El cómo una ciudad podía pasar de las lluvias
torrenciales al calor más sofocante tenía una explicación climatológica. El
hecho de que sus habitantes fueran capaces de cambiar al unísono del
chubasquero y las botas de goma a las bermudas y las chanclas formaba parte de
los misterios de la Humanidad, como la construcción de las pirámides o el
funcionamiento de la República Italiana.
Podría deberse a que quizá en la ciudad de Antonia López,
sede de la Fundación para la Universalización
y el Estudio de la Gracia y el Arte, cuartel general de la Alianza Inverosímil,
todo el mundo tuviera enormes armarios dobles con la ropa de invierno y la de
verano siempre a mano. Pero probablemente ésta no era la razón.
Sin embargo, de repente, las terrazas de los bares se
habían poblado de gente ligera de ropa y obligaciones. Unos debido a su
situación laboral, otros debido sencillamente a la amnesia que suele traer el
calor consigo. Los camareros, grandes conocedores de la fauna que merodea por las
calles de la ciudad, aseguraban que había menos dinero: la gente estiraba más
cada cerveza, cada aperitivo, cada refresco; aunque, vistos a bulto, el número
de clientes era el mismo de todos los años.
Y es que el peso de las preocupaciones es menor cuando el
calor aprieta porque es difícil cargar con ellas en medio del bochorno. Como el
ser humano no es estúpido, al menos no demasiado, se quita de encima lo que
puede. El calor era ineludible por lo que sólo se pueden eliminar las
preocupaciones así que los transeúntes aparecían risueños, habladores y
amigables. Podría decirse que, pese a los problemas, la gente era feliz aunque
fuese por olvido climático.
Las grandes estadísticas hechas con más o menos habilidad
sobre una mísera hoja de cálculo no calibraban esta rareza que, al ser gratis, no contaba. Pero el gran secreto de la
felicidad resultaba que no estaba en un lujoso coche alemán ni en un fantástico
loft en la megalópolis mundial, sino en un día luminoso, una noche cálida y un
contacto íntimo con el vecindario. Afortunadamente, el secreto de la felicidad seguía
estando al alcance de la mano.
En la Pensión Erasmus, los grupos de estudiantes
extranjeros continuaban emborrachándose “de cultura” en una ciudad que empezaba
a arder. Y ante la fiscalizadora mirada de la bruja Maru, una gitana de pasado
inconfesable y de futuro inconsistente, los chicos de otras latitudes se
embriagaban de esta cultura profundamente relativista.
Pero Marú no estaba para tonterías, sobre todo porque
ahora se hallaba bajo la severa mirada de un caballero de traje, corbata y camisa empapada,
que la miraba como si fuera la culpable de la crisis mundial.
-¿¡Pero qué coño quiere el gobierno!?- Mientras le
gritaba, pequeñas gotas de saliva salían de su boca para estrellarse sobre el
rostro pringoso del caballero.
-¡Antes de pagar yo un puto euro tenéis que meter en el
trullo a todos los chorizos que hay por “ahí arriba”!-Dijo señalando al techo
con una mano llena de anillos de oro.
-Señora,-le contestó el otro con extremada paciencia
mientras se intentaba secar el sudor y la saliva de su rostro con un pañuelo,-
la obligación de declarar los ingresos es de todos los ciudadanos, incluidos
“los de arriba”. No debe preocuparse por ello. Debe preocuparse por cumplir sus
obligaciones.
-¡Y un mojón!
Un grupo de norteamericanas observaba la escena sentado
en el primer tramo de escalera utilizándolo a modo de grada, aprendiendo algo
de español a volapié. En ese preciso
momento, hizo su entrada en escena La Peligro, vestida de rojo y negro. Como en
una corrida goyesca.
-¡Joé niña, qué calor!- Se abanicaba con tanta fuerza que
más que quitarse el calor parecía querer quitarse la vida.- ¿Pero qué pasa aquí,
quién es este?
-Aquí, el señor inspector de Hacienda, que viene a
preguntarme por las facturas de estas criaturitas.
Las criaturas tomaban notas de forma frenética.
-¿Facturas?-La Peligro pasó junto al inspector y se situó
al lado de su amiga formando entre ambas una suerte de terrorífico monstruo
bicéfalo.-Esto no es un negocio, es una… cadena
de favores.
-¡Acabáramos!-El caballero del traje no pudo evitar
sonreír-De todas las escusas que me han dado para no hacer facturas, esta es la
más original.
