Pasadas las cinco de la madrugada, la aurora empezó a
teñir de lilas y rosas el hermoso amanecer otoñal de Ushuaia. Cuando llegan
estas fechas, tras meses en los que la luz no termina de abandonar el cielo,
por fin aparece la noche.
Lo hace con timidez, casi imperceptiblemente, para irse
alargando jornada tras jornada hasta ocupar gran parte de las horas del día
durante el invierno.
Los habitantes, acostumbrados a este comportamiento
estacional, cambian sus costumbres, algunos enseres se mueven de lugar, se
corta y acumula leña y se preparan las estancias para largas veladas
interiores, abandonándose jardines y plazas que, como árboles de hoja caduca, quedan dormidos hasta la
primavera.
En el Hotel la Nación, Nicolás y Stella acababan de
celebrar su reconciliación como sólo lo sabe hacer una pareja de auténticos amantes
y ahora descansaban mirando al techo uno junto al otro.
-El otoño es mi época favorita.
-¿Eres boluda, lo sabés?-Nicolás aclaró.-Me refiero a tus
celos.
-Yo sólo sé que vos sos muy impresionable, y no quiero
perderte.
-¿Perderme? Te recuerdo que no estamos en Buenos Aires,
con sus grandes avenidas y sus barrios abigarrados.
-Cuando hablás así me hacés echar de menos la capital.
-Pero aquí estamos bien, así, juntitos. Aquí todo está
cerca, es imposible perderse.
-Hay demasiados bosques, mi amor.
-¿Acaso me parezco a Caperucita?
-¡Quita, tonto!-Stella se incorporó apoyando la espalda
contra el cabecero de la cama.-Pero ella si me recuerda a “La Loba Feroz.”-Dijo
acercando una mano crispada a su cara.
-¡Uhhh! Una loba gallega.
-Gallega y ardiente.
-Esa expresión es absolutamente contradictoria, ¿lo
sabés?
-Sí. Como la de Departamento de Inteligencia Militar.
Ambos rieron mientras se abrazaban, de nuevo.
A miles de kilómetros, en las instalaciones de la Agencia
de Inteligencia para la Defensa, en el Pentágono, un grupo de militares
escuchaban atentamente lo que un par de muchachos con camisa blanca y corbata
les estaban contando. La reunión transcurría en una habitación cuadrada con una
larga y vacía mesa en uno de los extremos. Veinte hombres se apiñaban en el
extremo contrario, frente a una gran pantalla que mostraba el mapa de la
Antártida.
Uno de los civiles, con gafas de pasta, señalaba a un
punto de la costa antártica bajo la atenta mirada del resto.
-Los submarinos se pierden por este punto, al menos es
ahí donde nuestros satélites y la cuarta flota les pierden la pista. Creemos
que se sumergen hasta una profundidad de unos cinco mil pies para navegar bajo
la capa de hielo.-Tocó con la mano uno de los iconos que aparecían en el borde
de la pantalla. La imagen cambió, siendo sustituida por otra en colores falsos.
-Esta imagen, manipulada, representa las partes de tierra
que hay bajo esa capa de hielo. Si observan, según algunas hipótesis, estas
franjas de color violeta deberían ser navegables, es decir, contener agua
líquida.-Su dedo índice se movía señalando una intrincada red de hilos que se
entremezclaba con un rompecabezas de color pardo.
-Una especie de Venecia submarina.-Dijo un militar alto y
de piel y pelo oscuros.
-Algo parecido, coronel Coss, aunque menos hospitalaria,
sin duda: Estamos hablando de una temperatura de 2 grados Celsius y una presión
de más de 15 Megapascales.
-¿Eso es mucho?-Intervino otro.
-Nuestros submarinos no aguantan más de 8 Megapascales.
Es una fuerza tremenda, cómo traducirlo…
-Equivale a la presión que ejercería una locomotora
apoyada sobre una baldosa.-Dijo un capitán joven que observaba todo con mucho
interés. Todos se le quedaron mirando con expresión de incredulidad.
-Imagínense ahora un submarino envuelto en baldosas y que
cada una de ellas estuviese comprimida por una fuerza de 80 toneladas.
