04.13: El proyecto 705




Pasadas las cinco de la madrugada, la aurora empezó a teñir de lilas y rosas el hermoso amanecer otoñal de Ushuaia. Cuando llegan estas fechas, tras meses en los que la luz no termina de abandonar el cielo, por fin aparece la noche.
Lo hace con timidez, casi imperceptiblemente, para irse alargando jornada tras jornada hasta ocupar gran parte de las horas del día durante el invierno.
Los habitantes, acostumbrados a este comportamiento estacional, cambian sus costumbres, algunos enseres se mueven de lugar, se corta y acumula leña y se preparan las estancias para largas veladas interiores, abandonándose jardines y plazas que, como árboles de  hoja caduca, quedan dormidos hasta la primavera.

En el Hotel la Nación, Nicolás y Stella acababan de celebrar su reconciliación como sólo lo sabe hacer una pareja de auténticos amantes y ahora descansaban mirando al techo uno junto al otro.

-El otoño es mi época favorita.
-¿Eres boluda, lo sabés?-Nicolás aclaró.-Me refiero a tus celos.
-Yo sólo sé que vos sos muy impresionable, y no quiero perderte.
-¿Perderme? Te recuerdo que no estamos en Buenos Aires, con sus grandes avenidas y sus barrios abigarrados.
-Cuando hablás así me hacés echar de menos la capital.
-Pero aquí estamos bien, así, juntitos. Aquí todo está cerca, es imposible perderse.
-Hay demasiados bosques, mi amor.
-¿Acaso me parezco a Caperucita?
-¡Quita, tonto!-Stella se incorporó apoyando la espalda contra el cabecero de la cama.-Pero ella si me recuerda a “La Loba Feroz.”-Dijo acercando una mano crispada a su cara.
-¡Uhhh! Una loba gallega.
-Gallega y ardiente.
-Esa expresión es absolutamente contradictoria, ¿lo sabés?
-Sí. Como la de Departamento de Inteligencia Militar.
Ambos rieron mientras se abrazaban, de nuevo.

A miles de kilómetros, en las instalaciones de la Agencia de Inteligencia para la Defensa, en el Pentágono, un grupo de militares escuchaban atentamente lo que un par de muchachos con camisa blanca y corbata les estaban contando. La reunión transcurría en una habitación cuadrada con una larga y vacía mesa en uno de los extremos. Veinte hombres se apiñaban en el extremo contrario, frente a una gran pantalla que mostraba el mapa de la Antártida.
Uno de los civiles, con gafas de pasta, señalaba a un punto de la costa antártica bajo la atenta mirada del resto.

-Los submarinos se pierden por este punto, al menos es ahí donde nuestros satélites y la cuarta flota les pierden la pista. Creemos que se sumergen hasta una profundidad de unos cinco mil pies para navegar bajo la capa de hielo.-Tocó con la mano uno de los iconos que aparecían en el borde de la pantalla. La imagen cambió, siendo sustituida por otra en colores falsos.
-Esta imagen, manipulada, representa las partes de tierra que hay bajo esa capa de hielo. Si observan, según algunas hipótesis, estas franjas de color violeta deberían ser navegables, es decir, contener agua líquida.-Su dedo índice se movía señalando una intrincada red de hilos que se entremezclaba con un rompecabezas de color pardo.
-Una especie de Venecia submarina.-Dijo un militar alto y de piel y pelo oscuros.
-Algo parecido, coronel Coss, aunque menos hospitalaria, sin duda: Estamos hablando de una temperatura de 2 grados Celsius y una presión de más de 15 Megapascales.
-¿Eso es mucho?-Intervino otro.
-Nuestros submarinos no aguantan más de 8 Megapascales. Es una fuerza tremenda, cómo traducirlo…
-Equivale a la presión que ejercería una locomotora apoyada sobre una baldosa.-Dijo un capitán joven que observaba todo con mucho interés. Todos se le quedaron mirando con expresión de incredulidad.
-Imagínense ahora un submarino envuelto en baldosas y que cada una de ellas estuviese comprimida por una fuerza de 80 toneladas.
-¡Dios mío! ¿Qué clase de estructura puede resistir eso?
-Un submarino ruso de la clase Mike, sin duda.
-Pero… ¿para qué? ¿Qué sentido tiene navegar bajo una milla de hielo macizo?

