04.14: Algunos negritos




En el Hotel la Nación, Stella, su propietaria, se acababa encontrar ante un sorprendente espectáculo:

Detrás del mostrador de recepción, Encarnación García, una valenciana que se embarcó a bordo de un avión hacia Ushuaia creyendo que era una discoteca y terminó en la ciudad más austral y menos marchosa de América. Junto a ella, Lucas Fuster, un niño de papá preocupado por el medio ambiente, larguirucho y melenudo, amante inconstante y cornudo despreocupado que había volado hasta allí para comprobar en sus propias y escasas carnes lo que todo el mundo sabía: que en la Antártida hace un frío del carajo.

Al otro lado del mostrador, Manuela Klein, una pérfida integrante de la desmantelada Mörgendammerung que, huyendo de las fuerzas aliadas con un teniente alemán de dos por dos, había decidido esperar hasta que escampara dándole rumba al teniente.
Ahora, además de pérfida, parecía loca.
Porque la hispanoalemana acababa de conocer la desaparición de su esbirro, esclavo y amante no entre las sábanas de otra mujer sino en las más sórdidas condiciones imaginables.

Su cabello, normalmente intratable, a esa hora de la mañana parecía un abanico de negras culebras rodeando un rostro del que parecían querer escapar. Quizá, al verla vestida con una tenue bata de tul que dejaba traslucir unos pechos grandes y semivacíos a la altura de la barriga y un vello púbico obscenamente oscuro y abundante, habían decidido tomar las de Villadiego.

Tras ella, Irma Gutiérrez, treinta y tantos, de un femenino buen ver, aún en uniforme, y José Castro, nada del otro mundo y con algunos años y kilos de más.
Ambos eran miembros de la policía provincial de Tierra del Fuego y a pesar de tener serios motivos para tumbar a la iracunda enana, intentaban lidiar aquél bicho sin tener que recurrir a la suerte de porras, y eso que ya habían sonado más de tres avisos.

Y en un rincón, abrazada a un inocente osito Winnie the Pooh, una niña de cuatro años en camisón, sentada en un sillón de oreja con las piernecitas colgando y una mirada atenta aunque no asustada. Que Antonia López, incluso de niña, impone lo suyo.

Stella, con pinta de haberse arreglado a toda velocidad, observó la escena clavada justo en la puerta de la cocina, tomándose unos segundos para digerirla.
-¡¿Pero…?! ¡Por amor de Dios… qué ocurre aquí!
-Dígalo usted, señora. Esta… cliente suya parece fuera de sí.

-¡¡¡¿Cómo fuera de mí?!!!
Manuela se giró y un hilo de baba espumosa salió de su boca en dirección a la cara del Cabo cuando una lenta pero eficiente inclinación Matrix del agente logró esquivarlo.
-¿¡Sabe lo que ha pasado!?
-Es imposible que lo sepa señora, pero si se calma, igual puedo llegar a enterarme.

La agente Gutiérrez, libreta en mano, se giró hacia Stella, que todavía no había dado un paso.
-Sólo hemos venido a comunicar el hallazgo esta mañana del vehículo- consultó la libreta.-  matrícula LQD 673, marca Renault modelo Logan, abandonado en la Calle Teniente Migillardo. El auto parece ser propiedad de Don Nicolás Acosta, que según los archivos policiales, reside en este domicilio. Creo que estuvimos aquí del otro día, no sé si lo recuerda.
-Les recuerdo perfectamente.-Stella tomó una gabardina de Nicolás que reposaba en la cocina, junto a la puerta, y fue a echársela sobre los hombros a Manuela.-Tome, cúbrase o va a enfriarse.

La gabardina de Nicolás cayó sobre Manuela como un bálsamo tranquilizador. Su rictus se relajó y sus brazos dejaron de moverse como peligrosas cuchillas.
-Entiéndanlo agentes.-Dijo Stella retomando su posición de hospedadora.-Es posible que eche de menos a su marido. Nicolás le prestó el auto anoche para que hiciera un recado y es lógico que esté preocupada.
-Eso ya lo sabemos. Hemos consultado las cámaras de tráfico de la avenida de las Malvinas. El vehículo era conducido por un señor de unos treinta y pocos años, alto, con pinta de extranjero, norteamericano o centroeuropeo. Parece que responde a la descripción de su marido.

Manuela se dejó caer sobre el mostrador, agotada y triste.
-Eso es, ¿ve? Todo concuerda.