-¡Dios mío! ¿Qué clase de estructura puede resistir eso?
-Un submarino ruso de la clase Mike, sin duda.
-Pero… ¿para qué? ¿Qué sentido tiene navegar bajo una
milla de hielo macizo?
El otro joven se acerco a la pantalla y señaló en el
centro del continente.
-Creemos que se dirigen a este punto, la base Vostok.
Como verán, el camino que mi compañero ha señalado conduce hasta allí.
-¿Creen que utilizan submarinos para ir a una base
científica a la que podrían acceder por aire?
-No es una base científica.
La voz sonó a espaldas del grupo. Todos se giraron.
Un marine sujetaba la puerta para dejar paso a un viejo
con un uniforme que ya le quedaba demasiado ancho.
-¡General Walter! ¡Ha venido!
El coronel Coss esquivó la mesa y se acercó al recién
llegado. El apretón de manos que se dieron indicaba una vieja amistad.
-Señores, les presento al General John Walter, primer Inspector
General de la historia de la C.I.A.
Se oyó un murmullo de reconocimiento en la sala mientras
el general era invitado a sentarse en uno de los extremos de la mesa. Se movía
con dificultad, como lo hace un anciano octogenario. El resto del grupo fue
tomando asiento sin dejar de observar la impresionante figura de una leyenda.
-A modo de presentación, para aquellos que no conozcan
toda la historia del espionaje americano.-dijo Coss mirando hacia el par de
jovencitos que, a regañadientes, habían abandonado su posición de protagonismo
y tomaban asiento en ese preciso instante.
-El general Walter fue uno de los primeros militares que,
como tal, fue incorporado a la Agencia Central de Inteligencia. Sus
capacidades, reconocidas en los círculos más importantes de nuestra nación, le
llevaron a dirigirla en los peores momentos de la Guerra Fría.
-Fueron tiempos duros, pero estimulantes.-dijo el
anciano.
-Le he sacado de su merecido retiro porque he querido que
nos explique qué averiguó la Agencia sobre Vostok.
El silencio calló sobre la sala. Solo el ruido que hacía
uno de los civiles tamborileando impaciente sobre la mesa sobresalió unos
instantes hasta que una fría mirada de Coss también lo detuvo.
-En los años cincuenta, un grupo de agentes y yo
llevábamos a cabo una misión de información sobre la Armada Soviética. Teníamos
agentes trabajando como operarios en los astilleros de Sudomekh, cerca de
Leningrado, la actual San Petersburgo. En aquella época las comunicaciones era
muy difíciles y el riesgo, si te descubrían, era mortal.
-Perdone general.-Interrumpió uno de los civiles.-¿Piensa
contarnos las dificultades de la Guerra Fría?
El general sonrió y tocó con la mano al coronel Coss para
que no replicara.
-Nosotros éramos como vosotros, atrevidos, impacientes y
algo engreídos.
Los dos civiles y un par de militares jóvenes se
repantingaron en sus asientos, ofendidos. El general también se echó hacia
atrás, pero su rostro sólo expresaba tranquilidad.
-No hijo, no. El coronel Coss me pidió que les hablara de
Vostok, pero soy un anciano al que hace muchos años que nadie toma en
consideración, así que, si no es mucho pedir, me voy a tomar mi tiempo para
contarlo. Deben concederme ese pequeño deseo.
-Seguro que todos aprenderemos algo de su experiencia,
general.
-Gracias Tom. El caso es que en Sudomekh estaba
construyéndose el submarino de ataque más rápido, resistente y autónomo del
momento, y el gobierno americano estaba muy interesado en obtener toda la
información posible. Nosotros le llamábamos Alfa. Allí simplemente se conocía como
proyecto 705.
El general abrió una vieja carpeta y puso sobre la mesa
una foto en blanco y negro de mala calidad en la que un grupo de chicos posaba
delante de un enorme astillero.
-Pero la U.R.S.S. no tenía una dirección tan centralizada
y férrea como aseguraba nuestra propaganda. Existían varios astilleros que
apostaban por proyectos alternativos, como el 685, mucho más ambicioso, que se
estaba llevando a cabo en Severodvinsk. Nosotros no supimos de su existencia
hasta que un accidente en 1989 con el submarino K-278 lo dio a conocer al
mundo.