-Pues apúntame una, y aire, que hace mucho calor y ya
somos demasiados en este cuchitril.
-Tendrá noticias del ministerio, esto no quedará así.-Y
cerró su maletín saliendo a la calle como alma que lleva el diablo.
Durante unos segundos, el vestíbulo de la pensión
permaneció en silencio hasta que la Peligro, abanicándose de nuevo con furia,
lo rompió.
-¡Ojú, niña! Este tío va en serio.
-Si ya me lo ha dicho Manolo. Están por todas partes, se
ve que no hay un duro y hay que sacarlo de debajo de las piedras.
-Pues yo que tú hablaba con el Notario, no sea que te
cierren el chiringuito.
-¡Si no me puedo mover de aquí!-Dijo abatida.-Desde que
se fue el Jotabé con Antonia y el japonés esto es un guirigay.
Una de las “alumnas” de la grada se había acercado sin
que ninguna de ellas se hubiese percatado.
-Perdone, seniora. ¿Un guiri gay es un turista
homosexual?
-¿¡Y esta!?-Protestó la Maru-¡Deja de apuntar, niña, y
haz como tus amigas! ¡Vete de botellona, verás todo lo que aprendes!
-No te metas con la chiquilla, que está estudiando. A ver
niña, un guirigay, así, todo junto, es un follón, un jaleo, una bulla…
La chica escribía con rapidez mientras pronunciaba las
palabras lentamente.
-Un caos. ¿No?
-Perfecto hija. ¡Pero qué lista sois las americanas!
-Desde luego. Sobre todo la del ático, que se repasó a
toda la Centuria Romana de la Macarena en menos de veinticuatro horas.
-Algo putas sí que son.-Acotó la travelo.
-Hay otra palabra que quería saber…-Continuó la
estudiante haciendo caso omiso al comentario.-¿Qué es un mohón?
La Peligro suspiró y se volvió hacia la gitana.
-Anda. Ve a ver al Notario que yo me quedo un rato aquí.
-Sí, será mejor… ¿Sabes dónde estará el lechuguino?
-Creo que en casa de la Antonia, últimamente están todo
el día allí.
-Bueno, pues me acerco en un salto.
Y, saliendo de detrás del mostrador, se dirigió hacia la
puerta y desapareció. La Peligro se giró hacia el grupo de americanas que ya la
rodeaban sonriendo como a una folclórica redescubierta.
-A ver, hijas, un mojón es… ¿cómo os podría explicar…?
Al final de la calle de la pensión, en la comisaría de La
Alameda, el ambiente se había enrarecido en los últimos meses. Los agentes, de
ser considerados como un servicio público habían pasado a ser enemigos de la
gente.
Las últimas órdenes les llevaban a echar a las familias
de sus casas, a disolver protestas a golpes y a detener a diestro y siniestro.
El comisario Gallardo tenía que atender diariamente decenas de altercados,
conflictos, protestas de los sindicatos, directrices del ministerio y malas
caras de sus hombres. Sólo algunos parecían disfrutar con aquello, pero por
fortuna eran los menos.
-Bueno, pues yo me voy.-Dijo apagando el
ordenador.-Mañana será otro día.
La sargento Rubio se acercó a él mientras cerraba la
puerta de su despacho.
-¿Alguna cosa antes de que se marche?
-No, sargento. Intente que la noche en los calabozos sea
lo más tranquila posible. En cualquier caso, estaré por aquí cerca. Si pasa
algo, llámeme.
-No se preocupe, comisario. Todo está bajo control.
Gallardo salió a la plaza y se llenó los pulmones del fragante
aire de la noche mientras pensaba cuán equivocada estaba la sargento: En
realidad nada estaba bajo control.
Cruzó en dirección al Ok-Corral pero no llegó a entrar, desviándose
hacia la derecha después de echar un rápido vistazo, para dirigirse a la sede
de la Fundación de Antonia. La Maru caminaba unos metros por delante de él,
pero con sus largas piernas, la alcanzó en un par de zancadas.
-Buenas noches.
-¡Hay comisario!-dijo con acento lastimero.-¡Con usted
quería yo hablar!
-Si es un asunto oficial mejor lo dejamos para mañana.
-No, no es oficial, verá…
Y se alejaron caminando al paso de la gitana bajo la atenta
mirada de Manolo Gómez, que recogía los trastos de una mesa.
-¡Manolo! ¿Cuánto te debo?
-En horas, una larga. En cervezas, sólo dos.
-Es que está la cosa muy mal.