El otro joven se acerco a la pantalla y señaló en el centro del continente.
-Creemos que se dirigen a este punto, la base Vostok. Como verán, el camino que mi compañero ha señalado conduce hasta allí.
-¿Creen que utilizan submarinos para ir a una base científica a la que podrían acceder por aire?

-No es una base científica.
La voz sonó a espaldas del grupo. Todos se giraron.

Un marine sujetaba la puerta para dejar paso a un viejo con un uniforme que ya le quedaba demasiado ancho.
-¡General Walter! ¡Ha venido!
El coronel Coss esquivó la mesa y se acercó al recién llegado. El apretón de manos que se dieron indicaba una vieja amistad.
-Señores, les presento al General John Walter, primer Inspector General de la historia de la C.I.A.
Se oyó un murmullo de reconocimiento en la sala mientras el general era invitado a sentarse en uno de los extremos de la mesa. Se movía con dificultad, como lo hace un anciano octogenario. El resto del grupo fue tomando asiento sin dejar de observar la impresionante figura de una leyenda.



-A modo de presentación, para aquellos que no conozcan toda la historia del espionaje americano.-dijo Coss mirando hacia el par de jovencitos que, a regañadientes, habían abandonado su posición de protagonismo y tomaban asiento en ese preciso instante.
-El general Walter fue uno de los primeros militares que, como tal, fue incorporado a la Agencia Central de Inteligencia. Sus capacidades, reconocidas en los círculos más importantes de nuestra nación, le llevaron a dirigirla en los peores momentos de la Guerra Fría.
-Fueron tiempos duros, pero estimulantes.-dijo el anciano.
-Le he sacado de su merecido retiro porque he querido que nos explique qué averiguó la Agencia sobre Vostok.


El silencio calló sobre la sala. Solo el ruido que hacía uno de los civiles tamborileando impaciente sobre la mesa sobresalió unos instantes hasta que una fría mirada de Coss también lo detuvo.
-En los años cincuenta, un grupo de agentes y yo llevábamos a cabo una misión de información sobre la Armada Soviética. Teníamos agentes trabajando como operarios en los astilleros de Sudomekh, cerca de Leningrado, la actual San Petersburgo. En aquella época las comunicaciones era muy difíciles y el riesgo, si te descubrían, era mortal.
-Perdone general.-Interrumpió uno de los civiles.-¿Piensa contarnos las dificultades de la Guerra Fría?
El general sonrió y tocó con la mano al coronel Coss para que no replicara.
-Nosotros éramos como vosotros, atrevidos, impacientes y algo engreídos.

Los dos civiles y un par de militares jóvenes se repantingaron en sus asientos, ofendidos. El general también se echó hacia atrás, pero su rostro sólo expresaba tranquilidad.
-No hijo, no. El coronel Coss me pidió que les hablara de Vostok, pero soy un anciano al que hace muchos años que nadie toma en consideración, así que, si no es mucho pedir, me voy a tomar mi tiempo para contarlo. Deben concederme ese pequeño deseo.
-Seguro que todos aprenderemos algo de su experiencia, general.
-Gracias Tom. El caso es que en Sudomekh estaba construyéndose el submarino de ataque más rápido, resistente y autónomo del momento, y el gobierno americano estaba muy interesado en obtener toda la información posible. Nosotros le llamábamos Alfa. Allí simplemente se conocía como proyecto 705.

El general abrió una vieja carpeta y puso sobre la mesa una foto en blanco y negro de mala calidad en la que un grupo de chicos posaba delante de un enorme astillero.
-Pero la U.R.S.S. no tenía una dirección tan centralizada y férrea como aseguraba nuestra propaganda. Existían varios astilleros que apostaban por proyectos alternativos, como el 685, mucho más ambicioso, que se estaba llevando a cabo en Severodvinsk. Nosotros no supimos de su existencia hasta que un accidente en 1989 con el submarino K-278 lo dio a conocer al mundo.