-Se refiere al submarino de la clase Mike.-Apuntilló
Coss.
-Efectivamente. Sin embargo, ese proyecto sí era conocido
por la dirección del astillero Sudomekh, y eso les sirvió de acicate para
intentar hacer un Lyra, que es el nombre ruso del Alfa, mucho más avanzado.
Copiaron el casco interior de titanio del Plavnik y consiguieron, en menos
tiempo, poner a flote el primer submarino capaz de sumergirse a más de una
milla de profundidad.
-Lo cuenta como si los astilleros fueran dos empresas
privadas en competencia.-Dijo sarcástico el chico de las gafas de pasta.
-Efectivamente. Los comunistas sabían que una sana
competencia era una buena forma de asegurar el progreso y la investigación. Los
directivos e ingenieros de cada astillero no luchaban por ser ricos, sólo por
tener una casa de veraneo, un coche y, quizá, un puesto en algún comité
político local.
-Continúe, general.
-Aunque estos submarinos no llegaron a producirse hasta
los años setenta, el primer prototipo estuvo listo para navegar en 1.951, algo
notable sin duda.
-¿Por qué no se construyeron hasta veinte años después?
-Lyra tenía algunos problemas, más o menos graves, y su
resolución tardó en llegar. Sin embargo, el prototipo tuvo misiones casi de
inmediato y estuvo funcionando hasta los años ochenta en que fue desguazado y
reciclado.
-¿Qué clase de misiones?
-Aquí aparece Vostok.
Todos guardaron silencio. El momento había llegado.
-Vostok era y es la estación antártica más al sur del
planeta. Su construcción empezó en 1.950 y supuso uno de los retos científicos
y técnicos más grandes para la floreciente Unión Soviética tras finalizar la
Segunda Guerra Mundial. Allá donde se encuentra se registran vientos de hasta
trescientos kilómetros por hora y temperaturas de casi 90 grados bajo cero.
-Bastante más frío que en Marte.
-Que en algunos lugares de Marte.
-Vostok empezó como eso, como una estación científica en
un lugar emblemático. Un intento de retomar la competición de Amundsen y Scott.
Estados Unidos no se sintió tentado de seguirla porque ya participábamos en la
carrera armamentística, la espacial y la atómica. Eran demasiadas competiciones
y nosotros además queríamos demostrar al mundo que la sociedad capitalista era
mejor que la comunista, así que necesitábamos invertir en bienestar para
exponerlo al mundo.
-Habla usted como si el progreso civil hubiese sido
también una estrategia militar.
El general miró al chico. No debía tener más de
veinticuatro años, sin embargo estaba allí por lo que no dudó en que debía ser
bueno, aunque demasiado joven aún.
-Si lo desea, o lo desean, un día pueden pasar por casa.
Hablaremos sobre Berlín Oeste, el milagro alemán, el japonés, el desarrollo de
Corea del Sur, Taiwán o qué significaba Cuba para la U.R.S.S. en Sudamérica y
entonces, quizá, empiecen a ver muchas de las cosas que le rodean con nuevos ojos.
-Sois unos privilegiados, el general no suele recibir a
nadie.
-Será un placer hacerlo.-Los chicos asintieron ciertamente
intrigados. El general, obtenido su deseado protagonismo, prosiguió.
-En una de las primeras misiones, uno de nuestros agentes
sustituyó a un técnico que había caído misteriosamente enfermo.-Sonrió
socarrón.-Tardó en regresar casi seis meses y nosotros no pudimos saber hasta
pasado ese tiempo dónde había navegado Lyra y para qué. Cuando por fin
desembarcó, el agente pudo ponerse en contacto con nosotros. Nos habló de
cúpulas de hielo, reactores nucleares bajo la Antártida, obreros trabajando en
el interior de la capa de hielo… algo que sonaba más a una fantasía del Capitán
Nemo que a un proyecto del enemigo. Como es natural, informamos a Washington de
inmediato.
-¿Y qué averiguamos?
El anciano suspiró.
-Absolutamente nada. Un cambio de órdenes nos hizo
trasladar a los agentes al mar del norte para investigar lo que parecía la
preparación de buques de transporte para albergar misiles nucleares. El tema de
Vostok quedó olvidado. Hasta hoy.
-¿Buques con misiles en los años cincuenta? Eso es nuevo.
-Los misiles tenían como destino Cuba, supongo que le
sonará. Nosotros fuimos los que verificamos para el Pentágono que aquello eran
misiles reales y no simples señuelos de un juego de póker.
-Entonces, Kennedy no sobreactuó.
-Quizá un poco, pero nos jugábamos mucho. Y era un juego
peligroso.
El civil de las gafas de pasta se levantó y se dirigió de
nuevo hacia la pantalla, que continuaba mostrando la imagen retocada de la
Antártida.
-Luego es cierto, los submarinos entran por aquí y
navegan bajo el hielo hasta algún lugar bajo la base Vostok.
-Yo no lo dudaría. Vostok, si todo ha salido como
creíamos que estaba previsto, será hoy en día un complejo enorme dentro de la
corteza helada de la Antártida.
-Pero… ¿Con qué propósito?
El general hizo una señal al coronel Coss que se levantó
inmediatamente y le ayudó a ponerse de pié.
-Interesante pregunta. Nosotros investigamos hasta donde
les he comentado, ahora les toca a ustedes, jóvenes atrevidos, terminar de desvelar
el secreto.
Coss abrió la puerta y el marine del pasillo se cuadró.
-Acompañe al general hasta la salida. John, muchas
gracias por todo.
-Ha sido un auténtico placer. Y ya saben, mi casa es su
casa.
Los chicos se despidieron con una ligera inclinación.
Cuando Coss cerró la puerta, todas las miradas se dirigieron a la pantalla.
-Creo que ha llegado el momento de contárselo al
Presidente.
El teléfono de la mesita sonó sobresaltando a Stella.
-¿Quién…?-Murmuró Nicolás.
-¡Las nueve de la mañana...!-dio un salto de la cama y
empezó a vestirse mientras intentaba despertarse.-Dios mío, deben estar
hambrientos y aburridos de esperar…-El teléfono continuaba sonando.
-¡Nicolás, contesta el teléfono, demonios!
Nicolás trastabilló mientras se bajaba de la cama, dudó
un segundo, dormido pero de pié y tomó el teléfono.
-¿Hola?
Stella miraba a su marido mientras se intentaba recoger
el pelo frente al espejo. Nicolás fruncía el ceño escuchando lo que le decían.
-Verá, todo tiene una…
Los gritos se escuchaban incluso desde el otro extremo de
la habitación, donde Stella no lograba explicarse como un desayuno no puesto a
tiempo podría provocar tanto enfado.
-Pero…
No había forma, el porteño no tenía siquiera la oportunidad
de decir más de una palabra. Su esposa giró la cabeza a ambos lados y decidió
que ya tenía el suficiente buen aspecto como para enfrentarse a un duro día de
trabajo en el hotel. Se terminó de abrochar el vestido y se dirigió con
decisión hacia él.
-Traé para acá.
Nicolás tapó el micrófono.
-Es la pérfida enana. Su alemancito no regresó aún.
-¿Cómo…? ¿Salió anoche?
-Si.-Nicolás tomó aire.-Le dejé el auto, tenía mucha
prisa.
-¡Que le dejaste nuestro
auto!
-¡Con la que me formaste anoche, cualquiera te dice que
tengo salir a llevar al teutón!
-Traé para acá. Ya hablaremos vos y yo.
Con cara de no haber roto un plato, Nicolás entregó el
teléfono a su esposa.
-Mire señora. Perdone que la interrumpa. Su marido nos pidió anoche el auto porque
tenía que ir a…-Miró a Nicolás que le susurró algo.-…una dirección. Si todavía
no volvió no es culpa nuestra, así que, si lo desea, podemos llamar a la
policía para preguntar por el auto.
-¿Cómo…? ¿Qué ya vino la policía?¿Que están en el
vestíbulo?-Ambos se miraban sorprendidos.-Un segundo que ya estoy allí. Un
segundo. Tranquilícese.
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