-¡Y que lo digas! Venga hombre, siéntate, que te invito a
otra.
En la casa de frontal ajardinado y ventanas modernistas
que albergaba a la Fundación toda la actividad se concentraba en el segundo
sótano, donde Pepo tenía su pequeño y desordenado reino.
El Notario y el excomisario De la Fuente le miraban
expectantes mientras él hablaba a través del nuevo sistema de telefonía copiado
por una empresa coreana del mecanismo de telecomunicaciones de Mörgendamerung.
Básicamente funcionaba gracias a las propiedades de las partículas
entrelazadas, pero, excepto el propio Pepo, nadie en cien kilómetros a la
redonda podía explicar en qué consistía aquél milagro.
En ese mismo momento, pero a cinco horas de diferencia,
en Ushuaia, Jotabé, Watanabe llevaban de la manita a una niña de cuatro años y
un par de maletas con ruedas mientras salían de la terminal del Aeroclub. El
francés hablaba por el auricular de un teléfono.
-En fin, allí veo un coche espegándonos.-Sonaba la voz de
Jean Baptiste por los altavoces de la sala de control de la Fundación.
-Recuerda, el conductor debe llamarse Nicolás Acosta.-Contestaba
Pepo mientras consultaba las pantallas que, de forma caótica, atiborraban el
escritorio.-Debes ir al Hotel La Nación.
-¿Queda lejos?
-A penas a unos diez minutos en dirección a esas montañas
que debéis estar viendo ahora.
-Si, las vemos. Esto es pgesioso.
-Son las últimas estribaciones de los Andes. Si que debe
ser chulo.
-Llegamos al coche. Luego contactamos.
-Tened cuidado.
Jotabé abrió la puerta trasera del pequeño Renault Logan
y habló un instante con el conductor para, acto seguido, dejar entrar a Watanabe y
la niña. Un un tumulto a sus espaldas llamó su atención.
Un grupo de hombres se acercaba a ellos gritando y
enarbolando palos y porras.
-¡Eh, tú, pedazo de mierda! ¿Creés que somos bobos?
-¡Suban rápido… rápido…!-Gesticulaba Nicolás intentando
esconderse tras el respaldo de su asiento.
-Pego… ¿qué pasa?
-¡Esto no va con ustedes! Venimos a darle su merecido a
ese puto pirata.
Watanabe y Jotabé se cruzaron un instante la mirada y
llegaron a un acuerdo tácito. El japonés tomó asiento tranquilamente junto a la
niña, que parecía ignorar lo que pasaba. El francés les cerró la puerta y se
cruzó de brazos interponiéndose entre el coche y la turba de taxistas que
intentaba apalear al pobre Nicolás.
-¿Ocugge algo, amigos?
El más agresivo de todos se adelantó para responderle.
Portaba un bate de béisbol que apoyaba sobre el hombro.
-Ya le he dicho que esto no les afecta. Es un asunto
entre ese pelotudo y nosotros.
-Sí, pego indíqueme cuál es el asunto que les tiene tan
negviosos.
-Verá, ese sujeto que les va a transportar no es un
taxista, es un pirata que se dedica a quitarle el pan de la boca a nuestros
pibes.
-No. Cgeo que es un eggog. Este señog nos ha venido a
gecogeg de pagte del Hotel la Nasión. No hemos llamado a un taxi.
-¡A nosotros nos lo va a contar! ¡Vos, ve por la
izquierda, yo tomo por aquí!-Le gritó a uno de ellos que ya tomaba la dirección
indicada.
-Pego. ¿Qué hasen?
El que discutía con Jotabé dejó de hacerlo para esquivarle
y acercarse a la ventanilla del conductor con muy malas intenciones. El francés
lo tomó del cuello de su chaqueta y lo levantó dos palmos del suelo.
-Es mejog que no se metan en líos.
Pero el otro ya casi había rodeado el capó y alcanzaba el
picaporte de la puerta con el propósito de abrirla. Nicolás no podía esconderse
más de lo que estaba, asustado como un conejo. De repente, el agresivo taxista
cayó fulminado sin motivo aparente.
-¡Suélteme!-Gritaba el otro.-¡Benito ha caído!¡Parece
herido!¡Suélteme!
El resto del pelotón se detuvo un segundo para iniciar el
movimiento de asalto al vehículo, pero de nada les sirvió. Antes de que
avanzaran siquiera un paso, se vieron de cara con el cuerpo de su “jefe”,
arrojado como un muñeco de trapo por el imponente pelirrojo. Todos cayeron al
suelo.