-Se refiere al submarino de la clase Mike.-Apuntilló Coss.
-Efectivamente. Sin embargo, ese proyecto sí era conocido por la dirección del astillero Sudomekh, y eso les sirvió de acicate para intentar hacer un Lyra, que es el nombre ruso del Alfa, mucho más avanzado. Copiaron el casco interior de titanio del Plavnik y consiguieron, en menos tiempo, poner a flote el primer submarino capaz de sumergirse a más de una milla de profundidad.
-Lo cuenta como si los astilleros fueran dos empresas privadas en competencia.-Dijo sarcástico el chico de las gafas de pasta.
-Efectivamente. Los comunistas sabían que una sana competencia era una buena forma de asegurar el progreso y la investigación. Los directivos e ingenieros de cada astillero no luchaban por ser ricos, sólo por tener una casa de veraneo, un coche y, quizá, un puesto en algún comité político local.
-Continúe, general.

-Aunque estos submarinos no llegaron a producirse hasta los años setenta, el primer prototipo estuvo listo para navegar en 1.951, algo notable sin duda.
-¿Por qué no se construyeron hasta veinte años después?
-Lyra tenía algunos problemas, más o menos graves, y su resolución tardó en llegar. Sin embargo, el prototipo tuvo misiones casi de inmediato y estuvo funcionando hasta los años ochenta en que fue desguazado y reciclado.
-¿Qué clase de misiones?
-Aquí aparece Vostok.



Todos guardaron silencio. El momento había llegado.
-Vostok era y es la estación antártica más al sur del planeta. Su construcción empezó en 1.950 y supuso uno de los retos científicos y técnicos más grandes para la floreciente Unión Soviética tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. Allá donde se encuentra se registran vientos de hasta trescientos kilómetros por hora y temperaturas de casi 90 grados bajo cero.

-Bastante más frío que en Marte.
-Que en algunos lugares de Marte.
-Vostok empezó como eso, como una estación científica en un lugar emblemático. Un intento de retomar la competición de Amundsen y Scott. Estados Unidos no se sintió tentado de seguirla porque ya participábamos en la carrera armamentística, la espacial y la atómica. Eran demasiadas competiciones y nosotros además queríamos demostrar al mundo que la sociedad capitalista era mejor que la comunista, así que necesitábamos invertir en bienestar para exponerlo al mundo.
-Habla usted como si el progreso civil hubiese sido también una estrategia militar.

El general miró al chico. No debía tener más de veinticuatro años, sin embargo estaba allí por lo que no dudó en que debía ser bueno, aunque demasiado joven aún.

-Si lo desea, o lo desean, un día pueden pasar por casa. Hablaremos sobre Berlín Oeste, el milagro alemán, el japonés, el desarrollo de Corea del Sur, Taiwán o qué significaba Cuba para la U.R.S.S. en Sudamérica y entonces, quizá, empiecen a ver muchas de las cosas que le rodean  con nuevos ojos.
-Sois unos privilegiados, el general no suele recibir a nadie.
-Será un placer hacerlo.-Los chicos asintieron ciertamente intrigados. El general, obtenido su deseado protagonismo, prosiguió.

-En una de las primeras misiones, uno de nuestros agentes sustituyó a un técnico que había caído misteriosamente enfermo.-Sonrió socarrón.-Tardó en regresar casi seis meses y nosotros no pudimos saber hasta pasado ese tiempo dónde había navegado Lyra y para qué. Cuando por fin desembarcó, el agente pudo ponerse en contacto con nosotros. Nos habló de cúpulas de hielo, reactores nucleares bajo la Antártida, obreros trabajando en el interior de la capa de hielo… algo que sonaba más a una fantasía del Capitán Nemo que a un proyecto del enemigo. Como es natural, informamos a Washington de inmediato.
-¿Y qué averiguamos?