Una mirada desconsolada ablandó unos instantes los fríos ojos de Manuela.
-¿Cuánto tiempo llevan alojados en el hotel?-La agente Gutiérrez preguntaba de forma rutinaria, con el lápiz sobre la libreta, pero Stella sabía que un policía no da puntada sin hilo y ya había preparado una respuesta coherente.
-Llegaron anoche, son excursionistas de la montaña. ¿No fue eso lo que nos dijo?
-¿Eh? Si… pero… él…
-Seguro que está bien. La zona de Bahía Encerrada es muy linda al amanecer, quizá se haya entretenido.

-Verá, hay otra cosa más.-Empezó a hablar Castro.
-El alemán está frito.-Intervino la valenciana mascando chicle con la boca abierta.
-¿Frito…?-Stella tardó un segundo en procesar.-¿Quiere decir que está…?
-Frito, molido, cocido, hecho puré, tostado… caput!

La ira subió al rostro de Manuela de forma súbita. Se giró y le cruzó la cara de una bofetada.
-¡Eh… tía… jooooder!¡Serás guarra y puta!-Dijo Encarni haciendo ademán de contraatacar.
-¡Ya está bien!-Saltó Gutiérrez esquivando a su compañero e interponiéndose entre ambas mujeres.
-O se quedan quietas y en silencio o tendremos que esposarlas.
-¡Pues empiece por esa! Menudo guantazo me ha metido la puta enana.
-Usted debería cerrar el pico, la advertencia es para las dos.
-Sí, cariño, mejor te callas de una vez. ¿Vale?-El larguirucho empezaba a perder la paciencia.
-¿Es preciso que todos estén aquí?-Preguntó Stella visiblemente nerviosa.
-Ellos sí. La niña no hay forma de que se vaya.
En ese momento, la dueña del Hotel La Nación reparó en la pequeña.
-Pero Toni, mi amor, no debés estar aquí. Esto son cosas de mayores.-Su voz sonó como un arrullo.

La pequeña se bajó del sillón de un salto e inició la retirada.
-Siempre reservan lo más divertido para ustedes.-Y empezó a subir las escaleras.

-¡Qué cabrona la niña!-Dijo la valenciana sin dejar de tocarse la cara.
-Gutiérrez, ¿le importaría quedarse con la señora?
La agente, acariciando la funda de su pistola, hizo un gesto de asentimiento.
-¿Podemos ir a algún sitio más tranquilo?
-Vengan a la cocina.
-Ustedes, acompáñennos, pero permanezcan en silencio hasta que se les pregunte.
Los dos españoles caminaron detrás de Stella y el cabo en dirección a la cocina. Ya dentro, se podía oír murmurar a Manuela, aunque nada hacía suponer que la situación se le pudiese escapar de las manos a la agente Gutiérrez.


Toni subió las escaleras haciendo crujir los peldaños de madera bajo su peso. Con su manita libre giró el pomo de la puerta y entró en su habitación cerrando tras de sí. Jotabé hacía flexiones sobre una mano, levantando sus ciento veinte kilos de músculo y huesos sin aparente dificultad.
-Joder, la que tiene liada la cabrona esa.-Salió de la inocente boquita de Toni.
-Pero…¡ung! ¿qué le pasa?
-Que su palomo se ha esfumado y le debe picar la concha.

Como por arte de magia, Watanabe apareció instantáneamente.
-Una niña de cuatro años no debería hablar así.
-Hola Tetsu… ¡Pues no están lejos mis cuatro años!-Tiró el osito sobre la cama con despreocupación.-¿Has dejado eso?
-Sí. No ha habido ningún problema, he puesto uno en la sala de reuniones y el otro en el despacho principal, como me dijiste. Ya he llamado a la Fundación, parece que la recepción es buena.
-Bien. Estad atentos a lo que se diga, yo vuelvo abajo.-Dijo dirigiéndose hacia la puerta.-Puede que Manuela sea capaz de decir algo interesante.
-Puedes escucharlo desde aquí.
La niña se detuvo en el dintel de la puerta y giró la cabeza sonriendo con malicia.
-Ya, pero no podría verla… ¡y es tan divertido!
-Ten cuidado Antonia.
-Tenedlo vosotros.- Y cerró la puerta.

En la cocina, aún tardaron unos segundos en conseguir relajar la tensión. Todos se miraban alternativamente: Stella expectante, Encarni indiferente, Lucas con cara de no haber roto un plato y el cabo Castro intentando averiguar algo con mirada de astucia.
-¿Qué ocurre?-Dijo Nicolás apareciendo hecho un pincel por la pequeña escalera de caracol que comunicaba la cocina con su dormitorio.
-¡Ah! Aquí, hablando con la policía. Le presento a Nicolás, mi marido. Quería preguntarnos algo, ¿no es así agente?
-Cabo.-Dijo Castro señalando su galón con orgullo.
-Perdón… cabo.

Castro se cruzó las manos tras la espalda y empezó a dar pequeños paseos por la cocina.
-Esta mañana, a eso de las siete, cuando iniciábamos nuestra ronda, la agente Gutiérrez y yo mismo encontramos el vehículo del señor…-se detuvo ante Nicolás.-…abandonado en la calle Teniente Migillardo.
-¡Mi auto abandonado! ¿Está bien?
-Bueno… eso es opinable.
-Yo tuve un novio con un Renault que le daba una cantidad de problemas…
-Señorita, por favor.
-Me callo, me callo.

-Siguiendo el protocolo de seguridad.-Castro se paró ahora ante Stella.-Llamamos a la Comisaría para informar. Comunicamos la matrícula y obtuvimos la autorización para acercarnos con cuidado. Al parecer, el señor-Inclinó la cabeza en dirección a Nicolás.-ha tenido algunos problemas legales con la Cooperativa Monte Cervantes.

-¿De qué problemas habla?-Dijo Stella mirando con furia a su marido.
-Taxistas…-Dijo Nicolás restándole importancia.
-¡Ah…!-Stella cambió el gesto, ahora no estaba furiosa, estaba preocupada.-No sabía nada.
-Probablemente, señora.-Castro miraba muy de cerca a Stella.-Su marido es un conocido remisero ¿Entiende lo que le digo?
-¿Nicolás? Imposible. Debe haber un error.
-¡Anda, coño!-La valenciana dejó un segundo de triturar el chicle.-¡Resulta que es contrabandista!

El policía se dirigió ahora hacia Encarni tocándose las esposas. Lucas abrazó a la chica más con intención de aplastarla que de defenderla.
-De personas, señorita, traficante de personas. Un remisero es un taxista ilegal. Pero eso no es lo importante ahora.-Se volvió de nuevo hacia los dueños del hotel.
-Como nos consta que el señor tiene algunos enemigos en el ramo del “transporte” temíamos que le hubiese podido pasar algo así que nos acercamos al vehículo con cuidado. Examinado éste desde el exterior, nada hacía pensar que en él hubiera pasajero alguno, por lo que procedimos a la siguiente fase de la operación.
-Lo que viene a ser abrir la puerta.
-¡Ejem!-Obvió el comentario de la valenciana.-Dentro descubrimos, en el asiento del conductor, los restos de lo que parecía haber sido un cuerpo humano.
-¡Santo Dios del Cielo!
-Como aquello olía a demonios y era una masa gelatinosa de la que sólo se conservaba la ropa, pensamos que se trataba de una muerte por disolución.
-¿Muerte por qué…?
-Disolución. La forma en que mueren los miembros de Mörgendammerung justo antes de que les capturen.-Aclaró Lucas sin soltar a su infiel compañera.
-Entonces ¿el alemán…?
-Puede ser.-Interrumpió el cabo con una mano alzada, imponiendo prudencia.-La policía científica está en el escenario analizando los restos. No es que puedan identificar el cadáver, o lo que queda de él, pero si quizá encuentren algunas sustancias comunes en todos los casos de disolución y puedan arrojar luz sobre este misterio.

-Si él es de “eso” que ha dicho, quizá ella…-Stella miró a la puerta que daba al vestíbulo con temor.
-No. De la señora no debe preocuparse. Nos ha tomado trabajo, pero hemos podido comprobar que no tiene el sistema de control de la Organización.
-¡Si vieras el magreo que le han dado!
-Cállate tía. Que te la vas a ganar.
-Señorita, a falta de equipos especializados, el reconocimiento al tacto, en la zona abdominal, es una estupenda manera de detectar el dispositivo que, siempre, está en el lugar del bazo.

-Bueno, de acuerdo. Recapitulemos…-Nicolás ejercía ahora de Hércules Poirot, aunque con indudable aspecto porteño.
-El alemán, que anoche parecía tener mucha prisa para llegar a la calle Teniente Claudio Cabut, me pide el auto y sale en dirección a la ciudad. No sabemos si logra llegar a su destino porque el coche aparece aparcado a unos centenares de metros de él… pero eso no tiene sentido. Si iba en dirección a  Claudio Cabut ¿por qué detiene el auto tan lejos de su destino?
-Porque le viene una diarrea integral.
-Efectivamente, su cliente tiene que detener el coche porque empieza a disolverse.
-¡Dios, qué dolor!- Dijo Stella empezando a comprender.-Y, claro, la pobre mujer al conocer la noticia entra en shock.

-No exactamente.-Intervino la valenciana empezando a hablar como la mismísima Miss Marple, aunque con su puntito shoni.
-Con la venia de su señoría.
El cabo hizo un gesto de aquiescencia y Encarni continuó.


-Esta mañana, a las ocho o así, nos despertaron unos golpes en la puerta. Habíamos llegado pasadas las tres y no teníamos el cuerpo para tonterías, así que tardamos lo nuestro en darnos cuenta de que alguien llamaba.
-Los gritos y los insultos nos ayudaron bastante.
-¡Desde luego!-Encarni soltó una risita.-¡Cómo ladraba la perra!
-¿Qué perra?
-La enana que está ahí fuera.
-Ruego que se atenga a los hechos.
Encarni miró con aire digno al cabo y continuó.
-Mientras nos vestíamos a toda prisa, la… señora, no paraba de insultarnos: que si éramos unos aprovechados, que si unos degenerados… Bueno, y algunas cosas en alemán que no logramos entender pero que sonaban a megafonía de campo de concentración.

-¿Pero, cómo podía estar enfadada, si aún no había llegado la policía con la mala noticia?
-Ella ya tenía sus propios motivos.-Intervino Lucas.-Creía que su chico estaba en la cama con nosotros dos.
-¿Los tres ahí…?-Nicolás hizo un gesto obsceno para terminar la frase.
-Eso pensaba ella. Evidentemente aquello era una invención de su mente. Entre otras cosas porque eso no puede pasar nunca.
-Porque tú no quieres, cariño.-Dijo la valenciana jugando con su lengua y el chicle a escasos centímetros de su cara.

Mientras, en el sótano de la Fundación Universal para la Expansión de la Gracia y el Arte, sede de la Alianza Inverosímil, Pepo, el comisario Gallardo, De la Fuente y el Notario escuchaban atentamente lo que el traductor automático lograba captar en la improvisada reunión de Mörgendamerung, a miles de kilómetros.

“La organización debe volver a la sombra, de eso no hay duda, estamos demasiado expuestos.”
“No sólo estamos expuestos, por primera vez, desde que empezó todo esto, estamos solos.”
-¿Solos. Qué querrá decir?-Preguntó Gallardo.
-Igual ellos también tienen “sus voces”. Antonia dijo que esto era una guerra entre “los otros”, ¿recuerdas?-Contestó el Notario.
-Pepo. Dile a Antonia que escuche esto.
-Shhh… que siguen hablando.
“… me pregunto cómo hemos llegado a esto, cuando casi tocábamos el triunfo.”
“Creo que hay alguien que quizá pueda tener la respuesta”
“¿Y ese alguien está aquí?”

En el Hotel la Nación, la niña volvía a la habitación.
-Pepo nos ha pedido que te llamásemos.
-¿Qué pasa?
-Escucha…

Abajo, el grupo de la cocina concentraba su atención en el relato de los valencianos.
-Cuando por fin le abrimos la puerta, la tía… perdón, la señooora.-Recalcó la valenciana.-se tiró hacia mí con las uñas por delante. La esquivé como pude, pero aún así la muy… me dejó esta marca en el cuello que espero que sea pasajera.
-La señora tropezó con uno de mis zapatos y perdió el equilibrio, lo que nos permitió esquivarla y salir corriendo escaleras abajo.
-Ella gritaba el nombre del alemán ese que estaba con ella… Diter, creo. Cuando terminó de comprobar que el tipo no estaba en nuestra habitación, bajó al vestíbulo e intentó agredirnos sin parar de preguntar dónde lo habíamos escondido.