El francés, después de un rápido vistazo para asegurarse
de que no había nadie mal herido, se montó en el coche y gritó:-¡Gápido, vayámonos!
El remisero engranó la primera marcha y el Renault Logan
pegó un salto (es un decir) y salió de la puerta de la terminal lo más
rápidamente que supo perseguido por un par de hombres que fueron quedándose
detrás.
-¡Uf…! De buena me libré.
-¿Puede explicarnos lo que ha pasado?-Pregunta Tetsu
Watanabe en perfecto español pero con cara de perfecto japonés.
-Es una larga historia. Verá, existen algunas diferencias
en la forma de entender el transporte público aquí, en Argentina.
Watanabe no volvió a abrir la boca. Tampoco Jean Baptiste
ni por supuesto Nicolás, mientras el taxi ilegal se perdía por las calles de
Ushuaia en dirección a Luis Fernando Martial.
En la sala de control sonó la voz de Fernanda por el
interfono.
-Baja el señor comisario. Me dejó recado para Don José
Antonio, que suba, que tiene visita.
-¿Visita?-Dijo el Notario extrañado.
-¿Será uno de tus antiguos clientes?
El Notario se encogió de hombros y salió de la sala de
control cruzándose con el Comisario Gallardo en la puerta del ascensor.
-Ahí arriba tienes a Maru. ¡Que Dios se apiade de tu
alma!
-¿Qué le ocurre?
-No sé. Algo de un inspector de Hacienda y una facturas.
-Pero yo qué… en fin. Supongo que soy el más indicado de
cuantos estamos aquí. Le estaban esperando.
El comisario, visiblemente agotado, entró en la sala de
máquinas de la Fundación y saludó a Pepo y De la Fuente.
-Ya han llegado a Ushuaia. Supongo que en cinco minutos
estarán en el Hotel, dale unos minutos más y podremos llamarles.
-¿Y tú, Pepo, has averiguado algo nuevo?
-Si.-Dijo señalando a una de las pantallas.-Hemos
contabilizado más de cincuenta alojamientos nuevos en la ciudad, todos
ciudadanos extranjeros, principalmente rusos y chinos. También ciudadanos
europeos, alemanes, austriacos, checos y suizos.
-¿Es temporada?
-En absoluto. De hecho es fin de temporada, está a punto
de llegar el invierno.
-Igual es una promoción especial.
-No creo. Observe la distribución de sexos y edades. La
mayoría son hombres, en el caso de los chinos, todos, y sus edades no bajan de
los veinte ni suben de los cincuenta.
-¿Reunión de empresa?
-¿En Ushuaia?
-Ya sabes, por aquello del exotismo.
-No. Para esas cosas se buscan otro tipo de exotismos,
como el de las islas Fidji. Creo que son agentes o soldados.
-¿Puedes confirmarlo con las comunicaciones miliares?
-Imposible. Siguen igual, endiabladamente complejas de
descifrar.
-¿Tus amigos de la red no han conseguido nada aún?
-Han desistido. Dicen que es imposible.
-¡Nunca lo hubiese creído!-Gallardo tomó asiento junto a
su excompañero.-Un grupo de tecnólogos que se rinde ante una dificultad
matemática.
-No es una dificultad, son miles de algoritmos de
encriptación que cambian y se recombinan de forma inesperada cada medio segundo. No tenemos tiempo para descifrarlas, así que
hemos decidido valernos de datos tangenciales.
-¿Tangenciales?
- Información lateral, no estrechamente relacionada con
lo que estamos buscando, como el alojamiento en los hoteles.
Gallardo miró a De la Fuente e hizo un mohín de extrañeza
al que su compañero contestó con una sonrisa.
-Estos chicos son sorprendentes. Cuéntale, Pepo,
cuéntale.
-Hemos comprobado el tráfico en el Canal de Beagle jaqueando
los registros del puerto de Ushuaia. Se han incrementado los encuentros con
navíos militares norteamericanos.
-Interesante.
-También hemos comprobado las llamadas telefónicas de los
hoteles. La mayoría de ellas están igualmente encriptadas, cosa que no es
normal.
-Puede que tengas razón y sean militares.
-O agentes de los servicios de inteligencia.
-Todos en el mismo sitio.
-Un sitio nada interesante, desde un punto de vista
estratégico.
-A menos que…
-A menos que haya adquirido una importancia repentina.
Una cosa si está clara, Jotabé, Watanabe y Antonia están donde tienen que
estar.
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