grupo mientras Lucas aprovechaba la distracción para susurrar algo al
oído de su pareja.
-Quiero decir que está
nevando mucho y fuerte. Muy fuerte, diría yo. Creo que si no se dan prisa, no
van a poder salir de aquí.
-¡Mierda!-El policía se
acercó a la ventana de un salto. Una fuerte ventisca estaba enterrando en nieve
los alrededores de forma vertiginosa.-¡Mierda… mierda…!
-Pues yo que ustedes
aprovechaba y me iba, no sea que se queden atrapados aquí durante
horas.-Aconsejó “desinteresadamente” Stella.
-¿¡Cómo nos vamos a ir
señora!? Somos profesionales y estamos en medio de una investigación.
-En ese caso, creo que
será mejor que tomen asiento mientras les preparo el desayuno. Tardará en
llegar la quitanieves.-Suspiró Stella
Moviéndose hacia las
sartenes, Stella pasó junto a Lucas y le guiñó un ojo agradecida. Éste la miró
con cara de reproche, le hubiera preguntado que por qué mentía, pero el Cabo
Castro estaba demasiado cerca.
-El otro día dijo que le
gustaba como olía la panceta, ¿quiere que le prepare un poco, señor cabo?
-Es cierto, mi Stella
prepara unos desayunos de campeonato. Y yo el mejor expreso de Tierra del
Fuego.
-Ya era hora de que
alguien pensara en lo importante.-Dijo la valenciana dejándose caer sobre un
taburete.
-Sería conveniente
preparar algo de tila.
-Sí, sí. También habrá
que preparar tila.
Un golpe sordo sonó
afuera. Nicolás se volvió de nuevo hacia la ventana.
-Me parece que su
compañera se larga.
El sonido del motor del
auto patrulla sonó con furia. Las ruedas patinaron unos segundos sobre la
escarcha y en un instante, el coche corría carretera abajo en dirección a la
ciudad.
-¡Esa no es mi compañera,
cojones!¡Gutiérrez!-Gritó corriendo hacia la puerta del vestíbulo.-¡Gutiérrez!
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