-Es fuerte.-Dijo Nicolás mirando por la ventana.
-Cuando nosotros llegamos.-Añadió el policía.-Los gritos se escuchaban desde la carretera, así que tuvimos que derribar la puerta. Nos encontramos a ellos dos a un lado del mostrador y a la señora al otro, jugando al gato y al ratón.
-Con la gata loca.
-Un momento.-Intervino Nicolás girándose hacia el grupo.-¡¿Destrozaron la puerta del hotel?!
-Parecía que se estaba cometiendo un delito flagrante, no tuvimos otra opción.
-Pues estamos bien.-Respondió volviendo a mirar por la ventana.

- Por cierto. ¿Qué estaban haciendo que no escucharon nada? Porque el jaleo era descomunal.
Stella sonrió en su interior. –Dormíamos profundamente. Estábamos agotados.-Hubiera añadido que a consecuencia de una noche de amor desenfrenada, pero no venía al caso.
-La señora, al vernos, intentó volver a su cuarto, pero nosotros teníamos que comprobar algunas cosas y hacer muchas preguntas.

-Claro que, con la delicadeza que caracteriza a los Cuerpos de Seguridad del Estado, de camino, le dieron la mala noticia de la muerte de su marido de la forma menos elegante posible.-Aclaró el larguirucho.
-Una cosa llevó a la otra.-Atajó Castro.

-Cuando escuchó que la poli había encontrado un cuerpo derretido en el coche de Nicolás, se puso blanca como una sábana. Tomó el teléfono y les llamó a ustedes.
-El resto ya lo conocen.

-Es fuerte.-Volvió a decir Nicolás sin apartar la mirada de la ventana.
-Ahora tendremos que hacerles algunas preguntas a ustedes, porque no terminamos de comprender qué hacían esos dos aquí.
-Ya se lo comenté. Llegaron anoche, se alojaron y se retiraron temprano.
-Eso no es…-Encarni fue interrumpida por un discreto pero contundente apretón en el brazo.
-¡Eh… pringao… que me haces daño!
-¿Qué es lo que no es?-Preguntó Castro dirigiéndose hacia ellos.

-Eso, no es exacto.-Dijo Lucas.-Él se levantó a las cuatro, lo dijo usted ¿no es verdad Nicolás?
El policía se volvió un instante hacia la ventana donde Nicolás murmuraba.
-Mucho. Fuerte y mucho.

-¡Eh, gil!¡Quiere prestar atención!-Ordenó Castro.
Nicolás giró la cabeza hacia el grupo mientras Lucas aprovechaba la distracción para susurrar algo al oído de su pareja.
-Quiero decir que está nevando mucho y fuerte. Muy fuerte, diría yo. Creo que si no se dan prisa, no van a poder salir de aquí.
-¡Mierda!-El policía se acercó a la ventana de un salto. Una fuerte ventisca estaba enterrando en nieve los alrededores de forma vertiginosa.-¡Mierda… mierda…!

-Pues yo que ustedes aprovechaba y me iba, no sea que se queden atrapados aquí durante horas.-Aconsejó “desinteresadamente” Stella.
-¿¡Cómo nos vamos a ir señora!? Somos profesionales y estamos en medio de una investigación.
-En ese caso, creo que será mejor que tomen asiento mientras les preparo el desayuno. Tardará en llegar la quitanieves.-Suspiró Stella

Moviéndose hacia las sartenes, Stella pasó junto a Lucas y le guiñó un ojo agradecida. Éste la miró con cara de reproche, le hubiera preguntado que por qué mentía, pero el Cabo Castro estaba demasiado cerca.

-El otro día dijo que le gustaba como olía la panceta, ¿quiere que le prepare un poco, señor cabo?
-Es cierto, mi Stella prepara unos desayunos de campeonato. Y yo el mejor expreso de Tierra del Fuego.
-Ya era hora de que alguien pensara en lo importante.-Dijo la valenciana dejándose caer sobre un taburete.
-Sería conveniente preparar algo de tila.
-Sí, sí. También habrá que preparar tila.

Un golpe sordo sonó afuera. Nicolás se volvió de nuevo hacia la ventana.
-Me parece que su compañera se larga.
El sonido del motor del auto patrulla sonó con furia. Las ruedas patinaron unos segundos sobre la escarcha y en un instante, el coche corría carretera abajo en dirección a la ciudad.
-¡Esa no es mi compañera, cojones!¡Gutiérrez!-Gritó corriendo hacia la puerta del vestíbulo.-¡Gutiérrez!


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