El anciano suspiró.
-Absolutamente nada. Un cambio de órdenes nos hizo trasladar a los agentes al mar del norte para investigar lo que parecía la preparación de buques de transporte para albergar misiles nucleares. El tema de Vostok quedó olvidado. Hasta hoy.
-¿Buques con misiles en los años cincuenta? Eso es nuevo.
-Los misiles tenían como destino Cuba, supongo que le sonará. Nosotros fuimos los que verificamos para el Pentágono que aquello eran misiles reales y no simples señuelos de un juego de póker.
-Entonces, Kennedy no sobreactuó.
-Quizá un poco, pero nos jugábamos mucho. Y era un juego peligroso.

El civil de las gafas de pasta se levantó y se dirigió de nuevo hacia la pantalla, que continuaba mostrando la imagen retocada de la Antártida.
-Luego es cierto, los submarinos entran por aquí y navegan bajo el hielo hasta algún lugar bajo la base Vostok.
-Yo no lo dudaría. Vostok, si todo ha salido como creíamos que estaba previsto, será hoy en día un complejo enorme dentro de la corteza helada de la Antártida.
-Pero… ¿Con qué propósito?

El general hizo una señal al coronel Coss que se levantó inmediatamente y le ayudó a ponerse de pié.
-Interesante pregunta. Nosotros investigamos hasta donde les he comentado, ahora les toca a ustedes, jóvenes atrevidos, terminar de desvelar el secreto.
Coss abrió la puerta y el marine del pasillo se cuadró.
-Acompañe al general hasta la salida. John, muchas gracias por todo.
-Ha sido un auténtico placer. Y ya saben, mi casa es su casa.
Los chicos se despidieron con una ligera inclinación. Cuando Coss cerró la puerta, todas las miradas se dirigieron a la pantalla.
-Creo que ha llegado el momento de contárselo al Presidente.

El teléfono de la mesita sonó sobresaltando a Stella.
-¿Quién…?-Murmuró Nicolás.
-¡Las nueve de la mañana...!-dio un salto de la cama y empezó a vestirse mientras intentaba despertarse.-Dios mío, deben estar hambrientos y aburridos de esperar…-El teléfono continuaba sonando.
-¡Nicolás, contesta el teléfono, demonios!
Nicolás trastabilló mientras se bajaba de la cama, dudó un segundo, dormido pero de pié y tomó el teléfono.
-¿Hola?
Stella miraba a su marido mientras se intentaba recoger el pelo frente al espejo. Nicolás fruncía el ceño escuchando lo que le decían.
-Verá, todo tiene una…
Los gritos se escuchaban incluso desde el otro extremo de la habitación, donde Stella no lograba explicarse como un desayuno no puesto a tiempo podría provocar tanto enfado.
-Pero…
No había forma, el porteño no tenía siquiera la oportunidad de decir más de una palabra. Su esposa giró la cabeza a ambos lados y decidió que ya tenía el suficiente buen aspecto como para enfrentarse a un duro día de trabajo en el hotel. Se terminó de abrochar el vestido y se dirigió con decisión hacia él.
-Traé para acá.
Nicolás tapó el micrófono.
-Es la pérfida enana. Su alemancito no regresó aún.
-¿Cómo…? ¿Salió anoche?
-Si.-Nicolás tomó aire.-Le dejé el auto, tenía mucha prisa.
-¡Que le dejaste nuestro auto!
-¡Con la que me formaste anoche, cualquiera te dice que tengo salir a llevar al teutón!
-Traé para acá. Ya hablaremos vos y yo.
Con cara de no haber roto un plato, Nicolás entregó el teléfono a su esposa.

-Mire señora. Perdone que la interrumpa. Su marido nos pidió anoche el auto porque tenía que ir a…-Miró a Nicolás que le susurró algo.-…una dirección. Si todavía no volvió no es culpa nuestra, así que, si lo desea, podemos llamar a la policía para preguntar por el auto.
-¿Cómo…? ¿Qué ya vino la policía?¿Que están en el vestíbulo?-Ambos se miraban sorprendidos.-Un segundo que ya estoy allí. Un segundo. Tranquilícese.


No hay comentarios: